"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

En el nombre del lenguaje

que_la_razonHace tiempo, unos doce años o así, hice un curso de lengua de signos. Me sorprendió saber que las asociaciones de padres y madres de sordos estaban enfrentadas con las asociaciones de sordos. El motivo: los padres y madres de sordos querían que las niñas y niños sordos aprendieran a hablar por encima de todo, mientras que las asociaciones de sordos querían que se potenciara la lengua de signos.

Padres y madres querían que sus hijos pudieran hablar y relacionarse con el conjunto de la sociedad. Sus esfuerzos se centraban en que sus hij@s, siempre que fuera posible, se integrasen en colegios públicos que fueran capaces de atender las necesidades especiales de sus hijos. Esto suponía un gran esfuerzo para los pequeños sord@s , porque les obligaba a llevar molestos aparatos durante gran parte del día.

Las asociaciones de sordos mayoritarias apostaban por la lengua de signos. Después de años de esfuerzo por aprender a hablar, muchos no conseguían integrarse plenamente en un mundo hecho para oyentes. Por muy bien que hubieran aprendido a hablar –dependiendo de su grado y tipo de sordera- su dicción siempre les delataba de alguna manera, provocando en algunos oyentes la burla o el rechazo. Cuando una persona sorda llega a hablar, aunque sea defectuosamente, le ha costado tanto esfuerzo, ha tenido que sacrificar tantas horas de juego cuando era niño, que lo menos que espera es que la persona con la que habla no ponga una cara rarísima cuando conversa con ella, o que no considere un ‘capricho’ que el sordo le recuerde cada dos minutos que debe hablar mirándole a los ojos. Comportamientos como estos por parte de los ‘oyentes’ hacen que los sordos acaben cerrándose a la sociedad y, conforme van cumpliendo años y conociendo a otros sordos, abandonen el lenguaje hablado y opten por la lengua de signos.

A mí las asociaciones de padres y madres de sordos me recuerdan a las asociaciones LGTB –las de verdad-. Sueñan con el máximo. Exigen el máximo. En su día fueron bastante impopulares. Los padres de niños oyentes creían que la educación de sus hijos se resentiría por que el profesor tendría que centrarse en el niño sordo de la clase. Los maestros tuvieron que actualizar sus conocimientos para atender a estos niños. Las administraciones tuvieron que invertir mucho dinero para adaptar las aulas y el material escolar a los alumnos con necesidades auditivas especiales. Eran ‘una mosca cojonera’, o como lo llaman ahora, un ‘lobby’.

La actitud de los sordos adultos, que confían más en la lengua de signos aunque ello signifique tener que aislarse de la sociedad, me recuerda a la de muchos LGTB que han tirado la toalla. Para mí es perfectamente comprensible. Entiendo el hartazgo ante tanto ataque, entiendo que nadar contra corriente puede llegar a ser muy frustrante, que con lo difícil que es salir del armario, una vez fuera todo sean obstáculos, reproches y desconfianza. Por ello es necesario fomentar una sociedad predispuesta a aceptar la ‘dicción defectuosa’ de la persona sorda como ‘un acento más’, predispuesta a aceptar sin poner ‘una cara rarísima’ una expresión de afecto entre dos personas del mismo sexo como el reflejo de una sociedad plural en la que cabemos todos. Pero hasta que esto sea así, todos tendremos que hacer un esfuerzo, en la medida de nuestras posibilidades. Si nos rendimos, la sociedad estará en quiebra, los seres humanos estaremos fracasando en nuestra necesidad, yo diría incluso en la imposición que tenemos como tales, de comunicarnos.

Alguna vez he dicho que cuando un perro te ladra, no te enfadas. Te asustas, sales corriendo. Pero no te enfadas. Y por supuesto no intentas razonar. Pero esta actitud no vale entre seres humanos. Como hacen los sordos cuando hablan con oyentes, hay que obligar a los que no nos entienden a mirarnos a los ojos, aunque preferirían no tener que vernos, y decirles: “Estoy aquí, compartimos el mismo lenguaje. Hablemos.” Y si se largan sin hablar, simplemente esperar a otra ocasión para volver a insistir, hasta que se convenzan de que no nos vamos a dejar ignorar, hasta que comprendan que es ‘Con nosotros o con nosotros’. Primero porque si desaparecemos de su vista para evitar miradas incómodas, para no tener que hablar ‘su’ lengua, ellos nunca se verán obligados a aprender la nuestra. Segundo porque con nosotros desaparecerían también nuestros derechos, y nuestras reivindicaciones -ninguna ley regula lo inexistente- y tercero porque se lo debemos a todos aquellos LGTB en el mundo a los que siguen tratando como a perros.

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