Mártires de la belleza
“¿No nos dice tal belleza que, en el fondo, somos extranjeros, raros, en esta tierra de casi permanenente infelicidad?”
Los que nos volvemos locos con la literatura (sí, eso de los libros y tal: son como estados del facebook o como tuiteos, pero más largos), esperábamos casi en éxtasis la conjunción de Luis Antonio de Villena con Cabaret Voltaire, que deseamos sea fructífera. Es el caso de la ya comentada Fuera del mundo y ahora le toca el turno a Mártires de la belleza. Un ensayo sobre el esplendor y el castigo.
La belleza, esa “propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual” que dice la RAE. No se trata en este caso de esos jóvenes y bellos cadáveres que pueblan la mitología del siglo XX (y las carpetas de los adolescentes), o no solo, sino de algo mucho más trágico: de la muerte en vida, de esos cadáveres ambulantes que nos estremecen porque no dejaron de ser, sino que siguen siendo, y a los que es inevitable comparar con lo que fueron. Digamos que esto se comprenderá una vez se haya visto en qué se ha convertido Leif Garrett, por poner solo un ejemplo realmente espeluznante.
James Dean siempre será ya joven, bello, chulescamente adorable, con veintipocos años y ese pelito al aire, esa cara de despistado, de no saber lo que quiere, ese desvalimiento que aún nos enamora. Los dioses se los llevan (muchas veces los dioses se llevan lo que les pertenece y que, por casualidades o errores del destino, han llegado hasta aquí, donde no deben estar). Pero otras veces ejecutan su venganza de una manera sádica, dejándoles vivir. Ese “amargo don de la belleza” del que hablaba Terenci Moix sobre un verso de Byron.
Así, Villena nos cuenta las casi siempre trágicas (algunas más que otras) historias de John Moulder-Brown o David Carpenter (el tarzán canario), aquel Romeo de Zeffirelli, River Phoenix o el rubito de El Lago Azul (¿recuerdas su nombre? ¿está el lector preparado para ver lo que es hoy aquel mozalbete que retozaba feliz en taparrabos por el paraíso?), la loca de Helmut Berger o el ya comentado Leif Garrett, en una insólita mezcla en la que el autor no solo bebe de las fuentes clásicas con su habitual erudición, sino que se amorra al pilón de otras fuentes menos cristalinas (Google, Youtube o Wikipedia) sin perder la compostura. Y todo lleno de fotos que iluminan el texto, algo que evita los continuos paseos al ordenador para ver el careto del susodicho, su esplendor y su castigo.
Desde Goya, más o menos, la belleza dejó de ser el objetivo único del arte, y gracias a los dioses, tampoco es el objetivo único del deseo: cuánta frustración entonces, cuánta fragilidad y qué pocas ocasiones, qué poco tiempo… y lo dice uno que siempre ha admirado infinitamente más la belleza del Hércules Farnesio que la del Hermes de Praxíteles, la de Adriano que la de Antinoo, y que sin embargo duda ahora si esa elección estética y vital no habrá tenido más que ver con su carácter pragmático que con una realidad objetiva interior. Al fin y al cabo Antinoo siempre crece pero la barba y las lorzas de Adriano están gloriosas muchos años e incluso mejoran con el tiempo.
“La Belleza maldice, con raras excepciones, a cuantos la han poseído”
P.S.: he descubierto trágicamente por culpa del libro que ya soy mayor que Elvis.
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A pesar de la buena pinta que tenia el libro, realmente me decepciono, ya salta de un punto de historia a otro, al igual que va saltando de un tio a otro con tan poca consistencia como la que te puedes encontrar en un cuarto oscuro. Tanto describe las grandes historias de amor de la historia sobre adolescentes para pasar enseguida a sus onanismos con estrellas de la pantalla. De sus antiguas conversaciones con sus amigos a la busqueda de youtube. Supongo que es lo dificil de pasar de la grecia classica a Rob Lowe. El libro es entretenido pero no vale lo que cuesta.
Sobre Martires de la bellesa, prefiero Requien por Peter Pan y otras cronicas decadentes de Carlos Martorell.
El problema en este caso no es tanto cómo han envejecido o no los nombres que el libro cita, sino lo mucho que le gustan los adolescentes a los autores. Todos envejecemos y la belleza ni se pierde ni se marchita necesariamente con los años. Evoluciona. Unas veces mejor, otras no tanto. Leif Garrett ha envejecido mal por su adicción a las drogas que han hecho de su cara un cuadro, pero tanto Christopher Atkins (el del Lago Azul que no citáis) o John Moulder-Brown, por poner un par de ejemplos de los que se citan aquí, no sólo siguen siendo muy atractivos, sino que desearían los autores estar a la altura física, ahora, o en el pasado, de cómo están estos a los que critican por el simple hecho de haber envejecido. Es lo que tienen los efebófilos, que a partir de los veintipocos, los hombres les empiezan a dar asco, caray.
Ha salido esto en la SER:
http://www.cadenaser.com/espana/articulo/rajoy-derogara-ley-matrimonio-homosexual/csrcsrpor/20111016csrcsrnac_2/Tes
Personalmente creo que no pasa de rumor.
Además, aunque sea cieto el TC va a seguir estando dominado por los conservadores así que realmente da igual.