Ilusión en el otoño de la vida: crítica de «En 80 días» y entrevista al codirector José Mari Goenaga
Aunque finalmente no fue seleccionada, Loreak (Flores) (Loreak, 2014) se convirtió este año en la primera obra en euskera preseleccionada al Óscar a mejor película en lengua no inglesa. Hermosa tanto visual como narrativamente, esta cinta supone una apasionante mirada al universo femenino a través de tres mujeres muy diferentes conectadas por un misterioso ramo de flores. Curiosamente, está dirigida por dos hombres: Jon Garaño y José Mari Goenaga, cuya anterior colaboración es precisamente una de las obras de temática LGTB más maravillosas y tristemente olvidadas de nuestro cine: En 80 días (80 egunean, 2010), uno de los retratos más destacables del amor, tanto entre dos mujeres, como entre dos personas mayores que ya habían renunciado a la pasión, que ha dado nuestra cinematografía. A esta excepcional obra, que, junto a la irregular Freeheld [crítica], protagonizó la V Muestra de Cine Lésbico el pasado Día de Visibilidad Lésbica, me dedico hoy.
En 80 días es la historia de dos mujeres, amigas de la infancia, conectadas inesperadamente en la última etapa de sus vidas: Axun (Itziar Aizpuru, ganadora del Premio Feroz por Loreak) y Maite (Mariasun Pagoaga); casada y conservadora, la primera; liberal y abiertamente lesbiana, la segunda. Un breve intercambio de palabras basta a ambas (y al rápidamente interesado espectador) para comprobar que la química que compartían de pequeñas sigue intacta. Pero el amor nunca ha dependido sólo de los sentimientos; y, cuando se ha aprendido a vivir sin él, menos aún. Sensible y sutil, pero también juguetón, el film se mueve delicadamente entre la comedia y el drama para plantear la lucha constante de las protagonistas entre la ilusión más infantil y el temor más maduro. Esmeradamente impulsado por la fotografía de Javier Agirre, la música de Pascal Gaigne y las interpretaciones de todo el reparto, el guion de Goenaga y Garaño cobra vida con extraordinaria elegancia, siendo sorprendente que se trate del primer largometraje de ficción de ambos cineastas.
Imprescindible para todos los enamorados de Loreak, así como para todo aquel interesado en la escandalosamente escasa cinematografía LGTB española, En 80 días conforma, junto a A escondidas (Mikel Rueda, 2014) —a la que prometo dedicarme próximamente—, un peculiar díptico vasco acerca de la homosexualidad, representando dos romances diametralmente opuestos pero también unidos por la necesidad de luchar contra la homofobia directa e indirectamente. Así, En 80 días da el protagonismo a dos mujeres lesbianas que reciben una última oportunidad en el otoño de sus vidas y A escondidas hace lo propio con dos jóvenes gais en pleno proceso de autodescubrimiento. Inexplicablemente, desde la aprobación del matrimonio igualitario en España el pasado 2005 (año del estreno del infravalorado Reinas de Manuel Gómez Pereira), pocos más han sido los títulos patrios dedicados a una realidad más que presente. Podemos estar por tanto agradecidos a la cinematografía vasca, la cual atraviesa además uno de sus mejores momentos.
Del auge del cine vasco, la representación de la mujer y la realidad LGTB y la necesidad de conectar con cualquier temática que se aborde he tenido la oportunidad de hablar con José Mari Goenaga, coescritor y codirector de En 80 días y Loreak, en la enriquecedora entrevista que os ofrezco a continuación.
Tanto En 80 días como Loreak tienen una esencia inevitablemente española pero a la vez muy vasca que recuerda también a la reciente Amama, incluso al cine de Julio Medem… ¿Podemos hablar de una identidad propia del cine vasco?
Me da la sensación de que influye más estar alejado de Madrid, pues el lugar donde produces conlleva vicios y a nosotros los referentes de cine español nos llegan tamizados por una serie de filtros. En la capital los cineastas se conocen más entre ellos, lo que conlleva similitudes que vuelven nuestro cine más diferente. La esencia de una cinematografía la componen muchos factores; el mero hecho de sacar la cámara a la calle te da una textura y una estética. El cine vasco es diferente al igual que lo pueden ser el andaluz, el catalán o el gallego. Luego cada uno tiene sus referentes. A nosotros nos relacionan con el cine japonés o el escandinavo a propósito de aspectos que también se pueden aplicar a Amama. Pero no es algo consciente.
Durante los últimos años ha habido un despliegue de cine vasco. Además de Loreak, en 2014 vieron la luz A escondidas, Lasa y Zabala, Negociador, Ocho apellidos vascos… ¿Cómo se vive esta situación allí? ¿Puede ser consecuencia de la estabilidad política?
Se vive con mucho optimismo. Supongo que la situación política sirve para abrir el cine a nivel temático, pues antes era más complicado posicionarse sobre determinados temas. Y, claro, películas como Negociador o Lasa y Zabala hace ocho años, bien no habrían sido posibles, bien habrían supuesto un impacto de la medida de La pelota vasca (2003), que trató en su día el tema de manera frontal. Quizá sea un espejismo, pero sí se percibe que nuestro cine está atravesando un buen momento. En San Sebastián se ha pasado de no haber nunca una producción rodada en euskera en la sección oficial (Días de humo optó a la Concha de Oro en 1989, pero estaba rodada parcialmente en castellano), a contar con dos consecutivas (Loreak y Amama). Creo que esto es también consecuencia de la apuesta por el cortometraje vasco que se hizo desde el Gobierno Vasco y la Filmoteca Vasca al crear el catalogo de Kimuak, una carpeta con más de quince años de trayectoria que todos los años saca una selección de cortometrajes que se encarga de distribuir. De ahí han salido 7:35 de la mañana (2003) y Éramos pocos (2005), candidatos ambos al Óscar, con lo que la carpeta ha adquirido mucho prestigio. Los propios festivales reciben con más entusiasmo los cortometrajes avalados por ella, con lo que se ha disparado la producción de cortos vascos: cada convocatoria de Kimuak recibe unos ochenta. De ahí hemos salido nosotros, pero también Borja Cobeaga, Nacho Vigalondo, Pablo Malo, Asier Altuna, Telmo Asnal, Koldo Almandoz… Se habla de una tercera generación de cineastas vascos: la generación Kimuak. La primera sería la que formaron Imanol Uribe, Montxo Armendáriz, Pedro Olea, Víctor Erice… La segunda, la de Julio Medem, Juanma Bajo Ulloa, Enrique Urbizu y Álex de la Iglesia. Aún no estamos a la altura de nuestros predecesores, pero el movimiento es palpable.
Aun así, con lo difícil que es hacer cine español, hacer cine vasco tiene que ser todavía más complicado…
Producirlo, no; pero distribuirlo, sí. El gobierno vasco y EITB saben que el cine en euskera tiene dificultades para encontrar financiación exterior, con lo que hay discriminación positiva. Loreak tuvo la suerte de contar también con la ayuda del Ministerio de Cultura, el ICAA y TVE. Doblar o no la película es otro dilema; nosotros preferimos evitar el doblaje pero hay ciudades donde no puedes exhibir una película en versión original; no doblamos En 80 días porque la empresa con la que coproducíamos tenía el antecedente de Aupa Etxebeste! (2005), cuyas copias dobladas funcionaron muy mal pese al éxito que tuvo el País Vasco, y la distribución nacional fue escasísima, también porque la distribuidora no tenía suficiente poder. En el caso de Loreak ya fuimos con A contracorriente films, que tiene más experiencia y nos recomendó doblar la película, pero aun así la taquilla exterior al País Vasco fue regular. De todos modos, cada historia tiene su propio idioma y estas dos historias las vimos siempre en euskera. Y, al haber forma de financiarlas, apostamos por el euskera confiando en los festivales y las ventas internacionales.
¿Y funciona la estrategia…?
No siempre. Con Loreak la verdad es que tras el arranque que tuvimos el San Sebastián, la adquirió Film Factory, una buena agencia de ventas, y teníamos esperanzas de que se vendiese mejor; al final se ha cerrado muy bien porque se ha vendido a Netflix, que ha supuesto una entrada de dinero considerable y la posibilidad de llegar a muchísimos mercados, aunque sea online; a nivel de salas y DVD se ha vendido a menos países, pero gracias a los Óscar logramos estrenar en EE.UU., además, curiosamente, de varios países del este europeo: Grecia, los Balcanes, Israel…
¿Notasteis un gran impulso a raíz de los Goya y los Óscar?
Sí, la película ha seguido una carrera de fondo. El primer impulso tuvo lugar en San Sebastián, donde se concentran muchos medios nacionales que no habrían hecho el mismo caso al film de estrenarse en salas directamente, y las reacciones fueron buenas. Luego llegó el momento de distribuirla y darla a conocer a los académicos. Optar al Goya es un proceso lento y es una pena que cuando lo logramos ya no estábamos en casi ninguna sala. La gente fue descubriéndola por distintas vías: cineclubs, online… Y luego los Óscar supusieron un grandísimo paso. Parece que haces todo el tema promocional tres veces: festival, Goya y Óscar. A nivel mediático, lo más importante fue la preselección al Óscar, porque en los otros casos quedas diluido entre otras producciones, pero de repente tu película es la elegida y llegas a mucha más gente, te vuelven a llamar para nuevos pases y presentar la película… Se renueva el interés.
Sin duda Loreak fue avanzando poco a poco, porque, aun siendo olvidada prácticamente en los Goya (pese a la candidatura principal), terminó siendo preseleccionada para los Óscar por encima de Magical Girl… Sobra decir que no os lo esperabais…
Exacto; de hecho, es que ni fuimos a Madrid. Luego, claro, parecía un desplante. Corrían los días posteriores al festival de cine, al que normalmente sigue la calma tras disfrutar a tope. Vimos la preselección desde la oficina convencidos de tanto Magical Girl como incluso Felices 140 tenían más posibilidades que nosotros. Y, claro, la noticia fue un subidón. Quizá los académicos consideraron que Magical Girl es demasiado atrevida para Hollywood (aunque no comparto esa opinión) y que Loreak tendría más opciones por ser más recatada. Y supongo que a Felices 140 le perjudicó que dos años antes enviásemos otra cinta de Gracia Querejeta, 15 años y un día (2013). Además la distribuidora A contracorriente y la empresa de comunicación WAW hicieron muy buen trabajo. Nosotros, que desconocemos los entresijos comerciales, nos hemos dejado asesorar.
Jon Garaño y tú habéis codirigido tanto Loreak como En 80 días. ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene la codirección? ¿Cómo hacéis para mantener cada uno su esencia sin pelear por ella?
Nacimos casi como un colectivo, pues creamos la productora Moriarti al salir de la escuela de cine. Estudiamos en Urnieta y nos quedamos con ganas de hacer más cosas, siempre en equipo. Yo había estudiado empresariales y no tenía la intención de dedicarme al cine (sólo me gustaba y quería saber un poco más de él desde dentro…), pero sin darme cuenta estaba haciendo cortos, luego documentales y finalmente largometrajes de ficción. Supongo que no tenía una aspiración autoral o una inquietud de contar algo de tal forma; lo he descubierto poco a poco; y cuesta separar qué es mío y qué del grupo: sí sabes cuáles son tus aportaciones pero a fin de cuentas estas surgen de contrastar tus ideas con las del resto. Al principio me preguntaba dónde estaba la esencia autoral, pero luego te vas dando cuenta de que sí hay una esencia colectiva surgida de la dinámica grupal. Yo no sabría decir qué parte es mía o de Jon Garaño, Xavier Berzosa, Asier Acha, Aitor Arregi o Jorge Gil Munárriz a pesar de que luego cuando uno escribe algo enseguida te das cuenta de que le pertenece. Salvo excepciones, hemos dirigido los cortos en solitario y supongo que ahí sí se ve claramente la personalidad de cada uno. Pero incluso esos proyectos nacen del trabajo en equipo. Es valioso tener un grupo con el que estás cómodo diciendo cualquier cosa, sea positiva o negativa; esa es la clave de nuestro proceso creativo.
Es curioso que una productora tan masculina haya entregado dos películas tan femeninas, o sea, con personajes femeninos tan bien desarrollados. ¿A qué lo achacas?
La verdad es que no lo sé; no ha sido algo buscado. En el caso de En 80 días la idea inicial fue de Jon Garaño y luego entré yo en el proceso de guion. Y en el caso de Loreak fue al revés. Pero en ningún momento nos planteamos hacer cine de mujeres; sencillamente en ambos casos la base argumental conlleva que las protagonistas sean mujeres por la relevancia que toma el papel social de la mujer, la maternidad, los rituales en torno a las flores… Pero la película en que estamos trabajando ahora tiene un reparto principalmente masculino… Veremos si nos desenvolvemos igual que con los personajes femeninos. Más allá de compartir el género, la clave radica en conectar con cada personaje.
Se suele decir que es mejor escribir y dirigir sobre lo que mejor se conoce. Sin embargo las protagonistas de En 80 días son mujeres mayores lesbianas. ¿Cómo hacéis para identificaros con estos personajes? ¿Investigáis, buscáis consejo u os limitáis a hacer volar la imaginación?
Yo siempre intento buscar testimonios de personas que me hablen en primera persona de su experiencia. La historia de hecho surgió porque Jon tenía dos amigas que vivieron una historia parecida (aunque a los 30, no a los 70). Es cuestión de pasar la historia por tu filtro: yo no soy mujer ni tengo 70 años, pero sí soy homosexual, con lo que tengo referentes en los que fijarme; Jon no lo es y se guía por otros aspectos. Centrarse en lo que se conoce me parece demasiado limitado: ¿cómo escribir sobre un asesino en serie entonces? La cuestión no es optar por una realidad que se conozca, sino encontrar algo que te una a esa realidad para poder hablar en primera persona de asuntos que no te corresponden directamente. Es un ejercicio de empatía. En el caso de En 80 días ayudó abordar el tema como si de una historia de amor adolescente se tratase: son dos mujeres mayores que se comportan en muchos aspectos como las dos niñas que vemos en algún momento de la película (que muestra que el tópico de que cuanto mayor se es más se aprende no siempre es cierto). Nosotros no hemos experimentado la historia del film, por supuesto, pero sí la ilusión del primer amor, las dudas sobre ser o no correspondido…
Dada la falta de referencias de cine LGTB en España, ¿cómo surgió la idea de hacer una película como En 80 días?
Aunque lo tuvimos en cuenta, nuestro referente principal no fue el cine LGTB, sino el romance clásico: Breve encuentro (1945), Enamorarse (1984), Los puentes de Madison (1995)… Hemos tendido bastante más hacia EE.UU. que hacia el cine español.
No conviene etiquetar En 80 días como una película LGTB, ya que puede funcionar perfectamente con cualquier tipo de público, pero aun así tiene que haber sido un título importante para la comunidad lésbica. Sin ir más lejos, hace poco formó parte de la programación del Día de Visibilidad Lésbica. ¿Qué respuesta percibisteis a este respecto?
Por suerte la película suele gustar al margen de la edad, el género o la tendencia sexual, pero funciona muy bien entre señoras mayores de 50 años, sean lesbianas o no, y entre el colectivo lésbico. La recepción fue muy buena, con lo que fue un alivio, pues siempre temes que la gente no se sienta reflejada. Sabíamos que la historia corría peligro de caer en el ridículo, con lo que, sin olvidar las circunstancias concretas, intentamos siempre abordarla desde sentimientos universales.
La cinta está protagoniza por Itziar Aizpuru, quien también aparece en Loreak. Esta impresionante en ambas cintas (¡vaya robo el de los Goya…!), pero creo que no la he visto en ninguna película más. ¿Es normal que los intérpretes vascos queden relegados al cine vasco, quizá por el idioma?
Sí, influyen el idioma y el acento. Me da la sensación de que, así como el acento andaluz está bastante aceptado a nivel global (ves KIKI: el amor se hace y no te importa que los personajes tengan acento andaluz pese a vivir en Madrid), el acento vasco parece ligado a su contexto. De todos modos Itziar no había hecho cine hasta En 80 días, sólo algún trabajo en televisión y teatro amateur. Ahora ha estado trabajando en la adaptación de la trilogía de Baztán, también en una coproducción con Chile… le van saliendo cosillas, pero es cierto que el euskera genera su propio mercado, con subvenciones y demás, con lo que muchos intérpretes desarrollan su trabajo en euskera. Pero no todos, claro: Bárbara Goenaga, Miren ibarguren, Gorka Otxoa y Unax Ugalde sí hacen carrera fuera. De todos modos, contar con rostros poco conocidos ayuda a que el espectador vea siempre personajes en vez de actores, con lo que al final es positivo. Al menos para nuestras películas.
Además de Itziar y vosotros, en ambas cintas trabajan el compositor Pascal Gaigne y el director de fotografía Javier Agirre… Hace poco escuché a Pascal en El olivo, donde vuelve a ofrecer una partitura maravillosa. ¿Cómo trabajáis para que aporte ese toque tan personal y necesario sin apoderarse de la atmósfera?
Es un trabajo bastante peculiar en relación al resto: tengo la sensación de que con los actores, el director de fotografía o el montador hablo el mismo idioma, pero el del músico es un lenguaje diferente; es importante conocer al compositor y saber qué te puede dar. Pascal a veces se queja de que le contratan pidiéndole “una música al estilo de John Williams”, cuando él presupone que sí se requiere su servicio es para aportar su propia esencia. Poco a poco tenemos más interiorizado el estilo de Pascal y montamos sabiendo lo que su música puede aportar al resultado final. Nosotros montamos con referencias musicales, lo que está muy bien para generar ritmo y sensación pero es un arma de doble filo porque a la hora de añadir la música original necesitas un tiempo para despegarte de esa referencia y puedes sentirte decepcionado sin motivo. A Pascal no le gusta que le des referentes pidiendo algo similar, con lo que en Loreak decidimos no pasárselos (le mostramos la película con ellos para que entendiera la sensación que buscábamos, pero después se la pasamos sin ellos para que pudiera trabajar desde cero, aunque sí le orientamos sobre dónde meter música); era la primera vez que trabajábamos así y funcionó muy bien. También somos conscientes de que el silencio forma parte de la banda sonora y hay que encontrar un equilibrio. Creo que la música es muy importante en algunas formas de hacer cine, como la nuestra. Y Pascal aporta el toque que buscamos. Lo que no nos gusta es el subrayado; siempre cuesta huir de él, pero vamos aprendiendo: en Loreak hay menos que en En 80 días… En cualquier caso, trabajar con el compositor es una carrera de fondo a lo largo de varios proyectos, lo que explica los lazos profesionales que suelen forjarse entre realizadores y compositores.
Curiosamente Pascal fue el único miembro del equipo de Loreak (además de todos, como conjunto, en la categoría principal) candidato al Goya, quizá porque los académicos escucharon la música y no vieron la película… Pese a que su trabajo fuera probablemente el mejor del año, Javier Agirre no fue nominado. Él se apodera visualmente de la puesta en escena, ¿cómo hacéis para darle libertad y a la vez mantener vuestro sello de autor?
Como sucede con Pascal, hemos trabajado con Javier desde el principio, con lo que tenemos confianza plena con él. Sí le damos referencias visuales, fotografías que pertenecen al universo de las cintas para darle pistas, pero sin exigirle una estética concreta. Y él va haciendo propuestas. Él dirige pero también opera, con lo que aporta mucho a nivel de encuadre, elección de localizaciones y planteamiento visual. También influye el director de arte (en En 80 días, Meno Martín; en Loreak, Mikel Serrano, que también trabajó en Amama), claro, pero nosotros nos apoyamos mucho en el director de fotografía para marcar la pauta cromática, también porque somos conscientes de nuestras propias carencias en lo que a referencias artísticas se refiere.
Hablando de referencias, ¿qué directores y estilos habéis tenido en cuenta?
En el caso de Loreak, a nivel de planificación (no estética, pero sí narrativa) tuvimos muy en cuenta el cine de Alfred Hitchcock, del que soy muy fan: a pesar de ser un drama sentimental, queríamos jugar con el suspense, reflexionamos mucho sobre cómo dosificar la información y dónde poner el punto de atención del espectador. Jugamos con el montaje, las miradas y los descubrimientos y planteamos muchas conversaciones donde importa más la reacción de un tercero que el propio diálogo. Luego hay gente que cree que es un coñazo, pero nosotros intentamos enganchar a un espectador ante el que surgen constantemente incógnitas y aparecen datos que los propios personajes no tienen. Y otro referente era Krzysztof Kieslowski, en parte inconscientemente. Cuando reví Azul (1993) sentí que el personaje de Itziar Ituño era un plagio del de Juliette Binoche, quien pierde a su familia y necesita romper con su pasado para empezar una nueva vida. Aunque no lo parezca, él también juega con elementos hitchcockianos. Pensábamos en No amarás (1988), en ese personaje que espía desde su ventana a la mujer de enfrente, un punto voyeur también presente en Rojo (1994) y que por supuesto recuerda a La ventana indiscreta (1954). Sin embargo, el aspecto voyerista de Loreak estaba mucho más desarrollado en el guion de lo que ha quedado en la película.
Con la trilogía de colores de Kieslowski comparten Loreak y En 80 días una atmósfera de perenne tristeza donde hay empero lugar para la esperanza. ¿Vosotros qué punto de vista tomáis?: ¿os dejáis llevar por el tema de la muerte y el ocaso de la vida u os adentráis ahí conscientes de que habrá luz al final del túnel?
A nosotros nos gustaría hacer un cine más alegre, la verdad, pero a veces las cosas salen como salen y no sabes por qué. En el caso de En 80 días quisimos alejarnos un poco del drama puro, jugar con la complicidad del espectador y añadir toques de humor costumbrista, no de carcajada pero sí de sonrisa; creo que el humor acerca mucho al espectador a lo que está viendo porque es muy real y cuando algo carece completamente de él me resulta muy impostado. Quizá en Loreak pecamos de falta de humor; en el guion había más, aunque sí que ha quedado un poso de ironía. El primer montaje duraba dos horas y veinte y al final se quedó en una hora y media…: limas las secuencias pero también quitas cosas. Y no fuimos conscientes hasta bien avanzado el proceso de que estábamos quitando mucho humor. Pero al final una película expulsa determinados detalles por no reconocerlos como suyos. Nos han quedado dos dramas pero no nos gustaría estancarnos en ese género a pesar de que la siguiente cinta también pertenezca a él. A mí por ejemplo la comedia romántica me encanta a pesar de ser un género muy maltratado. El coreano Hong Sang-soo, ahora en cartelera con Ahora sí, antes no, la trabaja mucho porque es un género que tiene muchas posibilidades. Pero supongo que no hay que forzarse a abordar un género u otro: yo ahora estoy trabajando en un thriller dramático con algún puntito de humor. En el futuro, ya veremos.