"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Los ‘alegres’ mutilados

que_la_razonAunque nunca he hecho demasiado caso a los intentos de los ultraconservadores por convencernos de que la homosexualidad puede curarse, las noticias del accionista de Pepsi supuestamente ex-gay que quiere acabar con el apoyo de la compañía a la causa LGTB y sobre todo el bochornoso espectáculo de la ex–lesbiana que quiere impedir a su ex–pareja que vea a los hijos que ambas adoptaron cuando estaban juntas, me ha llevado a la reflexión.

Pongo seriamente en duda que una persona tan resentida como para hacer eso pueda considerarse una persona sana. Una persona obligada a vivir el resto de sus días odiando una parte importante de los sentimientos con que creció y vivió es una persona enferma. Enferma de homofobia, y lo que es peor –aunque muy conveniente para los fascistas que propugnan estas ‘curaciones’-, dócil y sin voluntad. Para saber en qué estado de extenuación, incapacidad y mansedumbre, en qué triste y yermo estado mental queda una persona después de someterse a ‘tratamientos’ tan falaces, pensemos en el esfuerzo que supone para esa persona revertir y falsear toda su experiencia. Los que le atacaron, los que se burlaron de él y le acosaron, pasarán a ser los héroes. Por el contrario, aquellos que fueron generosos con él, aquellos que se mostraron comprensivos con su orientación, son ahora el enemigo a batir, ‘malas influencias’ a las que evitar y a las que culpar.

‘Acabar’ con la homosexualidad de una persona no es algo inocuo, como extirpar la vesícula biliar, porque la orientación sexual es algo determinante en nuestra experiencia vital, por eso, su supuesta curación conlleva que la persona curada vuelva la espalda a sus recuerdos, vacíe de contenido aquel poema que tanto le gustaba, olvide su primer amor… convirtiéndose en un ser amputado al que ni siquiera se le permite llorar por el ‘miembro’ que ha perdido. Porque se supone que debe estar agradecido y aliviado… Aunque no le sea posible ser feliz, tal como reconocía Povia –otro exgay homófobo– en la pancarta que lucía orgulloso en el Festival de San Remo, y con la que pretendía responder a los que le atacaban: ‘Es preferible la serenidad a la felicidad’. Ahí queda eso.

Dicen que las personas que han perdido algún miembro, conservan una ‘memoria’ de ese miembro. El síndrome del miembro fantasma, le llaman. No es difícil imaginar el miedo que un ‘ex–gay’ o una ‘ex–lesbiana’ sentirán cada vez que sientan este ‘reflejo’, cada vez que vuelvan a sentir la pulsión de su homosexualidad ‘cercenada’. Recordemos que tanto su autoestima como el apoyo de los que le rodean (aquellos que le empujaron a tan vergonzosa terapia) dependen de su ‘nueva’ heterosexualidad sin fisuras. Este miedo paralizador y atroz –‘serenidad’, según Povia-, ¿no debería poner bajo sospecha la palabra ‘curación’? Y si no podemos utilizar el término ‘curación’, ¿no es hora ya de que los que intentan venderla dejen de actuar impunemente, como ha sucedido con otros fraudes?

Me preocupa especialmente el tema de la ‘curación’ aplicado a l@s jóvenes. ¿Sería legal obligar a un menor a someterse a estas terapias? Más aún, ¿cómo podríamos asegurarnos de que se somete voluntariamente a ellas, y no obligado por sus padres? En el caso de resistencia a la terapia ¿hasta cuándo podría retrasarse el ejercicio de la libre sexualidad por parte del chico, algo fundamental en la construcción de su personalidad? ¿Por cuántas terapias diferentes podrían hacerle pasar? Si la terapia interfiere en otros aspectos importantes de su desarrollo, como los estudios, o el acceso a un trabajo, ¿tiene derecho a pedir explicaciones a los que le obligaron a someterse a la terapia, al curandero, al Estado?

Tratándose de menores de edad, y dado que son prácticas muy agresivas que pueden afectar al menor de por vida, creo que debería haber un control de las autoridades sanitarias, que informaran a los juzgados de familia cuando vieran cualquier indicio de abuso sobre el menor. Casos similares, como el uso de medicamentos experimentales para intentar curar a un bebé enfermo, han sido dirimidos en los tribunales y no ha bastado con el deseo y la autorización de los padres. También recuerdo el caso sucedido en España el año pasado, cuando un juez de Lleida impidió que una niña viajara a Gambia, donde se le iba a practicar la ablación del clítoris.

Ante la creciente y alarmante corriente de supuestos psiquiatras que afirman que pueden curar la homosexualidad y sectas religiosas (con los católicos a la cabeza) que les jalean, apoyan y avalan, ¿no es hora de que los gobiernos tomen cartas en el asunto?

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