"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

El árbol caído

Las fábulas del loro y la ardilla

Hubo una vez un loro, que se llamaba Lucas; y no fue hace mucho tiempo, ni muy lejos. Vivía en un bosque con el resto de su colonia, fundada por aquellos que escapaban de sus jaulas en la ciudad vecina. Lucas era muy joven, pero también rápido y fuerte. Eran sus plumas las más brillantes de la colonia, y su colorido la envidia de sus amigos; sus padres, orgullosos, sabían que todas las hembras jóvenes caerían enseguida rendidas ante sus encantos. En efecto, la primavera había llegado al bosque, y con ella la primera llamada a la reproducción de los más pequeños. La colonia era un bullicio de cantos y exhibición de colorido: los jóvenes se esforzaban por seducir a las hembras sabiendo, sin embargo, que no podrían competir con el brillo y colorido del plumaje de Lucas. ‘Por cierto, ¿dónde está?’, se preguntaban. ‘Sí, ¿dónde está?’, reían las nerviosas hembras, que ya se lo rifaban. La madre de Lucas, inquieta, salió a buscarle.

Pero Lucas estaba lejos de allí: en un claro del bosque, sobre un árbol caído. El mismo lugar en el que pocas semanas antes vio por primera vez a Andrea, una ardilla, y algo se removió en su interior. Sucedió el primer día de la primavera, mientras Andrea buscaba frutos y semillas bajo el árbol. Lucas quedó cautivado por el suave pelaje, la cola erguida, los ojitos tiernos que también le miraban. ‘¿Qué me pasa?’, pensó. Pero sin preguntarse más, Lucas y Andrea rozaron plumas y pelo, boca y pico, calor con calor. ‘No entiendo lo que ocurre, Andrea’. ‘¿Y qué más da? A mí me gusta. Baila sólo para mí’. Y sobre aquel árbol caído, Lucas desplegó las plumas más hermosas del bosque, ejecutando sus vigorosas danzas, y logrando enamorar a Andrea. ‘Te quiero, Lucas’. ‘Quiero que estemos siempre juntos’. Los dos animales vivían el momento más feliz de sus vidas. Desde entonces se encontraban allí cada día, en el mismo sitio. Y cada día se conocían mejor, y se querían más; aún no se preguntaban nada.

Este encuentro, sin embargo, fue diferente. La madre de Lucas les descubrió y observaba desde lo alto un árbol. Algo se rompió dentro de ella e irrumpió en el claro gritando. Andrea, asustadiza como todas las ardillas, salió corriendo y se internó en el bosque. ‘¿Qué haces, mamá? ¡Has asustado a Andrea!’. Pero la madre se sentía cada vez más enfadada. Le llevó al nido y, junto con su padre, intentó explicar a Lucas las muchas razones por las que aquello ni era normal, ni estaba bien. ¡Tenían tantas esperanzas puestas en su hijo! Quizá incluso podría ser el líder de la colonia algún día… ¿Y lo iba a estropear todo por un capricho pasajero? Lucas buscó consuelo en sus amigos, pero tampoco le entendieron. Descubrió incluso que había horribles palabras para designar a aquellos que amaban a los que no eran como ellos. Así, lo más preciado de su vida quedó enterrado entre reproches y el joven loro se convenció de que el futuro que la colonia tenía programado para él era mucho más importante que Andrea.

La ardilla seguía acudiendo cada día al claro del árbol caído, pero allí no había nadie. Pasaron treinta días y Andrea no perdía la esperanza: hasta que un día vio por fin aparecer a Lucas, y el corazón le latía aún más deprisa. ‘¡Has venido! ¡Por fin! Vente conmigo, Lucas. Las ardillas nos mudamos a otro bosque, en busca de alimento. Ellas te aceptarán. Nos ayudaremos mutuamente a conseguir comida, y tú y yo estaremos siempre juntos’. Pero Lucas no había venido a eso: había venido a despedirse. ‘Esto no es normal, Andrea, tienen razón todos. Además las hembras de mi especie me esperan, mi familia me necesita, seré importante en la colonia. Debo quedarme con ellos: nuestra vida está ya escrita… Ojalá esto no fuese tan difícil’. ‘¿Y crees que para mí ha sido fácil?’, respondió Andrea tristemente. ‘Sé valiente, Lucas, es nuestra felicidad lo que importa, si no hacemos daño a nadie’. ‘Pero sí lo hacemos, Andrea. No insistas: debo irme’. La ardilla no pudo retenerle, y como estaba triste derramó dos lágrimas: una porque no podría estar con Lucas, al que tanto quería, y otra porque sabía que Lucas nunca iba a ser feliz: había sido derrotado.

El tiempo pasó: llegó el verano y las ardillas se fueron. En la colonia todos parecían contentos: los padres de Lucas, sus amigos, las hembras pretendientes… Todos menos Lucas. Pasó el otoño y sus plumas perdieron brillo. El invierno apagó sus colores. Y ya nunca sonreía. Llegó de nuevo el primer día de la primavera, y el loro acudió al claro del árbol caído: pero no había nadie allí. ‘Hoy sería nuestro aniversario’, pensó. Y desde entonces acudió allí cada mañana. Un día, sin embargo, alguien apareció: no era Andrea. Era un viejo loro, de los más ancianos de la colonia. Vivía solo y apartado del resto, en un pequeño árbol. Lucas le vio acercarse, despeluchado y cojo: ‘tenemos que hablar’, le dijo. ‘Yo te comprendo’. ‘Nadie puede comprenderme, anciano. No hay nadie como yo’. ‘¿Estás seguro?’, preguntó el viejo con una leve sonrisa. Lucas tardó en comprender. ‘¿Tú también te enamoraste de una ardilla?’. ‘A mí me van más los conejos’, respondió el anciano y los dos rieron con complicidad. Pero pronto la tristeza retornó al rostro de Lucas. ‘Entonces ya sé la vida que me espera’. ‘No te resignes. Yo tomé la misma decisión que tú, porque también pensé que era lo que debía hacer. ¿Y sabes lo que aprendí?’. Lucas escuchaba atentamente. ‘Que todos los que me aseguraban que aquello era sólo un error, y que lo mejor para mí sería rechazarlo… Ellos volvían al nido y encontraban a sus queridas parejas y a sus hijos, pero yo estaba solo. Nunca pensaron en mí al aconsejarme, sino en el nombre y la respetabilidad de la colonia’. ‘Ya, pero ¿y si tienen razón, y esto no es natural?’ El viejo se echó a reír. ‘Son un puñado de pájaros tropicales viviendo en un bosque. ¿Y ellos te hablan de lo que es natural?’. Después, se puso más serio. ‘Lucas, ¿porqué dejar que te juzguen quienes no aceptarían juzgarse a ellos mismos?’ El joven loro seguía confuso. ‘No me veo capaz de tomar esa decisión. Mi familia espera tanto de mí…’. El viejo sonrió. ‘¿Sabes lo que me dijo tu madre cuando me envió aquí?’ Lucas agitó las alas del susto. ‘¿Es mi madre quien te envía?’ El anciano continuó hablando: ‘Tu madre estuvo seis años en una jaula antes de escapar y venir a la colonia. No quería que su hijo creciese en una prisión como ella: pero ha comprendido que es justo lo que está ocurriendo’. Lucas se sentía inquieto y excitado. El viejo se incorporó torpemente para irse, pero antes de alejarse le susurró al oído: ‘He oído que las ardillas pasarán esta primavera en el oeste’.

Lucas dejó de pensar: igual que hizo el primer día, cuando encontró a Andrea. Salió volando con tal fuerza que dejó una nube de polvo en el aire. El anciano se dio la vuelta, sintiéndose alegre y melancólico a la vez. Sobre el claro aún flotaban brillantes plumas formando un arco iris.

Al

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Esta fábula formará parte del libro que estamos preparando con «Las fábulas del loro y la ardilla». ¿Quieres que tu fábula forme parte del libro? Envíanos tu fábula, ¿a que estás esperando?

Comentarios
  1. Anxo
  2. Odysseus the Ithacan
  3. nosololopienso
  4. al

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