Dos pelis de polis

Algunos de los, siempre amables, lectores de estos Desayunos nos llevan recomendando desde hace mucho tiempo Freier Fall (Alemania, 2013), dirigida por Stephan Lacant. Dos aguerridos muchachotes que se están preparando en la academia de policía (o algo así, que no estoy yo muy puesto en esas cosas) se enamoran.

Hanno Koffler es Marc, un hombretón que acaba de mudarse con su esposa embarazada a casa de sus padres (o a una casa junto a la de sus padres). No sabemos si por el agobio de la futura paternidad o por la pesada de su madre, el caso es que cae en los brazos de Kay, interpretado por Max Riemelt (como para no caer). Carreritas por el bosque, jugueteos en la piscina, porrito a medias y zas.

Que no es que la película sea especialmente sutil, pero se deja ver con agrado (quizá el enternecedor personaje de la mujer de Marc hace que la historia gane puntos cada vez que ella sale). Por lo demás, la cosa es previsible: que sí, que no, que yo soy, que yo no soy, que sí, que tú sí eres, bueno, soy pero solo contigo, etc.

Las comparaciones con esa peli de vaqueros son inevitables, pero en este caso, quizá se da más importancia al papel de la esposa, y eso beneficia al film. Al final uno se pregunta: pero ¿por qué demonios no le llama al móvil, joer? Y es que nos gusta muchísimo sufrir en la pelis, pero no sin motivo.

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Freier Fall me ha recordado a otra peli alemana de policías de hace unos años, Cibrâil (Alemania, 2011), mucho más interesante, con un acabado más amateur que resulta fresco y natural. En este caso, otro policía alemán, de esos alemanes que parecen recién sacados de un hammam de Ankara (y que está para hacerle un hijo), vive con su novia tranquilamente hasta que aparece Marco, el primo de la novia, que es abiertamente gay, está también para ponerle un piso en el Barrio de Salamanca y se pasa todo el día en gayumbos por la casa, duchándose y provocando al pobre Cibrâil, que así se llama el turco/alemán. El armario frente a la libertad. Un clásico.

El recién llegado vive en Roma y se pasa una semanita en Berlín de monumento en monumento y de parque en parque, y todo el mundo sabe lo que pasa en los parques de Berlín en cuanto te despistas. El policía, mientras tanto, hace su trabajo de policía, y por un momento nos tememos que la historia desemboque en alguna aburridísima trama de agresiones a homosexuales en los parques y que Marco sea víctima y Cibrâil le salve. Gracias a Dios, el talento del director se da cuenta a tiempo de que lo que el espectador quiere es que follen cuanto antes.

De nuevo carreritas y peleítas y alguna sutil escena en la que el policía asa salchichas gigantescas y el invitado saliva de manera escandalosa (aunque quizá para un espectador alemán, ver una salchicha gigante en pantalla tiene la misma connotación que para un español ver una paella), hace que todo desemboque en lo que imaginamos. Y no sufrimos, o sufrimos poco.

La película está dirigida por Tor Iben, y espero no equivocarme si adelanto que este hombre va a dar mucho que hablar en los próximos años. Que a los tres minutos de película ya le hayamos visto la colita al protagonista dos veces influye, claro.

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