Los siglos de China (1)
Mientras se daba cabezazos una y otra vez contra la pared, el joven Hán Dōngfāng gritaba a sus carceleros, desesperado: “Los chinos somos patéticos. En mi próxima vida no seré chino, por nada del mundo. No seáis chinos. Es demasiado horrible ser chino, demasiado triste.” Hán había sido detenido por haber intentado crear, en el marco de las protestas contra el régimen comunista de la primavera de 1989 –la célebre revuelta de Tiān’ānmén– un sindicato de trabajadores independiente (él mismo era un trabajador ferroviario). Maltratado por la policia, frustrado por el fracaso de aquel valiente intento de llevar la libertad y la democracia a su país, a Hán haber nacido en China le parecía entonces una especie de jugarreta que le había gastado el destino. Que le había gastado a él… y a más de una quinta parte de la humanidad de aquel momento.
Si ser chino supone realmente semejante maldición, quizá el resto de los habitantes del planeta deberíamos inquietarnos también por nuestro propio futuro, ahora que estamos a punto de entrar en la segunda década del que muchos hace tiempo que profetizan que será el siglo chino, después de que el último fuera el siglo americano (es decir, estadounidense). Tal vez en las próximas décadas todos acabemos siendo un poco chinos, nos guste o no. Tal vez hayamos empezado a serlo ya, cuando asuntos tan trascendentales para todos como las actuaciones contra el cambio climático se dirimen fundamentalmente –como acabamos de ver en Copenhague– entre los líderes de Washington y los de Pequín.
Lo cierto es que los occidentales estamos poco preparados para un siglo chino. Si la realidad de la China actual nos es poco conocida, aún sabemos menos de la antigua y rica tradición cultural de aquel inmenso país. ¿Cuántos, por ejemplo, saben en Europa o en América que China constituye el ejemplo documentado más prolongado, en toda la historia humana, de tolerancia hacia la diversidad sexual y afectiva? Más de 2.000 años en los que la sexualidad entre hombres o entre mujeres no fue en aquellas tierras perseguida ni estigmatizada como algo abominable o antinatural, sino contemplada con serenidad, como un hecho que formaba parte, ineludiblemente, de la naturaleza humana.
En su monumental estudio Homosexuality and Civilization, el norteamericano Louis Crompton refiere cómo, por los mismos años en los que desde Constantinopla el emperador cristiano de Roma Justiniano, poniendo fin a muchos siglos de aceptación (en forma de tolerancia o incluso de cierta institucionalización) de la homosexualidad en el mundo grecorromano antiguo, condenaba a los ahora llamados sodomitas a la hoguera, en China el emperador Jiǎnwén, de la dinastía Liáng, escribía y publicaba poemas en los que exaltaba la belleza de cierto joven de su corte, comparándolo con los célebres favoritos de otros emperadores y nobles de la historia de China: “Muchacho encantador, ¡qué hermoso eres!/Sobrepasas a Dong Xian y Mizi Xia./Nuestras cortinas de plumas se empapan de la fragancia de la mañana,/nuestra cama rodeada de cortinajes tiene incrustaciones de marfil…/Tu rostro es más bello que las nubes rosadas del alba.”
La época de Justiniano –el siglo VI de nuestra era– marca precisamente el inicio de un largo período en el que Occidente, o más bien la Cristiandad, quedó muy por detrás de la civilización china no sólo en materia de tolerancia hacia la diversidad afectivosexual humana, sino también en cuanto al nivel general de vida, la capacidad de innovación tecnológica, etc. En aquella edad oscura para Occidente, parece que la jugarreta del destino era nacer en los países de la cruz.
Europa, en cualquier caso, pudo deshacerse mucho antes del lastre que para la innovación científica y técnica suponía el dogmatismo cristiano que de los feroces prejuicios homofóbicos que esa misma doctrina había introducido en su cultura y su sociedad. En el siglo XVI, en plena era de los descubrimientos, los estados de Europa eran ya capaces de enviar sus barcos cargados de mercaderes y misioneros hasta las costas del Imperio Chino. Uno de estos misioneros, el jesuita italiano Matteo Ricci, ejemplificaba el estado de la cultura europea de aquel tiempo: Ricci era notable por sus conocimientos de astronomía, matemáticas y otras materias… y también por una homofobia que Crompton considera como rayana en la obsesión (esto último, por otra parte, resulta muy característico de la Iglesia Católica, tanto de la de entonces como de la de ahora). Ricci se lamentó una y otra vez con amargura de que “el horrible pecado” de la sodomía no fuera en China “ni prohibido por la ley, ni considerado ilícito, ni siquiera motivo de vergüenza. Se comenta en público y se practica por doquier, sin que nadie le ponga impedimento.”
En los territorios del Extremo Oriente sometidos al poder de los europeos, el choque cultural en relación con la homosexualidad adquirió –como en América– características de tragedia. En 1598, en Manila, la capital de las Filipinas, las autoridades españolas hallaron que la sodomía estaba muy extendida en el seno de la comunidad de mercaderes chinos de la ciudad, y condenaron a dos de éstos a la muerte y la hoguera, y a una docena más a ser azotados y a galeras; de nada les sirvió a los chinos aducir que en su propio país tal práctica era vista con ojos muy diferentes. La noticia de las ejecuciones llegó hasta el Imperio Chino, donde, comenta Crompton, “tales medidas debieron de considerarse como un signo de la barbarie de los occidentales”.
La confianza de las elites chinas en la superioridad de su propia cultura sobre la de los bárbaros de Occidente protegió, pues, durante largo tiempo a los chinos y chinas que mantenían relaciones de carácter erótico con personas de su mismo sexo. El problema era que dicha confianza no siempre estaba justificada, y ciertamente en el terreno de la innovación tecnocientífica el Imperio Chino iba quedando más y más atrás con respecto a Europa. Algo que los dirigentes de Pequín se empeñaron en no ver mientras les fue posible, hasta que a finales del siglo XIX y principios del XX se hizo ampliamente evidente la necesidad de introducir profundas reformas modernizadoras en la sociedad y la cultura de China. Para entonces, el antiguo sentimiento de superioridad cultural respecto a Occidente se había transformado ya en los reformistas chinos, como señala Alberto Mira (Para entendernos), en un sentimiento de inferioridad que les llevó a adoptar el paradigma supuestamente científico de Occidente que por aquel entonces había reconvertido el pecado de la sodomía en la patología de la homosexualidad.
Por una de esas paradojas de la historia, el triunfo de la homofobia en China, su institucionalización como política de Estado, no vendrá –al menos directamente– de la mano de los misioneros cristianos que desde siglos atrás se afanaban, sin demasiado éxito, en cristianizar a aquella inmensa población, ni tampoco de la de las potencias imperialistas occidentales que pretendían repartirse el país y sus riquezas. Será otra doctrina también de raíces occidentales, pero atea y antiimperialista –el comunismo adaptado a las condiciones de la realidad china por Máo Zédōng– la que hará posible dicha victoria tardía del oscurantismo medieval europeo sobre la tolerante tradición local: de Justiniano sobre Jiǎnwén.
(Continuará.)
Gracias por el artículo, desconocia por completo todo eso, que lástima de atraso sufrió China, esperemos que se den cuenta, tienen la parte buena de que la cantidad de años de opresión es bastante menor, eso deberia jugar a su favor
Muy interesante. No sabía sobre esto. Estaré atento a las siguientes columnas al respecto
Me parece una visión algo simplista de la realidad. Cualquier historiado te podrá decir que la edad media no es una época oscura, sino que, como todas, tiene luces y sombras. ¿No fueron los cristianos los que abolieron la esclavitud romana, por ejemplo? Y el hecho de que la ciencia se haya desarrollado en el mundo cristiano no es casual. La doctrina de la creación, el mandato bíblico «dominad la tierra, sometedla» que desacraliza el mundo, poniéndolo al servicio del hombre, tiene mucho que ver en ese progreso. En fín, las cosas no son blancas ni negras, sino que tienen muchos matices que hay que considerar
#3 las ejecuciones publicas de homosexuales, «brujas», las lapidaciones de adulteras, o el derecho de «los ofendidos» a encerrarlas en un cuarto cerrado para toda su vida…
No, no fue una epoca oscura ¬¬
Gracias a vosotros por vuestros comentarios.
Trasgu: dices que: «Cualquier historiado te podrá decir que la edad media no es una época oscura, sino que, como todas, tiene luces y sombras.»
No veo que haga ninguna falta ser historiador para llegar a una conclusión tan poco sorprendente como que todas las épocas -la edad media incluida, por supuesto- «tienen luces y sombras»: eso es de cajón. Otra cosa sería pretender que la cantidad relativa de luces y de sombras permanece constante en todo momento y lugar, y por lo tanto no hay épocas o sociedades más oscuras que otras. Ahí ya no estaríamos de acuerdo.
Cuando en el artículo presento la época de Justiniano y los siglos siguientes como «una edad oscura para Occidente» no estoy haciendo, como tú apresuradamente interpretas, una descalificación simplista del medioevo europeo. En el contexto del artículo es obvio que dicha expresión hace referencia al hecho de que en aquel período histórico el nivel de civilización de Occidente cayó claramente por debajo del de China en una serie de aspectos (la tolerancia hacia la diversidad afectivosexual humana, el nivel general de vida, la capacidad de innovación tecnológica…). Es decir, la oscuridad de que hablo en el artículo es relativa, y alude metafóricamente a una serie de realidades comprobables. Y por lo que sé, existe hoy un amplio consenso entre los conocedores de la historia eurasiática en que a partir, aproximadamente, del año 500 de nuestra era Occidente entra en un período caracterizado por ese atraso con respecto a China que comento en el artículo. Sobre lo que sí existe un animado debate entre historiadores es sobre la fecha de finalización de dicho período, pero ése es otro tema.
Yo también desconocía por completo este aspecto de China, Nemo. Y no es raro, porque en el colegio la homosexualidad y la historia de Extremo Oriente jamás se mencionaban (y por motivos no muy diferentes: homofobia en un caso y racismo, o como mínimo, eurocentrismo, en el otro).
Trasgu, la ciencia se desarrolló en Europa no precisamente «gracias a» la religión cristiana, sino «a pesar de». Un ejemplo: durante los años oscuros, los monasterios fueron un refugio para la cultura, pero no es menos cierto que lo que se conservó en ellos fue lo que los monjes tuvieron a bien conservar. Cuando uno piensa en todas las obras griegas y latinas mutiladas o perdidas para siempre, por culpa del celo de un puñado de religiosos…
Muy interesante, esperando ya la segunda parte
Tienes toda la razón, Giorgio: no es para nada casual que en Occidente desconozcamos estas cosas.
Gracias a ti también, Gulf.
Un artículo estupendo, Nemo, como siempre.
Sobre las afirmaciones de Trasgu en torno al final de la esclavitud en el Imperio Romano gracias al Cristianismo, una visión que por otro lado está muy extendida (de forma interesada, por otra parte), sería de interés señalar que el proceso fue algo más complejo, lo que se produjo fue una progresiva evolución de un modelo económico basado de forma muy importante en la mano de obra esclava, a otro basado en la servidumbre. Las ventajas económicas de este segundo sistema para los latifundistas eran variadas: Por ejemplo, eran los propios trabajadores los que se encargaban de generar nueva mano de obra (a través de la familia y la paternidad), el proceso productivo y la optimización de recursos era, asímismo, responsabilidad de la mano de obra, que estaba obligada, fueran cuales fueran los frutos del terreno asignado, a otorgar una cuantía fija al terrateniente; por otro lado, las regulaciones que hacían imposible abandonar libremente el latifundio del señor, liberaban al terrateniente de la necesidad de ejercer un control armado permanente sobre la mano de obra para evitar la fuga.
Ya ves, Trasgu, que cambiar esclavos por siervos podía ser un pingüe negocio para los terratenientes, fueren cristianos o paganos.
La prueba de que el Cristianismo fue perfectamente compatible con la esclavitud, es que hubo que esperar a las revoluciones liberales (y laicas), para que esa institución fuera abolida definitivamente en Europa y los países cristianos.
No conocía esa historia.
Muy interesante, Nemo.
Gracias.
Y feliz Solsticio.
besos.
Bueno, algo semejante a lo que se describe en este artículo está pasando ahora mismo con el tema trans: si la «sodomía» no era mal vista en los países de Oriente, y con la conquista de Occidente vino primero el castigo y después la «enfermedad científica».
En muchos países orientales hay una cultura de género fluída, donde existen fguras históricas como los «kathoey» de Tailandia, «mahu»-s de polinesia o «waria» de Indonesia, donde aquellos que as´lo decidían vivían en el género que querían (fuera este el que en occidente asociaríamos al «hombre» a la «mujer», o a otro género, inclasificable desde la cultura occidental). COn las conquistas de occidente todas estas formas de vidas pasaron a ser criinalizadas, y en tiempos recientes la dicotomía de géneros occidental, convenientemente apoyada por la ciencia, ha patologiado todas estas formas de vida, llegando incluso a institucionaliarse esta patología mediante leyes y protocolos sanitarios internacionales.
Saludos
Les recomiendo el libro «La vida sexual de la antigua China»,de R.H. van Gulik.