Sacrificios (y 3)
El individualismo de la sociedad actual, especialmente en Occidente, que hace que hoy nadie esté dispuesto a sacrificarse, suele señalarse como uno de los defectos más característicos de nuestro tiempo y lugar. En este sentido podría decirse que las sociedades de la Mesoamérica precolombina eran justo lo opuesto a la nuestra: en el mundo de los antiguos mayas, aztecas, etc. la religión –que, no lo olvidemos, impregnaba profundamente casi todos los aspectos de la vida social– tenía en su centro precisamente la idea del sacrificio del individuo en bien de la comunidad, del género humano y hasta del orden cósmico.
Para la religión mesoamericana, la existencia misma del universo y la vida se debía a los continuos sacrificios que para hacerla posible realizaban los dioses: de ahí que aquellas gentes se sintieran siempre en deuda con sus divinidades. Así, por ejemplo, los mexicas creían que su dios solar y guerrero Huitzilopochtli sufría continuamente graves heridas en la lucha interminable que mantenía contra las fuerzas que pretendían su muerte, lo que evoca la poderosa imagen del sol forzado a librar cada noche una cruenta batalla para poder levantarse otra vez, ensangrentado, al alba. Dado que para que el mundo subsistiese era necesario que el dios solar se impusiera cada amanecer sobre los ejércitos del frío y las tinieblas, la humanidad tenía el ineludible deber de ofrecer su propia sangre a la divinidad en sustitución de la que el dios perdía en su combate sin fin, y de restaurar además sus fuerzas alimentándolo con su propia carne.
Para entender la importancia del concepto de sacrificio en las antiguas culturas mesoamericanas, hay que tener en cuenta que éste no se refería únicamente a la matanza ritual de niños, cautivos, etc., sino que incluía también otras manifestaciones como los sacrificios de animales o de objetos, o el autosacrificio. Por autosacrificio entendemos, en este contexto, un ritual en el que el propio sujeto se causaba daño voluntariamente a sí mismo como ofrenda a la divinidad. Entre los mexicas o aztecas, la práctica del autosacrificio estaba muy extendida en toda la población, y a los niños se les enseñaba a realizarlo desde la escuela. Se llevaba a cabo haciéndose cortes o perforaciones en ciertas partes del cuerpo (los lóbulos de las orejas, los labios, la lengua, el pene…) con navajas de obsidiana, espinas de maguey (pita) o punzones de hueso; dichos objetos, una vez ensangrentados, se envolvían en bolas de heno que se ofrecían a los dioses. Un ritual maya de autosacrificio que tenemos documentado en espléndidos relieves escultóricos consistía en perforarse la lengua para luego hacer pasar por el agujero una cuerda, que además podía estar recubierta de espinas o de fragmentos cortantes de obsidiana.
«Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor… ¡Glorificado sea el dolor!» «Trata a tu cuerpo con caridad, pero no con más caridad que la que se emplea con un enemigo traidor.» «Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. Niégate. ¡Es tan hermoso ser víctima!» Aunque pueda parecer que estas máximas no estarían fuera de lugar en un texto sagrado de los antiguos mayas o aztecas sobre el autosacrificio, en realidad provienen del libro más conocido del fundador del Opus Dei y hoy santo de la Iglesia Católica, Camino. Y es que las nociones de sacrificio y autosacrificio no son en absoluto extrañas a la religión que, merced a las armas de los conquistadores, reemplazó en Mesoamérica a la de los indígenas a partir del siglo XVI.
La religión cristiana, como es sabido, se basa en la historia del personaje bíblico llamado Jesús de Nazaret o Jesucristo, cuya supuesta ejecución por crucifixión es interpretada por el cristianismo como un sacrificio voluntariamente asumido: como un autosacrificio total. No es pues extraño que el autosacrificio, bajo nombres como mortificación de la carne, ascetismo, negación de sí mismo, etc., haya gozado desde la antigüedad de gran prestigio en el mundo cristiano, como medio para combatir las tentaciones de la carne y, sobre todo, para compartir de algún modo el sufrimiento de la pasión y muerte de Jesús. Aún hoy el uso de instrumentos de automortificación como el cilicio o el látigo es de rigor en ciertos ámbitos católicos, como por ejemplo dentro del Opus Dei.
Pero el concepto de autosacrificio no se limita en el catolicismo a infligirse dolor físico de vez en cuando, sino que va mucho más allá. “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales instintivas. (…) Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Las personas homosexuales están llamadas a la castidad (…), pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.” Con estas palabras, el catecismo oficial de la Iglesia Católica exige a sus fieles con tendencias homosexuales que renuncien por completo a desarrollar su dimensión afectivosexual, para así unirse mágicamente a Jesús en su tortura y ejecución y aproximarse a una supuesta perfección cristiana. Por atroces y dañinas que puedan resultarnos las prácticas de autosacrificio propias de la religión mesoamericana precolombina, podemos preguntarnos si no lo es todavía más empujar a los miembros de una minoría estigmatizada –especialmente por las prédicas de religiones como la católica– a automutilarse psicológica y vitalmente de ese modo; si no es aún mayor el sufrimiento que con ello se causa, innecesariamente, a un enorme número de seres humanos.
Magnífico colofón para esta serie de artículos, Nemo. No puedo estar más de acuerdo con el último párrafo. Exigir a alguien que viva de espaldas a su sexualidad es como obligarle a automutilarse (innecesariamente, como bien dices). Por desgracia, muchos de nosotros -en mayor o menor medida según la edad a la que salimos del armario- arrastramos consecuencias de esa mutilación afectiva. Yo, por ejemplo, tengo que hacer un ejercicio de voluntad, someterme a ‘ortopedia emocional’, para besar a mi marido cada vez que me encuentro con él en la calle.
Nemo: «si no es aún mayor el sufrimiento que con ello se causa, innecesariamente, a un enorme número de seres humanos«.
Yo me he fijado en la misma palabra que nosololopienso. No creo que, en general, se pueda criticar la cultura del sacrificio y del esfuerzo; nada llega gratis, como bien demuestra la lucha por los derechos glbt.
Por eso, como ocurría el otro día en el post del sufrimiento (El peso de los emblemas, de Raúl Madrid), me parece que la clave está, más que en el método, en la aplicación y valoración del caso concreto, para determinar si el sacrificio es necesario o no.
La expresión «autosacrificio» me parece prácticamente una redundancia. Uno sólo puede sacrificarse a sí mismo o sacrificar lo que es suyo; admito que pueda inculcarse o promoverse el sacrificio (para que el afectado lo haga voluntariamente), pero hacerlo sobre el cuerpo o las pertenencias (en sentido amplio) de otra persona contra su voluntad es sencillamente un crimen. Es el crimen de quienes mantuvieron a Eluana Englaro conectada a una máquina contra su voluntad, a fin de satisfacer a sus dioses (no los de ella, sino los de aquellos criminales).
En el ámbito glbt, tenemos el mismo sacrificio con la visibilidad: puede —en realidad, debe— promoverse la visibilidad, pero forzar la salida del armario de alguien no es admisible a menos que exista un *buen* motivo (de nuevo, la ineludible necesidad de valoración).
Hace tiempo vi un reportaje en la tele sobre Japón. En él salía un monje budista muy sonriente diciendo que él ofrecía felicidad a la gente que visitaba el templo para que la transmitiesen a los demás.
Me puse a pensar en los templos católicos en los que aparecen todo tipo de estatuas de señoras y señores martirizados, sangrando con caras desencajadas o de Santiago Matamoros sableando infieles y la escasa presencia de una imagen tan agradable como es la de Jesús resucitado.
En mi opinión es porque el sacrificio (sobre todo el de los demás) es muy útil para mantener el orden social que beneficia a las iglesias cristianas.
Si eres homosexual haz voto de castidad y llena nuestros seminarios y conventos. Si tienes dinero dánoslo para «quitarte años de purgatorio». Si quieres hacer el bien nosotros te conducimos hacia la caridad y te perseguiremos si defiendes su contrario (que no es la tacañería sino la justicia social que la hace innecesaria). Si eres amerindio sacrifícate ante el señor de la encomienda que te va a educar en el cristianismo. Si eres negro y te esclavizan esperaremos a que llegues a tu destino para bautizarte y hacerte dócil mientras seas útil, vivo, que luego tendrás el paraíso cuando no lo seas, muerto. Pero cuando estalle la revolución industrial entonces enviaremos misioneros para hacerte cristiano y dócil mientras los ejércitos europeos roban y matan a tu pueblo. Etc. etc.
En fin, los clásicos sinsentidos religiosos.
No es ya sacrificarse para ayudar a los demás, sino automutilarse para alegrarle el dia a un ser mágico invisible.
Sin embargo, no veo a los líderes, no veo a esos criminales con túnica que viven en el vaticano, muy sacrificados precisamente.
¿Puede haber creencia mas perniciosa, mas demente, que la que niega la satisfaccion del cuerpo y glorifica el sufrimiento?
Con razón se han dado prisa en beatificar al tarado del Escrivá de Balaguer. Y toda la recua libeggal allí con mantilla y aplaudiendo.
No se le debe permitir a esta gente inocularle sus barbaridades a niños indefensos, que logicamente no van a cuestionar nada de lo que les digan. De ahí lo que Dawkins llama virus de la fe.
Ya sabéis que los niños pasan por una etapa en la que aceptan todo lo que un adulto les diga pues su supervivencia depende de ello, es un rasgo evolutivo (no te acerques al fuego que puedes quemarte, cuidado con los depredadores, etc).
Por eso en mi opinion, cosas como los bautismos son inmorales.
Tiene gracia, de esto es de lo que ellos nos acusan a nosotros, de pretender extender el «homosexualismo» y adoctrinar a los niños con EpC desde pequeños.
La diferencia es que nosotros pretendemos fomentar la convivencia, el respeto y el amor. Ellos solo quieren que aprendas a temer a barbas en el cielo.
Bueno, muchas gracias por los comentarios. Lamento no haberos podido responder antes, por las dificultades técnicas que ha tenido DM desde ayer; lo lamento especialmente porque vuestros comentarios de esta semana son particularmente interesantes: espero que aún podamos seguir el debate.
Empiezo por lo que dice zarevitz:
Pues yo sí considero imprescindible criticar (en el sentido de someter a crítica, a examen racional) «la cultura del sacrificio» que tenemos en Occidente. Y me parece que habría que empezar admitiendo que las palabras sacrificar(se), sacrificio tienen hoy (como suele ocurrir con las palabras, por otra parte) más de un significado. En el uso coloquial actual (que es al que creo que se refiere zarevitz), por «sacrificar(se)» o «hacer un sacrificio» entendemos ‘privarse de algo que uno desea o aprecia’ o ‘hacer algo que nos cuesta un esfuerzo particularmente grande’. Éste es un sentido relativamente moderno, derivado del original pero nítidamente distinto de él.
El sentido original y etimológico de «sacrificar» es ‘convertir (algo, o a alguien) en sacro o sagrado’ (de modo similar, por ejemplo, a «desertificar», que significa ‘convertir (un terreno) en desierto’). A lo largo de la historia, dicha transformación consitía en ofrecer lo que se sacrificaba a la(s) divinidad(es), arráncandolo así del mundo natural para inscribirlo, supuestamente, en el ámbito sobrenatural de los dioses.
La principal diferencia entre el sentido moderno y el histórico del término sacrificar está, a mi juicio, en la racionalidad o irracionalidad del sacrificio. Porque, por un lado, es obvio que todo sacrificio supone asumir una renuncia o una penalidad para lograr, a cambio, un bien superior. Pero en el sentido moderno del término, la conexión entre lo que se asume y lo que se espera lograr forma parte del mundo real: decimos que nos sacrificamos estudiando durante meses para preparar unas oposiciones, o vigilando lo que comemos para mejorar nuestra salud o nuestro aspecto, y no hay nada de mágico en todo esto: es lógico, natural, racional obrar así.
Pero en el sentido original del término sacrificio, lo que se pretendía lograr mediante éste era el favor de los dioses. Ello presuponía la creencia mágica, irracional, en la existencia de un mundo invisible e incognoscible de divinidades con gran poder e influencia sobre el mundo natural. La irracionalidad estaba, pues, en la base misma del concepto de sacrificio, y ello permitía que hubiese una desconexión total entre lo que se sacrificaba y los efectos que realmente ello producía en el mundo real. Así se instaló una mentalidad que convertía de facto el sacrificio en un fin en sí mismo, en algo bueno y prestigioso por sí mismo, independientemente de sus efectos.
También permitía que unas determinadas personas, autoproclamándose mediadoras entre la humanidad y el mundo de los dioses, aumentaran su poder y su riqueza convenciendo a la población de que los dioses exigían sacrificios cada vez mayores. La dinámica irracional que con ello se iniciaba llevó en muchas culturas a la atrocidad de los sacrificios humanos, a menudo de niños. Con dichos sacrificios se pretendía asegurar la supervivencia de la comunidad, pero en realidad muchas veces eran gravemente contraproducentes para ésta.
Aunque parezca que en el Occidente moderno nos hallamos muy lejos de dicha mentalidad, me temo que en nuestro concepto de sacrificio aún sobrevive en parte el sentido originario, y no sólo en los diccionarios. Para muchas personas, especialmente de mentalidad religiosa, el sacrificio sigue siendo algo bueno en sí mismo, y no sólo no un medio para obtener algo racionalmente. De ello nos hablaba fernando1984 no hace mucho, por experiencia propia.
¿Qué bien superior se consigue realmente privándose de desarrollar la propia sexualidad y afectividad, mutilando así la propia vida, como impone la Iglesia Católica a sus fieles homosexuales? Ninguno: pero el prestigio que el sacrificio en sí mismo, el sacrificio por el sacrificio como ofrenda a la divinidad, tiene aún en el catolicismo lleva a esta religión a esta absurda e inútil crueldad. Los únicos que realmente pueden obtener algún beneficio de ello son, como señala Dr. Turbio, quienes basan su poder e influencia social en la vigencia en nuestro tiempo de esta clase de conceptos irracionales. Como por ejemplo, sin ir más lejos, la jerarquía católica.
Ayer, cuando por fin pude entrar a responder a vuestros mensajes, lamentaba los problemas técnicos que me habían impedido hacerlo antes, y deseaba que no fuera demasado tarde para seguir con un debate que se anunciaba interesante. Por desgracia, pocos minutos después volvieron a empezar los problemas técnicos de marras, y ni siquiera pude terminar de responder a vuestros comentarios.
Ahora tengo muy poco tiempo, así que de momento sólo quiero destacar que me parece muy interesante lo que comenta nosololopienso sobre que «muchos de nosotros (..) arrastramos consecuencias de esa mutilación afectiva». Así es, en efecto, y eso se aplica no sólo a los creyentes, sino también a quienes no lo somos, incluso a gente que realmente nunca ha sido creyente, pero aun así se ha visto sometida a una fuerte presión del ambiente.
Estupenda trilogía, Nemo.
Jamás he entendido la idea católica de sacrificio: un sufrimiento objetivamente estéril, que a nadie reporta beneficio alguno, pero que al parecer agrada a un ente superior e inefable. Lo que me recuerda la historia de María Goretti, la niña de doce años que preferió morir antes que perder su «honra», y que la Iglesia elevó a los altares, como ejemplo a seguir por todas las mujeres. ¿Qué se puede esperar de una religión que antepone la castidad a la propia vida?
«En el uso coloquial actual (que es al que creo que se refiere zarevitz), por “sacrificar(se)” o “hacer un sacrificio” entendemos ‘privarse de algo que uno desea o aprecia’ o ‘hacer algo que nos cuesta un esfuerzo particularmente grande’.»
Lo usé en ese sentido, pero requiriendo siempre que esa privación o ese esfuerzo grande se lleven a cabo en aras de un bien superior, como pudiera ser aprobar un examen o tener buena salud (como ponías de ejemplo más abajo). Sin esa nota finalista, no entendería el sentido de «sacrificio»; creo que el post también iba por ahí.
En cualquier caso, el juicio negativo parece sigue estos pasos: racional > irracional > atroz. Sin embargo, no estoy seguro de que todo lo irracional —ni siquiera todo sacrificio irracional— sea condenable. Por eso me parece importante la distinción entre libertad e imposición: hay quien pasa hambre los días de ayuno religioso; no lo condeno. Hay quien mantiene la castidad hasta el matrimonio para así agradar a Dios; no lo condeno. Hay quien toma medicinas, incluso medicinas que saben mal o provocan vómitos y malestar, para curarse y alargar la vida; no lo condeno. Puede ser racional o irracional, incluso promover ese sacrificio puede ser racional o irracional, pero no lo condeno. Sin embargo, hay quienes fuerzan a otros a realizar sacrificios: a ayunar, a mantenerse castos, a tomar medicinas, todo ello contra su voluntad y con el fin de lograr un bien superior. Es ahí donde podemos estar ante actos condenables.
Porque ahí, ante un sacrificio obligatorio, es donde se nos plantea el dilema de la admisibilidad de la obligación, pues estamos más dispuestos a admitir la violencia cuando el bien superior es racional que cuando es irracional, especialmente si es por motivos religiosos.
Por ejemplo: «¿Qué bien superior se consigue realmente privándose de desarrollar la propia sexualidad y afectividad, mutilando así la propia vida, como impone la Iglesia Católica a sus fieles homosexuales? Ninguno«.
La respuesta a tu pregunta era el Paraíso, claro, si uno cree en esa religión. En ese sentido, es admisible —de hecho, es perfectamente racional— que alguien que crea en esa religión se prive de desarrollar su propia sexualidad y afectividad, mutilando así la propia vida, si con ello cree que puede llegar a ver a Dios un día.
Lo atroz es que, contra su voluntad, se fuerce a una persona a mutilarse, etc., porque con ello se logra algo que es considerado bien superior únicamente por quien ejerce esa violencia, a menos que ese bien nos parezca realmente mejor («realmente» era la palabra clave en el enunciado de la pregunta). Y para juzgar «lo realmente mejor», tenemos el debate de ideas de siempre, sobre qué es bueno, mejor y óptimo.
Hay pocos consensos sobre ello, pero algunos sí hemos logrado establecer en nuestras sociedades. Por lo que aquí importa: la religión no es nunca un objetivo del Estado y entre ambos levantamos un muro de separación. Puede haber ‘racionalidades’ e ‘irracionalidades’ de muchos tipos, qué más da cuáles, pero las que sean de naturaleza religiosa quedan absolutamente excluidas del uso del monopolio de la violencia por el Estado, sea positivamente (imponiéndolas) o negativamente (prohibiéndolas) como tal finalidad religiosa.
En fin, tratándose de sacrificios de naturaleza religiosa, como se trataba en el post, la práctica totalidad de las veces (por no decir todas) la imposición del sacrificio será inaceptable. Pero para los demás sacrificios, incluyendo aquellos sacrificios que puedan tener fundamento religioso pero también fundamento no religioso, la cosa suele estar menos clara y tendremos que recurrir a la valoración, como en general cualquier cuestión política. De hecho, cuando se trata de administrar recursos escasos, siempre hay que tomar decisiones para priorizar unos objetivos sobre otros que, en este sentido, sacrificamos.
Sé que he llevado mis comentarios más al terreno de la política que al de la historia que planteaba el post, pero me parecía interesante subrayar, desde otro punto de vista (quizá con tanto párrafo lo haya oscurecido), que hay sacrificios —lo mismo que hay vicios— que no debemos poder parar. Hay una diferencia entre vicio y crimen, lo mismo que la hay entre virtud y obligación. Hoy hace 122 años que murió Lysander Spooner. [Como este comentario lo escribí ayer, fue ayer el día del aniversario.]
Estupendo el artículo y estupendo tu comentario #5 (con el que casi podrías haber hecho un «Sacrificios 2, 🙂 ).
Sólo dos pequeños apuntes. En primer lugar, sobre el mito del dios Huitzilopochtli. El mito en sí mismo es, como tal, precioso. La evocación de la aurora (la de «rosados dedos», que decía Homero) como la sangre del dios del sol derramada en su lucha contra las tinieblas resulta hasta poética. Qué lástima que de la creencia en este dios se derivase una práctica tan terrible como los sacrificios humanos.
Y en segundo lugar, sobre la postura de la Iglesia respecto a las personas homosexuales, que tan certeramente señalas en tu último párrafo. Resulta completamente absurdo, esperpéntico e inhumano pretender que alguien mutile sus necesidades afectivo-sexuales de la forma que propone el catolicismo. Pero me surge una duda: ¿desde cuándo dicen eso? Porque antes no se andaban con «miramientos» (por decirlo de alguna manera) de considerar a las personas lgtb «hijos de Dios» que han de hacer un sacrifico. Los mandaban a la hoguera y punto. Ya sé que condenar a una persona a la castidad perpetua es también una forma de hoguera, pero no tan cruenta, desde luego, como la de la Inquisición. Y estoy seguro que los teólogos católicos estarán tan contentos pensando que la Iglesia se ha «humanizado» por ello. En resumen: ¿cuándo hemos pasado de ser meros pecadores que no merecen ni vivir a ser personas «portadoras de la cruz del sacrificio»?
Un saludo, Nemo.
Off-topic: Me alegro de que la página ya funcione en condiciones.
Seguramente será un tontería, pero me apetece contaros que conocí a un tipo hace años (y no era precisamente un adolescente) que un día «sacrificó» su merienda ante su dios y ayunó. Lo cierto es que en ese momento su conducta me pareció casi admirable.
Eso, si, luego se pasó tooda la tarde quejándose y lamentándose amargamente del hambre que tenía y restregrándome el hecho de que yo sí había comido y él estaba ayunando y sacrificándose.
Y se esfumó toda mi admiración.
Antes que nada, muchas gracias a todos por vuestras aportaciones. Como decía Enrique Olcina en uno de sus últimos posts, vuestros comentarios son los que me/nos alimentan. Sigo respondiendo:
DexterMorgan: has escrito:
Me parece un argumento interesante para explicar cómo logra eso que tú llamas los sinsentidos religiosos instalarse tan profundamente en el cerebro de tantas personas, e incluso les lleva (ya en la edad adulta) a comportamientos dañinos para sí mismos. Por otro lado, lo absurdo y perjudicial de dichos comportamientos nos es mucho más fácil de ver cuando consideramos culturas distintas de la nuestra que cuando miramos nuestra propia cultura… ¿quizá porque a la mayoría también nos inculcaron esos mismos sinsentidos en nuestra infancia?
zarevitz: te cito:
Bueno, mi razonamiento (comentario #5) creo que era bastante más complejo que el esquema a que lo reduces es este fragmento; el riesgo de simplificar tanto un argumento es que se lo puede vaciar de sentido, o se puede favorecer interpretaciones que nada tengan que ver con el discurso originario. Desde luego, yo no creo que todo lo irracional sea necesariamente atroz o condenable, ni mucho menos. Lo que pretendía señalar en mi comentario anterior era que la mirada irracional no sólo disculpa la atrocidad, sino que llega a ver -y presentar- lo atroz (como por ejemplo el asesinato ritual de un niño) como algo sublime y ejemplar.
Respecto a que todo sacrificio iracional sea o no «condenable», habría que matizar qué se entiende por «condenable»: porque una cosa es que pueda ser objeto de condena penal por parte del sistema legal y otra que pueda serlo de condena moral por parte de cualquier ciudadano. Huelga decir que yo no soy partidario de meter en la cárcel a los homosexuales católicos que sacrifican su sexoafectividad en el altar de su dios; ni siquiera metería en la cárcel a quienes les empujan a ello, los pastores de su rebaño. Pero sí que me parece pernicioso para el individuo practicar dicha automutilación -como me lo parecería si ésta fuera física en lugar de psicológica y vital-, y sí me parece deplorable y vergonzoso que quienes quemaban a los homosexuales en la hoguera hasta que la sociedad (esto es, la Ilustración y las revoluciones liberales) se lo impidió sean ahora los que presenten dicha automutilación como la única opción moralmente aceptable para los gais y las lesbianas de hoy.
La acepción 3 de la palabra condenar en el diccionario de la RAE es «Reprobar una doctrina, unos hechos, una conducta, etc., que se tienen por malos y perniciosos.» En este sentido, pues, sí me parece condenable lo que dice el catecismo de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad.
Crasamet: has escrito:
Tienes toda la razón, en efecto la imagen que comentas tiene gran fuerza poética. Algo que no es en absoluto raro, por otra parte, en las religiones, llenas de mitos, rituales, representaciones, etc. de gran belleza. Tambien hay belleza poética en una metáfora tan trillada como «tus dientes son perlas»… pero imaginemos qué pasaría si alguien creyera literalmente en dicha afirmación, y en un momento dado esa persona llegara a encontrarse en la miseria más desesperada: ¿nos sorprendería que quisiera arrancar, de la boca que fuera, esas perlas, para venderlas y con ello comer o dar de comer a su familia?
Me temo que eso es lo que ocurre con las religiones: al creer literalmente, sin base racional o empírica que lo justifique, en algo que impresiona nuestra imaginación por su fuerza poética (o porque coincide con nuestros deseos, o por lo que sea), adquirimos una percepción distorsionada de la realidad, percepción que en un momento dado podría llevarnos a cometer alguna atrocidad y creer sin embargo que lo que hacemos es bueno, justo y hasta bello. Así debían de contemplar el asesinato ritual de sus hijos quienes los ofrecían en sacrificio a sus dioses con el fin de evitar, según su percepción del mundo, que el hambre o la enfermedad o cualquier otra calamidad acabara con el resto de su familia.
Khan: no me parece que la anécdota que cuentas sea ninguna tontería; por el contrario me parece muy ilustrativa.
Giorgio: me pregunto si la Iglesia no habrá pensado en elevar a los altares a uno de esos homosexuales castos y puros para así proponérnoslo a los demás como modelo…
Nemo: «yo no creo que todo lo irracional sea necesariamente atroz »
Pero sí llegas a la atrocidad del sacrificio a través de su irracionalidad: «La dinámica irracional que con ello se iniciaba llevó en muchas culturas a la atrocidad de los sacrificios humanos«.
Quizá esté equivocado, pero creo que pones gran énfasis en la irracionalidad de la religión y que sobre esa base juzgas negativamente los sacrificios que promueve. En esta línea dices:
«Para muchas personas, especialmente de mentalidad religiosa, el sacrificio sigue siendo algo bueno en sí mismo, y no sólo no un medio para obtener algo racionalmente«.
Descartas que, para estas personas, el sacrificio pueda ser un medio para obtener algo religiosamente (irracional, mágicamente). De hecho, no creo que las personas religiosas prescindan en sus sacrificios del bien superior que es el «demostrar amor a Dios» (citando a Fernando). [Es más, como dije en el comentario anterior, cumplir los preceptos divinos posiblemente sea un medio perfectamente racional de intentar agradar al Dios que mandado, si es que uno cree en esas cosas; pero bueno, la racionalidad del sacrificio como medio vs. la racionalidad de bien superior que se persigue es otro debate.]
La acepción que citas del diccionario me parece buena, porque señala precisamente a que lo condenado tiene que tenerse por malo o pernicioso. El juicio de bondad/maldad es distinto del de racionalidad/irracionalidad, y en eso estamos de acuerdo. Por eso, para condenar una conducta (en este caso, un sacrificio), no basta con deteminar que es irracional, sino hay que determinar que es mala. Dicho con otras palabras, no todo sacrificio es malo, ni siquiera todo sacrificio irracional es malo. Es más, matar a otros para agradar a Dios no es malo porque sea irracional; la maldad es la misma que tiene el matar al vecino para quitarle el corazon que necesita recibir transplantado tu hermano, pese a que no estemos ante un caso de magia.
zarevitz: has escrito:
No estoy de acuerdo. Supongo que lo que quieres decir es que matar a otros es malo en sí mismo, tanto si el fin que se persigue con ello es irracional (por ejemplo, «agradar a Dios») como si es racional (por ejemplo, «matar al vecino para quitarle el corazon que necesita recibir transplantado tu hermano»).
Pero eso no siempre es así: hay casos en que aceptamos que matar no es malo. Por ejemplo, cuando se hace en defensa propia, o si es el único modo de salvar otras vidas gravemente amenazadas por la persona a quien se mata. Así, un policía (llamémosle A) puede disparar contra un terrorista suicida para evitar que éste haga estallar la bomba que lleva pegada al cuerpo dentro de un local público, por ejemplo. Si hay razones para pensar que no había otro modo seguro de evitar que lograse su propósito, no diremos que el policía ha obrado mal al abatir al terrorista suicida.
Pensemos ahora en otro policía (B) que dispara contra una mujer y la mata alegando que ésta era una bruja y estaba a punto de realizar un conjuro que causaría la muerte súbita de todos los niños de la ciudad. Para el policía B, su acto es tan intachable como el del policía A: al actuar con decisión, ha salvado las vidas de muchas personas inocentes. Pero nosotros no estaríamos de acuerdo con él. ¿Por qué? Porque el primer policia ha obrado de modo enteramente racional, y el segundo ha basado su acto en unas creencias irracionales.
Las religiones siempre han argumentado del mismo modo que el policía B: decían que había que matar a cierta gente (cautivos, niños, herejes, infieles, brujas, sodomitas…) para evitar las terribles catástrofes que sus dioses desencadenarían en caso contrario. Dicha creencia irracional no sólo impulsaba a los creyentes a cometer sus asesinatos, sino que además les hacía sentirse bien respecto a ello: les hacía sentirse buenos y justos.
Matar a alguien por motivos racionales puede ser, según los casos, malo (caso del ejemplo que ponías tú) o bueno (caso del policía A). Matar a alguien por motivos irracionales, sin que exista motivo racional alguno para ello, nunca puede ser bueno. Excepto para quienes compartan las creencias irracionales del asesino, claro; para ellos no sólo puede ser bueno, sino que puede ser ejemplar: divino.
Nemo: «“[zare:]matar a otros para agradar a Dios no es malo porque sea irracional” … Supongo que lo que quieres decir es que matar a otros es malo en sí mismo«.
No, quería decir que es malo por otros motivos.
«Matar a alguien por motivos irracionales, sin que exista motivo racional alguno para ello, nunca puede ser bueno. Excepto para quienes compartan las creencias irracionales [de quien mata]»
Completamente de acuerdo. Y me gusta cómo lo has dicho, porque incluyes dos elementos importantes: (1) no hablamos de cualquier conducta derivada de motivos irracionales, sino de «matar».
Así, el hecho de que «matar» por motivos irracionales merezca juicio negativo, mientras que «amar» por motivos irracionales no lo merezca (no digo que lo hayas dicho, es un aporte mío), me parece que muestra cómo la irracionalidad no es el factor determinante del juicio negativo, sino que para éste siempre subyace una valoración previa de la conducta.
El ejemplo de los policías que pones es bueno porque, a través de la definición previa que demos de «legítima defensa», subyace la valoración de que matar por motivos irracionales es malo (y probablemente que matar por motivos raconales es bueno).
Pero matar por motivos irracionales no es malo porque sea irracional, sino porque es matar (que ya hemos valorado negativamente) y porque no existe una eximente que estemos dispuestos a aplicar, en este caso, porque nos parece irracional. Como dije arriba, creo que «estamos más dispuestos a admitir la violencia cuando el bien superior es racional que cuando es irracional«.
Pero ello no hace desaparecer la centralidad de la valoración previa que requiere el juicio de bondad/maldad.
(2) La excepción que formulas es importantísima para el discurso político, pues quienes comparten esas creencias no tienen por qué ver mal la conducta que se deriva de ellas. En el caso de la eximente, pueden considerar justificada su aplicación. Por eso, como método, entre posiciones distantes como las de quienes creen en la religión y la de quienes la rechazamos absolutamente, el juicio de racionalidad no me parezca tan útil para ese discurso.
Así expresada, esta frase me resulta contradictoria: parece que se empieza negando que la irracionalidad de los motivos del que mata tenga que ver con la valoración moral que merezca su acto y se acaba reconociendo lo contrario. Quizá dicha (aparente) contradicción se podría superar introduciendo un adverbio en la primera parte de la frase: «Pero matar por motivos irracionales no es malo sólo porque sea irracional, sino porque…» Creo que también se podría usar principalmente en lugar de sólo.
No sé si entiendo lo que quieres decir en este
punto, zarevitz. Lo que hace posible la convivencia en paz y libertad «entre (…) quienes creen en la religión y (…) quienes la rechazamos absolutamente» es, en una sociedad democrática moderna, el carácter laico de los poderes públicos. Pero dicho laicismo sólo puede basarse en la racionalidad, en lo racional. De lo contrario nos hallaremos ante un confesionalismo encubierto bajo el nombre de laicismo, o bien ante la monstruosidad de la religión política.
De acuerdo con lo primero. En cuanto a lo segundo, «Pero dicho laicismo sólo puede basarse en la racionalidad, en lo racional«, creo que te quedas corto: la laicidad sólo puede basarse en la exclusión de la religión; exclusión en tanto que religión, no exclusión en tanto que irracional. Quizá sea irracional imponer una semana de siete días, fiesta en Navidad o una cruz en la bandera, pero mientras ello no se haga por motivos religiosos, no afecta necesariamente a la laicidad (podría afectar por la forma de imposición, el tiempo y lugar, pero ese es otro debate distinto del de los motivos).
El reverso de esta laicidad es que la libertad religiosa goza de una protección muy amplia. Detrás de esto no hay una idea de desprecio de la religión; sólo que al César lo que es del César.