"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Contra la homofobia interiorizada: crítica de «El tercer lobo» y entrevista a Francisco Javier Olivas

Queramos creerlo o no, el mundo ha sido un lugar homófobo durante siglos; y sigue siéndolo, lo que lleva a la implantación de la homofobia en todos los ámbitos. A raíz de ello, es común encontrar personas homófobas incluso dentro del colectivo LGTB, desde ese niño gay que repudia todo acto afeminado por temor a ser relacionado con su mayor temor hasta esa mujer lesbiana tan avergonzada de lo que es que termina abrazando el machismo como modo de vida. A fin de cuentas, la mayoría de las personas homosexuales ha sido homófoba alguna vez, principalmente por una mezcla de miedo y desconocimiento. Más preocupante todavía resulta la homofobia de aquellos que ya han salido del armario, personas que se sienten “agradecidas” por ser respetadas por lo que son y por tanto “responsables” de dar una buena imagen del colectivo: una imagen “normal”, o sea, sin pluma. De este importantísimo tema, y de muchos otros más, habla El tercer lobo, el libro que abordo hoy.

El tercer lobo es la primera novela de Francisco Javier Olivas, un joven biólogo (y futuro psicólogo) nacido en Pinos Puente (Granada) el 7 de marzo de 1985, quien la ha basado en sus propias sesiones de terapia con hipnosis. En ella, la consulta de Ramón (personaje inspirado en el propio terapeuta del autor) sirve de nexo de unión para dos hombres homosexuales a quienes la homofobia interiorizada ha sumido en un profundo foso. Así, el jovencísimo Pedro recurre al psicólogo apesadumbrado por el creciente deseo que profesa por su mejor amigo, mientras que el mucho más maduro José María lo hace movido por una espantosa opresión en el pecho que termina desvelando sentimientos largo tiempo contenidos. Nada acostumbrado a satisfacer sus deseos, José María queda prendado de Pedro, quien comienza a su vez a buscar experiencias que nunca había imaginado poder disfrutar como un adolescente normal. De esta forma, las reveladoras sesiones de terapia se entrelazan con la puesta en práctica de las mismas en la vida real de los personajes, quienes, por primera vez, comienzan a llevar una existencia fiel a sí mismos. Con una narración sencilla pero eficaz, el autor atrapa rápidamente a los lectores, sea cual sea su condición sexual, si bien es cierto que las personas homosexuales serán quienes mayor identificación sientan, bien con Pedro, bien con José María, bien con ambos (a fin de cuentas, el segundo no deja de ser una proyección de aquello en lo que el primero podría convertirse de no tomar nadie cartas en el asunto). Empero, para quienes nunca hayan experimentado vivencias parecidas a las de los protagonistas quizá la lectura resulte incluso más interesante y reveladora.

Reza la contraportada de El tercer lobo que la homofobia interiorizada es «la más peligrosa porque destruye vidas en silencio aprovechando su invisibilidad» y ciertamente este es un libro ideal para combatirla a todas las edades. Además, la novela no se limita a explorar este tema, sino que el sumo detalle con que se relatan las sesiones de hipnosis ofrece una visión verdaderamente fascinante de las mismas, a la par que las peliagudas relaciones de poder establecidas entre los personajes generan una tensión constante, enterneciendo a su vez las florecientes historias de amor al corazón más duro. Nos encontramos por tanto ante una primera novela fantásticamente escrita que conjuga la frescura de la juventud de su autor con un perfecto uso del lenguaje y una sugerente complejidad narrativa. El tercer lobo es también un acto de valentía por parte de Francisco Javier Olivas, quien accede a explorar su propio pasado —su propio corazón— con la esperanza de que su experiencia sirva para evitar que otras personas pasen por lo mismo que pasó él. Esta novela no es sólo una exploración de la terapia contra la homofobia interiorizada, sino una pequeña terapia en sí misma.

A continuación os dejo con mi entrevista a Francisco Javier Olivas, autor de El tercer lobo, la cual tuvo lugar en el Parque del Retiro de Madrid aprovechando el circuito promocional de la novela al que el joven autor se está entregando en cuerpo y alma.

El tercer lobo se compone de dos historias tan independientes como entremezcladas, ¿cuál fue la primera?

Pedro. La historia de Pedro. De hecho El tercer lobo es mi rescate de una novela que escribí con dieciocho años, la típica historia de dos adolescentes que salen del armario, la cual ya tenía a Pedro como protagonista. Años más tarde, al revisarla, sentí que nadie publicaría una obra tan tópica, pero, al empezar a escribir El tercer lobo en 2012, recuperé a Pedro. Fue después cuando creé a José María y empecé a alternarlos.

¿Hay entonces algo de ti en Pedro?

Hay algo de mí en todos los personajes. Hay una parte real de Pedro, que es su físico: mi amor platónico de la adolescencia; pero es cierto que parte de su personalidad me corresponde. Y lo mismo con José María, o incluso con Ramón, aun cuando este se basa en el psicólogo de mi vida real.

¿Saben estas personas que forman parte de tu novela?

Ramón sí que lo sabe; pero creo que Pedro, no. Vamos, lo tengo en mi Facebook, así que igual  ha echado un vistazo… Pero, claro, que el personaje se llame como él no tiene por qué llevarle a pensar que hay tanto de él ahí…

¿Y qué crees que opinaría si se enterase?

No tengo ni idea. Igual me borraría de todas las redes sociales, igual le gustaría. Realmente llevo mucho tiempo sin tener contacto con él.

Y el personaje de José María, ¿en quién se basa?

José María nace de una conversación que tuve yo con 20 años en un chat: di con un empresario de 50 años con mujer e hijos que cambiaba de provincia para tener encuentros esporádicos con hombres… Yo fui imprudente y le dije «¿no crees que cuando tengas 100 años te arrepentirás de esta vida de puro teatro?» y él me dijo que su negocio pesaba mucho: su contexto era muy homófobo, con lo que él iba a perder muchos clientes si salía del armario, ya que necesitaba esa fachada de hombre feliz y casado. Nunca lo conocí en persona, pero fue una conversación que se me quedó grabada, ya que me generó mucha ansiedad, yo pensaba: «el tiempo pasa… y no lo vas a poder recuperar nunca».

¿Y cómo iniciaste el proceso de transformar esa idea original de Pedro en una novela a la que sí veías posibilidades de ser publicada?

La clave estuvo en haber ido a terapia, haber hecho hipnosis con mi terapeuta y llegar a la conclusión de que ese tema era muy atractivo para la gente. Además, sentí que lo que yo había trabajado con el psicólogo podía ser muy útil para otras personas. Por tanto, el valor de la temática era doble: su atractivo y su utilidad para la gente.

¿Son reales las secuencias de hipnosis que aparecen en la novela?

Sí. Varias de ellas son casi una transcripción de lo que me sucedió a mí en terapia. Otras me las inventé en base a las reales.

¿Recomiendas la hipnosis de cara a solucionar problemas relacionados con la sexualidad?

Depende. No creo que todo el mundo se sienta cómodo con esta técnica. Mi psicólogo me ha dicho que hay gente que no vuelve tras la primera sesión. Ninguna técnica de psicología sirve para todo el mundo. Yo creo que la hipnosis bien tratada, sin pensar en ver el futuro o desvelar necesariamente traumas escondidos (o sea, sin los tópicos) puede ser muy útil; en mi caso, movía muchas emociones, más que hablando. Insto a probarlo, pero de cada uno depende decidir.

¿Dirías que una persona escéptica puede aprovechar la hipnosis?

Bueno, mi caso fue precisamente el de un escéptico. Yo estaba acabando biología y me encontraba muy mal: soñaba dos o tres veces por semana con mi expareja pese a haber cortado con él dos años antes; los sueños eran normales, pero al despertarme y darme cuenta de que no estábamos juntos me deprimía… Y, claro, yo en ese momento estudiaba una carrera de ciencias, donde prima la objetividad, y veía al psicólogo prácticamente como un chamán. En principio, le pedí hacer terapia congnitivo-conductual, que es la que se emplea para modificar la propia forma de pensar cuando hay algo negativo en ella. Probé una sesión de hipnosis similar a la primera del libro, que consiste en recurrir a imágenes arquetípicas, imaginar una serie de objetos y describirlos. Este psicólogo no me conocía de nada y en base a mi descripción de los objetos me dijo cosas de mi vida que era imposible conocer sin una relación cercana conmigo. Y, claro, me ganó. En la segunda sesión de hipnosis, la simbología volvió a ser muy clara: sugestionado por él para ver imágenes de mi ruptura, vi un lobo gigante. Me di cuenta de que el recuerdo de mi expareja se había convertido en una amenaza. Sé que es una técnica poco objetiva, pero a mí me funcionó.

¿Es este el psicólogo en que se inspira el personaje de Ramón?

Sí. Llegó un momento en que tuve que pedirle permiso para escribir la novela, porque sé que poca gente utiliza su técnica y yo iba a desvelar sus secretos. Me lo dio sin problemas, así que sí: el Ramón de la novela se parece mucho al de la vida realidad.

Tú utilizaste la terapia para superar una ruptura, pero los personajes de la novela la emplean para aceptar su homosexualidad…

Sí, aunque la verdad es que yo también traté ese tema. Una vez me quité la etiqueta de loco y dejé de avergonzarme por acudir a terapia, opté por tratar muchas otras cuestiones. Y la más importante era la homofobia que había dentro de mí. Yo recuerdo sentir aversión por los sitios de ambiente, incluso teniendo yo mismo una relación homosexual. Tratando estos temas me percaté de que yo tenía al colectivo heterosexual en un nivel superior al homosexual, aun formando yo parte del segundo. Y ahí fue cuando decidí llevar esto a la novela para echar una mano a gente que pueda sentirse como yo me sentía entonces. A mí me daba rabia que durante toda mi adolescencia nadie me dijera tan claramente como mi psicólogo que yo era tan válido como cualquier persona heterosexual. Así que pensé: si a mí no me lo ha dicho nunca nadie, seguro que a otra gente tampoco.

¿Dirías entonces que la homofobia interiorizada que analizas en la novela está muy extendida?

Sí. Sé que hay gente que no está de acuerdo en llamarla así, pero hay mucha homofobia dentro del propio colectivo, sobre todo con respecto a la pluma. A mí ha habido chicos que por chat me han dicho “si no tienes pluma podemos tomarnos un café”. Y eso también es homofobia. Sé que yo mismo he sido homófobo, porque me he criado en un ambiente muy homófobo. Solo tratando este tema con un psicólogo he podido salir de eso.

¿Cómo puede entonces combatirse la homofobia interiorizado siendo algo tan subjetivo?

Es muy difícil… En primer lugar porque tienes que tomar conciencia de ello. Creo que la gente no se da cuenta de que está discriminando la pluma, ya que la disfraza de gusto: “no me excita sexualmente y por eso discrimino”: ¿quién te dice que no vas a encontrar a alguien con pluma que te va a encantar? Creo que debemos trabajar para dejar atrás las etiquetas, nunca sabes quién te va a gustar. Una vez te has dado cuenta de que estás siendo homófobo, quizá debas trabajarlo con el psicólogo, ya que probablemente eso esté afectando también a tu autoestima. Hay que hacer un trabajo de introspección, de conocerse y mejorar determinadas cosas.

Dices que te habría gustado tener a alguien que te explicara todas estas cuestiones, ¿recurriste al menos a alguna obra cultural?

No… Y es que, claro, yo soy de un pueblo pequeño de Andalucía y estamos hablando de hace más de una década. Yo con quince años ni tenía acceso a internet; es más, no teníamos ni teléfono en casa, con lo que era muy difícil para mí acceder a información. Y, claro, estando en el armario ni se me ocurría preguntar a la bibliotecaria por algún libro. Más que no encontrar, es que no busqué. Sólo recuerdo con mucho cariño a un profesor de francés del instituto al que mandé  un email hace poco para agradecerle todo lo que, sin él mismo saberlo, había hecho por mí. Recuerdo que en clase debatíamos la masturbación, el sexo seguro, el embarazo… Era una buena estrategia pedagógica: aprendíamos vocabulario, pero, claro, con gran interés [risas]. Fue el único docente que nos planteó cosas como “¿qué pasa si dos chicas se besan?”; recuerdo la reticencia a aceptar esa idea, pero más aún lo positivo que fue para mí ver que alguien hablaba de ello con naturalidad. Afortunadamente creo que las cosas han cambiado bastante en los institutos, aunque la homofobia siga ahí. Hasta hubo un momento en que me pregunté si era necesario escribir un libro así, pero entonces encendía la tele y veía noticias como “pareja gay agredida en la feria de Almeria”… y me daba cuenta de cuánto queda por hacer.

Y ahora que ya no tienes miedo a acceder a la cultura LGTB, ¿recomiendas alguna obra?

Tengo que reconocer que no soy un gran lector de literatura LGTB, lo que quizá está mal siendo yo mismo un autor de literatura LGTB… Una película que sí me marcó mucho e incluso me llevó a leer el relato en que se basaba fue Brokeback Mountain (2005). Recuerdo ir al cine con mi novio con reparo y hasta miedo; era la primera película LGTB que veía en público. Y, aunque evidentemente mi historia es muy diferente a la de los protagonistas, recuerdo empatizar y llorar, por el tema de ocultarse, de temer la agresión…

El tema de la terapia también da a la novela un toque mágico…

En la novela hay dos aventuras: la real, vivida por los personajes, y la inconsciente, que surge cada vez que los personajes se sumergen en ese mundo interior. Es fantasía, a fin de cuentas, un género que a mí siempre me ha encantado. Recuerdo leer Harry Potter antes de que fuera famoso; también El señor de los anillos y El hobbit, claro; y el realismo mágico siempre me ha atraído especialmente. Así que me gusta haber dado un toque mágico a mi novela, para suavizar la dureza afrontada por los personajes y permitir que tanto ellos como los lectores se evadan de la realidad. A fin de cuentas, esa es la mayor virtud de la fantasía.

¿Y cómo fue el proceso de edición de esta novela?

Fue difícil, como para todos. Lo intenté primero en un concurso literario, luego lo envié a varias editoriales recibiendo respuestas negativas, y finalmente participé en una convocatoria de novela de Ediciones Cívicas, una pequeña editorial que tiene una forma curiosa de publicar: en lugar de permitir que cualquiera le mande un borrador, cada año permite a cada autor exponer por qué ha de leerse su novela en un máximo de tres páginas. Lo que yo hice fue reproducir la versión digital de El País recreando una entrevista futura en la que hablo de El tercer lobo. Narraba incluso una escena donde el periodista y yo paseamos por Granada, para que se apreciaran mis dotes literarias, y luego me inventé una entrevista en la que yo destacaba los puntos fuertes de la novela. La idea les gustó; y meses después me dijeron que, de las veinte novelas que habían pasado el primer filtro, solo publicarían cinco… y la mía era una de ellas. Vamos, que para la odisea que viven algunos autores, en el fondo lo mío fue rápido.

Dices que imaginaste una entrevista futura… Ahora que estás haciendo una entrevista real, ¿ves similitudes?

Sí, ¡la verdad es que me encuentro a menudo con las propias preguntas que yo me hacía a mí mismo!

Y ahora que la novela está publicada, ¿cómo ves el tema de la distribución?

Eso sí que es muy difícil. El otro día leí que en España se publican 200 libros al día, así que la competencia es altísima. La editorial es pequeña y hay pocas personas trabajando en ella, con lo que tengo que involucrarme bastante. Estoy asumiendo buena parte de los esfuerzos para que la novela llegue a la máxima gente posible: hago muchas presentaciones por toda España, contacto con medios para ver si me pueden hacer un hueco…

Y, ya que tuviste que vender el proyecto de la novela en su día, ¿cómo la venderías ahora que está publicada para que los lectores potenciales se interesen por ella?

Yo diría que El tercer lobo trata temas universales, lo que hace que cualquier persona pueda sentirse identificada: no habla solo de homofobia, aunque este sea el núcleo, sino también de las relaciones sentimentales, el concepto del amor, la necesidad que tenemos de mantener una buena relación con nuestros padres… Habrá lectores que no se vean reflejados en el tema de la homofobia pero sí en los demás. Vamos, probablemente esto lo digan todos los autores y parecerá que es para vender, pero no creo que sea una novela expresamente LGTB; al menos, yo no la concibo así.

Comentarios
  1. Montserrat Navarro

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