El sentido del humor homófobo
Confieso que escucho la COPE. Ya sé que está contraindicado, pero no lo puedo evitar: tengo adicción mórbida a la cadena de radio de los obispos. Diez minutos por la mañana, mientras desayuno, a Jiménez Losantos y otros diez, por la noche, a César Vidal (tampoco conviene abusar). Como en la columna de hoy vamos a hablar del humor homófobo, nada mejor que empezar por la COPE y por Don César Vidal, el conocido periodista y prolífico escritor de ensayos de ficción histórica. Muchas veces he oído a Don César (en la COPE se tratan de Don), perpetrar diversas combinaciones de un mismo chiste homófobo: “Yo si me encontrara con Pedro Zerolo [el conocido político gay es su debilidad] preferiría tenerle delante que no detrás”, “las manifestaciones del Orgullo gay prefiero verlas desde detrás que desde delante” “lo del matrimonio gay es un error, pero si hay que asistir a un casamiento entre machos, mejor verlo desde detrás”… etcétera. Las risotadas gruesas y el chasquido de quijadas del resto de los piadosos contertulios no se deja esperar. El éxito del chiste está asegurado, Don César triunfa casi sin esforzarse, los radioescuchas de la COPE oyen lo que quieren oír (por eso escuchan la COPE), los obispos hacen caja y luego si acaso se santiguan.
Bien enraizada en la homofobia más grosera, la obsesión por el “enculamiento” entre machos ha sido fuente abundante de humorismo a lo largo de los siglos. Felizmente, a medida que avanzamos en la normalización de la homosexualidad, los que perpetran este tipo de chistes se han convertido en una especie en extinción, aunque lejos aún de extinguirse definitivamente. El otro día, mientras esperaba en la cola de las cajas del pequeño supermercado del barrio, una clienta de mediana edad, -conocida por todos porque habla alto, se deja notar siempre, y es aficionada a intercambiar chistes de trazo grueso con las cajeras-, nos deleitó a todos con otra representación de humor homófobo al más puro estilo cesarvidalesco. Pasaba por allí un reponedor jovencito, se le cayó algo al suelo justo delante del vigilante de seguridad, se agachó para recogerlo dándole la espalda al vigilante y, efectivamente, otro sonoro chiste sobre la penetración anal, con la palabra “maricón” incluida. El vigilante soltó una risotada no muy diferente a la de los contertulios de la COPE, el reponedor cogió lo que se le había caído y se fue sin que le hiciese demasiada gracia la humorada de la señora, y los que esperábamos a la cola nos giramos incómodamente, como que no iba con nosotros la cosa, de manera que nadie le rió la gracia a la tarasca.
¿Qué tienen en común el sentido del humor de Don César Vidal y el de la deslenguada clienta del AhorraMas? Muchas cosas: la chabacanería, la falta de respeto, la ignorancia, la falta de talento, la estupidez, ingredientes todos ellos necesarios para acudir a algo tan anticuado y rancio como los chistes sobre maricones. El humor es uno de los atributos de la inteligencia, y requiere una mezcla de talento y de respeto, cuando falta uno de los dos el presunto humorista se convierte en un bufón, en un sujeto ridículo incapaz de percibir que en vez de ser el centro del humor es el centro de la vergüenza ajena. Sólo acude a chistes zafios, de cualquier índole, quien no posee el talento ni la brillantez necesarios para ejercer el noble arte de hacer reír, quien siente la necesidad de ser gracioso pero no posee la capacidad para serlo, quien no sabe distinguir entre ser divertido y ser ridículo. El que cuenta un chiste sobre maricones, y lo hace sin talento y sin respeto, es como el que suelta un sonoro eructo entre sus amigotes con la intención de hacerles reír.
La prueba fehaciente del ridículo que hacen los que frecuentan este humor es ver al propio César Vidal – que físicamente se parece al muñeco de Michelín-, hacer chistes sobre el deseo homosexual que produciría su trasero de hogaza. ¿Quién se iba a fijar en un adefesio como él? Nadie, pues ahí le tienen, haciendo chanzas sobre su sex appeal al más puro estilo Esteso y Pajares.
Felizmente esta rara especie de humoristas, como decía, está en vías de extinción: su número disminuye de igual modo que disminuyen los oyentes de la COPE (yo ya llevo una semana sin escucharla); y es una buena noticia, porque acabar definitivamente con el humor homófobo sería dar otro paso adelante en la normalización. Por último voy a dejar una pregunta en el aire para la reflexión: ¿Qué habría pasado si yo le hubiese recriminado a la señora lerda del supermercado, delante de todos los clientes, su estúpido e inoportuno chiste homófobo?
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Actualizado a 16 de febrero, 12:47: ver los comentarios a esta entrada en la versión antigua del blog.