El peso de los emblemas
Hace un par de semanas visité una exposición de Chema Madoz, fotógrafo al que sigo con interés desde que hace un par de años encontré un pequeño libro con algunos trabajos suyos. Caminaba por las salas del Museo del Patrimonio Municipal de Málaga con una sonrisa cómplice, admirado por el ingenio y hasta el humor con que mezcla conceptos –algunos críticos han comparado su obra con las greguerías de Gómez de la Serna- cuando de pronto, una de las fotografías me dejó profundamente conmovido. Se trataba de una bandera, de cuyo mástil, en vez de tela, colgaba un trozo de alambrada –después de numerosas búsquedas en internet, no la he encontrado para compartirla con vosotros.
Aparte de la indudable fuerza de la fotografía como mensaje pacifista, me impactó mucho porque, cuando tenía unos veinticinco años, reflexionaba sobre los emblemas en un poema que me permito transcribir. Desde que lo escribí siempre he procurado tenerlo en cuenta en todo lo que pensaba y hacía.
Me duelen los emblemas que he colgado
de las telas de mi alma. Me parten
y desgarran el ombligo y me protesta éste
por la carne, por la historia y por la muerte
que amasé alrededor suyo.
A veces me imagino que he vuelto
a ser vientre solamente,
un pellejo transparente que surcara el océano,
impulsado tan sólo por mi aliento,
por mi aliento libertad y no conducta,
por la totalidad de mí, no por mi esencia…
Por mi alma tan sólo y toda ella.
Esos pequeños emblemas con los que uno intenta limitar su contorno, son como banderitas que uno clava en un mapa más amplio para poder localizar mejor una zona. Donde creemos que está el centro (nuestra ‘esencia’) clavamos una serie de banderitas que lo delimiten, para localizarnos más cómodamente, para entendernos mejor a nosotros mismos. Pero eso no significa que la zona exterior a las banderitas no forme también parte de nosotros. Fuera de esa zona a veces demasiado pequeña que identificamos como ‘nuestra esencia’ solamente porque dentro de ella creemos vivir sin conflicto, hay todo un paisaje desconocido que también forma parte de nosotros. También el pantano cenagoso al que las circunstancias, por mucho que lo creamos imposible, nos pueden empujar. Y también ese espacio al que nunca quisimos aventurarnos, por miedo o desconocimiento, porque el camino era escarpado, o simplemente por pereza, donde un día, para nuestra sorpresa, descubrimos que también hay belleza, y otras personas que han hecho de ese lugar su centro.
A veces nos colgamos más emblemas de los que en realidad necesitamos para vivir. Son como nuestras ‘instrucciones para la vida’. Ante un dilema ético, social, o del tipo que sea, buscamos qué emblema tenemos para esa ocasión, comportándonos a veces de manera injusta con los demás y con nosotros mismos. La semana pasada, por ejemplo, cuando redacté la noticia sobre los intentos de cambiar la ley estadounidense sobre crímenes de odio, y supe cómo la señora Foxx negó que el asesinato de Matthew Shepard fuera un crimen de odio, me pregunté cómo es posible cometer una maldad semejante en defensa de una posición que no es más que un emblema, una bandera. Seguramente si la señora Foxx, lo hubiera intentado, habría encontrado dentro de sí misma, fuera de ese limitado ‘centro’ que ella considera su ‘esencia’, la humanidad suficiente para no pronunciar tan vergonzosas palabras. Pero no lo hizo. Le resultó más cómodo atrincherarse en su centro, no fuera a ser que tuviera que arrancar alguna banderita y dejar al descubierto la herida.
La defensa de nuestros principios, de lo que nosotros consideramos nuestros valores, nuestras creencias, nunca debe hacerse a costa del sufrimiento de otros. Ante cualquier sufrimiento, tenemos la obligación de preguntarnos si es un sufrimiento gratuito, si ese sufrimiento desaparecería cambiando de sitio alguna de nuestras banderas, de nuestros emblemas, o incluso eliminando el emblema para siempre.
Como siempre, gracias de antemano por incorporaros a esta reflexión. Os invito a visitar la exposición, si Málaga os queda cerca, hasta el 24 de mayo. Al contemplar la fotografía de la que os hablo, seguro que experimentáis algo parecido a lo que yo sentí. Un saludo.
no sé cómo será la foto de Madoz, pero el poema y tu escrito son brillantes
enhorabuena
Muy buen artículo, Raúl. Y el poema también me ha gustado mucho. Gracias.
Pero ¿cómo evaluar el sufrimiento? Los ultraconservadores sufren por la aceptación de la homosexualidad, que consideran un pecado o una desgracia. Ellos te pedirían que seas tú quien cambien tu emblema. Quiero decir con esto que la reflexión, aunque bonita, me parece utópica. Por esos emblemas surgen las pequeñas discusiones y debates, pero también las guerras y los genocidios. Es decir, que no es tan fácil como quitar la bandera como si fuese sacar del cuerpo una aguja de acupuntura.
Ojalá hubiese una sola forma de entender el sufrimiento y el «mal», pero por desgracia es evidente que no es así. Es más, presuntos representantes oficiales del «bien» como Ratzinger y los obispos, o líderes religiosos islamistas radicales, ¿acaso no portan los más negros emblemas? Es el mundo al revés.
Por otra parte estos emblemas creo que tienen que ver muchas veces con el deseo de integrarse en un grupo. Una vez dentro del grupo y respaldado por él, encuentras fuerzas para defender incluso barbaridades como las que ha defendido esta señora. Sin la fuerza del grupo, ¿se habría atrevido a abrir la boca?
Al hilo de los emblemas, una entrevista con la líder de los abanderados transversales, alias Rosa Díez:
http://www.miciudadreal.es/noticias/actualidad/69803-hay-una-parte-de-la-izquierda-que-no-esta-siendo-laica-sino-antirreligiosa-rosa-diez-responde-a-los-lectores.html
Acusa a cierta parte de la izquierda de antirreligiosa en vez de laica a secas, en una maniobra que me empieza a recordar al laicismo positivo del Sarko y el Zapa.
Vamos, que si ademas empiezan a perder el laicismo, ya es lo que les queda.
Y sobre lo nuestro:
¿Y el matrimonio homosexual?
— Tampoco hemos propuesto cambiar la ley actual.
Cada dia tengo mas claro que si gobernara el PP y necesitaran de alguna concesión para un pacto, les daria igual cambiar el nombre al asunto.
Jack, Nemo, muchas gracias 🙂
Al, ¿nunca has creído que algo -una idea, un comportamiento, un determinado rasgo del carácter- era tan ajeno a tí que lo has mirado con desprecio, abandonando después esa actitud de desprecio tras sopesarlo, tras pensar que, dadas unas circunstacias diferentes, tú podías haber pensado así o podías haberte comportado de esa manera? ¿De veras que eso te parece utópico?
Claro, Al, y en Estados Unidos seguro que hay ahora millares de supremacistas blancos que estarán sufriendo muchísimo por tener que contemplar impotentes cómo los negros no sólo pueden ser ciudadanos estadounidenses como los demás sino que hasta pueden llegar a la presidencia de la Unión. Pero no creo que esa clase de sufrimiento derivado de sus prejuicios sea equiparable al que se infligió en el pasado no tan lejano a los negros en aquel país, o al que les infligirían hoy mismo esos que tanto sufren ante el espectáculo de la igualdad de derechos. Me parece que son sufrimientos muy distintos, y que merecen una consideración muy diferente. Otra cosa es que el propio prejuicio ciegue al que lo tiene y le impida darse cuenta de ello, claro.
Gracias, Raúl. El principio que propones es bello («La defensa de nuestros principios … nunca debe hacerse a costa del sufrimiento de otros«; sin embargo, su aplicación me parece endiabladamente complicada en la práctica: «Ante cualquier sufrimiento, tenemos la obligación de preguntarnos si es un sufrimiento gratuito« o, como dice Nemo, creo que con acierto, si «esa clase de sufrimiento [es] equiparable«. Es decir, no es una cuestión de «nunca» o «siempre», sino que hay que valorar cada caso concreto y seguramente es ahí donde se producen distintos resultados.
Digamos que todos los sufrimientos son iguales (igualmente indeseables), pero unos más que otros.
Raúl, me gustan mucho más tus columnas cuando haces honor a su nombre y hablas con el corazón. Me ha encantado.
Al,te propongo un caso flagrante de sufrimiento innecesario: Mi tío, que era homosexual, murió hace años en un hospital, sin poder despedirse de su pareja, en nombre de una moral y un Dios que no sabemos si existe.
Raúl, efectivamente sí me ha pasado eso, y en el terreno personal hay banderas que a mí afortunadamente se me han caído. Pero lo que me parece utópico es pensar que todo sufrimiento pueda evitarse, o que esté clara la forma «correcta» de evitarlo. Es decir, tu idea parece partir de que hay una sola «verdad» y que, con comprensión y apertura, ambos contendientes pueden alcanzarla y evitar el sufrimiento. Mi ejemplo, Nemo, quizá por exagerado era fácil de resolver, pero quería decir que siempre hay dos formas de ver las cosas, y es difícil saber quién tiene que reconsiderar y desterrar ese emblema.
El caso del tío de luisfer (conocía otras historias tristemente parecidas) es otro ejemplo de cómo el sufrimiento puede ser inevitable: o bien sufre la familia al ver que su ser querido se reúne con ese «pervertido» que les arruinó la vida, o bien sufre el enfermo y su pareja al ver que no pueden estar juntos en el momento más importante porque la familia les veta (seguramente con la «piadosa» Biblia en la mano) el acceso al hospital. Nosotros lo vemos muy claro, y ya digo que quizá en este y otros casos lo esté, pero en general no es nada fácil ponerse en el lugar del otro en los conflictos.
Zarevitz, gracias a tí, faltaría más.
Luisfer, encantado de tenerte por aquí de nuevo 🙂 Qué triste lo de tu tío,… Imagino que a tí debió afectarte mucho, si tu familia fue capaz de hacer eso, salir del armario debió costarte mucho…
Al, creo que en lo que realmente disentimos es en la relevancia o no de comportamientos de ese tipo (me refiero a sopesar si atrincherándote en una idea puedes hacer daño alguien, y si esa idea es realmente tan irrenunciable). EStá claro que tú lo has hecho, y yo también en más de una ocasión. Cuantitativamene, a lo mejor no sirve para arreglar el mundo, pero bueno… Para algo servirá. Un saludo.
Precioso el poema, Raul, y la reflexión posterior, como siempre.
Besos.