El inicio del Mundial de Fútbol en Rusia no despeja los temores del colectivo LGTB sobre su seguridad
Como en tantas otras ocasiones, cuando los términos «Rusia» y «LGTB» aparecen en una misma noticia no suele ser buen presagio. La seguridad de los fans LGTB que acudan a Rusia sigue sin estar garantizada en el mayor evento deportivo del año, el Campeonato Mundial de Fútbol, a pesar de las promesas de las autoridades de que serían bienvenidos. Un buen ejemplo de ello es la denuncia de Pride in Football, organización británica que tiene como objetivo luchar por la visibilidad del colectivo LGTB en el mundo del fútbol, que ha recibido varios correos electrónicos amenazantes. En uno de ellos los autores adj untaron la imagen de un hombre sosteniendo un puñal de forma agresiva. En otro, se aseguraba que la organización «sodomita» está en el punto de mira de la Policía rusa, por lo que sus miembros deben abstenerse de viajar al país… Cuando la competición cumple su primera semana, hacemos un primer balance de la situación.
La polémica empezó de hecho hace ya varios meses, cuando FARE Network (Football Against Racism in Europe, una organización europea contra el racismo en el fútbol) recomendó a las personas LGTB que no se cogieran de la mano por la calle mientras se encontrasen en Rusia con motivo del Mundial dado que «podría ser peligroso». Pocos días antes del inicio de la competición, por su parte, la británica Football Supporter’s Federation advertía también a las parejas del mismo sexo que viajaran a Rusia que no mostrasen «su sexualidad en público» y recomendaba a las personas trans que fueran siempre acompañadas a los baños públicos o que usaran los baños para personas discapacitadas.
Una falta de visibilidad con la que no pocos activistas se han mostrado en desacuerdo. Según apuntaba Joe White, director de campañas de Pride In Football, ocultar al colectivo LGTB en Rusia para evitar agresiones no es una opción, porque precisamente de lo que se trata es de evidenciar que tener que esconderse es un problema. «Si vemos que es seguro, llevaremos banderas arcoiris para aportar algo de visibilidad en los estadios y demostrar que los fans LGTB del fútbol también existen y que valemos lo mismo que cualquier otro aficionado», aseguraba.
Según los índices de ILGA Europa, Rusia se encuentra en el grupo de cola de los países europeos en cuanto a derechos LGTB se refiere. Aunque la homosexualidad dejó de ser considerada delito en 1993, es un país conocido por su apabullante homofobia de Estado. La ley contra la «propaganda homosexual», aprobada en 2013, dio inicio a una escalada discriminatoria que no parece tener fin. Se trata de una norma que sanciona con fuertes multas cualquier información positiva sobre la realidad LGTB que pueda alcanzar a menores, y que en la práctica hace imposible la lucha contra el acoso por LGTBfobia y los crímenes de odio y dificulta la celebración de cualquier evento LGTB, permitiendo por ejemplo que quienes simplemente enarbolan la bandera arcoíris o reivindican la celebración del Orgullo sean detenidos, sancionados o incluso temporalmente encarcelados. La situación ha llegado a ser especialmente desesperada en la República rusa de Chechenia, donde el Gobierno local ha encontrado en el colectivo LGTB el perfecto chivo expiatorio y donde las autoridades rusas han demostrado una ausencia total de voluntad política para investigar los crímenes de odio y llevar a los responsables ante la justicia.
Según recogieron diversos medios internacionales, este contexto de LGTBfobia imperante en Rusia se materializó de forma dramática pocos días antes de la inauguración del Mundial, cuando un aficionado gay francés y su acompañante fueron brutalmente agredidos en San Petersburgo. El ciudadano francés sufrió una fuerte contusión cerebral junto a fractura de mandíbula y tuvo que ser hospitalizado. Es complicado saber hasta qué punto la homofobia de los agresores, ya detenidos, jugó un papel determinante (la agresión se acompañó del robo de los teléfonos móviles), pero de lo que no cabe duda es de que la homofobia sí estuvo muy presente en la forma en la que la noticia se difundió. «Aunque las víctimas sean homosexuales, eso no justifica a los monstruos que les atacaron», se llegó a comentar en el canal de Telegram ruso ‘OperSlil’.
Desafortunadamente, este no ha sido el único incidente en lo que llevamos de Mundial. El jueves 14, día en el que se inauguraba la competición, el activista LGTB británico Peter Tatchell era detenido por la policía rusa en la Plaza Roja de Moscú, tras protestar contra el historial de abusos del Estado ruso contra el colectivo LGTB. Tatchell mostró una pancarta frente al Kremlin en la que se podía leer «Putin no actúa contra la tortura de personas homosexuales en Chechenia». Al poco tiempo, fue abordado por diversos agentes policiales, quienes le advirtieron que su protesta no estaba autorizada. Fue detenido y llevado a dependencias policiales, y liberado al cabo de unas pocas horas. Según declaraciones del propio Tatchell, fue «más o menos bien tratado, en parte porque soy un ciudadano británico y porque un diplomático de la embajada del Reino Unido contactó con la policía. Supongo que los rusos no querían mostrar su faceta más dura durante el Mundial de Fútbol». De hecho, al activista británico se le ha permitido abandonar Rusia pese a estar pendiente de una citación judicial el próximo día 26.
Lo cierto es que Rusia se encuentra inmersa estos días en una gran contradicción. Mientras se suceden amenazas, agresiones y detenciones contra el colectivo LGTB, las autoridades del Mundial han asegurado que las personas homosexuales, bisexuales y trans recibirán una «cálida acogida» y podrán ondear banderas arcoiris a los estadios. Se ha permitido, en teoría, la instalación por parte de FARE de las llamadas «casas de la diversidad» en Moscú y San Petersburgo (espacios seguros donde los fans LGTB pudieran reunirse para ver los partidos y albergar actividades), pero la de San Petersburgo se quedaba sin local en el último minuto. Medidas contradictorias en un contexto social y político adverso hacia la diversidad sexual y de género, que nos recuerdan que el Mundial de Fútbol -y la consecuente mirada internacional posada sobre Rusia- terminará, pero los retos a los que debe enfrentarse la comunidad LGTB en la Federación Rusa persistirán.