Reducida a un mes la condena a tres años de prisión de los seis jóvenes tunecinos acusados de practicar la homosexualidad
La Corte de Apelaciones de la localidad tunecina de Susa ha reducido la pena impuesta a los seis jóvenes estudiantes acusados de practicar la homosexualidad, condenados inicialmente a tres años de prisión, resolviendo que se limite a un mes. Al sobrepasar el tiempo de detención que ya cumplieron antes de la libertad condicional, los acusados no tendrán que volver a ingresar en la cárcel, ni se verán obligados a sufrir los abusos y torturas a que fueron sometidos durante ese período.
El pasado 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, un juez de la localidad tunecina de Kaiurán dictó una condena a tres años de prisión, la máxima establecida por la ley, para seis jóvenes estudiantes, a quienes halló culpables de vulnerar el artículo 230 del Código Penal de Túnez, que castiga las relaciones sexuales entre varones adultos.
A este castigo, se añadió el de destierro de Kaiurán durante los tres años siguientes al cumplimiento de la pena. Uno de los condenados, además, fue hallado culpable del delito de “atentado al pudor” por haber sido encontrados en su ordenador vídeos que el juez consideró “inmorales”.
Una vez presentado el correspondiente recurso, el pasado 7 de enero la Corte de Apelaciones de Susa dictaminó la puesta en libertad provisional de los seis jóvenes, tras abonar una fianza de 500 dinares (225 euros, 245 dólares). La vista de la apelación se fijó inicialmente para el 25 de febrero, pero fue aplazada hasta primeros de marzo.
Más de dieciséis organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos hicieron llegar su protesta al Gobierno de Túnez, solicitando la retirada de los cargos contra los seis estudiantes y la derogación del artículo 230. El presidente Béji Caïd Essebsi, sin embargo, declaró durante un viaje oficial a Egipto que “rechazaba” esa medida, y que la derogación de la ley homófoba “no tendrá lugar”.
Finalmente, la Corte de Apelaciones ha fallado la anulación de la pena de destierro y la reducción de la condena por las prácticas homosexuales a un mes de prisión, tiempo que ya excede al transcurrido entre su detención y la libertad provisional, por lo que no tendrán que volver a ingresar en la cárcel. También ha establecido una sanción de 400 dinares (180 euros, 195 dólares). La decisión es semejante a la tomada con otro joven, conocido como Marwen, que fue condenado inicialmente a un año de prisión por el mismo delito, pena que luego se redujo a los dos meses de cárcel que ya había cumplido.
La abogada de los estudiantes ha comunicado que cuatro de ellos recurrirán al Tribunal de Casación, quizás en busca de que la primera condena sea anulada y así poder quedar libres de unos antecedentes que serán un obstáculo permanente para sus carreras universitarias y profesionales.
El espanto del abuso y la tortura
Aun denunciando lo esencialmente injusto de cualquier condena por homosexualidad, en este caso hay que congraturlarse al menos de que los jóvenes no tengan que volver a ingresar en la cárcel. El relato que uno de los estudiantes hizo a la organización LGTB tunecina Shams de su detención y estancia en prisión es aterrador. A partir de ese testimonio, así reconstruían los hechos desde la página de Shams (en árabe, traducido al inglés en esta página), con las palabras del joven de 19 años entrecomilladas:
El 1 de diciembre, los seis jóvenes estaban en un apartamento de estudiantes en Kaiurán. De los seis, solo cuatro eran residentes. De los otros dos, uno de ellos se había escapado de su casa después de un altercado con su familia. Su familia había denunciado su desaparición, y la policía lo localizó junto a los otros cinco.
Tras ello, la policía irrumpió en la casa de los estudiantes el 1 de diciembre, mientras que los seis jóvenes estaban cenando. Confiscaron los móviles y ordenadores portátiles de los seis jóvenes. Tres días más tarde, fueron detenidos después de que la policía encontrara un vídeo pornográfico gay en uno de los ordenadores.
«Me negué a ser sometido al examen anal en la clínica, por lo que me golpearon y torturaron física y mentalmente. Finalmente accedí».
Nunca olvidará las palabras que usó el médico —»¡Agáchate, como si fueses a rezar!»— antes de introducirle un instrumento en el ano y realizar la exploración rectal.
«El calabozo de la comisaría era como una tumba».
Pero la cárcel fue peor.
«Nos encerraron en una habitación con otros 190 presos, y los abusos por parte de los guardias de la cárcel comenzaron inmediatamente. Nos hicieron dormir en el suelo sin mantas ni colchones».
Así es como el muchacho, condenado por violar el artículo 230 del Código Penal de Túnez, describió las circunstancias inhumanas de su primer día en prisión, un día de diciembre frío y húmedo.
Al día siguiente, los guardias les llevaron a la peluquería.
«Nos afeitaron la cabeza, mientras nos pegaban e insultaban».
Pero eso no fue nada comparado con lo que les esperaba los siguientes días.
«Estoy enfermo, y necesito tomar medicación a diario. Cada día, el guardia que me llevaba a la enfermería me acosaba, me acariciaba y me golpeaba en las partes más sensibles de mi cuerpo”.
Eso hizo que su condición psicológica y médica empeorara.
Lo peor era cuando los guardias estaban aburridos. Un cuadro lleno de crueldad.
«Nos exigían que nos pusiéramos a su disposición para divertirles. Durante más de dos semanas, más de quince guardias nos golpearon con palos. Nos obligaban a arrodillarnos para que nos pudieran dar patadas más fácilmente. Nos escupían y nos torturaban con agua, y solo nos soltaban cuando ya no podíamos aguantar más».
Los guardias difundieron a propósito entre los demás presos el crimen que les había enviado a los seis a prisión, lo que transformó sus noches en la celda en largas pesadillas.
«Los demás presos nos pegaron, nos golpearon en nuestras partes íntimas y trataron de robarnos la ropa. Su líder nos puso en el centro de un círculo, rodeados por los otros presos, que nos pegaban con un palo para que bailásemos. Nos hacían preguntas muy íntimas. Si no contestábamos, nos pegaban. Si lo hacíamos, también nos pegaban».
Su estancia se convirtió en una lucha contra torturadores y violadores. No fueron capaces de dormir debido a las amenazas de los otros presos:
«Vais a ver lo que os vamos a hacer en cuanto cerréis los ojos.»
El joven proseguía:
«Después de dos semanas de horror y tortura, me tomé las medicinas de otro preso, que tenía un problema con los niveles de glucosa en sangre, porque quería suicidarme. Odiaba la vida. Había perdido la esperanza. No podía dormir. Ya no quería vivir. Nuestros seres queridos nos trajeron comida y ropa, pero nos las confiscaron”.
Estos ciudadanos tunecinos fueron sometidos a torturas y condiciones tan severas como las de Guantánamo. Fueron escupidos por el sistema judicial a las cloacas de la humanidad y al pantano de la injusticia. El joven concluía:
«Incluso después de salir de la cárcel, ya no puedo seguir viviendo: todo se me ha vuelto negro. No puedo comunicarme con mi familia o salir de mi habitación. Me han arruinado los estudios, me han arruinado la vida. No puedo enfrentarme a nadie. Mi país me ha destruido. Me han oprimido y me han destrozado».
Esperemos que tanto él como sus compañeros logren encontrar la fortaleza y el apoyo necesarios para poder seguir con sus vidas. Aunque el recuerdo de la infamia sufrida será difícilmente superable.