La economía de Nueva Inglaterra puede experimentar un fuerte impulso gracias al matrimonio entre personas del mismo sexo
La economía de Nueva Inglaterra, región histórica del nordeste del los Estados Unidos, puede experimentar un importante impulso gracias a la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo en cinco de sus seis estados (Massachusetts, Connecticut, Vermont, Maine y New Hampshire). La única excepción (todavía) es el pequeño estado de Rhode Island. Y es que, más allá del negocio inmediato que supone la celebración de más bodas, el nuevo marco legal para las familias de gays y lesbianas puede atraer población joven y emprendedora a una región que en los últimos años ha conocido un progresivo envejecimiento poblacional.
Es el caso de John Visser y Nick Keffer, una pareja de Carolina del Norte que ha decidido establecerse en Connecticut. «La única razón por la que nos hemos mudado es porque aquí podemos casarnos», comenta Visser, de 42 años. «Por lo demás eramos felices en Carolina». Según los expertos, «el matrimonio gay es una forma de atraer gente a las universidades, compañias de asistencia sanitaria y servicios finacieros, que constituyen el pilar de la economía regional». Así lo confirma, por ejemplo, un estudio que la Universidad de California ha realizado sobre el efecto del matrimonio entre personas del mismo sexo en Massachusetts, y que ha detectado un crecimiento migratorio hacia este estado entre lo que han denominado «profesionales creativos», y no necesariamente gays o lesbianas: también los profesionales creativos heterosexuales consideran más atractivos para vivir los estados que permiten el matrimonio entre homosexuales.
Otro dato a tener en cuenta es que, en un entorno social y profesional como el de Estados Unidos, donde la movilidad entre estados no suele ser vista como un problema, este factor sí comenzaría a ser percibido como limitante. Muchos profesionales gays y lesbianas ya no aceptarían trabajar o trasladarse a estados que prohiben el matrimonio. «Yo no lo haría, lo tengo muy claro», afirma Mike Swartz, de 41 años, vicepresidente de una compañía de software que vive con su marido en Massachusetts.