En el nombre del lenguaje
Hace tiempo, unos doce años o así, hice un curso de lengua de signos. Me sorprendió saber que las asociaciones de padres y madres de sordos estaban enfrentadas con las asociaciones de sordos. El motivo: los padres y madres de sordos querían que las niñas y niños sordos aprendieran a hablar por encima de todo, mientras que las asociaciones de sordos querían que se potenciara la lengua de signos.
Padres y madres querían que sus hijos pudieran hablar y relacionarse con el conjunto de la sociedad. Sus esfuerzos se centraban en que sus hij@s, siempre que fuera posible, se integrasen en colegios públicos que fueran capaces de atender las necesidades especiales de sus hijos. Esto suponía un gran esfuerzo para los pequeños sord@s , porque les obligaba a llevar molestos aparatos durante gran parte del día.
Las asociaciones de sordos mayoritarias apostaban por la lengua de signos. Después de años de esfuerzo por aprender a hablar, muchos no conseguían integrarse plenamente en un mundo hecho para oyentes. Por muy bien que hubieran aprendido a hablar –dependiendo de su grado y tipo de sordera- su dicción siempre les delataba de alguna manera, provocando en algunos oyentes la burla o el rechazo. Cuando una persona sorda llega a hablar, aunque sea defectuosamente, le ha costado tanto esfuerzo, ha tenido que sacrificar tantas horas de juego cuando era niño, que lo menos que espera es que la persona con la que habla no ponga una cara rarísima cuando conversa con ella, o que no considere un ‘capricho’ que el sordo le recuerde cada dos minutos que debe hablar mirándole a los ojos. Comportamientos como estos por parte de los ‘oyentes’ hacen que los sordos acaben cerrándose a la sociedad y, conforme van cumpliendo años y conociendo a otros sordos, abandonen el lenguaje hablado y opten por la lengua de signos.
A mí las asociaciones de padres y madres de sordos me recuerdan a las asociaciones LGTB –las de verdad-. Sueñan con el máximo. Exigen el máximo. En su día fueron bastante impopulares. Los padres de niños oyentes creían que la educación de sus hijos se resentiría por que el profesor tendría que centrarse en el niño sordo de la clase. Los maestros tuvieron que actualizar sus conocimientos para atender a estos niños. Las administraciones tuvieron que invertir mucho dinero para adaptar las aulas y el material escolar a los alumnos con necesidades auditivas especiales. Eran ‘una mosca cojonera’, o como lo llaman ahora, un ‘lobby’.
La actitud de los sordos adultos, que confían más en la lengua de signos aunque ello signifique tener que aislarse de la sociedad, me recuerda a la de muchos LGTB que han tirado la toalla. Para mí es perfectamente comprensible. Entiendo el hartazgo ante tanto ataque, entiendo que nadar contra corriente puede llegar a ser muy frustrante, que con lo difícil que es salir del armario, una vez fuera todo sean obstáculos, reproches y desconfianza. Por ello es necesario fomentar una sociedad predispuesta a aceptar la ‘dicción defectuosa’ de la persona sorda como ‘un acento más’, predispuesta a aceptar sin poner ‘una cara rarísima’ una expresión de afecto entre dos personas del mismo sexo como el reflejo de una sociedad plural en la que cabemos todos. Pero hasta que esto sea así, todos tendremos que hacer un esfuerzo, en la medida de nuestras posibilidades. Si nos rendimos, la sociedad estará en quiebra, los seres humanos estaremos fracasando en nuestra necesidad, yo diría incluso en la imposición que tenemos como tales, de comunicarnos.
Alguna vez he dicho que cuando un perro te ladra, no te enfadas. Te asustas, sales corriendo. Pero no te enfadas. Y por supuesto no intentas razonar. Pero esta actitud no vale entre seres humanos. Como hacen los sordos cuando hablan con oyentes, hay que obligar a los que no nos entienden a mirarnos a los ojos, aunque preferirían no tener que vernos, y decirles: “Estoy aquí, compartimos el mismo lenguaje. Hablemos.” Y si se largan sin hablar, simplemente esperar a otra ocasión para volver a insistir, hasta que se convenzan de que no nos vamos a dejar ignorar, hasta que comprendan que es ‘Con nosotros o con nosotros’. Primero porque si desaparecemos de su vista para evitar miradas incómodas, para no tener que hablar ‘su’ lengua, ellos nunca se verán obligados a aprender la nuestra. Segundo porque con nosotros desaparecerían también nuestros derechos, y nuestras reivindicaciones -ninguna ley regula lo inexistente- y tercero porque se lo debemos a todos aquellos LGTB en el mundo a los que siguen tratando como a perros.
Me gusta lo que has escrito pero, aunque soy acérrima defensora de la integración sociolingüística de las personas sordas que incluye técnicas pedagógicas como la labiolectura, mi interpretación sobre la revitalización de la lengua de signos por parte de estas asociaciones es que no necesariamente implica una rendición y un aislamiento. Puede ser así en algunos casos pero yo también lo entiendo como una forma de significarse y de rebelarse. Para mí es como si dijesen: «estoy harta de hacer lo que tú quieras, ahora se harán las cosas a mi modo» o «si tienes algún interés en hablar conmigo, tendrás que ser tú el que aprenda mi idioma».
Extrapolándolo a la casuística LGTB, sería como decir «estoy harta de ser discreta, de esconderme, de taparme las plumas, de hacer lo que tú quieres; ahora voy a ser yo misma y si no te gusta, te aguantas»
Interesante reflexión, Raúl, como siempre.
Integracionismo frente a aislacionismo. Menudo debate podría salir de aquí.
PERDONA RAÚL. COMO SIEMPRE ESCRIBES CON DELEITE, PERO EN ESTA OCASIÓN ADEMÁS DE MARICA DEBO SER SORDA,POR QUE NO ME HE ENTERADO DE NÁ
Es un debate complicado. No tengo una posición, más allá del, diríamos, prejuicio habitual en relación con la cultura sorda. A mí al menos me sirve para entender cómo otras personas, que no tienen mala fe ni son unas energúmenas, pueden creer que ser gay no es normal, que la cultura gay puede ser estimable pero te encierra en un gueto y que el orgullo no es sino alarde de un defecto. Ayuda a entenderlo, no justificarlo, pensar que nosotros también podemos tener, respecto de otros colectivos, prejuicios idénticos o similares y quizá este reconocimiento nos pueda servir de inspiración para buscar herramientas para superarlos todos.
Gracias, no lo había visto así, Frantic. Es verdad que el tener necesariamente que ir con un intérprete de lengua de signos a cuaquier sitio les termina aislando de muchas cosas y limita su independencia, pero no cabe duda de que cada vez que han conseguido que ‘la sociedad’ se mueva en su dirección (igual que cualquier logro de cualquier minoría), han dado una lección de ‘machaconería’ y se han apuntado una victoria puntual por la que todos (no solo ellos) debemos alegrarnos.
Gracias a ti también, Crasamet. Yo creo en ser tú mismo aunque eso te aisle, pero siempre tendiendo puentes para la integración. Aunque no los use nadie, si hay que hacer un esfuerzo para mantenerlos en buen uso, no me importará ser yo el que realice este esfuerzo. A lo mejor alguien, de tanto verme desde el otro lado del puente cortando las malas hierbas, cruza y me ayuda.
Ira, llámame esta tarde o cuando quieras, tienes mi número. Y hablamos, pero quítale las mayúsculas al ordenador, porfa, que parece que estás gritando.
Ahí te quería ver, Raúl. Pueden ir con un intérprete de lengua de signos o bien podemos ser los demás quienes aprendamos la lengua de signos. Si no tenemos problemas en aprender inglés, francés o lo que nos salga del pepe, ¿por qué no aprender también la lengua de signos?
Volviendo a extrapolar, creo que es exactamente lo mismo.
Por cierto, Ira Divina, siento tu sordera pero puedo asegurarte que los demás oímos divinamente; no es necesario que nos grites. Aunque muchas veces, el no entender algo no es problema de oído.
Nada que objetar a tu comentario, Frantic, quizá en la elección de los idiomas que aprendemos tienen demasiado peso las modas o lo que nos pueden aportar profesionalmente (aunque un buen intérprete delengua de signos puede ganarse muy bien la vida) por encima del interés por comunicarnos con otras personas.
En la época en que yo estudié (a nivel elemental) la lengua de signos creo que había un problema de método que no sé si se habrá solucionado ya. Era muy difícil ‘estudiarlo’ en casa como el resto de los idiomas, y el hecho de no tener personas sordas en mi entorno familiar o de amistad hizo que lo fuera olvidando (se olvida muy deprisa no sé por qué) y no pensara en la posibilidad de profundizar. Ahora me arrepiento un poquillo, tendría que haber buscado un grupo mixto, de oyentes y sordos para practicar. Esto último del ‘grupo mixto’, perfectamente extrapolable 🙂 Es como cuando mis amigos y yo enseñábamos a los novios de nuestras amigas a tirar pluma, jeje. Algunos se daban un arte…
No me parece acertada la reflexión porque la sordera es un defecto físico y la orientación sexual no. Me parecería acertado hacerlo entre afroamericanos y LGTB, entre judios y LGTB, entre zurdos y LGTB porque ninguno de los primeros tienen barrerar físicas que les impida desarrollarse en la sociedad.
El error en este reflexión es obviar el punto de referencia asumido por la supernormalización que es la herosexualidad absoluta, todo lo que se salga de ahí es despreciado, amputado y ocultado.
Hacer peligrosos acercamientos a las taras físicas innatas o contraidas es dar pasos atras cuando la homosexualidad esta presente en todas las especies animales y en el hombre desde que es hombre, la diferencia es que los animales no se excluyen ni se hostigan por su orientación y los seres humanos hacemos un abuso de poder sobre la mínima diferencia
Tú lo has dicho, lol: la orientación sexual no es un defecto. Pero hay una parte de la población que sí lo considera así; de ahí viene la reflexión. Al menos, yo lo interpreto de esa manera.
Tu artículo es muy interesante, Raúl, pero no puedo estar en absoluto de acuerdo con tu planteamento cuando dices que «La actitud de los sordos adultos, que confían más en la lengua de signos aunque ello signifique tener que aislarse de la sociedad, me recuerda a la de muchos LGTB que han tirado la toalla». Yo vengo de una familia de sordos por parte de madre, así que hablaré de mi experiencia personal como persona oyente en una familia un tanto «especial». Tengo (bueno, tenía) tres tíos con un grado de sordera total y una abuela con un grado de sordera muy elevado, pero que aprendió a hablar y sabe leer labios; ninguno de mis tres tíos aprendió a hablar, ni tan siquiera a utilizar el lenguaje de signos estándar. De hecho, en nuestra familia se ha utilizado un lenguaje de signos propio, un «habla de sordos pueblerinos», si quieres llamarlo así. Era un habla que mis tíos y mi abuela habían desarrollado para comunicarse en el mundo en el que habitaban y que les servía para vivir. No sé muy bien qué concepto de «integración» tendrían mis tíos, la verdad, pero sí sé que desde pequeña aprendí que, si yo quería comunicarme con ellos, quien tenía que adaptarse a su mundo era yo, y no a la inversa. El aprendizaje de su lenguaje fue algo natural, aunque por no conocer muchas de las cosas que hacían, no podía comunicarme con ellos con la misma destreza que mi abuela. Como bien dice Frantic, si aprendemos inglés o francés u otros idiomas, ¿qué problema hay en aprender el lenguaje de sordos para comunicarnos con la comunidad sorda en igualdad de condiciones y hacernos partícipes de su cultura? Entiendo que tu postura es la de la «normalización» a toda costa, cosa que me parece respetable, pero que no puedo compartir. Una persona sorda no es una «persona discapacitada»; es, simplemente, una persona con unos códigos diferentes que tú puedes optar por compartir… o no. A mí no me parece mal que un niño sordo quiera aprender a hablar, pero me parece bastante cuestionable que alguien decida cuándo y cómo tiene que hacerlo. ¿Habrían sido mis tíos «más felices» si hubieran aprendido a hablar y se hubieran «integrado» en el mundo de los oyentes? Es una pregunta falsa: mis tíos estaban perfectamente integrados en su mundo; el que quisiera participar en él, tenía siempre las puertas abiertas.
Disculpa, pero me había dejado otra reflexión. Tomando de nuevo la frase siguiente: “La actitud de los sordos adultos, que confían más en la lengua de signos aunque ello signifique tener que aislarse de la sociedad, me recuerda a la de muchos LGTB que han tirado la toalla”.
Curiosamente, yo lo que veo es lo contrario. La defensa de la «normalización» y de la integración forzosa de la comunidad de sordos, la adaptación forzosa al mundo oyente, me parece mucho más cercana a la actitud de quienes, en el mundo LGBT, abogan por una «normalización» erradicadora de las diferencias: los contrarios a la pluma, por ejemplo. «Compórtate como una persona NORMAL». Es exactamente lo que se les está diciendo a los niños sordos: que para ser «normales» tienen que dejar de ser lo que son.
Pues tomo nota de tu opinión, Ave. Supongo que lo importante es mantener las puertas abiertas, como tú decías, o el puente ‘en buen uso’, como yo mismo decía en mi respuesta a Crasamet. Es la única forma de que la posibilidad de comunicación entre los ‘dos mundos’ se mantenga siempre en óptimas condiciones.
Un artículo muy interesante y muy intresantes también los puntos de vista de Frantic y Ave. En cualquier caso, es totalmente comprensible que las madres y padres de niños sordos aboguen por la completa integración de sus hijos en la sociedad oyente. Al fin y al cabo, cuantas más herramientas tenga uno para defenderse en la vida y ser independiente, mejor. No sé de qué manera tratar de enseñar a hablar a un crio sordo puede suponer privarlo de su identidad (suponiendo que se le eduque con el mismo respeto y cariño que a cualquier otro crío). En este caso, no veo el paralelismo que estais planteando entre la integración de los sordos y del colectvo LGBT: (desde mi profunda ignorancia sobre el tema) yo creo que la sordera sí es una discapacidad. Negar lo anterior iría en contra de las personas sordas.
¡Pedazo de debate! Lo estoy disfrutando un montón. Gracias, Raúl, por proponerlo y a los demás por alimentarlo.
Por cierto, Ave. Me ha encantado tu historia tanto por lo humana como por lo ilustrativa que resulta.
La familia de mi padre tiene una funeraria, fundada por mi bisabuelo, en la que durante muchos años trabajó una persona sorda (no me gusta utilizar el término sordomudo porque no es real) y tanto mi padre como mis tíos se las ingeniaron para entenderse con él. Desde entonces, mi padre, que es ya muy mayor y jamás ha «estudiado la lengua oficial de signos» es capaz de entenderse perfectamente con casi cualquier persona sorda.
A eso es a lo que voy cuando hablo de que haya personas sordas que no se sientan obligadas a «aprender a hablar como las personas normales».
Ave, qué alegría verte. Has dicho: «mis tíos estaban perfectamente integrados en su mundo; el que quisiera participar en él, tenía siempre las puertas abiertas«.
Quizá esta sea la clave en que se basan los padres. No quieren que los hijos se queden integrados en *su* mundo y que los demás tengan que acercarse a él, sino que los hijos pueda integrarse en *el* mundo, en concreto pudiéndose acercar a los mundos de otras personas. Imagino que pensarán que, dándoles más herramientas a sus hijos, podrán buscar mejor un lugar en el mundo. Los padres siempre piensan este tipo de cosas, lo que no significa que estén acertados o equivocados.
El paralelismo con el mundo glbt lo había visto yo, al leer el post de Raúl, en las personas glbt que se quedan en Chueca (o que sólo son ellas mismas en Chueca), en su mundo, en el que están dispuestas a recibirte, pero que no se atreven a salir de allí o, al menos, a no salir de allí tal cual son.
Yo comprendo vuestra postura. De hecho, como os podéis imaginar, una de las cuestiones que siempre me he planteado como mujer que soy es que, si me quedo embarazada, existe una altísima probabilidad de tener hijos sordos. Sinceramente, no tengo muy clara la postura que adoptaría ahora mismo sobre la educación de mis hijos sordos en caso de tenerlos, y no veo las cosas blancas ni negras. Supongo que tendría que pensarlo largo y tendido antes de tomar una decisión.
Creo que todos los lados del debate llevan un poquito de razón, y si he puesto el ejemplo de mis tíos es porque yo sé que ellos no adolecieron especialmente de un problema de «integración» más que cuando se veían obligados a tratar con las instituciones o con los bancos, por ejemplo. Para todo lo demás los tres contaron con un amplísimo círculo de amistades en el pueblo, y uno de ellos llegó a emigrar al norte donde trabajó en la madera y llegó a tener novia y una hija. En ese sentido no creo que su vida fuera muy diferente de la de cualquier hombre de su pueblo, para ser sincera, salvo la falta de una educación formal (cosa que en su época era la tónica general, o sea que mis tíos no fueron una excepción). En ese sentido no veo el paralelismo que haces con Chueca, Zar, en el sentido de que mis tíos vivieron prácticamente toda su vida en el pueblo, dedicándose a la agricultura y no conocieron otra vida más que esa. Por eso digo que estaban perfectamente integrados, de hecho yo no creo que nadie en el pueblo les tratase como discapacitados o como gente «inferior».
Yo creo que lo de «Un mejor lugar en el mundo» es algo muy relativo. Yo en la uni tuve una compañera oyente hija de un matrimonio sordo; su lengua materna era el lenguaje de signos (ASL) y su segundo idioma, de hecho, fue el inglés hablado que adquirió pasados los tres años. Esta chica trabajaba como intérprete para otros estudiantes sordos y de hecho ella decía que se sentía en casa cuando «hablaba» en ASL y que hablar inglés le resultaba algo más extraño. ¿Estaba integrada? Sí, claro, era oyente; pero ella se sentía más «en casa» entre «los suyos».
No sé, complicado, digo.
Creo que es una buena idea descargar de ‘negatividad’ la idea de estar en ‘tu’ mundo. Puedes estar en él tan cómodamente y no tener nunca necesidad de salir, y eso no significa que tengas las puertas cerradas.
Por otro lado, hay ‘tantos mundos’, que es muy difícil aprender a la perfección el ‘idioma’ de todos ellos y poderlo usar sin que haya malas interpretaciones.
¿Creéis que la solución sería una especie de ‘esperanto’, de ‘lenguaje universal’ para cuando nos encontráramos, bien ‘en mitad del puente’, bien en uno de los mundos? ¿O sería una especie de ‘acuerdo de mínimos’ que simplemente prescindiría de las palabras mas complicadas, dejando en el ambiente un olor extraño, como a hipocresía? Ese ‘esperanto’, ¿me permite conocer más mundos, o sólo llegaría a atisbarlos?
Un ejemplo: si yo sólo sé chapurrear algo de alemán, pero hablo muy bien inglés, ¿cómo debo dirigirme a un alemán que también hable inglés?
¿Apreciará él mi esfuerzo y todo será fluído aunque me equivoque? ¿O es preferible utilizar la ‘lingua franca’?
Si me lo permites Raúl pongo un enlace a un post que escribí hace ya 3 años en un antiguo blog precisamente sobre este tema, relacionando un poco el tema de la sordera con el tema LGBT. Quizás aporte algo a la discusión, no lo sé.
http://elaveturuta.blogspot.com/2005/09/otros-mundos.html
Estoy con Frantic acerca de lo nutrido del debate. Cuando he empezado a leer las primeras opiniones no esperaba engancharme. Ah, lol, por favor, repasa la definición de «símil» e intenta llegar a la intención más allá de la palabra.
Probablemente, acabéis utilizando la lingua franca por agilidad pero puedo asegurarte que agradecerá mucho que empieces chapurreando ese alemán.
La experiencia que yo tengo a ese respecto es que las personas aprecian mucho el esfuerzo que hago por decir algo en su lengua materna, aunque sólo sean «los cuatro palabros» que todo el mundo sabe.
«un ejemplo: las manos en posición de estar esposadas representaban…. el pueblo de mayor tamaño a unos 15 kms., porque allí estaba la cárcel)»
Precioso, Ave. Precioso
Interesantísimo debate. La verdad es que no es fácil posicionarse. Raúl, en principio no creo en la idea de un «esperanto», pues a mí me parece algo bastante artificial.
Me decantaría más bien porque todos -los sordos y los que no lo somos- aprendiéramos a comunicarnos con el que tenemos enfrente. Si siempre se ha hablado de lo enriquecedor que es aprender una lengua (no sólo por la lengua en sí, sino por lo que te aportan humanamente las vivencias, la historia y el desarrollo de la comunidad que lo habla), con el lenguaje de signos me parece que este carácter enriquecedor debe ser mucho mayor, sobre todo porque desgraciadamente ellos viven en un mundo que hasta hace no mucho no ha pensado en exceso en ellos. Estuve cinco años en contacto con invidentes y la verdad es que descubres una manera de ver el mundo que ni siquiera te habías planteado. Y eso no tiene precio.
El problema es que el esfuerzo de ambas partes es desigual desde el principio. No deja de llamarme la atención que las personas sordas -que en principio tienen mayores dificultades- son las que realizan el mayor esfuerzo; en cambio, los que oímos no parecemos estar muy dispuestos -a no ser que tengamos casos en nuestro entorno- a realizar dicho esfuerzo, incluso sabiendo que en principio tenemos menos dificultades.
Por eso, aunque mi propuesta ideal sigue siendo que ambos aprendamos «los mundos del otro», sé que hay cierto grado de falacia en ello; los sordos parten con desventaja, puesto que a las mayorías les cuesta tener que cambiar para atender a unas minorías. Y en este punto sí que veo cierto grado de similitud con el colectivo LGTB. Y es que, en este tema, no debemos olvidar que en general pertenecemos a la mayoría.
Y por eso me parece importantísimo que, sabiendo perfectamente lo que es ser parte de una minoría, seamos capaces de reflexionar y de saber vernos del otro lado.
Saludos