The fruit machine
The fruit machine (Gran Bretaña, 1988)
Philip Saville
El otro día hablaba nuestro sin par Nemo de los círculos del tiempo. Y yo me trasladé a 1991, año que pasé en Cádiz haciendo la mili en Infantería de Marina. En San Fernando, concretamente. Y recordé las formas de socializar nuestra homosexualidad a través del cine, la literatura y los baños de las discotecas.
Entre el soldado bibliotecario y las sugerencias de compra de libros que yo le hice, conseguimos en quince días y sin la más mínima oposición por parte de los mandos, formar un catálogo de literatura gay que ríete tú de los fondos de cualquier asociación. Dos libros se convirtieron en las joyas de la corona: El lenguaje perdido de las grúas y La biblioteca de la piscina. No llegaron a circular listas con los nombres de las personas que se interesaron por ellos (fueron tantos que se limitó a 48 horas su préstamo), pero sí que funcionó el boca a boca:
“El rubio de la quinta (sección), el que mide dos metros, ha sacado El lenguaje”. “El piscinero está en la lista de espera de La biblioteca”. “Dicen que el teniente coronel ha pedido el de las grúas”. “El pañolero de obras te recomienda libros”. “El pañolero de obras va al Laberinto”
El Laberinto era una discoteca pequeña y oscura y el pañolero de obras era yo. Entre el círculo de los que nos habíamos conocido a través de los libros, decidimos que no volveríamos a las discotecas más famosas, Elite y Flash (que nosotros llamábamos Escoria y Splash, por la cantidad de potas por metro cuadrado) y que en El Laberinto “ponían mejor música”. En los servicios de El Laberinto vi cosas que jamás creeríais: no llegue a ver rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, pero casi. Allí se olvidaban los galones. Incluso corría el rumor de que un soldado gallego se llevó la mano a la frente y dijo “a sus órdenes, mi capitán” cuando reconoció al fornido bigotudo que hasta hacía unos momentos se arrodillaba en la oscuridad delante de él. Sin embargo, nunca encontré allí al sargento primero Tréllez (ojalá esté ahora al otro lado de esta pantalla, feliz por fin, en algún sitio)
Ni que decir tiene que se concedió un permiso especial a los soldados para que se pudiera ver el Festival de Eurovisión (ese año, como todos los años, España era la favorita, con un Sergio Dalma que no quedó tan mal. Pero gano Carola)
El caso es que de vez en cuando nos daban entradas para rellenar las gradas de espectáculos poco vendidos: fútbol de tercera, toros de cuarta, conciertos de quinta y sesiones tempraneras del Festival de Cine de Cádiz. Allí vimos dos películas de temática gay: My father is coming (un enredo sobre una chica lesbiana cuyo padre viene a visitarla de repente) y The fruit machine.
Estuvimos hablando meses de The Fruit Machine. Fue como el Beautiful Thing de la época. Nos aprendimos los diálogos y las escenas. Dos chicos de dieciséis años que viven su homosexualidad de distinta manera. Unas veces nos comportábamos como Edie, el rey de la pluma, que vive en un mundo ideal de cine, lentejuelas y oropel, (como la Mari Pili, un chico de Lavandería General, que se recorría el patio del cuartel como lo hubiera hecho la mismísima Norma Duval) y otras como Michael, su compañero, el machito que pisa firme y que se prostituye para poder vivir (para eso era perfecto el sargento primero Tréllez). Recuerdo poco más porque no he vuelto a verla. Entre Thelma y Louise y Liberad a Willy, The fruit machine es una película difícil de conseguir en nuestro país si alguien no lo remedia pronto.
Y todo esto por los círculos del tiempo, los avances y retrocesos, las mismas patrañas repetidas y el cansancio que produce el decir siempre lo mismo. No sé donde andarán a estas alturas los chicos que leyeron El lenguaje perdido de las grúas y La biblioteca de la piscina en un cuartel de Cádiz, el año en el que cada noche nos acostábamos sin saber si al día siguiente nos mandarían rumbo a la Guerra del Golfo. Espero que estéis por ahí.
Me ha gustado el texto.
Haces que casi me arrepienta de no haber hecho la mili.Pero no me engañas,tienes el síndrome ese, que hace que recordemos mas las cosas buenas que las sombras.
Curioso el usar la biblioteca como radar extra para localizar y las otras batallitas.
Disfrute con el lenguaje perdido de las grúas y leí casi todos los libros de Leavitt hasta el edredón de mármol.
El de la biblioteca de la piscina no me gusto, no le acabe de encontrar el punto.Igual algún día lo releo, pero hay tanto que leer y Internet nos devora tanto tiempo…
Yo fui feliz en la mili, y lo digo en serio.
Mi marido (objetor) no me aguanta.
Yo no objeté porque en mi epoca no encontrabas curro.
Pero lo pasé tan bien que mañana mismo la repetiría sin dudar.
!Qué bueno! Yo, que hice la Mili en Cáceres, recuerdo que nada más llegar el capitán nos dijo alto y claro qué lugar del campamento estaba completamente prohibido frecuentar a determinadas horas -con indicación del lugar y la hora exacta- por tratarse de un lugar pérfido y nefando de encuentro de soldados maricones.
Y es que el capitán, que era una zorrón de tomo y lomo, a esas horas nos esperaba allí a cualquiera con el culo en pompa….
¡Ay, mi sargento!
Todo un honor ser citado al principio de este delicioso texto, Jack. Gracias por hacernos empezar tan bien el día (ni que decir tiene, leerte es lo primero que suelo hacer los viernes).
el honor, es mío, faltaría más
¡menudos miércoles nos das!
Ja ja, yo también empecé la mili en aquel tremendo campamento de Cáceres, como media España en aquellos años… Todavía recuerdo al cabo primero Pajuelo (no es coña, se llamaba así), marcando paquetón y propagando a los cuatro vientos su admiracíón por Tejero.
Y también me pongo a veces muy pesado con mis batallitas, menos homoeróticas que las del putojack, tengo que decir. Pero reconozco que conocer por dentro una institucíón tan absurda y casposa como la que era entonces el Ejército español me sirvió de mucho.
Desternillante tu homenaje a Blade Runner, por cierto.
es que Blade Runner es mucho, pero vamos, espero que todo esto no se pierda como lágrimas en la lluvia…
(por cierto, al capitán de mi compañía le llamaban «la loba», así que no te digo más)
Como a Blueizarra, la lectura de tu precioso artículo de hoy me hace echar de menos no haber hecho la mili … Y además, me has dado ganas de ver The fruit machine. Vamos, que si no fuera porque los libros ya me los he leído me habrías dejado hecho ploff todo el fin de semana.
Muy interesante el funcionamiento de la biblioteca como ligoteca. Pero es que por alguna razón las bibliotecas dan mucho de sí … y hasta aquí puedo leer, jajaja.
según alguna película de esas conspiranoicas que dan a veces en la tele, en las bibliotecas públicas hay libros «clave»: cada vez que alguien los saca se comunica a la policía o al fbi o a lo que sea
si esto es verdad, conmigo y mi santo deben flipar, jajaja
Pues vaya milis más estupendas que tuvisteis. Y yo chupando guardias en el Gobierno militar de Cáceres como un tonto, 🙂
Y de lo otro… flirteos, roces, tonterías, un cabo primero que mi hizo proposiciones cuando llevaba unas cuantas copas de más encima… pero nada en dos actos.
Pues a mí no me da envidia lo de la mili, pero me parecen divertidas estas historias. A un par de conocidos les había oído cosas parecidas. 😀
pues a mí me venía todas las noches a arropar y darme un besito de buenas noches un gitano catalán con los ojos verdes más guapo que un sanluis
Jack,
me ha encantado tu columna.
Y te lo dice quien -como sabes- hizo la mili exactamente en el mismo lugar que tú, cuatro años más tarde. Eso, sí, yo no vi ni un átomo de homoerotismo en aquel grasiento lugar. Yo lo único que quería era salir corriendo de allí…
Por cierto, ahora mismo estoy leyendo La biblioteca de la piscina. Una joya.
besos y gracias.
Pues yo hice allí mis 50 días de Campamento, allá por el año 1.985 y no vi demasiado mariconeo, pero eso sí, en el destino (Academia de Sanidad Militar, al ladito del Gómez-Ulla) la virrrrrrrgennnn. Y eso que mariquitas «oficiales» éramos 3. Pero a mí la mili me pareció siempre una pérdida de tiempo, aunque se recuerden anécdotas, cómo no.
Perdón que no dije que era el C.I.R. (Centro de Instrucción de Reclutamiento) nº 3, Santa Ana, en Cáceres.
Yo había dejado un comentario, no?. No, se ve que no
El gitano catalán era un filigrana, por casualidad?
En fin. Hice la objeción. Pero ese si me parece un gran tema para una gran novela 😀
A mí no me tocó hacer la mili, por poco, creo. Si, nacido en el 84, debí de librarme por los pelos.
Y la verdad, es una experiencia que no echo en falta lo más mínimo.
Pues yo tb la repetiria Puto,lo pasé genial,y conoci gente de lujo..aparte de los moracos marroquies que vivian cerquita(me tocó en Ceuta)..un lujazo si senor,aquello fue lo mas precido a Sodoma y Gomorra que he conocido(Quitando solo Odarko)