Dos novelas grandísimas
A estas alturas no vamos a descubrir nada a los lectores de estos desayunos si les decimos que Personas como yo (Tusquets, 2013), la última novela de John Irving (que sepamos) es una obra maestra de la literatura. No solo porque el autor sea uno de los más importantes escritores americanos vivos (que lo es: recordemos El mundo según Garp o Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra), sino porque aborda dos temas poco o mal tratados por la literatura en general, y lo hace de manera definitiva, con una naturalidad desarmante que impide al que suscribe ponerle ni una sola pega: la bisexualidad y la transexualidad.
Billy Dean, el protagonista adolescente con el que nos haremos mayores, descubre pronto su amor por la señorita Frost, la estupendísima bibliotecaria del pueblo, una mujer fascinante con muchos secretos que contar. Y casi a la vez, descubre su amor por Kittredge, el chicarrón deportista que es pura testosterona y que nos contará aún muchas más cosas incluso que la señorita Frost.
Pero es que a lo largo de la novela, el cúmulo de personajes es a cual más impresionante (¡ese abuelo transformista!) y nos conducirá finalmente hasta las calles de Chueca en Madrid en busca de un padre ausente que hará aplaudir a los asiduos del barrio pese a algún patinazo en los bares “inventados” (y grandísimos aciertos cuando describe los reales).
Que no digo más, que corran a leerla si es que no lo han hecho ya. Que es un diez absoluto.
Y ya que estamos con escritores norteamericanos y novelas enormes, hablemos de El arte de la defensa (Salamandra, 2013), la primera novela de Chad Harbach que se revela como uno de los grandes. Una novela sobre béisbol. Pero no se asusten: yo mismo no entiendo nada de béisbol (ni de ningún juego de esos con pelotitas de por medio en general). Pero es que el béisbol, pese a que ocupa una gran parte de la novela, es solo el telón de fondo de las vidas de unos personajes que atrapan desde el primer instante: Henry Skrimshander, un chico jovencito que se demuestra especialmente talentoso para el deporte y que, sin embargo, en los momentos cumbres se deshincha como un globo en un cumpleaños. Pero también Mike Schwartz, su compañero, su entrenador. Quizá algo más. Y el rector Affenlight, que descubre (tardíamente) su atracción fatal por un estudiante, el divino Owen. Y Pella, la hija de Affenlight.
La relación entre Skrimshander y Schwartz, un bromance en toda regla, abocado a la disolución en cuanto se acaben esos preciosos años de universidad, hace casi que nos preguntemos por lo mismo que se preguntan ellos: ¿y nosotros? ¿qué tenemos nosotros?
El arte de la defensa no es solo una de novela de béisbol, claro, es pura literatura, con continuas referencias a Herman Melville y en busca de escribir esa gran novela americana de la que tanto se habla. Desde luego, es un paso de gigante y esperamos ansiosos la próxima.