"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Perdidos

Entendámonos“Es una película sobre el pasado, pero que tiene mucho que ver con el presente, porque habla de ciclos; la humanidad cree que avanza, pero no vive más que ciclos.” Son palabras del director Alejandro Amenábar en referencia a Ágora, la obra que ha presentado estos días en el Festival de Cannes. Fijémonos primero en la última parte de su declaración: ¿tiene razón Amenábar? El supuesto progreso de la humanidad, ese progreso en el que, especialmente en los últimos siglos, tantas esperanzas hemos depositado, ¿es en realidad un espejismo? ¿No será que caminamos en círculos, completamente perdidos en esta extraña jungla que es el mundo?

En cierto sentido la noción de progreso es irrebatible: hoy sabemos mucho más sobre el universo en que vivimos que hace 50 años, entonces sabíamos mucho más que un siglo atrás, etc. Al menos en el sentido de ‘aprender’, es obvio que progresamos. Otra cosa es si progresamos adecuadamente. Porque hay otro gran problema con nuestra noción de progreso: el mayor conocimiento sobre el mundo nos ha permitido transformarlo cada vez más a nuestra voluntad. Y en ello hay mucho de trágico, pues parece ser que las posibilidades que hoy nos ofrecen la ciencia y la técnica son mayores que nuestra capacidad intelectual, moral y organizativa para hacer uso de ellas de modo que no nos hagamos daño a nosotros mismos, que no lleguemos incluso a amenazar nuestra propia supervivencia. Somos niños pequeños jugando con una granada de mano que se acaban de encontrar; y no es una granada de juguete.

Pero volviendo a lo que planteaba Amenábar, el director tiene razón al menos en la existencia de ciclos históricos, lo que significa que nuestro progreso no es una línea recta, y no siempre avanzamos; a veces también retrocedemos:

“Berlín 1931: la cultura homosexual más desarrollada del mundo. Una biblioteca sobre el tema más prolija que cualquiera de las actuales. Bares. Conferencias. Actores fuera del armario como Conrad Veidt o (antes) la Dietrich a los que nadie ponía en listas negras. Para Isherwood y Auden un paraíso. Un registro para posibilitar la reasignación de sexo.

Berlín 1936: No hay biblioteca, se cierran los bares. No hay conferencias. Se exilian los actores. Al poco tiempo se utilizará el registro para enviar a los que en él se incluyeron a campos de concentración.”

Los dos últimos párrafos son una cita de un brillante comentario de Alberto Mira aquí en dosmanzanas. La biblioteca a la que se refiere Mira era la del Institut für Sexualwissenschaft (Instituto de Sexología), fundado en 1919 por el sexólogo y activista homosexual Magnus Hirschfeld. El Instituto era un centro de investigación y de recursos sobre la sexualidad humana en todas sus manifestaciones, atendía a personas que acudían allí en busca de orientación, atención médica o psicológica, etc., y además defendía públicamente los derechos civiles de las personas homosexuales y transgénero. Era, pues, una institución única en el mundo, visitada cada año por unas 20.000 personas.

Pocos meses después de que Hitler se convirtiera en el nuevo canciller de Alemania, en mayo de 1933, los nazis atacaron el Instituto de Sexología (que antes habían clausurado), sacaron a la calle el extraordinario contenido de su biblioteca (unos 20.000 libros y revistas, unas 5.000 imágenes) y lo quemaron públicamente. La causa LGTB retrocedió por entonces de golpe varias décadas, y no sólo en Alemania, sino a nivel global. Ni siquiera tras la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial se pudo recuperar el terreno perdido: hubo que esperar a la década de 1960 para que el activismo gay, lésbico, trans lograra de nuevo levantar cabeza. Pero, como señalaba Alberto Mira, incluso en nuestros días no disponemos en ningún país de una institución equiparable a la creada por Magnus Hirschfeld hace 90 años.

“Era como si toda la civilización hubiera sufrido una operación cerebral infligida por su propia mano, de modo que quedaron extinguidos irrevocablemente la mayoría de sus memorias, descubrimientos, ideas y pasiones. La pérdida fue incalculable.” El científico y divulgador Carl Sagan valora así (en su libro Cosmos) la destrucción de otra enorme colección de textos, la célebre Biblioteca de Alejandría. En aquella época Occidente, y con él la humanidad entera, retrocedieron de forma tan grave que tuvieron de pasar muchos siglos para que se volviera a alcanzar un nivel de conocimiento similar al que contenían los perdidos volúmenes de la antigüedad (y muchísimos textos preciosos desaparecieron para siempre). No sabemos con certeza cuándo fue destruida la Biblioteca, pero una de las hipótesis más plausibles es que ello ocurrió en tiempos del emperador Teodosio, famoso entre otras cosas por haber convertido el cristianismo en religión oficial del Imperio Romano (en el año 380) y por haber ordenado (en 391) la destrucción de todos los templos no cristianos, lo que incluiría los edificios que albergaban la Biblioteca alejandrina.

Ágora, la nueva película de Amenábar, transcurre en Alejandría en esa misma época, y narra la historia –y la muerte a manos de una muchedumbre cristiana– de un personaje real: la matemática y filósofa Hipatia, que Sagan considera como “el último científico que trabajó en la Biblioteca”. Según el director español, la suya “es una película contra los fundamentalismos, porque aunque la cosa ha mejorado un poco, el mundo sigue lleno de ellos”. Tiene razón Amenábar: lo peor de nuestro pasado está también de algún modo en nuestro presente, dispuesto a arrastrarnos de nuevo hacia sí, y por eso recordar la historia no sirve simplemente para evadirse hacia un tiempo y un lugar más o menos exóticos, sino para reflexionar sobre nuestro propio tiempo, sus dilemas y sus riesgos.

Nemo

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