El mundo ha cambiado… pero no tanto: crítica de «El fin del armario» y entrevista al autor Bruno Bimbi
Durante los últimos años, la aceptación internacional de la comunidad LGTB ha crecido a pasos agigantados, de forma que un sinfín de armarios han sido abiertos, si bien queda todavía muchísimo por hacer tanto en esos rincones del globo aún sumidos de lleno en la LGTBfobia, como en aquellos que, aun habiendo, por así decirlo, pasado de fase, siguen inevitablemente bebiendo del pasado. En El fin del armario, Bruno Bimbi ofrece una fascinante reflexión sobre la política, la religión y la sociedad que todo el mundo debería leer y, sin embargo, probablemente eviten quienes más necesitan hacerlo. Ojeando sus páginas queda claro que ya no hay excusas para la LGTBfobia… ni para no plantarle cara claramente.
Bruno Bimbi nació en Avellaneda, Buenos Aires, en 1978 y es ahora periodista, escritor y doctor en Estudios del Lenguaje, así como una de las personas que más ha hecho por la aprobación del matrimonio igualitario tanto en su Argentina patria como en Brasil, donde vivió durante diez años hasta que la llegada al poder de Jair Bolsonaro puso el país patas arriba. Buena parte de El fin del armario, que ve la luz ahora en España con Anaconda Editions tras salir en 2017 en Argentina con Marea (posteriormente lo hizo en Brasil y Perú y pronto lo hará en México y Portugal), gira en torno a tan terrorífica figura, toda una amenaza para los derechos humanos, pero también hay espacio para hablar del acoso escolar, el antisemitismo (tema muy relacionado con la LGTBfobia al que Bimbi presta especial atención), la hipocresía de la Iglesia Católica, la crueldad de la malinterpretación del Islam, la eterna lucha de las personas trans por ser reconocidas o la flagrante inutilidad del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, entre otros temas de interés para los que el periodista se basa tanto en su experiencia (raro es el capítulo que no incluye un par de historias personales, a menudo muy divertidas a la par que incendiarias) como en su inmensa dedicación al tema, que debe mucho, según él dice, al gran Pedro Zerolo, uno de los artífices de la temprana aprobación del matrimonio igualitario en España, su héroe.
El fin del armario es, como decía al principio, un libro que todo el mundo debería leer para comprender mejor el estado de la lucha LGTB, porque no hay mejor arma frente al avance del extremismo fascista que estar bien informado. Además, pese a tratarse de un ensayo colmado de datos, es sorprendentemente entretenido. En España tuvo la mala suerte de salir justo al inicio del Estado de Alarma, con lo que nos toca apoyarlo cuanto podamos ahora para que no desaparezca de las librerías y llegue a las manos de quienes más necesitan leerlo. Hacedme caso: el libro lo merece.
A continuación, os dejo con mi harto interesante entrevista a Bruno Bimbi, autor de El fin del armario, que ha tenido lugar vía Skype Madrid/Barcelona.
El fin del armario… Así se llama el libro. ¿Estamos ahí ahora o hablamos de una idea utópica?
Sí y sí. Cuando ideé el libro en Argentina, ese título era al tiempo una constatación y un deseo. Es la primera vez en la historia que los derechos LGTB están cambiando. Yo siempre digo que, si un joven homosexual del siglo XVII apareciera en el siglo XIX, habrían pasado dos siglos y él notaría cambios en la ropa, la comida, las costumbres…, pero su vida como homosexual seguiría siendo igual: imposible. En cambio, si un gay de los años 70 apareciera hoy en día notaría cambios bestiales. En Barcelona, donde estoy ahora, hay una sociedad llena de banderas arcoíris, besos por la calle, políticos abiertamente LGTB… En el último medio siglo ha habido cambios brutales. ¡Unos 30 países con matrimonio igualitario! En Argentina por ejemplo hace unos 20 años se derogaron los delitos policiales en la ciudad de Buenos Aires, antes la policía podía detener a los homosexuales en la calle y llevarlos a comisaría por escándalo público. Hoy en día hay más políticas por la diversidad que en cualquier otro lugar del mundo, cuatro presidentes consecutivos han estado a favor del matrimonio igualitario… En este periodo histórico se están produciendo cambios gigantescos que quizá lleven a que este sea el fin del armario. Pero todavía no llegamos, claro. Y lo triste es que este cambio se está produciendo solo en una parte del mundo: en España, en Argentina, en EEUU, en Australia… Empieza a verse en países donde antes no imaginábamos. Pero sigue habiendo tres regiones imposibles. Primero, África, con excepción de Sudáfrica, donde hubo incluso un juez abiertamente gay en la corte suprema (no es casualidad que sea el país que pasó por el Apartheid, con Nelson Mandela); en más de la mitad de los países africanos se criminaliza la homosexualidad, en algunos con la pena de muerte, como cuento en el libro, e incluso allí donde no se criminaliza en la práctica sí: la propia familia, muy influida por la religión, hace la vida imposible a la gente LGTB y puede ser la primera que te denuncie. En segundo lugar está Oriente Medio, terrible también, con la excepción de Israel, fundado por supervivientes del Holocausto (no es casualidad tampoco); y hay mucha crueldad en los juicios, en cómo se ejecuta la pena de muerte: castigos, tortura, ejecución a piedrazos… Y la tercera región es la de las viejas repúblicas soviéticas, esa criatura política extraña que reúne lo peor del capitalismo salvaje y del viejo estalinismo. O sea que hay una parte del mundo donde se está produciendo un cambio enorme y sin embargo otra donde nada ha cambiado. Yo, por cierto, uso el matrimonio igualitario como referencia porque me parece una buena estrategia centrarse en lo positivo, en algo como el amor, con lo que todo el mundo puede empatizar, y no tanto en la persecución de la homofobia, que puede tornarse en nuestra contra.
Tú eres argentino pero has vivido mucho tiempo en Brasil. Precisamente Latinoamérica está a dos aguas en lo que respecta la LGTBfobia: la ley, en general, está de nuestra parte pero el rechazo social sigue siendo enorme…
En todo el mundo la homofobia tiene dos principales orígenes: religión y política. La religión es la más importante, aunque sea como arma política, sea el Islam en Oriente Medio o el catolicismo en Latinoamérica… Y en África tienes las dos, ahí se instalan Iglesias evangélicas con el arma de la homofobia a todas horas, es increíble lo obsesionados que están con los homosexuales, parece que solo hablen de nosotros. Incluso en el Islam la homofobia es un fenómeno reciente, relacionado con este extremismo tan horroroso. Bolsonaro, en Brasil, es ejemplo de cómo aprovechar la homofobia como arma política. Latinoamérica es un territorio en disputa, sí, ya que Oriente Medio y África sencillamente siguen en el pasado, mientras que Europa occidental en cierto modo está ganada: pese a la incursión reciente de políticos homófobos, el porcentaje de aprobación de la población es enorme. Que igual algunos mienten por hipócritas, no digo yo que no, pero sigue siendo positivo que se sientan obligados a reconocer eso. En Argentina por ejemplo la ex vicepresidenta Gabriela Michetti votó contra el matrimonio igualitario en su día y sin embargo terminó posicionándose a favor años después en una entrevista con el diario La Nación, cuando dijo que estaba arrepentida. ¿Que igual era mentira? Puede ser, pero no importa. Que alguien como Gabriela Michetti necesite decir algo así demuestra que ganamos. Argentina vivió un cambio gigantesco en los últimos diez años, aunque otros países cercanos como Paraguay, Bolivia o Venezuela lo tienen difícil todavía. Pero se avanza, cada vez hay más países con matrimonio igualitario; incluso Brasil, donde lo conseguimos por vía judicial. Al final, la mayoría de la población latinoamericana vive con la posibilidad de casarse, por mucho que la sociedad siga siendo homófoba por la influencia religiosa.
En el libro atacas a la Iglesia sin reparo. ¿Por qué crees que los altos cargos eclesiásticos están tan obsesionados con el rechazo de la comunidad LGTB? ¿Qué podemos hacer al respecto?
La Iglesia tiene esa característica… En el libro hablo de la homosexualidad dentro de la Iglesia: todo el mundo sabe que hay un porcentaje altísimo de homosexuales que viven dentro del armario y sin embargo nadie habla del tema. En Latinoamérica, en lugares dominados por la Iglesia, pasa mucho que los jóvenes homosexuales en conflicto con su familia, que no han salido del armario, terminan metiéndose a curas para resolver la cuestión, por creer que la Biblia les dice eso (que la Biblia no dice tal cosa, pero esa es otra historia). Pasaba mucho antes y sigue pasando hoy en día. Piénsalo, toda la adolescencia escuchando que tus deseos son pecaminosos y la escapatoria es el celibato, porque, si no, tendrías el dilema de qué hacer, si casarte con una mujer que no amas, llevar una doble vida… Ser cura es lo más fácil. Y al final en el seminario tienes tantos homosexuales que… Imagínate, ¡una orgía! Y eso me lo han contado de primera mano, eh, no exagero. Los curas tienen amantes fijos, taxi boys, chaperos… Y la Iglesia vive en esa contradicción hasta el día de hoy. Cuando se eligió a Bergoglio como nuevo papa, buena parte de los cardenales que iban a votar se hospedaron en un edificio donde estaba… ¡la mayor sauna gay de Roma! En algún momento la Iglesia tendrá que hacer algo con toda esta hipocresía, aunque difícilmente podrá subsanar todo el daño que ha hecho.
También eres muy crítico con los organismos internacionales: hacen muy poco por combatir la LGTBfobia y encima tienen lazos con países donde se persigue e incluso se mata a las personas LGTB…
Hay dos cosas que tienen que cambiar. Para dentro, creo que países como Argentina, España, Holanda o Bélgica, que ya vivieron el proceso y tienen clara su postura respecto a la homofobia, necesitan cambiar de actitud. No hablo de bombardear ninguna ciudad, sino de por ejemplo no firmar tratados comerciales con países que ejecutan gais en plazas públicas, hay que usar eso como organismo de presión. Cuando Uganda estuvo a punto de aprobar una ley peor que la que ya tenía, varios países cortaron vínculos comerciales, el Banco Mundial postergó un préstamo que le iba a dar…, pero fue un caso aislado cuando debería ser la norma. Y creo que es una agenda pendiente incorporar eso en la cuestión del asilo: mucha gente escapa de países donde la matarían por ser homosexual. Por otro lado, para fuera, hay que reformular todo. Si el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas va a ser lo que es, prefiero sinceramente que no lo haya: ¡es un club de antisemitas y homófobos! No se protegen los derechos humanos. Ahora mismo lo que hay es un sello que solo sirve para emitir comunicados contra Israel. Yo revisé sus informes uno por uno, los de los últimos años, cada uno de unas trescientas páginas… Y encontré la palabra “Israel” 584 veces, pero los temas LGTB no aparecían nunca, la sensación es que no existe la violencia de género, la persecución de la población LGTB, nada. De todos modos, recordemos que hay integrantes en ese consejo que violan por norma todos los derechos humanos, ¡qué esperar! Es como crear un consejo por la paz con traficantes de armas o uno contra la violencia de género con los mayores violadores del planeta, los más crueles y descerebrados. Al final es un sinfín de países enemigos de Israel cuyas prioridades son otras; se presentan en bloque, a menudo con apoyo del Vaticano, para colmo. Y no solo falta la homofobia: no se habla nada del machismo tampoco. Si tocan el tema, es por encima, sin decir nada, y aun así se encuentran con oposición. Yo hablo mucho de esto porque, como persona de izquierdas, veo una parte importante de la izquierda con prejuicios antisemitas y que no entiende la importancia de combatir la homofobia. En Brasil dejé el partido tras ver al presidente celebrando la revolución del Ayatollah Khomeini, que mandó a las mujeres a usar velo y ejecutó a cientos de homosexuales… Creo que a nivel global se pueden hacer cosas, pero no veo el interés. Por eso, aun siendo innegablemente de izquierdas, soy muy crítico con la izquierda, porque no quiero que nos durmamos.
A nivel político, también adviertes del peligro del avance de la extrema derecha, a raíz de tu experiencia en Brasil. Comentas, sin embargo, que en España ese es un odio, por así decirlo, fingido, frente al odio real de Bolsonaro…
Bolsonaro, uf. Bolsonaro era un excapitán del Ejército que había tenido una carrera mediocre, que era considerado un inútil por sus superiores y que fue dado de bajo tras un escándalo donde se descubrió que había intentado poner una bomba en el cuartel. Así empezó su carrera política. Él representa a la Vieja Guardia, con nostalgia de la dictadura militar. Si fuera en España, representaría a Billy El Niño. El coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, que es Billy El Niño en Brasil, la misma figura, es su referencia moral. A él, que torturó a Dilma Sourreff en el pasado, cuando apenas tenía 16 años, dedicó Bolsonaro el día del empeachment contra ella. Eso es Bolsonaro. Brasil es un país cuya estructura sigue siendo heredera del régimen esclavista; a fin de cuentas fue el último país de América Latina en abolir la esclavitud, en 1888. Pues bien, Bolsonaro pronto pasó de ser el diputado de los militares a estar en contra de los derechos de todos, los negros, las mujeres, los gais… Y él se cree esa figura, él odia a lo gais igual que Hitler odiaba a los judíos, él vive pensando en eso. La única vez en la vida que lo tuve a menos de un metro de distancia fue en el aeropuerto de Río de Janeiro: escuché detrás de mí hablar de los “maricones de mierda”, me giré y era él, claro. Vive para eso. Y decidió convertir ese espanto en su perfil político. En ese momento el pastor Marco Feliciano representaba eso pero él le disputó el lugar, se convirtió en el abanderado de la homofobia y pasó a ser visto como un payaso por todos: los medios, los políticos… Nadie se lo tomaba en serio: lo invitaban a los programas de tertulia de pacotilla donde todo el mundo se grita. Así vio que si decía barbaridades todo el mundo empezaba a hablar de él, los que le apoyaban pero sobre todo los indignados. Al final entre todos lo viralizaban. Y por eso decía algo peor, como que sería incapaz de amar a un hijo gay, que preferiría un hijo muerto que un hijo gay, que a los gais nadie los soporta, que solo se los tolera porque es políticamente correcto; pero no solo de los gais, no, también decía que los afrodescendientes no sirven para procrear o que su hijo no tendría una novia negra porque tiene buena educación, incluso le dijo a un diputada que no la violaba porque era demasiado fea, ¡eso en el mismo Congreso! Si una periodista lo entrevistaba, él la insultaba, la amenazaba… Y eso le daba popularidad y daba rating a los programas y él lo hacía más. Se fue volviendo una caricatura: todo el mundo se reía, pero a la vez todo el mundo hablaba de ello. Y fue constituyéndose el núcleo duro de Bolsonaro, que lo conforman ese tipo que pega a su mujer, ese joven celoso que espía a su novia, ese que si ve a una persona durmiendo en la calle quiere pegarle un tiro, el que escucha sobre un caso de feminicidio y piensa “esa puta se lo merece”, el que ve una pareja gay de la mano y murmura que es asqueroso… Esa gente llena de odio es el núcleo duro de Bolsonaro, que es probablemente lo único que le queda ahora, con el desastre que está haciendo. Porque, claro, para ganar las elecciones necesitó engañar a mucha más gente. Todo esto, claro, recuerda al avance de VOX en España, si bien es cierto que este país tiene la democracia más asentada, mejores anticuerpos sociales.
¿Pero debemos en España temer lo que ha pasado en Brasil?
Hay una diferencia entre Bolsonaro y Abascal: que Abascal, con todo lo horrible que es, al lado de Bolsonaro es un socialdemócrata noruego, es del PSOE, no digo de Podemos pero casi. Bolsonaro es nazi, en mi opinión. Es un fenómeno fascista. Abascal más bien interpreta el papel de un fascista, sigue siendo peligroso, mucho, pero es un oportunista sin escrúpulos que encontró un nicho para juntar votos; yo no creo que luego vaya por la calle, vea a una pareja gay de la mano y sienta asco realmente, ni creo que odie a los inmigrantes como parece empeñado en mostrar. Bolsonaro sí se lo cree, auténticamente nos odia, también a las mujeres, a los negros, a los pobres en general… Son diferencias importantes, pero no debemos subestimar el peligro de VOX. Yo abro un capítulo del libro citando un párrafo de El cuento de la criada, de Margaret Atwood, que dice que uno siempre tiene la idea de que eso aquí no va a pasar, mira a lo lejos y cree que eso aquí es imposible… pero no lo es. Yo escuché el nombre de Bolsonaro en 2010 por primera vez, cuando llevaba un año allí, pero en Brasil se lo conoce desde los 90. Y hasta dos años antes de las elecciones yo me habría reído si me hubieras dicho que iba a ser presidente, habría apostado dinero en contra. De hecho, cuando alcanzó el 10 % en las encuestas hubo discusiones porque había personas de izquierdas que pensaban que enfrentar a Lula (que entonces era el candidato) con él daría el 90 % a Lula, ¿quién va a votar a Bolsonaro?, pensábamos. Yo recuerdo pensar que Bolsonaro perdería y estaba de acuerdo en que sería fácil derrotarlo, pero que él pasara al ballotage era gravísimo, tener un nazi durante un mes de campaña en debates en televisión no compensaba una victoria aparentemente segura. Suponía tener que escuchar a un nazi una hora al día. Pues bien, ahora tenemos eso todos los días como presidente. Y es culpa de todos, por no tomárnoslo en serio.
Es una situación diferente entonces…
Pero también parecida. Brasil vivió una dictadura muy larga de la que no se salió a través de una revolución social sino a través de una transición lenta cuyo primer presidente civil fue elegido a través de un sistema indirecto, sin elecciones, en una reunión. Y tras ese proceso tutelado por la dictadura hubo una asamblea constitucional llena de promesas de cambio que dejaba sin tocar algunos detalles del viejo régimen. Hubo sucesivos gobiernos de derechas hasta que la izquierda llegó al poder. La izquierda produjo importantes avances sociales pero no se salió de ciertos márgenes, no hubo grandes rupturas. Y se dieron varias elecciones entre dos grandes bloques con el 30 % más o menos cada uno, con el resto de los votantes cambiando de bando cada vez. La situación se fue fragmentando, pero se iban turnando en el poder en las elecciones esos dos bloques. Y hubo un momento en que la oposición de derechas llegó a la conclusión de que ese camino era muy difícil, ya habían perdido varias elecciones consecutivas pese a mantenerse fuertes. ¿Y qué decidió? Deslegitimar al gobierno nacido en las urnas, ya no tratarlo como un adversario sino como un enemigo. Tacharlo de enemigo del país, de la bandera. Empezaron a utilizar mucho la bandera y a acusar al gobierno de ser antipatriótico, terrorista, comunista, amigo de Venezuela… La prioridad era hacerle caer, y para eso empezó a aliarse con una incipiente extrema derecha que en ese momento era débil pero estaba creciendo, ganando territorio. Ahí había de todo: fanáticos religiosos, neonazis, grupos fascistas, nostálgicos de la dictadura… Todas esas variantes del mismo horror. La idea era sacar a esos locos para generar caos y envenenar a la población; generar un discurso de ruido, odio y miedo. Hacer caer al gobierno y entonces apartar a los locos y hacerse con el poder. La derecha empezó a unirse así a esa gente antaño marginal, convirtiéndola en gente respetable con la que hacerse fotos. Poco a poco, la derecha utilizó argumentos de los que hace nada se habría avergonzado: contra inmigrantes, contra el aborto, contra la comunidad LGTB… ¿Te suena toda esta historia? Sí, ¿verdad? Pues eso pasó en Brasil. Terminó como terminó. En las últimas elecciones presidenciales el PSDB, que sería el PP brasileño, sacó el 4,7 % de los votos y hoy prácticamente no existe, es irrelevante; en las anteriores elecciones, en el 2014, sacó un 48,5 % de los votos en el ballotage contra Dilma, todo por jugar con la ultraderecha. VOX es otra cosa porque España es otra cosa, pero no deja de ser peligroso, no hay que infravalorarlo porque eso fue lo que se hizo con Bolsonaro. Bueno, o con Trump.