"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

La gran noche de ‘La Perla’

que_la_razonSupongo que algunas de las noticias que llegan a Dos Manzanas os llegan más que otras. A mí me pasó con la que, hace un par de semanas, comentaba un reportaje sobre la situación de los mayores LGTB en Estados Unidos, que estuvo dando vueltas en mi cabeza varios días. Así, durante una cena el fin de semana, le pregunté a una amiga, que había trabajado en una asociación LGTB como psicóloga, si en esa asociación existía algún programa de voluntariado para visitar y atender a mayores LGTB. Su pareja, que es trabajadora social, me dijo que era algo que no consideraba necesario, puesto que con la ley de dependencia todo el mundo, independientemente de su orientación o identidad sexual tenía derecho a esos servicios. Protesté tímidamente, recordándole que, aparte de la asistencia reconocida en la ley, esas personas a veces se encuentran solas y necesitan compañía y conversación, y le sugerí que seguramente se sentirían más comod@s hablando con alguien de su mismo colectivo. Mi amiga no lo veía claro e insistía en que un programa de voluntariado semejante al que yo sugería terminaría aislando más a esas personas, que evidentemente necesitaban socializar, y que si querían salir y conocer a gente podían apuntarse a los viajes del Imserso. Concediéndole que esa podría ser una opción para algunas personas, le recordé que muchos de nuestros mayores han tenido que ocultarse durante años, que much@s de ell@s incluso estuvieron en la cárcel, que no todos supieron sobrellevarlo igual de bien y que, a consecuencia de todo eso, algunos aún tienen miedo o desconfianza a mostrarse como son, y que un viaje de estas características no me parecía el ambiente óptimo para que una persona que había sido devuelta a palos al armario se atreviera a salir.

De vuelta en casa, me acordé de algo que pasó hace años en Córdoba. Había un mariquita muy ‘famoso’, uno de esos que son despreciados por un sector de homosexuales que los califican de ‘folklóricas’. Se acercaba su nosecuántos cumpleaños, vete tú a saber cuántos cumplía, pero más de setenta, seguro. Algunos se acordaron de él y decidieron hacerle un ‘homenaje’, consistente en un espectáculo de transformismo al más puro estilo posguerra. Durante varias semanas, sacaron a ‘La Perla’ –así le conocía todo el mundo- de su casa, y quedaron para ‘ensayar’ (seguramente los ensayos se limitaron a probarse vestidos y pelucas), le pagaron la merienda, el tabaco y sobretodo, le escucharon. Llegó el día del ‘show’ y todo el mundo fue a ver a ‘La Perla’, que nos deleitó a todos con sus mal encajados play-backs y su desparpajo con el micro entre canción y canción. Terminado el espectáculo, con una grabadora que un amigo había llevado, nos fuimos a hacerle una entrevista. En aquel momento, a mí se me encendió una pequeña luz de alarma. “¿Nos estamos burlando de él?” –pensé-, pero al ver cómo le metía mano al portador de la grabadora no tuve duda de que se lo estaba pasando bien. ‘Que le quiten lo bailao’ –me dije.

A toro pasado, algunos dijeron que ‘La Perla’ se merecía un reconocimiento más serio. Que debían haberle hecho una cena, con asistencia de algún político. Debió encendérseles la misma lucecita de alarma que me saltó a mí. El tema es complicado, pero a mí me parece que, si le hubiéramos preguntado, ‘La Perla’ habría elegido ser la ‘reina’ de aquel espectáculo a un homenaje digamos, más ‘digno’. Al menos, mucho mejor que sentarle en la Presidencia de una mesa sin saber qué decir y rodeado de desconocidos, algunos de los cuales estarían allí por compromiso e incluso fingirían no conocerle. Porque ‘La Perla’ se había ganado siempre la vida como ‘mozo’ en una vieja casa de putas. Eso era lo que la sociedad de aquella España que algunos añoran tenía reservado a las personas como ‘La Perla’, que, contra viento y marea, decidían no ocultar su homosexualidad. Personas de quienes, como en su caso, sólo se recuerda el ‘nombre de guerra’, porque era mejor no dar nombres.

Para mí que sentar a ‘La Perla’ a esa mesa habría sido igual que llevarla a uno de esos viajes del Imserso. No me la imagino acercándose a una respetable señora y diciéndole: ‘Hola buenas, yo soy ‘La Perla’, maricón de posguerra, y antes trabajaba limpiando en una casa de putas que ahora es una boutique’.

Raúl Madrid.

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