Un grupo de adolescentes se solidarizan con un compañero trans al que un socorrista impidió bañarse en una piscina con camiseta
Un grupo de unos 60 adolescentes del Gazte Rock, un campamento musical organizado por la Diputación Foral de Álava, se solidarizaban el pasado miércoles con un compañero trans al que un socorrista prohibió bañarse con camiseta en una piscina. Los jóvenes se arrojaron al agua con sus respectivas camisetas, lo que provocó que el socorrista avisase a la Ertzaintza. Lo sucedido ha despertado debates en redes sociales (muchos de ellos teñidos de transfobia) sobre si la obediencia escrupulosa a las normas de este tipo de instalaciones está por encima del respeto a la dignidad de las personas trans, que a diario se tienen que enfrentar a situaciones personales de gran incomodidad. Un debate que a nuestro juicio lo que pone de manifiesto es la urgente necesidad de incorporar al cuerpo normativo de todo tipo de instituciones la realidad de las personas trans.
El incidente ocurrió el miércoles por la mañana en la piscina municipal de Salinas de Añana, en la provincia de Álava. Según explicaron a El Correo familiares de los chicos, todo comenzó cuando un adolescente trans que se encuentra en pleno proceso de cambio físico para acomodar su cuerpo a su identidad de género quiso bañarse con la camiseta para no mostrar su torso desnudo. El socorrista se lo prohibió, de acuerdo a las normas de uso de la instalación. Hasta ahí todo normal. Fue entonces cuando otros chicos e incluso monitores de la colonia le explicaron las razones por las cuales el chico no quería quitarse la camiseta. El socorrista, tras conocer la situación, siguió negándose. Según la versión de los familiares, utilizó además un tono amenazante.
Fue en ese momento cuando el resto de chicos, de forma espontánea, se pusieron de acuerdo para arrojarse con sus respectivas camisetas a la piscina, al grito de «¡Con camiseta!», como se puede apreciar en un vídeo que recoge el momento y que ha sido ampliamente difundido en redes sociales. El activista de Arcópoli y director del Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia Rubén López lo difundía por ejemplo el jueves en su cuenta de Twitter. «¡Bravo por los compañeros!», se felicitaba por la actitud de los chicos. El mensaje conseguía en pocas horas miles de retuits:
Los niños de un campamento en Salinas de Añana (Álava) se lanzan todos a la piscina con camiseta por solidaridad tras la prohibición del socorrista de que un compañero trans se pudiera bañar con camiseta. El socorrista acabó llamando a la Ertzainza. ¡Bravo por los compañeros! pic.twitter.com/lLRSdq5Pem
— 🏳️🌈Rubén López🏳️🌈 (@rubenlodi) 12 de julio de 2018
El socorrista acabó llamando a la Ertzaintza (policía autónoma vasca). Según la crónica de El Correo, fuentes policiales reconocen que en efecto se recibió una comunicación desde Salinas de Añana en la que un adulto alertaba de un «tumulto o intento de linchamiento» en las instalaciones de la piscina, pero cuando los agentes se personaron allí los chicos, acompañados de sus monitores, ya habían abandonado las instalaciones.
El Ayuntamiento de Salinas de Añana ha mostrado su pesar por lo ocurrido, que consideran un malentendido. Clemente Pérez de Nanclares, concejal que se personó también en la piscina tras el incidente para conocer lo ocurrido, ha declarado a la cadena SER que el socorrista «no tuvo mala intención e hizo lo que hizo aplicando la normativa», aunque también ha reconocido que la reacción de los chicos es perfectamente entendible y que incluso la comparte. «Yo habría hecho lo mismo. Entiendo que salieran rebotados, pero hemos hablado con los monitores y todo está arreglado», añadía en esas mismas declaraciones.
Más allá del propio incidente, que gracias a la reacción de los chicos incluso nos deja buen sabor de boca, lo sucedido pone de manifiesto dos realidades sobre las que conviene incidir. En primer lugar, la necesidad de acomodar las normas y el funcionamiento de instalaciones públicas a la realidad trans. Como bien ha señalado el colectivo Lumagorri, es necesario que las instituciones públicas formen de manera obligatoria en materia de diversidad a todo su personal, sea directo o subcontratado.
En segundo lugar, como bien demuestran muchas de las reacciones al tuit de Rubén López (cargadas de odio y transfobia y que preferimos no reproducir), basta un pequeño incidente como este para despertar la LGTBfobia de muchas personas, que se escudan en argumentos del tipo de «las normas están para cumplirse» para evitar cualquier reflexión sobre la necesidad de situar el respeto a la diversidad como valor primordial y de paso mostrar su inquina hacia la reivindicación de los derechos de las personas trans. Como el propio López señala en tuits posteriores, «una norma administrativa local no puede violar la dignidad de una persona, y en este caso podía ocurrir esto. El socorrista fue a lo fácil, pero en este caso, a lo inhumano. Esa decisión podía hacer mucho daño a una persona, porque no está adecuada a la realidad trans. Era tan fácil como realizar una excepción, llamar a un superior si tiene miedo de incumplir las normas (lo cual es legítimo, se juega su trabajo) antes, para preguntarle si permitir esa excepción, pero llamar después al alguacil para expulsarles a todos… Eso sí implica malicia. La clave de todo esto es la empatía».