Diputado israelí reclama la celebración de bodas entre personas del mismo sexo en Israel, que solo reconoce las celebradas fuera
Nitzan Horowitz, diputado de Meretz en la Knéset (Parlamento israelí) celebró el pasado jueves tres ceremonias de boda, sin validez legal, frente a la corte rabínica de Israel. Horowitz, abiertamente gay, protestaba así contra el hecho de que su país no permita la celebración de matrimonios civiles, lo que entre otras cosas impide a las parejas del mismo sexo poder casarse en Israel pese a que el Tribunal Supremo obliga a reconocer sus matrimonios celebrados en el exterior.
«No existen uniones civiles en Israel, no hay matrimonio entre personas del mismo sexo ni libertad de elección para contraer matrimonio. Cientos de miles de ciudadanos israelíes están privados de un derecho básico. Después de volar fuera y gastarse miles de dólares deben enfrentarse a una maraña de problemas legales y al acoso de los funcionarios de Eli Yishai [en referencia al líder del partido ultraortodoxo Shas y actual ministro del Interior]«, expresó Nitzan Horowitz, uno de los tres representantes de la formación izquierdista Meretz en la Knéset, y único diputado abiertamente gay de Israel.
En este punto conviene explicar que, por lo que a la legislación matrimonial respecta, el estado de Israel vive una situación peculiar, ya que solo existe el matrimonio religioso, aunque los matrimonios civiles celebrados en el exterior son legalmente reconocidos. Ello obliga a que la mayoría de la población, religiosa o no, recurra al rabinato para unirse según la ortodoxia judía, aunque también pueden celebrarse matrimonios religiosos cristianos o musulmanes. Pero si una pareja israelí desea contraer matrimonio no religioso debe hacerlo en el extranjero, y luego solicitar su registro en Israel. Son muchos, de hecho, los que optan por cruzar la frontera para celebrar un enlace secular en el vecino Chipre.
Por lo que se refiere al matrimonio entre parejas del mismo sexo, el Tribunal Supremo del país, que en 2006 aceptó la petición de cinco parejas gays casadas en el extranjero que solicitaron ver su matrimonio reconocido, obliga a la administración a registrar sus matrimonios, pero sucede lo mismo: estos deben celebrarse en el extranjero. En este caso, además, los impedimentos prácticos son mayores. Hace un año nos hacíamos eco, por ejemplo, del caso de un ciudadano uruguayo casado con un israelí en Canadá, al que el Ministerio del Interior israelí puso trabas para reconocer su matrimonio pese al dictamen del Supremo. Y aunque según los sondeos la mayoría de la población israelí apoyaría la aprobación del matrimonio civil, hasta ahora la Knéset ha rechazado todas las propuestas presentadas en ese sentido.
El acto celebrado de Horowitz tenía, por otra parte, un marcado componente de protesta contra las recientes declaraciones homófobas del rabino Eli Ben Dahan, candidato en las próximas elecciones de la formación religiosa HaBayit HaYehudi (Hogar Judío), que al igual que Meretz cuenta con tres diputados en la actual Knéset. Ben Dahan describió el matrimonio entre personas del mismo sexo como una vía hacia «la destrucción del pueblo judío». El líder de su partido, Naftali Bennett, había hecho días antes un llamamiento para que Israel dejara de reconocer los matrimonios entre personas del mismo sexo celebrados en el extranjero, algo que en su opinión «choca contra los valores del estado de Israel».