Samantha Hudson (artista): «Fulmino los problemas con las pulsaciones electromagnéticas que desprenden mis pechos de androide»
Samantha Hudson es mallorquina y se define como una terrorista queer. Travesti, cantante, top-model y homosexual consolidada, se dio a conocer en 2016, después de que su profesora de Cultura Audiovisual se viera envuelta en una polémica —tras otorgarle un sobresaliente a un vídeo suyo en el que se criticaba a la Iglesia—. Su historia se convirtió en documental y su proyecto musical, que juega con los paradigmas del género, el sexo y la libertad de expresión, llamó la atención de la discográfica Subterfuge, que decidió ficharla hace unos meses.
Se armó la de San Quintín con aquella tarea suya de instituto. ¿Cree que era para tanto?
Personalmente, creo que no. Pienso que lo que realmente les molestó, más que el vídeo, fue el hecho de que aquello se presentase en un instituto y que me aprobaran con un nueve. Eso fue lo que les impulsó a movilizarse tanto en mi contra y a recoger esas veintisiete mil firmas. Pero yo me imagino a estos señoros de cincuenta años, con las sotanas, enfadados con un chico de dieciséis y a mí se me caería la cara de vergüenza.
¿Sigue pensando entonces que «aunque sea cristiano, ellos no me aceptan porque follo por el ano»?
En realidad, la única vez que yo tuve una relación estrecha con la religión católica fue con once años. Tenía un montón de sobrepeso, mi madre me rapaba al cero y era un maricón pintado, así que nadie me quería en el colegio y me refugié un poco en la religión. Mi canción critica unos abusos muy concretos y habla de la violencia que esta institución (la Iglesia católica) ejerce contra mí como homosexual y contra todos los miembros del colectivo LGTBI, por su identidad o su orientación sexual. Sigo estando en contra de la religión, porque no creo que esos estigmas hacia el colectivo del que formo parte hayan desaparecido. Y aunque desaparecieran, yo seguiría estando en contra de la Iglesia, porque creo que es una institución muy corrompida, que chupa del bote y tiene un montón de patrimonio robado.
¿Las reinas de los bajos fondos llevan corona?
[Ríe]. Yo, en realidad, reina [soy] cero. ¡Abajo la Monarquía y viva la República! Creo que lo más monárquico que tengo es un morro que me lo piso. En los bajos fondos, o el underground, lo que hace falta es tener morro. Bueno, la verdad es que sin morro no va uno a ninguna parte.
Morro y equilibrio, porque oí que camina por Gran Vía con tacones de dos tallas por debajo de la suya.
Yo soy muy reflexiva y le doy muchas vueltas a todo. Saber es poder, pero estar tan en control de las cosas es asfixiante y por eso me hago la tonta a veces. Y si me pongo unos tacones dos tallas más pequeños me duelen más los pies que la cabeza, [que me duele] de pensar en tantos sinsabores y desgracias que hay en la vida. Así que es un poco una [forma de] distracción.
¿Huyó de Barcelona porque no le hacía gracia Quim Torra?
En ese momento yo no sabía ni quién era, aunque soy una mujer muy diplomática y me relaciono bien con las altas esferas. Me fui de Barcelona porque me tiré por un balcón borracha y mis padres me dijeron «hasta aquí hemos llegado, guapa», así que me tuve que volver a Mallorca. Pero ahora vuelvo a estar en Madrid, busqué aquí piso y trabajo y nada, livin’ la vida loca.
¿Sigue a base de arroz y gastándose el dinero del alquiler en vestidos?
Por supuesto. Hay cosas que nunca van a cambiar y yo soy una compradora compulsiva. Aunque ahora ha habido un incremento en mis ingresos y puedo excederme comprando algunos vestidos y haciendo arroces un poco más sabrosos.
¿Cuál es el mayor lujo que se ha permitido desde que es una chica Subterfuge?
Decir que no a algunas propuestas y ofertas que dejan mucho que desear.
¿Se ve como una versión moderna de Divine?
Creo que no. Estéticamente, tal vez pueda haber sido una inspiración, aunque yo mamo de varias fuentes y [mi imagen] es un poco un megalook de todas las cosas que veo y me gustan. Divine era un personaje y él mismo lo admitía. Era un transformista y yo no creo que yo lo sea. Yo no hago ningún personaje ni interpreto ningún papel. A veces me pongo una peluca, porque ese día me apetece tener ese corte de pelo, pero otro día igual me apetece tener el pelo corto como una lesbiana francesa.
¿En quién se inspiró para escribir Cómeme el coño?
No sé. Podría ser en Karlos Arguiñano, que tiene unas recetas muy ricas.
¿También es de ponerle una ramita de perejil a todos los platos?
Yo uso trescientas ochenta y cinco mil especias. Tengo un problema. Aunque ahora que estoy aprendiendo a cocinar voy controlando un poco más.
Dice que quiere ser la próxima Amaia Montero y abrir un bar de cócteles y espectáculos. ¿Se lo ha hecho mirar?
Creo que en los tiempos tan modernos que corren una travestorra como yo no puede permitirse el lujo de no tener aspiraciones. A mí me gusta ser ambiciosa y estoy en mi derecho a soñar. Con un objetivo tan claro y definido, la vida se hace más llevadera.
En una ocasión confesó que es un poco gandula. ¿Qué otros pecados capitales quiere confesar?
Cuando discuto tórridamente suelo pecar de soberbia y prepotente. Aunque intento ponerle remedio. Por no decepcionar a mis seguidores, diré que también peco de lasciva, pero solo en apariencia. Al fin y al cabo, como dijo Manuela Trasobares, «¿Es que una mujer no puede vestirse con toda su lujuria?».
Pone en su biografía que es la «Miranda Makaroff de los pobres». ¿Usted también intenta parar el coronavirus con el poder de su mente?
Yo los problemas, pandémicos o no, los fulmino con las pulsaciones electromagnéticas que desprenden mis pechos de androide. Cada maestrillo tiene su librillo.