El armario automático
“Es el momento de entrar otra vez en el armario”, predica, desde las páginas de un diario marcadamente conservador, un conocido escritor, académico de la lengua española y candidato en las últimas generales al Senado por un partido supuestamente progresista. “Es el momento de entrar otra vez en el armario”, nos dice el novelista, por “prudencia”, porque “el mundo reivindicativo gay se está poniendo muy pesado y es contraproducente para el movimiento mismo”. La lectura del resto de la entrevista (donde manifiesta su oposición y desprecio tanto hacia el matrimonio de personas del mismo sexo –“esas cursilísimas bodas”– como hacia la celebración del Orgullo LGTB –“esa cosa estrafalaria”, “ese dislate de fiestas con uniformes nazis”– y considera además que “el mundo gay” es “una broma” al lado de problemas serios como la crisis económica o el paro, que “deberían ocupar más espacio en la conciencia nacional”) nos deja con la sospecha de que lo que propone el escritor le resultaría imposible llevarlo a cabo él mismo, pues sólo puede volver a entrar en el armario quien alguna vez ha salido de éste. Y con independencia de que la homosexualidad de dicho personaje sea un hecho más o menos conocido, hay razones para pensar que, al menos en cierto sentido, quien habla así nunca ha salido realmente, o del todo, del armario.
La primera salida del armario de una persona homosexual no tiene lugar habitualmente en público, frente a los demás, sino en su fuero interno, frente a sí misma. Consiste en vencer la homofobia que ha ido absorbiendo de su entorno a lo largo de toda su vida y aceptarse por fin como gay o como lesbiana. Algunos –pocos, aunque cada vez más– dan este paso en los inicios de la adolescencia, otros a finales de la misma, otros pasada ya la mayoría de edad. Para (casi) todos es algo muy difícil, y mi impresión es que pocos logran salir de una sola vez a la luz y al aire libre: pocos consiguen superar del todo a la primera su homofobia interiorizada para aceptarse por completo. Algunos, me temo, no lo logran jamás.
Hace algunos años, quien es hoy mi marido (y entonces era ya mi pareja desde tiempo atrás) tuvo que hacer un viaje al extranjero de unos días por motivos profesionales, junto con uno de sus compañeros de trabajo. Habían quedado por la mañana en la sede de la institución que los empleaba a ambos; dado que mi propio lugar de trabajo estaba de camino al de mi pareja, yo le acompañé –en autobús y a pie– un buen trecho. Al llegar frente a donde yo trabajaba llegó también el momento de despedirnos; no era para mucho tiempo, pero aun así se nos hacía duro, porque no estábamos acostumbrados a pasar días separados. Aun así, nuestra despedida pareció extremadamente fría: nos dijimos “adiós” en medio de la calle y nos fuimos cada uno por su lado. Ningún gesto acompañó nuestras palabras para expresar lo que sentíamos: un apretón de manos, como si fuéramos tan sólo buenos amigos, nos habría parecido hipócrita; pero por otro lado, en aquella época nunca nos habíamos besado por la calle, y en aquel momento no nos salió hacerlo por primera vez.
Digo que “no nos salió” porque el hecho de no besarnos no fue fruto de una decisión premeditada; no es que hubiésemos llegado a la conclusión de que, por prudencia –como diría el escritor–, era mejor evitar que alguien nos viera haciendo aquel gesto. Además, en aquella época todo el mundo de nuestro entorno –amigos, familiares, compañeros de trabajo, etc.– estaba al tanto de que él y yo éramos pareja, de manera que no podía asustarnos que nos descubriese algún conocido. Y tampoco era en absoluto probable que, a primera hora de la mañana y en aquel lugar bastante concurrido, pudiéramos ser víctimas de ninguna agresión homófoba seria; como mucho, de alguna mirada de sorpresa o desaprobación.
Pero la verdad es que en aquel momento ni siquiera pensamos en todas estas cosas: simplemente, como digo, no teníamos costumbre de besarnos en plena calle, y en aquel momento no encontramos fuerzas para atrevernos a hacerlo por primera vez. Recuerdo perfectamente cómo me sentí instantes después, mientras, ya solo, me dirigía a mi trabajo: hacía mucho que no me había sentido tan humillado, tan avergonzado de mí mismo. Había querido dar a mi pareja un beso de despedida y no me había atrevido, y ahora ese beso que no le había dado me quemaba por dentro. Entendí entonces que, por más que nunca hubiese tenido un momento de duda o arrepentimiento desde que, años atrás, había logrado por fin aceptarme como gay, no había podido todavía deshacerme del todo de la homofobia interiorizada; que seguía llevándola adherida a la piel, condicionando y mutilando mi lenguaje corporal y mi capacidad de expresar afecto, inconsciente y automática. Que, de algún modo, seguía estando atrapado en el armario.
Hoy mi pareja y yo nos hemos besado ya muchas veces por la calle, y si se repitiera aquella situación de hace años, sin duda nos despediríamos con un buen beso. Pero todavía nos pasa a menudo que, para poder expresarnos afecto en público, debemos superar primero una cierta reticencia inicial, como una especie de mecanismo que se activase cada vez para impedírnoslo. Dice también el escritor a quien lo entrevista: “Yo apoyo la normalización del mundo homosexual, pero para que haya normalización tenemos que comportarnos normalmente”. De acuerdo, pero para un gay o una lesbiana comportarse normalmente no sólo no es en absoluto compatible con volver a entrar en el armario, sino que únicamente es posible si se esfuerza a diario por salir de él y mantenerse fuera.
Bueno, y con ésta son ya 70 columnas de «Entendámonos» en dosmanzanas. Muchas gracias a todos: a quienes hacen posible DM, y por lo tanto esta sección; a quienes habéis leído alguna de sus columnas; y a quienes le habéis aportado algún comentario. Sin vosotros no habría habido «Entendámonos». Ahora llega el momento de que esta sección se tome un descanso. Hasta pronto, pues.
excelentemente bien explicado… me sentí muy identificada porque mi mujer viaja y las primeras despedidas o retornos se nos hacían incómodas frente al público, quizás más a mí que a ella
tuvo que pasar el tiempo, tuve que poder desactivar ese mecanismo inhibitorio incorporado durante tantos años…
en cuanto a ‘ese señor’, yo creo que a cierta edad o en ciertas condiciones hay gente a la que no debería dársele más prensa, no te parece?
un abrazo
Muy bueno, como siempre muy interesante lo que escribes; espero que sigas haciéndolo, en cualquier columna. Hasta pronto, pues.
enhorabuena por haber expresado tan bien lo que todxs hemos sentido
Bastante triste el encarnizamiento y la rabia contenida que se lee entre lineas 🙁
Enhorabuena Nemo, un excelente artículo. A mí me tocó vivir con una pareja excelente pero que tenía un problema a la hora de expresar afectividad incluso en la más estricta intimidad pues fue criado en una familia cuasi «británica» por aquello de que los sentimientos los tienen bien guardados y no los muestran jamás. Y respecto al público, recuerdo hace años intenté caminar con él de la mano por Chueca… pero no pudo ser. Su miedo a encontrar a alguien de nuestra ciudad le impidió ser libre.
Muchas felicidades, Nemo, por tu artículo.
Al principio se me hacía difícil eso de besar o coger la mano en público. No me gusta llamar la atención, pero inevitablemente la llamas, y en el fondo es bueno que así sea.
Aún hoy me resulta complicado besar a mi marido en determinados ambientes. A veces temes una agresión homófoba, y estoy tenso.
Respecto al artículo de Pombo, no puedo estar más en desacuerdo con él. Ese conservadurismo feroz que muestra, disfrazado de progresismo, intenta convencer a los progres desorientados de que el tiempo de reivindicación gay ha terminado, y de que eso ya no es cool, sino cursi y estrafalario. Pero de eso nada, hay mucho camino por recorrer, y cada vez son más fuertes los grupos homófobos que intentan desacreditarnos. No hay que bajar la guardia.
De acuerdo e identificado contigo, Nemo. Todavía hoy, tras nueve años casi con mi marido, siento como una especie de ‘desfase’ momentáneo(como al cambiar de canal en la T.V.) al demostrarnos afecto en público. Como un esfuerzo para que no se active el ‘modo alerta’, para no mirar alrededor, ni ver las reacciones de los demás, para no darles a los homófobos la satisfacción de ver que me importa lo que puedan estar pensando.
Un beso, Nemo. Felicidades por todas tus columnas. Hasta pronto.
No es la primera vez que escucho comentarios «tan progres» como este. Y es una lástima. Porque puede surgir de la negatividad hacia uno mismo. Es algo así como «no hagais que se fijen en algo de lo que me averguenzo». Puede que él nunca haya tenido una pareja a la que querer besar en público. Por lo que no sabe lo que se siente. Puede que sea de los que nunca han manifestado sus sentimentos, por miedo a que le vean como una persona menos seria. Menos profunda en sus filosofías, en sus frases soltadas con aplomo.
Reconzcamos que en él, hay un gran rechazo por su realidad. Que la vive como una desagradable diferencia. Por eso huye hacia el armario.
Porque ¿Qué es la normalidad? ¿llevar gafas o lentillas? ¿rubias o morenas? ¿tigres o leones?
El hecho de que yo no comparta las plumas y los contoneos, no me da derecho a negar el pan y la sal a la fiesta. Bastante lucha tenemos dia a dia. Con el medio y con nosotros mismos, por no caer en esa homofobia casi grabada a fuego.
Su propia apreciación de que no es normal, es lo que me hace ver la necesidad de litigar en los dos frentes. El de las 53 semanas de vida «normal» y la semana de jarana y fiesta.
Mientras a nosotros nos de un cierto reparo besarnos en público -por microsegundo que sea- será necesario ser el anormal que lucha por ampliar la normalidad hasta nuestra realidad. No constreñirnos a «su» normalidad.
DF, te comprendo perfectamente. Rompí con mi última pareja precisamente por eso.
La sociedad es como esa madre que insiste en que te pongas un jersey que te sienta fatal y que no te gusta.
Mira qué armario tan bonito te tengo preparado, ¿cómo que no te gusta?, pero si te sienta muy bien y a los demás les va a encantar.
De repente vas por la calle y no te das cuenta de que lo llevas puesto cuando estás con gente que conoces poco.
Hay que hacer caso a Pombo y debemos portarnos «normalmente» ¿se cortan los heteros a la hora de mostrar afecto en público? ¿se callan lo que piensan de la actriz de moda? ¿se preocupan si su camiseta de Iron Maiden va a ofender a los demás? No, pues nosotros tampoco. ¿Tienen armarios (afectivos) los heteros? No, pues nosotros tampoco.
¡Felicidades! Lo bueno del artículo, Nemo, es que al menos tú has identificado perfectamente esa homofobia interna que todos hemos aprendido desde la infancia (y de la que es muy difícil desprendernos totalmente) y luchas contra ella diariamente.
El problema de ciertos LGTB es que son incapaces de reconocer esa homofobia enseñada desde la cuna y, además, niegan su existencia.
Felices vacaciones
Se me ha hecho un nudo en la garganta con tu columna recordando precisamente algunos momentos como los que describes, Nemo. Yo también tuve una pareja que me «negaba» en público y todavía lo recuerdo con tristeza y, por qué no decirlo, con un poquito de rabia. Lo has explicado tan bien… Gracias.
Mi pareja y yo, en general, no tenemos excesivo problema para mostrar nuestra afectividad en público. Pero sí es cierto que hay veces y zonas de la ciudad donde vivimos por simple miedo a que peligre nuestra integridad física.
En cualquier caso, Nemo ha reflejado a la perfección unos sentimientos y frustraciones que todos hemos sentido/sentimos aún alguna vez.
En cuanto a Pombo, qué decir que no se haya dicho ya. Y si tristes son sus palabras, hay que tener en cuenta que, al fin y al cabo, pertenece a una generación que bastante tuvo concriarse durante la posguerra y la dictadura. En su generación el armario pesa tanto, es tan grande y duro de abrir, que no me sorprende especialmente que una persona de 70 años piense así.
Lo tremendo es, claro está, que utilice (o utilicen otros) su prestigio como escritor para dar a esas opiniones una especie de plus de credibilidad que, evidentemente no tienen.
Felices vacaciones, Nemo.
He metido una errata en el correo electrónico y no ha salido mi avatar. A ver ahora.
Esplendido relato Nemo..fijate que nunca sentí eso,fui tan libre en Holanda los quince anos que vivi alli…y ahora,despues de tanto vivido,ha vuelto esa sensación de,no se,incomoda si mi marido me da un achuchón en la calle,ahora vivo en Alemania donde la sociedad es al menos en esta zona,todo lo contrario a lo que era la sociedad holandesa.
«En su generación el armario pesa tanto, es tan grande y duro de abrir, que no me sorprende especialmente que una persona de 70 años piense así».
He pensado mucho sobre esto, Crasamet. Hace poco pasé unos días con mi abuela, que tiene 83 años y es viuda desde hace más de 40…. Es una mujer pues supongo que como muchas mujeres de su edad, sin estudios, con una vida dura y desde luego no tan «refinada» como el sr. Pombo. Y la verdad es que el cariño, el respeto y la absoluta naturalidad con la que nos trató a las dos y la naturalidad con la que hablaba de si íbamos a tener hijos o no me hizo reflexionar mucho sobre la cuestión de la edad, Crasamet. Incluso llegó a decir que si ella le viniera a hora una mujer para pedirle estar con ella, ¡¡no le diría que no!! (sus palabras fueron: «Pues más acompañada estaría, ¿verdad, hija?») Y entonces pensé que por desgracia la homofobia no es una cuestión de edad, que se puede ser homófobo a los 15 o a los 80 y al revés, se puede ser como es mi abuela…. ¡¡ya quisieran Pombo y muchos otros!!
Ave, hablo de una tendencia, no de una verdad absoluta que se cumpla siempre, por supuesto.
Además, tu abuela es heterosexual. Yo me refería más a homosexuales con homofobia interiorizada, como Pombo. Creo que, hoy por hoy, debe de resultar muy difícil encontrar gays y lesbianas de más de 60 años que no piensen sobre el orgullo o sobre el matrimonio lo mismo que Pombo. Insisto, como tónica general, por supuesto que excepciones las habrá.
Hmmmmmm tienes razón. No había pensado en eso.
Mi abuela fue, con diferencia, la que más se alegró de mi boda y eso que ‘supuestamente’ fue la última en enterarse -mi madre decía que no había que decírselo, que ya era mayor. Pero la verdad es que se le ilumina la cara cuando nos ve, y trata a mi marido con una gran ternura. Yo creo que las mujeres de su generación -la misma que la de tu abuela, Ave- han vivido tanto, muchas de ellas vivieron tan oprimidas, que tienen mucha perspectiva.
Pues respecto al tema que has tratado mi novio y yo somos la antítesis: cuando vamos por la calle yo me voy fijando en todo y soy consciente de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, y él no se fija en nada y va felizmente refugiado en su mundo. Cuando tenemos que despedirnos (en la boca del metro, por ejemplo), porque él toma una dirección y yo otra, sucede exactamente lo que tú tan bien has contado en la columna. En mi cabeza se desliza un estúpido pensamiento: «nos miran».
El día que no se nos vengan estos pensamientos a la cabeza habremos alcanzado la normalización.
Hasta que ese día, desgraciadamente lejano, llegue, lo que tenemos que hacer es darle un buen beso de despedida a nuestra pareja cada vez que nos despidamos en la calle. Mi chico y yo lo hacemos siempre, a pesar de se «nos miran» que chirría en mi cabeza.
Mucha gracias por tus columnas, Nemo, ha sido un placer compartir un trocito del miércoles contigo.
Descansa y feliz verano.
Besos.
Estupenda la carta y estupendos los comentarios. Estas vivencias, como el famoso proceso del que forman parte de algún modo, nos distinguen, como grupo, de los heteros, queramos o no. Besos y feliz verano.
Muchas gracias a todos, de verdad que con lectores y comentaristas como vosotros da gusto. Un beso, feliz verano y hasta pronto.
desde singapur, ya se te echa de menos !!!
Normalizar la situacion no es llegar a poder mostrarte en publico kn tu parejam, lo normal sería no tener que pensar si debes o no, que sea NORMAL hacerlo y verlo, sin tener que acostumbrarte previamente…
bravo nemo!