Stars Centre (1)
El viajero pasa sus últimas horas en Egipto en un centro comercial de la periferia de El Cairo, paseando y buscando discos de la Estrella de Oriente, la fabulosa cantante egipcia Umm Kalzum. El sitio en cuestión, llamado Stars Centre, está pensado para impresionar, tanto por sus enormes dimensiones como por su peculiar síntesis de enfática modernidad y decoración seudofaraónica, con falsos obeliscos que ocultan las conducciones del aire acondicionado y amplísimos patios rodeados de ascensores de paredes transparentes y falsas columnas rematadas por capiteles que pretenden evocar los de los templos antiguos. “Ahora conoceréis el Egipto de hoy”, nos ha avisado el guía que durante más de una semana nos había acompañado en nuestro recorrido por el valle del Nilo hasta casi la frontera con Sudán: un viaje para admirar unos monumentos tan increíblemente antiguos que si en alguna ocasión el guía nos informaba de que el templo que estábamos visitando no tenía mucho más de dos milenios, no podíamos evitar la impresión de que prácticamente era cosa de anteayer.
Ahora vemos, en cambio, el rostro del Egipto más moderno: capitalista, consumista, tecnológico, kitsch… igualito que Occidente, ¿no? Bueno, no del todo: basta acercarse, por ejemplo, a la sección de productos audiovisuales de una de las grandes superficies que forman parte del Stars Centre para experimentar un pequeño shock cultural: aquí todavía los casetes de música pueblan en abundancia las estanterías y se codean sin complejo alguno con los CD, y en las abigarradas y chillonas carátulas de las películas en DVD –muy pocas de las cuales son occidentales– no parece hallarse traza alguna de lo que hoy entendemos por diseño; por otro lado, también los precios parecen de otra época. Con todo, es el público que abarrota este maxitemplo del consumo lo que más claramente marca las diferencias con Occidente. Aunque no de forma general: muchos visten no sólo al modo occidental sino incluso a la moda (o a alguna de las diversas modas de Occidente: hasta vimos un grupito de chiquillos con camisetas deportivas superholgadas y pantalones de chándal). De hecho, prácticamente no se ven hombres con chilaba, prenda en cambio omnipresente en las tierras del sur de Egipto (especialmente en los pueblos y las ciudades pequeñas) y llevada allí incluso por jóvenes y adolescentes.
En cuanto a las mujeres que vemos en el Stars Centre de El Cairo, que vistan, como hacen los hombres, plenamente a la occidental no es algo imposible, pero sí minoritario. La mayoría llevan al menos un pañuelo en la cabeza que sólo deja libre el rostro, y no son en absoluto raros los casos de ocultación mucho mayor del cuerpo femenino: mujeres, muchas de ellas jóvenes, que se esconden prácticamente por completo bajo ropas anchas y negras, con guantes también negros cubriéndoles las manos y tan sólo una estrecha rendija –o dos agujeritos– a la altura de los ojos, para permitirles ver el camino. Incluso vimos una mujer que ni siquiera mostraba abertura alguna en la negra tela que la cubría de pies a cabeza, y se dejaba conducir por un hombre joven –¿su marido?– que la llevaba cogida del brazo. Nos quedamos con la duda de si la mujer sería ciega, y por ello no tenía excusa para hacerse la menor abertura en la ropa, o si lo que ocurría era que la pareja en cuestión pretendía demostrar una adhesión sin fisuras a los códigos morales imperantes en aquella parte del mundo. En cualquier caso, era realmente impactante ver a aquella mujer convertida en una no-presencia, un agujero negro, un oscuro fantasma en medio del ultramoderno centro comercial.
Para los occidentales, incluso para los más conservadores, no resulta difícil reconocer en esta ocultación radical del cuerpo femenino –y en la falta de correspondencia por parte de los hombres– una evidencia chocante, escandalosa incluso, del lugar inferior que la machista sociedad egipcia reserva aún a la mujer. Muchos de estos mismos occidentales, sin embargo, no sólo serían incapaces de escandalizarse ante la ocultación por parte de tantos hombres y mujeres de Occidente de una parte esencial de su personalidad –su orientación afectivosexual– y de sus vidas, sino que el escándalo para ellos provendría precisamente de quienes, siendo gais o lesbianas, hemos decidido prescindir de velos y de hipocresías. La verdad es que dicha ocultación de la homosexualidad –que no tiene tampoco correspondencia alguna por parte de los heterosexuales, mucho más libres de mostrarse como son– evidencia también de manera diáfana (para quien esté dispuesto a verla, claro) la inferiorización social que todavía hoy padece la población LGTB en nuestra propia parte del mundo, el Occidente de tradición cristiana. Un conjunto de sociedades donde el heterosexismo impera desde hace muchos siglos –como ocurre también en el mundo islámico– y sólo muy recientemente ha empezado, a duras penas, a ceder terreno.
(Continuará.)
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Actualizado a 16 de febrero, 10:55: ver los comentarios a esta entrada en la versión antigua del blog.