Festival de Eurovisión 2019: Países Bajos gana con emoción genuina; Miki no logra vender la moto
El cutrerío que caracteriza en ocasiones a España es latente en el Festival de Eurovisión año tras año: buscamos un buen cantante, le damos una canción correcta y aportamos a última hora una puesta en escena barata y simplona que bien pasa plenamente desapercibida bien llama directamente la atención para mal. «La venda» es una canción fiestera y divertida que pide una escenografía más orgánica y distendida que la cuadratura en la que, sin duda creyéndose geniales, han atrapado este año desde TVE al bueno de Miki, quien hizo lo imposible por vender la moto pero sólo logró el 22° puesto, que suena fatal pero es de hecho uno de los mejores resultados de España durante los últimos años. El jurado la destestó por absurda, pero el público pareció al menos disfrutar la innegable energía del monísimo catalán.
Lo que no parecemos entender es que la forma de ganar Eurovisión no es seguir una estrategia sino ser uno mismo, como prueba cada año el variopinto ganador. De hecho, lo único que conecta al vencedor de la última edición (el «Toy» de Netta) y el de este (el «Arcade» de Duncan Laurence) es la sinceridad derivada de dos cantantes que, como mucho seguidores del muy LGTB certamen, sufrieron bullying en su día. El holandés, que figuraba como favorito en las apuestas previas, no ofrecía en absoluto la mejor canción de la edición, siquiera la más original, pero sigue siendo un digno ganador de una edición que nos ha regalado joyitas como el «Soldi» de Mahmood (Italia), el «Sebi» de Zala Kralj y Gasper Santl (Eslovenia) o el «Roi» de Bilal Hassani (Francia), así como geniales hits bailongos de la talla del «She Got Me» de Luca Hanni (Suiza), el «Like It» de ZENA (Bielorrusia, país cuyo jurado pareció votar a voleo, para suerte de España) y el «Replay» de Tamta (Chipre, y sí, calcada del «Fuego» con el que debería haber ganado Eleni Foureira el año pasado). Sin olvidarse, claro está, de productos tan deliciosamente eurovisivos como el «Spirit in the Sky» de KEiiNO (Noruega), el «Too Late For Love» de John Lundvik (Suecia) o por supuesto el «Zero Gravity» de Kate Miller-Heidke (Australia).
Al celebrarse en Israel, la 64 edición del Festival de Eurovisión se vio envuelta por la polémica desde el principio, siendo los gestos de última hora pequeños pero impactantes: Madonna haciendo mención al conflicto nada sutilmente desde su (desafinada) canción y los representantes islandeses (Hatari, que interpretaron el espanto masoquista «Hatrio mund singra») sacando la bandera palestina durante la votación final… y ganándose a cambio silbidos indignados. Y es que para bien y para mal, las banderas tan sólo parecen tener cabida en Eurovisión a modo decorativo: esto es una fiesta y toca centrarse en disfrutar. En cualquier caso, pese al escaso nivel de las semifinales, la calidad media de la final es innegable, lo que justifica la mala posición de España o el hecho de que grandes canciones quedaran relegadas a la mitad inferior de la lista. El resultado, en general, fue justo. De todos modos, que Miki no se apure: siempre podrá decir que compartió evento con Madonna… y que cantó mejor que ella.