Virginia Woolf y Vita Sackville-West. La pasión de transformarse
Está lleno el amor de maneras y ritos. Y cuando ese amor es prohibido o irregular, falto de leyes o no necesitado de ellas, todo entre el riesgo, parece más brillante, aunque hablemos de dos mujeres que vivieron en el momento cenital de Inglaterra y en un ámbito de clase refinada y alta, donde los innegables privilegios podían hacer de escudo y sin duda lo hicieron. Hablamos de amores lésbicos, de pasión entre mujeres, pero como solía ser habitual en esa época, también hablamos de mujeres casadas. Virginia Stephen (hija de un prohombre victoriano) se casó con Leonard Woolf, un intelectual de origen judío del que tomó su nombre literario. En tanto que Vita Sackville-West (una aristócrata de mucho linaje) se casó con el diplomático Harold Nicolson.
Virginia Woolf (1882-1941) es considerada hoy día, a justo título, no sólo una de las grandes novelistas mundiales del siglo XX –lo que no es poco decir- sino además una de las renovadoras de esa novela, a través de la introspección lírica, que permite el llamado “pensamiento literario”, una de las formas más poéticas de la prosa. Quien quiera entenderlo mejor lea una de las grandes novelas de Virginia, “Las olas”. Ella era una mujer culta (siempre se lamentó de no haber ido a la Universidad por ser mujer) feminista y extraordinariamente sensible, con algunos periodos –que temía- de perturbación mental. Leonard, su marido, fue por tanto, su amante, su cómplice, pero también su guardián y su enfermero. ¿Sexualidad en Virginia Woolf? Para algunos sonará como a una petición de imposible. El aire de madona gótica de Virginia, fuertemente intelectualizado, puede ciertamente sugerir androginia, pero también asexualidad. Algo similar, pero contrario ocurre con Vita Sackville-West (1892-1962), quien por motivos aristocráticos –supongo- no firmó literariamente con el apellido marital. Refinada y al tiempo fuerte, algunas de sus imágenes nos sugieren a la mujer elegante y exquisita que fue (largos collares de perlas sobre el escote) pero otras están más cerca –por la dura geometría de los trazos- de la mujer sensual y fuerte que muchas veces se vistió de hombre.
Virginia no tuvo hijos, Vita, sí. Ambas coincidieron, alrededor de 1920, en el prestigioso entorno del llamado Grupo de Bloomsbury, de moderadas ideas izquierdistas, de gran apertura moral, y a la par culpable y plácido de hallarse bien en esa atmósfera de tardes de té y búcaros de lirios que el mayordomo se encarga de reponer cuando se van marchitando…Vita admiró en Virginia su extrema delicadeza y sobre todo su inmenso talento como escritora. Su sentirse concienciadamente mujer, algo tan nuevo en la época. Virginia, si puede decirse así, admiró en Vita su estirpe, su pureza de caballo ganador y elástico, su fineza intelectual (es autora de novelas tan bien hechas como “Toda pasión apagada”) pero sobre todo su coraje sexista, pues Vita fue –con la apertura que su clase le permitía- abiertamente lesbiana. Ambas pasaron temporadas juntas en una de las grandes residencias campestres de los Sackville-West, Knole House, un magnífico palacio isabelino de finales del siglo XVI. ¿Hubo sexo entre ellas? Se da por sentado que sí, dentro de los moderados cánones que podía admitir Virginia. Lo que sin duda hubo fue una poderosa comunión de almas (naturalmente sólo entre mujeres) y una suerte de fusión intelectual entre lo que Virginia deseaba ocasionalmente ser y lo que Vita abiertamente era.
Sin duda cuando más se trataron, Virginia debía conocer la que había sido –y aún era- la más violenta pasión lésbica de Vita, su desesperado y compartido amor –abiertamente asocial- por Violet Trefusis. Era esta una muy hermosa mujer casada también con un diplomático. Ambas se habían conocido jóvenes y habían tenido entonces sus primeros escarceos, que culminarían en un amor abrasador, por el que las dos abandonaron a sus respectivos esposos. Se fugaron a Francia y a Italia, en deliquios amorosos, y frecuentemente Vita se vistió en público de hombre, tomando del talle a su mujer Violet, y haciéndose llamar en tales casos, “Julián”. Las cartas de amor que se escribieron y que (¡oh talento de sus civilizados herederos!) han perdurado, son una admirable prueba de incontenida y real pasión. Lo raro es que pese a esos años de amor y exceso –todo ocurría a rachas- el matrimonio heterosexual de ambas perdurara. Al señor Trefusis pudieron guiarle razones de conveniencia social. El poderoso qué dirán. Pero a Mr. Nicolson (junto a las mismas razones) le ataron también otras más íntimas, pues él mismo tuvo relaciones con algunos chicos jóvenes. Todo quedaba en casa, salvo que Vita salió como un torbellino. Y eso es lo que admiraba –y acaso envidiaba- Virginia Woolf. Por eso le dedicó a Vita Sackville-West una de sus más redondas y atractivas novelas, “Orlando” (1928), inspirada en la propia Vita y en la mansión de Knole, y traducida al español por Jorge Luis Borges. “Orlando” es la biografía, durante varios siglos, de un hombre que se vuelve mujer y otra vez hombre, sin olvidar nunca su fogoso temperamento ni su condición esencialmente andrógina. Cuando empezaba a escribir el libro, Virginia escribió en una carta a Vita: “Suponte que alguien diga pronto, mira, Virginia ha escrito un libro sobre Vita”. A la interesada no le importó (antes al contrario) pues creía, como Coleridge, que todos los grandes creadores han sido espíritus andróginos. En la novela todos los amores son posibles y ningún equilibrio se malogra. La vida rompe lo estatuido.
“Orlando” es el amor, el deseo y la admiración de Virginia Woolf hacia Vita Sackville-West, señora de Knole. Pero ambas han dejado, además, otros testimonios magníficos de lo que podemos considerar una alta educación liberal. En sus memorias, Leonard Woolf contó pormenorizadamente los sentimientos, las crisis y la hipersensibilidad de Virginia, hasta que se suicida entrando en el río Ouse. Por su parte, Vita escribió diarios de su apasionada y alocada relación con Violet. Esos diarios fueron publicados y comentados por su hijo menor, Nigel Nicolson, en un libro admirable que mucho me extraña no ver reeditado: “Retrato de un matrimonio” (1973). Es aleccionador leer cómo un hijo comenta las desavenencias de sus padres (el matrimonio, como el de Virginia, sobrevivió) , los amores lésbicos de su madre, los campanilleos gays de su padre, y todo lo explica y lo entiende en el marco de la complejidad de la vida y de lo que debe ser una educación humanista. Como decía Virginia Woolf , “con el enorme fardo de lo inexpresado”. Pero ¿qué son literatura y moral sino el intento de vivir y decir, todo eso que aún no se ve o aún permanece entre brumas?
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si bien Luis Antonio nos tiene malacostumbrados a esperar lo bueno, hoy es un texto definitiavemente excelente.
gracias