El cine como experiencia sensorial: críticas de las películas «Viva» y «The Duke of Burgundy»
Como arte audiovisual que es, el cine hace igual uso de la imagen y del sonido. Y es que a las “veinticuatro imágenes por segundo” hay que sumar en la mayoría de los casos la banda sonora que las acompaña. De esta forma, la vista y el oído son los dos sentidos que debemos tener alerta a la hora de ver (y escuchar) una película, si bien hay algunas que consiguen apelar también a nuestro tacto, nuestro olfato y nuestro gusto convirtiéndose en plenas experiencias sensoriales. Ejemplo de ello son las dos cintas de temática LGTB a las que me dedico hoy, ambas merecedoras de ser disfrutadas en pantalla grande para sumergirse en ellas por completo: la cubano-irlandesa Viva y la húngaro-británica The Duke of Burgundy.
Preseleccionada al Óscar a mejor película extranjera, Viva (2015) es la historia de un joven que sobrevive a duras penas en La Habana precapitalista (conmovedor Héctor Medina) cuya existencia da un vuelco al unirse el regreso de un padre largo tiempo desaparecido —el mismo Jorge Perugorría al que dio la fama la cinta cubana LGTB por excelencia: Fresa y chocolate (Tomás Gutiérrez Alea, 1993), donde contaba con un papel diametralmente opuesto— a su debut como drag queen (apoyado por otra figura “paternal”: la exigente Mama a la que da perfecta vida Luis Alberto García). Se trata de la cinta más aplaudida del irlandés Paddy Breathnach, quien, desde que ganase el Premio del Jurado del Festival de San Sebastián con su ópera prima (El crimen desorganizado, 1997) no había vuelto a convencer. Nos encontramos por tanto ante un curioso híbrido de dos países completamente diferentes; y es que, aunque la temática recuerda a las irlandesas Juego de lágrimas (1993) y Desayuno en Plutón (2005), ambas dirigidas por Neil Jordan y centradas en la transexualidad y el travestismo, la esencia del film es puramente cubana, embriagándose la pantalla de la atmósfera de un país único que pronto dejará, para bien o para mal, de ser el mismo. Bellamente filmadas por Cathal Watters, las cuidadas localizaciones nos trasladan a La Habana con exuberancia, jugando la banda sonora un papel fundamental tanto a través de los icónicos sonidos callejeros como por los momentos musicales fruto tanto de la agradable partitura de Stephen Rennicks como, sobre todo, de los espectáculos que el protagonista ofrece con una pasión encomiable. Tan previsible como encantador, el guion de Mark O’Halloran cobra fuerza gracias a un apropiado tratamiento neorrealista dominado por el naturalismo de unas interpretaciones que se ganan con celeridad al espectador.
Por su parte, la mucho más arriesgada The Duke of Burgundy (2014) es un enigmático juego de amor y pasión del que es casi imposible hablar sin estropear parcialmente el visionado. Y es que nos hallamos ante una obra única en su especie capaz de sorprendernos a cada paso que da gracias a la extraordinaria puesta en escena del británico Peter Strickland —receptor del British Independent Film Award por Berberian Sound Studio (2012)—, quien traslada la acción a hermosas localizaciones húngaras. La veterana Sidse Babett Knudsen y la prometedora joven Chiara D’Anna (quien debutó en el film previo del realizador) se entregan en cuerpo y alma a los agradecidos papeles de las amantes protagonistas, sugerentemente acompañadas por el diseño de producción de Peter Sparrow, la fotografía de Nic Knowland y la música de Cat’s Eyes (dignísima receptora del último Premio de Cine Europeo). Todo, desde el movimiento de una puerta hasta el aleteo de una polilla está captado con pulcra sensibilidad, hipnotizando a un espectador que, siempre y cuando esté preparado para degustar tan provocador ritual, dejará la sala fascinado. Difusamente denominada así a raíz de la mariposa homónima, la cinta es casi una travesura de engaño y seducción gracias al elegante uso del fuera de campo. Pocas de las películas que pasarán por la cartelera este año serán capaces de emular tan deliciosa perversidad.
Tanto Viva como The Duke of Burgundy constituyen ricas experiencias audiovisuales que, como he dicho al comienzo del artículo, bien merecen la visita a las salas. La segunda cinta es bastante más innovadora y asombrosa, pero la primera cuenta con el aliciente de ofrecer, por así decirlo, la historia de siempre del mejor modo posible. Una es más experimental y la otra, más comercial, pero las dos serán perfectamente disfrutables para quienes se enfrenten a ellas sin prejuicios. Eso sí, aunque a priori sería un delito perderse alguna de sus calculadas imágenes, os invito a degustar ambas obras cerrando los ojos por momentos para dejaros invadir por los sonidos que las acompañan. Recordad que las películas no sólo se ven, también se escuchan, se palpan, se huelen, se degustan… Se sienten.