Festival de Eurovisión 2021: Italia triunfa con sexo, drogas y rock & roll… y España sigue a la cola
Por sexto año consecutivo, España obtuvo anoche en Eurovisión uno de los últimos cinco puestos, lo que constituye todo un récord. Y, no, ni Europa nos tiene manía ni la solución es retirarse, sino que debemos llevar propuestas en las que realmente confiemos, para lo que toca irremediablemente renovar el equipo responsable. TVE nos está convirtiendo en el hazmerreír del festival y los eurofans merecemos otra cosa.
Tal y como auguré en la previa del festival, España solo superó a dos países, ambos miembros del «big 5» y presentes por tanto en la final sin pasar por las semifinales: Alemania (el «I Don’t Feel Hate» de Jendrik era simpático pero que solo consiguiera 3 puntos no sorprendió a nadie) y Reino Unido (James Newman protagonizó con «Embers» la desgana hecha actuación y obtuvo 0 puntos que nada tienen que ver con el Brexit). Los 6 puntos de Blas Cantó vinieron de los jurados de Bulgaria (4) y Reino Unido (2), no dándonos el público ni uno. Y son justos, no porque «Voy a quedarme» sea una canción horrenda, ni desde luego porque Blas Cantó no sepa cantar, sino porque ninguno de los dos estaba a la altura de la mayoría de representantes, ni juntos ni por separado, a lo que debemos sumar la evidente falta de esmero de la puesta en escena. Con todo, quizá sea la actuación más orgánica de las seis últimas con las que hemos fracasado, lo que no quita que también fuera una de las más insípidas.
La ganadora, Italia («Zitti e buoni» de Måneskin), ofrecía todo lo contrario: sexo, drogas y rock & roll (no veo necesario profundizar en ninguno de los tres términos). O sea, un espectáculo potente y totalmente alejado de los clichés del certamen que se ganó al público y protagonizó un momento de máxima emoción al escalar varias posiciones a última hora, por encima de las grandes favoritas del jurado: Suiza («Tout l’Univers» de Gjon’s Tears, muy dulce), Francia («Voilà», de Barbara Pravi, elegantísima y con un final apoteósico), Islandia («10 Years» de Daði og Gagnamagnið, harto peculiar) y Malta («Je me casse» de Destiny, muy potente e injustamente maltratada por el televoto, tal vez lastrada por su turno de actuación tan temprano). Personalmente, hubiera preferido a cualquiera de estas, pues la ganadora, por más que lo intento, me suena a ruido, pero no me queda más remedio que aceptar que no es para mí y celebrar la apertura de miras del festival. A fin de cuentas, el segundo país más votado por el público, Ucrania («Shum» de Go_A), me gustaba aún menos (aunque, de nuevo, aplaudo su riesgo y carisma, algo que en España llevamos décadas sin probar).
Por lo demás, celebro los buenos resultados de Bulgaria («Growing Up Is Getting Old» de Victoria), Finlandia («Dark Side» de Blind Channel), Grecia («Last Dance» de Stefania) y, sobre todo, Moldavia («Sugar» de Natalia Gordienko), por la que nadie parecía dar un duro, y lamento la caída de San Marino («Adrenalina» de Senhit y Flo Rida) e Israel («Set Me Free» de Eden Alene), aunque en este último caso, quizá, y sin que sirva de precedente, sí puede hablarse de influencia política. Y es que creo que podemos confirmar que no ganan siempre ni los mismos países ni el mismo tipo de canción y que de hecho quienes lo hacen suelen contar con un apoyo unánime. Por tanto, solo me queda dar las gracias por una edición que, sin ser especialmente destacable a nivel cualitativo, nos ha cargado las pilas en un momento en que muchos lo necesitábamos.
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Acerca del Author
JuanRoures
Escritor y activista, hablo de cine en 'La estación del fotograma perdido', de dudas lingüísticas en '¿Cómo se dice?' y de cultura LGTB en 'dosmanzanas' (sección: 'Apolo vive enfrente'). He publicado la novela 'Bajo el arcoíris' y dirigido el cortometraje 'Once bitten, twice daring', ambos de temática gay. También soy corrector ortotipográfico y de estilo. Trabajo en la UAM.