Berlín, cuna de subcultura gay: críticas de las novelas «El muchacho» y «El señor Norris cambia de tren»
Durante los años 20 y 30, Berlín se preparaba para una de las etapas más terribles de la historia, combinándose así la desenfrenada ebullición atravesada con un perenne sentimiento de fragilidad y oscuridad. Dos de las novelas más interesantes que han visto la luz en España últimamente proceden de aquellos años, durante los que fueron tanto escritas como ambientadas. Hablo de El muchacho, de John Henry Mackay, y El señor Norris cambia de tren, de Christopher Isherwood, dos clásicos de la literatura gay que merecen más notoriedad de la que han saboreado hasta la fecha.
Cuidadosamente ambientada en el alocado Berlín de los años 20, tiempos de proliferación de una fascinante subcultura gay, El muchacho (Der Puppenjunge, 1926) es obra de John Henry Mackay (1864-1933), quien, bajo el seudónimo Sagitta, escribió varios libros en los que reivindicaba el amor por los muchachos. Tan controvertida temática llevó a los nazis a tacharlos de degenerados y quemarlos, lo que provocó la muerte del autor (probablemente por suicidio) tan sólo diez días después. La novela que nos ocupa es claro ejemplo de tan peculiar prosa, ya que, exenta de prejuicio alguno, expone la complicada relación entre dos jóvenes recién llegados a Berlín: el quinceañero Günther, quien vaga sin rumbo hasta hallar en la prostitución el perfecto sustento (o sea, hacer lo mismo que con el cura del pueblo pero cobrando por ello, tal y como lo expone con sarcasmo el autor), y el veinteañero Hermann, cuya vida sería mucho más ingenua y respetable de no ser porque conlleva un profundo amor por el primero. Aunque más puro y sincero que la mayoría de los amores, el profesado por el joven es peliagudo en todos los sentidos, al convertir a un miembro del mismo sexo menor de edad en el objeto del mismo. Así, la obra resulta revolucionaria incluso hoy en día a raíz de la empatía que genera por un amor moralmente incorrecto (en Berlín, la homosexualidad ya no está castigada como entonces, pero la preocupación por la pederastia está a la orden del día). Los dos protagonistas se ceden constantemente el relevo, haciendo al lector partícipe de ambos puntos de vista de un modo tan intrigante como divertido (sobre todo al presenciar las dos caras del eterno malentendido entre el materialista Günther y el romántico Hermann). Lleno de hilarante ironía, pero también de desgarradora sensibilidad, El muchacho es un melodrama ideal para reflexionar la belleza de los amores políticamente incorrectos.
Situada en la misma ciudad apenas unos años después, El señor Norris cambia de tren (Mr. Norris changes trains, 1935) da comienzo en un tren con destino a Berlín donde William Bradshaw conoce al cómicamente intrigante Arthur Norris, quien se define, según la ocasión como “militante comunista, orador político, espía o agente doble”. Christopher Isherwood (1904-1986), a quien debemos clásicos de la literatura LGTB de la talla de Adiós a Berlín (1932) y Un hombre soltero (1964) —llevados al cine como las excelentes Cabaret (Bob Fosse, 1972) y Un hombre soltero (Tom Ford, 2009), respectivamente—, decidió en esta ocasión dejar la homosexualidad en el fondo aun cuando la relación entre los dos protagonistas está claramente inspirada en la suya con el escritor Gerald Hamilton (1888-1970). De hecho, el autor se planteó seriamente que Bradshaw —quien, como hiciera el narrador de El gran Gatsby (Scott Fitzgerald, 1925), relata los hechos que presencia sin ser el protagonista de los mismos— fuera homosexual y, aunque terminó optando por el mutismo para evitar arrebatar carisma al propio Norris, la forma en que este describe sus destartaladas andanzas es bastante reveladora. Asimismo, la desprejuiciada y nada clara sexualidad desarrollada admite todo tipo de interpretaciones. Tan alocado como el propio personaje que le da título (y como el Berlín de la República de Weimar que la acoge), El señor Norris cambia de tren es un peculiar retrato de los tiempos de liberación e intriga que vivieron Alemania y gran parte de Europa conforme el terrorífico nazismo se abría paso, lo que da a su feliz algarabía un tono agridulcemente cínico.
Pese al horror que el nazismo constituiría para las personas homosexuales, Alemania fue durante la primeras décadas del siglo XX cuna del movimiento LGTB gracias a la floreciente subcultura gay y lésbica de las calles de Berlín. No obstante, la homosexualidad no sería despenalizada hasta 1969, coincidiendo con el despegue de la carrera del realizador alemán Rainer Werner Fassbinder, clave de la cinematografía LGTB. Escritas hace casi un siglo, las obras de Christopher Isherwood y John Henry Mackay —ambos abiertamente homosexuales—, siguen impactando a día de hoy, sensación aderezada por el inexplicable pasotismo de Angela Merkel y compañía en lo que a la aceptación definitiva del matrimonio igualitario se refiere.
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Acerca del Author
JuanRoures
Escritor y activista, hablo de cine en 'La estación del fotograma perdido', de dudas lingüísticas en '¿Cómo se dice?' y de cultura LGTB en 'dosmanzanas' (sección: 'Apolo vive enfrente'). He publicado la novela 'Bajo el arcoíris' y dirigido el cortometraje 'Once bitten, twice daring', ambos de temática gay. También soy corrector ortotipográfico y de estilo. Trabajo en la UAM.