Soy un marica de playa
Pensando en lo mucho que molesta a la mayoría de los heteros y a muchos gays la cuestión de las carreras de tacones, las boas de plumas, la palabra ‘marica’ o ‘maricón’, me he decidido a dar mi punto de vista, recordando algunas anécdotas de mi vida.
Hace algunos años estaba con un amigo en una playa nudista de Torre del Mar (Málaga). Me gustaba esa playa por ser de las grandes, no como las típicas calitas pequeñas donde estás codo con codo con el de al lado. También me gustaba (ya hace tiempo que no voy) porque al tener un camping justo al lado, había un grado bastante aceptable de diversidad en la gente que la frecuentaba, desde guiris porretas hasta familias con niños, y por supuesto, nosotros. Aquella tarde fue especial. Sin ponernos de acuerdo, sin ser el día del orgullo ni nada parecido, nos congregamos un nutrido grupo de gays de aquí y de allá. Al final de la tarde a alguien se le ocurrió que jugáramos al rugby. Mi amigo y yo nos miramos sorprendidos –os recuerdo que hace bastantes años de esto, y el rugby no era tan popular entre los homosexuales-, pero accedimos sin dudar, porque el que lo había sugerido estaba bastante bueno. Total, que sacó una pelota y nos explicó las reglas: ‘A ver, hay que llegar con la pelota en la mano hasta aquellas señales de allí y de allí. Vale todo, agarrar, arañar, chupar, pintar la raya a la contraria’… Casi me parto de la risa al escuchar a aquel chico e imaginar, por un momento, la imagen de un machazo placando a otro en mitad de un partido para retocarle con el eye-liner, jajaja. Total, que al final jugamos, y creo que es la única vez que me lo he pasado bien haciendo deporte. Hubo de todo, lo del eye-liner no, porque no lo teníamos a mano, pero más de uno se puso a hacer gimnasia rítmica o poses del Vogue al recibir la pelota, para asombro y diversión de los que miraban, gays y heteros, todos con bastante buen rollo por cierto.
Ese mismo verano, esta vez en Torrevieja (Alicante), aburridos de la discoteca en la que estábamos, nos fuimos a la playa. En una parte de la playa la orilla era de roca muy lisa y cubierta de algas, por lo cual resultaba extremadamente resbaladiza. Era imposible caminar por ella sin caerte, y una vez en el suelo era prácticamente imposible levantarte. Además resultaba fácil, siendo empujado por alguno de los que quedaban en pie, deslizarte sobre el trasero unos cuantos metros. Ni que decir tiene que las risas, carcajadas, gritos y demás elementos del mariconeo más genuino resonaron, y probablemente aún resuenen, en toda la playa. A nuestras risas se unieron las de dos señoras que, acompañadas por sus maridos, paseaban por la playa y, de haber llevado bañador, hasta se habrían unido a nosotros.
En ambos casos, a pesar de la dosis altísima de mariconeo en toda regla, nunca tuve la sensación de estar degradándome ni a mi mismo ni a la gente con la que comparto orientación sexual. Al contrario, esos momentos los tengo entre los más sanamente divertidos y transgresores de mi vida. Donde algunos ven escándalo innecesario, yo veo un grupo de hombres adultos homosexuales haciendo algo diferente para divertirse. Seguramente mientras mis amigos y yo nos hacíamos visibles en la playa, un grupo LGTB se reunía para luchar por nuestros derechos. Ese mismo verano, probablemente otros pasaron sus noches confundidos anónimamente entre el público de un restaurante o de una terraza para heteros. Tan cierto como que otros muchos pasaron parte del día o de la noche en una sauna, dándole gusto al cuerpo después de la playa, de la reunión, de dejar a la novia en casa o incluso después de misa. Cada uno vive su homosexualidad como puede o como mejor le conviene, pero menospreciar a los que deciden hacerlo improvisando, asumiendo la provocación y el descaro como parte de la diversión, no me parece un posicionamiento válido para alguien que dice defender los derechos de todas las personas LGTB.
Raúl Madrid.
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Actualizado a 16 de febrero, 12:34: ver los comentarios a esta entrada en la versión antigua del blog.