Entregarse al amor para no morir: crítica de «La geometría del trigo» y entrevista a Alberto Conejero
«La geometría del trigo es un viaje de norte a sur, de sur a norte, de ahora a entonces, y de entonces a ahora. Una historia de tránsitos y transiciones entre tiempos, espacios, lenguas y formas de amar. Y de fondo las últimas minas de plomo entre los olivares. Un intento de empezar de nuevo y de seguir juntos. Porque el vínculo nunca desaparece y siempre estamos a tiempo de cuidarlo». Así define el jaenero Alberto Conejero su obra, representada hasta el domingo en el madrileño Teatro Galileo, que ha sido mi elección para volver a instaros a acudir al teatro tras tantos meses inciertos.
En La geometría del trigo, Joan y Laia, joven pareja de arquitectos en crisis, viajan desde Barcelona hasta un pequeño pueblo del sur para asistir al entierro del padre del primero, del que nada ha sabido en toda su vida. Cruzan así un país, tanto su territorio como su pasado reciente, para unir las piezas de un relato del que inevitablemente forman parte. Una historia ocurrida justo antes del nacimiento de Joan y que tiene como principal escenario las últimas minas de plomo perdidas entre los olivares les dará las pistas para tratar de comprender la geometría familiar y quizá poder empezar de nuevo. Como las figuras sepultadas en Pompeya, en la tierra rojiza del sur esperan otros hombres y mujeres para contarnos su historia: Emilia, Antonio, Beatriz y Samuel.«
Ganadora del Premio Nacional de Literatura Dramática 2019, La geometría del trigo fue publicada en papel por Dos Bigotes y es actualmente representada en el Teatro Galileo, donde la interpretan con arrojo José Bustos, Zaira Montes, Eva Rufo, José Troncoso, Consuelo Trujillo y Juan Vinuesa. Cruda, pero sanadora, la experiencia es inolvidable, con su puesta en escena elegantísima pero descarnada, sus diálogos poéticos pero extrañamente cercanos y su bella contraposición de pasado, presente y, solo quizá, futuro. Dice Daniel López García en el prólogo del libro que «en La geometría del trigo también pervive este enigma de entregarnos en el amor para no morir; el de trascender en algún sitio, en algún otro o de algún modo, a pesar del fin de todo». Y no veo sentido a tratar de dar con palabras más bellas para describir la obra.
Tenéis cuatro nuevas oportunidades de ver La geometría del trigo en el Teatro Galileo, de jueves a domingo. Y, si no vivís en Madrid, podéis entregaros a tan hermosa historia en la bella edición en papel de Dos Bigotes. ¡Será por opciones!
A continuación os dejo con mi entrevista a Alberto Conejero, creador de La geometría del trigo, dramaturgo y, como plasmas sus palabras, poeta.
¿Por qué ese título? ¿Es geométrico realmente el trigo?
Encontré el título en el verso de un poema de Antonio Lucas; lo que me gustaba precisamente del verso era esa suerte de antítesis entre lo vivo y la norma matemática. Esta es una obra sobre vidas entrecruzadas en el espacio y el tiempo. Así que, en cierto modo, sí, todo lo vivo tiene su geometría.
¿Qué fue primero: el libro o la obra?
En este caso llegamos a los ensayos con un primer borrador que fue modificándose durante los ensayos; ha sido una gran escuela para mí el diálogo continuo del papel y el escenario. El texto de la obra está ahora publicado en Editorial Dos Bigotes.
Dos Bigotes es una editorial LGTB, ¿te sientes cómodo con la etiqueta?
No siento esas siglas como una etiqueta, sino como un modo de nombrar una de mis muchas pertenencias.
Libro y obra son harto dramáticos. ¿Tiene el drama un componente terapéutico?
¿Lo ves tan dramático ? Siento que en todo mi teatro los personajes tienen la ocasión de una redención laica, que la obra los enfrenta a sus fantasmas, sí, pero con una férrea voluntad de reparación, de luz. Creo que fue Juan Mayorga quien dijo que el teatro es una escuela de imaginación moral, un espacio de convivencia poética y sensible, de compartir una mirada hacia nuestra fragilidad, con sus sombras y sus luces.
¿Cuánto hay de tu propia experiencia en esta historia?
No hay escritura honesta que no despliegue sustrato de quien la escribe. En este caso además parto del recuerdo de juventud de mi madre, pero también están ahí mi propia juventud y mi niñez. Está Vilches, mi pueblo, y está el catalán, lengua en la que me sucede el amor. El personaje de Emilia se llama así por mi abuela, el personaje de Joan cumple años el mismo día que yo, etc.
¿Qué efecto tiene esa puesta en escena tan cruda, suelo repleto de arena incluido, en los intérpretes y en el público?
Amo trabajar con los intérpretes, amo encontrar la obra con ellos. El trabajo con ellos es el centro de esta geometría, pero para permitirlo he contado con el talento de Alessio Meloni (escenógrafo), Mariano Marín (música) y Bruno Praena (audiovisuales), que están también al servicio de los actores. Los seis intérpretes (y nombro aquí también a Alicia Rodríguez, Susana Hernández y Elías González, que alternan funciones con el reparto habitual) llevan tres años en el deseo de contar esta historia y me ayudaron a encontrar el tono preciso de la función, a quitar los excesos literarios del texto dramático. La geometría en el escenario no se daría si no la hubiera afuera.
¿Por qué ir al teatro en tiempos como estos?
Porque son espacios seguros, porque hemos de salvar lo que nos hace humanos, porque necesitamos mirar nuestra fragilidad y también nuestra fuerza, y porque formamos parte de una cadena de siglos que no puede interrumpirse y que ha de continuar después de nosotros.
¿Te sientes más cómodo escribiendo en soledad o formando parte de una obra colectiva?
La escritura para el teatro tiene siempre el deseo de otros, es como trazar los planos de una casa que no estará viva del todo hasta que entren los intérpretes, la escenografía, las luces… y finalmente el público. La escritura para el teatro puede suceder en soledad pero siempre buscará otros cuerpos, un presente compartido. A veces siento que somos una comunidad de solitarios, una tripulación de raros que se hacen compañía, ¡pero qué suerte eso!