Dos películas magistrales
Queremos empezar el año (por si trae suerte) con la reseña de dos películas francesas absolutamente espléndidas, las mejores de 2013 según nuestro criterio. La buena recepción de crítica y público a nivel mundial ha conseguido además que sean visibles, con la importancia que eso sigue teniendo en muchos países.
Cuando supimos que Abdellatif Kechiche iba a llevar a la pantalla el cómic erótico Le bleu est une couleur chaude empezamos a dar palmas de emoción. No en vano es el autor de dos películas fascinantes que te recomendamos si aún no has visto: La escurridiza y Cuscús. En la pantalla, los dos primeros capítulos de La vida de Adèle, una chica de la que conocemos sus primeros escarceos amorosos y sexuales en busca de su orientación (sea cual sea). Estamos tan cerca de ella (el director no nos deja ni un pequeño desahogo) que casi se diría que somos ella. La aparición de Emma hace que su insatisfacción, su tristeza vital, se apacigüe por fin. En una preciosa escena, un hombre le dice a Adèle: “si vamos a morir mañana ¿no da igual a quien ames?”. O algo similar.
Las escenas sexuales, narradas con la misma crudeza que el resto de la película, han levantado las críticas de las lesbianas gafapasta pero han abierto un mundo a algunas otras señoras que ni sabían que esas cosas se podían hacer.
La última parte es tan asombrosa como la de El desconocido del lago: esa cruda escena en la cafetería que tanto recuerda a Laurence Anyways y un final rohmeriano que nos deja cavilando unas cuantas horas sobre el azar, sobre cómo la vida podría haber sido distinta si hubiésemos esperado un minuto más, si no hubiésemos entrado en ese bar, en ese vagón de metro.
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En cuanto a El desconocido del lago, dirigida por Alain Guiraudie, lo mejor es no decir nada del argumento, o decir lo mínimo. Un sitio de cruising junto al lago, diez días consecutivos de un verano, la repetición casi matemática de una serie de planos: la llegada al parking (incluso llegamos a identificar los coches de los usuarios), el camino por el bosque, las miradas al salir a la orilla del lago… todo en busca de la desnudez geométrica, de la deambulación entre una coreografía de miradas. A través de los ojos del protagonista vamos conociendo a los personajes: el hombre que se sienta solitario en un extremo de la playa, el guapo nadador de enorme bigote, el hombre de los martes, que solo la chupa con condón, el que busca mujeres, el inspector (fascinante personaje donde los haya).
Comparte con La vie d’Ádèle la naturalidad y la absoluta falta de pudor en las escenas sexuales. Para mofa y befa eterna, algunos críticos han calificado dichas escenas como gratuitas ¡en una película que transcurre íntegramente en un lugar de cruising! Habríamos preferido en cualquier caso que no se hubieran utilizado dobles de cuerpo, pero el director ha prometido seguir explorando en ese camino que se le antojaba imposible, y que, sin embargo, cada vez lo es menos.
Hay muchas cosas que convierten a L’inconnu du lac a en una película fascinante: que una de las escenas fundamentales de la película esté rodada a 200 m. de distancia (algo que me retrotrajo al maravilloso final de A través de los olivos) y esa segunda parte en la que la abstracción recuerda al mejor Lynch o a la segunda mitad de Tropical Malady, ese suspense que va in crescendo y alcanza casi el paroxismo en los minutos finales, y ese final inmejorable, uno de los mejores del cine reciente, tan bueno o más que el de La vie d’Adèle.
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No he visto la vida de Adèle, pero hablando de escenas de sexo lésbico me ha venido a la cabeza aquella que aparecía en el «Cisne negro» con la Portman. Jamás he visto una escena así entre varones en ninguna película comercial, exceptuando escenas edulcoradas en algún caso aislado; entre mujeres sí, pero entre hombres no. Me parece que no tengo que seguir explicando de cuál es el porqué…
Aun no he visto la vida de Adele… pero por ahora la mayoría de críticas de lesbianas que he leído son muy negativas. Pocas ganas me han dejado…
Los franceses tienen la cosa esta de «épater le bourgeois», que no deja de ser una bobada, porque a los únicos que «epatan» es a sí mismos y a sus represiones.
Los anglosajones tienen en esto una actitud mucho más sana.