"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Pasiones que no lo son

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El año pasado, en el culebrón británico Hollyoaks, un personaje adolescente, John Paul salió del armario y tuvo dos relaciones muy diferentes. La primera de ellas con Craig, un chico de su edad con serios problemas de autoaceptación, y la segunda con Kieron, un joven sacerdote que se instala en el pueblo. Los internautas ‘partidarios’ de Craig mantenían que entre él y John Paul había más ‘pasión’. Y digo yo, ¿no será que confundimos ‘pasión’ con ‘sufrimiento’? Porque que yo sepa, el tal Craig es un personaje autodestructivo sumido en una espiral de autonegación que le lleva finalmente a emprender la huída, dejando al otro chico bastante tocado emocionalmente, detalle que al parecer, para algunos, es la esencia de ‘lo gay’. Todo lo contrario que Kieron, que tras un periodo de ocultación, decide abandonar el sacerdocio y apostar por su relación, afrontando las consecuencias. Es curioso que un acto tan ‘heroico’ como este llevara a algunos a definir esta relación como más ‘convencional’ y carente de ‘pasión’.

El hecho de que durante muchos años, y aún todavía, muchos de nosotros hayamos vivido relaciones furtivas, el hecho de que, incluso a estas alturas, persista la falta de modelos positivos de parejas homosexuales, parece que nos tiene algo despistados, y es que corremos el riesgo de aceptar como ‘pareja’ lo que no lo es en absoluto. Y con esto no quiero decir que tengamos que amoldarnos al modelo heterosexista de pareja. Lo que quiero decir es que en una relación los dos tienen que desear lo mismo. Que un joven (o no tan joven) homosexual acabe ‘conformándose’ con una relación que no le llena, que no le satisface, sólo porque la falta de modelos le ha convencido de que eso es lo mejor a lo que puede aspirar, debe preocuparnos a todos. Y mucho más debe preocuparnos el que haya gente que piense que eso es ‘lo gay’. ‘Lo gay’ será lo que cada gay decida ser, y ahí habrá de todo. Habrá quien decida ser soltero, habrá quien opte por una pareja más tradicional, habrá quien prefiera una pareja abierta, incluso habrá quienes decidan incluir una tercera persona en su vida, pero esa decisión no será plenamente libre mientras no existan referentes positivos de todos los tipos de relaciones. Y ya estamos otra vez a vueltas con la visibilidad.

Hablaré ahora de otra historia de ficción, la que se nos cuenta en la película ‘Boy Culture’ –intentaré no destriparla, lo prometo-. Un chico joven, pero no tanto, chapero de profesión, que se hace llamar ‘X’, está enamorado de su compañero de piso, Andrew, quien parece corresponderle, pero hasta ahora no se han permitido estar juntos. En el día a día de ‘X’ también están Joey, un chico jovencísimo al que ‘X’ prácticamente ha adoptado después de que sus padres lo echen de casa por homosexual, y uno de sus clientes, Gregory, con el que siente una íntima y enriquecedora conexión. Ni ‘X’ ni Andrew parecen estar realmente seguros de que una posible relación entre ellos funcionara. El problema es que la ‘profesión’ de ‘X’ convierte esa relación en algo bastante lejos del prototipo de pareja tradicional que ambos, sobre todo Andrew, tienen en mente. No obstante, cuando Andrew vuelve a casa de sus padres con motivo de un evento familiar y se encuentra con la posibilidad de una relación de esas que todo el mundo, incluida su familia, está dispuesto a aceptar sin discusión, tiene ocasión de comparar. ¿Con qué modelo se quedará al final? ¿Con el chico con el que todos quieren unirle para formar una pareja tradicional o con el chapero de extraña familia? El dilema es de los difíciles de resolver porque no siempre se tiene la cabeza lo suficientemente clara y limpia de ideas preconcebidas como para elegir lo que realmente queremos. Lo peor es que estas dudas, que tanta energía requieren de nosotros, benefician a quienes nos odian, ya que nos hacen perder el tiempo poniendo en orden nuestros sentimientos y decidiendo cómo nos sentimos en lugar de emplearlo en plantarles cara. El día que dejemos de escondernos, el día en que deje de darnos miedo o pudor mostrar a los demás lo felices que somos en nuestras múltiples y diferentes relaciones, quizá a muchos les sea más fácil comprender que lo idílico idealizado no es sino una parte pequeña y reducida de todo a lo que podemos aspirar, de que lo deseado y por conocer no es tan desconocido ni tan lejano, que algo igual o muy parecido a aquello que anhelamos está pasando justo al lado, igual que ha pasado siempre. De nosotros depende.

Raúl Madrid.

Comentarios
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