"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

Homofobia combativa desde las religiones (II)

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Cada religión ha desarrollado su propia mitología, su propia concepción “cósmica” del mundo y, en particular, del origen y evolución del ser humano. Es propio de las religiones su carácter totalizador, que da respuestas absolutas a las preguntas más fundamentales de nuestra existencia y de por qué somos como somos.

Ésta es una “dialéctica” que no se produce de manera intelectual, con meras palabras que se pensaran de manera consciente y razonada. No, porque la necesidad de un marco de orientación con respecto al “todo”, es una necesidad profunda, emocional, pasional e imperiosa. Sería un ejercicio interesante indagar en nosotros mismos qué motiva nuestra devoción, es decir, qué nos impulsa básicamente a lo largo de nuestra vida.

La cultura, entendida como la simbología que fundamenta y da su carácter a cada civilización, nos da “resueltas”, de manera colectiva, muchas de las concepciones y modos de ver el mundo que individualmente albergamos. Desde el minuto uno nada más nacer, estamos asimilando la cultura que nos ha tocado vivir, que conlleva respuestas a las preguntas existenciales que están ahí.

Pues bien, entre las diversas religiones existen similitudes porque pertenecen a una cultura común, a pesar de las diferenciaciones secundarias. Se dice que judaísmo, cristianismo e islamismo, las tres grandes religiones monoteístas, parten de un mismo “tronco”. Se trata de religiones patriarcales en las cuales existe un “Dios-Padre”, varón, Creador y todopoderoso. Es el origen y la autoridad máxima del universo, por así decir. El Hombre está hecho a su imagen y semejanza. Del hombre, en segundo lugar y de manera subordinada, está hecha la mujer. En el inicio de la Humanidad, existe una única pareja, compuesta por un hombre y una mujer. Luego, el Antiguo Testamento se dedica a narrar la Historia Sagrada tomando como eje a los sucesivos patriarcas, en quienes Dios pone su confianza, que se unen a sus respectivas mujeres, que les dan los descendientes.

El Cristianismo, en su caso, añade su Sagrada Familia y todos los años se celebra la Natividad de Jesús, hijo de José y de María. Jesucristo es Hijo de Dios-Padre, nacido de María. Cristo es varón, es el Salvador, el Mesías, el fundamento de la nueva religión.

Toda esta “mitología” es nuestra cultura, forma parte de nuestro inconsciente colectivo, es la guía básica compartida que representa nuestro modo de percibir y entender nuestros orígenes simbólicos. Las ciencias naturales y sociales las recibimos en nuestro intelecto, sin constituir un relato cerrado ni mucho menos lineal acerca de nuestros orígenes; sobre todo, sin atender desde la emoción, desde la devoción, nuestra necesidad de orientación ante el mundo. El relato religioso, por su parte, sí que nos facilita un mapa-guía y nos otorga un lugar en él, porque nos habla con un lenguaje universal, más profundo, con un lenguaje simbólico que da sentido humano a la vida. Objetivamente, podemos entender que se trata de un relato convencional, creado históricamente, pero su lenguaje es eficaz, es captado en nuestro interior por todo ser humano.

¿Qué ha pasado? Que resulta que la realidad humana universal fue interpretada y/o explicada de manera sesgada, parcial. Las religiones dejaron fuera de su visión cósmica del mundo y de la Humanidad a lo no heterosexual, además de subordinar la mujer al hombre. Situaron como centro, modelo y único referente al varón heterosexual, acompañado por la mujer heterosexual.

Hoy día, lesbianas, gays, bisexuales y transexuales estamos presentes y somos reconocidos, pero no formamos parte del relato esencial que esta cultura, que tiene milenios de tradición, inculca a todas y cada una de las personas, más allá de la intelectual adscripción, o no, a una u otra confesión religiosa particular. Es decir, en nuestros “genes” radica el heterocentrismo más absoluto. Ocurre que, desde luego, el especial apego consciente que se mantiene por parte de la mayoría de los líderes religiosos y sus más fieles a -prácticamente- la literalidad del relato simbólico de “los orígenes”, les hace sentirse legitimados para despreciar y atacar la realidad humana no heterosexual.

Javier V.

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