Sacrificios (2)
Los habitantes de esa megalópolis (la segunda del planeta en número de habitantes) llamada Ciudad de México están acostumbrados a convivir con catástrofes cotidianas como la polución, la masificación o la inseguridad ciudadana, pero en los últimos tiempos les han caído encima, además, otras calamidades menos ordinarias como la cada vez más grave crisis económica, una epidemia que ha paralizado la ciudad durante días o incluso, la semana pasada, un terremoto de considerable magnitud. Si las cosas no hubiesen cambiado por allá desde los tiempos en que México era la capital del Virreinato de la Nueva España, es probable que las autoridades no hubiesen vacilado en aplicar una medida contundente para poner fin a tantos desastres: una buena redada y posterior quema en la hoguera de sodomitas.
Desde la época tardía del Imperio Romano, la Cristiandad asociaba la homosexualidad masculina a la historia bíblica de Sodoma y Gomorra, ciudades destruidas por la ira divina, y de ahí habían nacido tanto la aplicación a los hombres homosexuales del término sodomita como el concepto de que el dios cristiano aborrecía particularmente a estos sodomitas, y para castigarlos no dudaba en enviar todo tipo de plagas –tales como hambrunas, pestilencias y seísmos– a aquellas tierras que los acogiesen. Para los conquistadores españoles de América, tan evidentes e indiscutibles eran estas nociones que se las atribuían incluso a los propios indígenas del Nuevo Mundo: “Los indios sabían que la sodomía ofendía gravemente a Dios” y provocaba “las tempestades que con truenos y rayos tan a menudo los azotaban, o las inundaciones que ahogaban sus frutos y que habían causado hambre y enfermedades”, escribe en De orbe novo Pietro Martire d’Anghiera, erudito al servicio de los Reyes Católicos, considerado como el primer cronista de Indias.
Si realmente había indios que tuviesen dichas ideas, no hace falta ser muy sagaz para sospechar de dónde las habían sacado. Los religiosos que las autoridades españolas enviaron a las Américas no se cansaron de predicar por el Nuevo Mundo los prejuicios homófobos que traían consigo desde el Viejo. “El sodomético, (…) abominable, nefando y detestable (…), mujeril o afeminado en la forma en que camina o habla, (…) por todas estas razones merece ser quemado”, tronaba en su Historia general de las cosas de Nueva España el fraile franciscano Bernardino de Sahagún. Otro fraile, el dominico Gregorio García, dejaba constancia en su Origen de los indios del Nuevo Mundo de que antes de la llegada a aquellas tierras de la fe cristiana “los hombres de Nueva España cometían enormes pecados, en especial aquellos contra natura, aunque repetidamente ardían por ellos y se consumían en el fuego enviado desde los cielos.”
Con el pretexto de evitar que el fuego celestial alcanzara indiscriminadamente a todos los habitantes del Virreinato, las autoridades coloniales de la Nueva España enviaron ellas mismas a la hoguera a individuos condenados por sodomía en varias ocasiones durante los siglos XVI y XVII. La que tenemos mejor documentada tuvo lugar en la Ciudad de México en 1658: el 6 de noviembre de dicho año fueron ejecutados allí catorce hombres, incluyendo tanto jóvenes de veintipocos años como ancianos de más de setenta, todos por haber cometido el llamado pecado nefando unos con otros durante años. La ejecución de los catorce sodomitas (“todos los cuales representaban mestizos, indios, mulatos, negros o la basura de este Imperio y ciudad”, escribía el virrey al monarca Carlos II) constituyó todo un espectáculo para las masas de la Ciudad de México, que por entonces contaba con cerca de 100.000 habitantes. Dicho espectáculo se prolongó a lo largo de casi todo un día, desde las once de la mañana, cuando salieron los condenados de las cárceles reales para ser conducidos hasta el quemadero de San Lázaro, hasta las ocho de la noche, cuando por fin iluminaron la oscuridad las piras que consumieron la carne ya sin vida de los sodomitas, estrangulados previamente por turno ante la multitud vociferante.
Así pues, la Ciudad de México fundada por los conquistadores españoles sobre las ruinas de la orgullosa capital del Imperio Azteca, México Tenochtitlán, contemplaba una vez más cómo la religión del estado se expresaba, como antaño, en una ceremonia pública en la que se sacrificaban vidas humanas para complacer a los dioses, y con ello evitar, supuestamente, las más terribles catástrofes. Claro que ahora los dioses eran uno solo (aunque dividido en tres personas: enredos de la teología cristiana), y a nadie se le ocurría aplicar a dicho ritual el término sacrificio. Y es que para las muy católicas autoridades de la vieja y la Nueva España, el concepto de sacrificio humano resultaba casi tan abominable como la propia sodomía, y la necesidad de extirpar estas prácticas del Nuevo Mundo había sido uno de los argumentos preferidos de esas mismas autoridades para justificar ante la Cristiandad su empresa de conquista y sometimiento de las Américas.
Una quema de sodomitas, sin embargo, era otra cosa. Los conceptos con que se justificaba dicha matanza eran muy diferentes de los que en el Imperio Azteca subyacían tras los sacrificios a sus divinidades. En la religión mesoamericana, los dioses no eran omnipotentes, y se asumía que la humanidad tenía que alimentarlos con su propia carne y sangre para que no se debilitasen y pudiesen seguir haciendo funcionar el mundo. El dios cristiano, sin embargo, se bastaba y sobraba para sostener el mundo en pie, pero se mostraba extremadamente colérico y rencoroso con aquellos seres humanos que osaban no obedecer sus mandatos, y de ahí la necesidad de ofrecerle las vidas de algunas de esas criaturas rebeldes (para librar del castigo a las más dóciles); y entre dichos réprobos, los homosexuales, con quienes, como ya hemos señalado, tenía este dios una fijación particular, según lo que repetían una y otra vez los que aseguraban hablar en su nombre.
En resumen: la quema de sodomitas constituía para los cristianos el justo castigo a quienes osaban rebelarse contra las órdenes dadas por su dios, a través del estamento sacerdotal, a toda la humanidad, mientras que los sacrificios practicados por aztecas, mayas y demás pueblos de la Mesoamérica precolombina pretendían ayudar a los dioses a hacer su trabajo cósmico. Por encima de esas diferencias teológicas había, sin embargo, evidentes elementos comunes entre unos y otros hechos: en ambos casos estamos ante la matanza pública, a cargo del Estado, de individuos cuya única conexión con las catástrofes que se pretendía evitar mediante su muerte ritual estaba en la cabeza de sus verdugos, en las creencias religiosas que los dirigentes de ambas sociedades se afanaban en mantener… y que les mantenían a ellos en la cúspide, con las masas sumisas a sus pies.
(Continuará.)
absolutamente escalofriante,
gracias por tus escritos
Que nunca se olviden estos hechos. Más que nada porque la Santa Iglesia Católica no ha aprendido nada de la historia y sigue utilizando toda la crueldad a su disposición (afortunadamente cada vez menor) para eliminar la homosexualidad.
Acojonado me quedo… y lo cierto es que sigue usando toda su maquinaria como bien dice Turbio… indignante.
El catolicismo siempre intentando salvar tu alma aunque tu no quieras o no creas en tales cuentecitos.
Y siguen igual. Ahora ya no queman a los homosexuales, ahora dicen todos melosos que no condenan la homosexualidad sino los actos homosexuales.
Hipócritas, criminales y falsificadores de la historia.
Un país que se dice democrático no deberia mantener un concordato nacido al calor del fascismo con una teocracia de corte oriental.
Hablando de indígenas y sacrificios, mirad que numerito de hipocresia del pp:
http://www.europapress.es/nacional/noticia-congreso-vota-hoy-si-pide-gobierno-retire-nombres-negreros-calles-espanolas-20090506073711.html
«La Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados votará hoy una proposición no de ley del PP que pide al Gobierno que retire los nombres de tratantes de esclavos de las calles españolas y que erija «un monumento en memoria de las víctimas de la esclavitud».
Según el escrito de los ‘populares’, recogido por Europa Press, la iniciativa pretende reparar «un agravio histórico hacia la población negra, inyectando ilusión afropositiva, afirmativa y transformadora», que contribuirá «a erradicar el racismo más duro e intolerable y la violación de los Derechos Humanos». »
Y eso lo dice el grupo político que se manifiesta de la mano de una teocracia que se niega a firmar la propia declaracion de DDHH, que se niega a apoyar la despenalizacion de la homosexualidad, que se dedica a intentar discriminarnos de todas las formas posibles, etc.
Aplaudo la iniciativa, pero me parece una muestra de hipocresía monstruosa.
Ajocojante…
Gracias, Nemo.
Besos
Estremecedor, Nemo.
Y lo más terrible de todo: si hoy no nos queman es porque no pueden, porque una señora llamada Democracia les ha escondido la caja de cerillas… Aunque ellos siguen buscándola, con la esperanza (esperemos que vana) de encontrarla algún día.
Muchas gracias a todos.
Dice Dr. Turbio: «Que nunca se olviden estos hechos». La verdad, sin embargo, es que estos hechos están absolutamente olvidados desde hace siglos para la inmensa mayoría de la gente, gais y lesbianas incluidos. Se trataría pues, en todo caso, de sacarlos del olvido, si es que creemos que vale la pena el esfuerzo.
Yo desde luego sí lo creo, entre otras cosas porque estos hechos del pasado nos ayudan a percibir con claridad la irracionalidad y la violencia que subyacen tras las formas a menudo engañosas, e incluso melifluas, que adopta la homofobia del presente («yo respeto mucho a los gays, hasta tengo amigos gays, pero…»). Como señala con razón Giorgio, ésos mismos a quien hoy oímos proclamar su «respeto» hacia los homosexuales (inmediatamente antes de echar pestes de cualquier avance en el reconocimiento social de nuestra dignidad y nuestros derechos) sólo dejaron de quemarnos en la hoguera cuando la sociedad moderna (la Ilustración, las revoluciones liberales…) les escondió la caja de cerillas.
Así pues, para sacudir un poco la espesísima capa de polvo y olvido que ha caído sobre ellos, me permito reproducir aquí los nombres de las catorce víctimas mortales que se cobró la homofobia del Estado y la Iglesia en la Ciudad de México el 6 de noviembre de 1658 (junto con los escasos datos que de ellos nos transmitieron sus verdugos):
1. Benito de Cuebas, mulato
2. Cristóbal de Vitoria, español (más de 80 años; jorobado y tuerto)
3. Domingo de la Cruz, indio
4. Gerónimo Calbo (23 años)
5. Joseph Durán, mestizo
6. Juan de Correa ‘la Estampa’, mestizo (más de 70 años)
7. Juan de la Vega ‘Cotita’, mulato
8. Juan de Ycita, indio
9. Juan Martín, indio
10. Matheo Gaspar, indio
11. Miguel de Urbina, indio
12. Miguel Gerónimo ‘la Cangarriana’, mestizo
13. Nicolás de Pisa, negro (más de 70 años)
14. Simón de Chaves, indio
Hubo un decimoquinto condenado, Lucas Matheo, mestizo, aunque por razón de su edad (tenía sólo 15 años), el tribunal decidió sentenciarlo sólo a recibir 200 latigazos ante la pira en la que ardían sus compañeros y a 6 años de trabajos forzados. Ése era el valor que tenía por entonces la caridad cristiana aplicada a los pecadores contra natura.
Fantástico, Nemo, fantástico también tu comentario.
Pues eso, que no los olvidemos…
besos.
Gracias Nemo por hacer que no olvidemos el salvajismo de la Iglesia Católica con los homosexuales. Otros muchos ya nos recuerdan el salvajismo de los sacrificios mayas y aztecas, como Mel Gibson en «Apocalypto».
Un Mel Gibson católico preconciliar que ahora va y se nos divorcia (gracias Flick por la noticia).
La verdad es que no puedo dar crédito a vuestra falta de imparcialidad e incultura. Fueron los cristianos los que sufrieron persecución y muerte por el simple hecho de sus creencias. Jamás la iglesia católica como institución ha matado a nadie por razón de su modo de vida. Otra cosa son los exaltados y asesinos que en ocasiones dicen actuar en nombre de ella. En cambio curas y monjas si han sido asesinados hasta la mitad del siglo veinte, y desgraciadamente volverían a ser vilmente sacrificados si gente como algunos exaltados, fanáticos, y malhadados individuos sin entrañas, con independencia de su tendencia sexual, política o social, continúan desfigurando la historia a su antojo, por ignorancia o interés. Que Dios os bendiga a todos.