No me dejes perder lo que he ganado
Todo un año. Ha transcurrido un año desde que Manolo y yo decidimos contraer matrimonio después de una larga convivencia en común sin certificados, registros ni contratos. El amor nos arrastró a compartir nuestras vidas y es el amor lo que, finalmente, una fría mañana de invierno, nos llevó a decir un “sí consiento» ante el Juez.
Nuestro compromiso no fue otra cosa que el triunfo definitivo del amor, que entre otras razones el Derecho tutela sin otro interés, tan humanamente comprensible, que el beneficio de los propios miembros de la pareja frente a injerencias o agresiones extrañas. Cuántas veces hemos escuchado: “sus hermanos le han obligado a vender la casa y devolverlo todo», o “que no ha podido entrar en la UCI del Hospital porque no es un pariente cercano», o “que a Carlos o a Blanca finalmente no les ha quedado nada». Nada, después de toda una vida construyendo un patrimonio, extenso o reducido, pero, al fin y al cabo, consistente en las únicas pertenencias de la familia, sin otro esfuerzo y energía que los de la propia pareja.
Algunos piensan que no hay moral ni principio en esta relación, tan sólo el forzado reconocimiento de la Ley, como si fuéramos objetos semovientes o animales, o un círculo recreativo, y eso duele… ¿Es que acaso no hay nada más espiritual, honesto y decente que dos personas expresen ante la comunidad la firme voluntad de convivencia, afecto, cariño y apoyo mutuo permanente y estable de tal forma que la sociedad comprenda que donde antes existían dos individualidades ahora existe una unidad con sustantividad propia, es decir, una familia? En esto consiste esencialmente el matrimonio. Ante esta realidad primero llegó la pregunta y luego la respuesta: ¿Por qué dos personas del mismo sexo no pueden hacerse esta dulce promesa con las bendiciones de nuestros vecinos? Nuestros vecinos fueron consultados sobre esta cuestión y sus bendiciones, ya sin reparos, nos alcanzaron de forma definitiva. Hoy formamos una sencilla familia de clase media, como cualquier otra.
La “civilización» no es otra cosa que una acción conjunta de sociabilidad, la capacidad de los ciudadanos en coincidir, en respetar las reglas de conducta que el común de los mismos ha decidido establecer por cauces legítimos. Este es también el contenido de la ética y la justicia. Nosotros hemos contraído matrimonio ante nuestra sociedad respetando estas reglas, pero algunos pretenden hacernos creer que esto no ha sido así.
De otra parte, estos mismos sujetos intentan imponernos su propia idea de lo que es o no es natural induciendo a desconcierto y confusión a quienes no se encuentran apercibidos de este juego malicioso de palabras, como si la definición de lo que es o debe ser de o contra natura no fuera sino una percepción y creación de los hombres, es decir, lo que nosotros queramos que sea en cada momento. Las instituciones son las que deben adaptarse a las circunstancias del devenir de las personas, lo contrario sería intentar conseguir la cuadratura del círculo.
El matrimonio es una institución formal y conceptual –un estado civil- al que el ordenamiento jurídico anuda unos determinados efectos, de la misma forma que constituimos una sociedad, una persona jurídica o cualquier corporación –como lo es la Iglesia o un partido político-. Es decir, las instituciones carecen de elementos físicos, de pies o de manos. Por ello, que dos hombres o dos mujeres contraigan matrimonio no puede considerarse innatural, de la misma forma que no puede decirse que vaya contra natura el hecho de que sólo puedan acceder las mujeres al convento. Precisamente el matrimonio será siempre lo que los hombres, la sociedad o el Parlamento quieran que sea en cada momento de la historia.
Nuestro matrimonio es así, sencillamente, un acto de justicia en libertad.
“No me dejes perder lo que he ganado…». Federico García Lorca evocaba así la jubilosa fortuna del amor –evidentemente homosexual- experimentada tan sólo unos meses antes de recibir un sordo balazo en la cabeza. Sin duda Federico hubiera cantado como nadie la alegría de los novios o de las novias marchando hacia la boda, el júbilo y la euforia de los amigos, las risas y las preguntas indiscretas de los niños –“¿os daréis un beso con lengua?»-, los pícaros comentarios de los ancianos susurrados entre dientes al oído de los contrayentes, sus graves consejos y admoniciones, la educada felicitación de los funcionarios, y por encima de todos ellos, la radiante felicidad de las madres y abuelas y, como no, de los novios.
Y ante todo esto yo me pregunto: “¿Dónde está la diferencia?».
A quienes ahora intentan devastar mi hogar y mi familia yo les digo “no dejaré perder lo que he ganado», porque si fuera necesario estaré dispuesto a defender la felicidad de los míos con mi propia vida.
El joven Amaril (Jesús Flores)
Esta carta, publicada el 1 de marzo de 2007, es la primera ‘rescatada‘ del cajón. Si quieres ver los comentarios que suscitó en su momento, puedes ver la carta original en el archivo antiguo de dos manzanas.
A ver si el joven amaril se anima a volver a publicar algo, después de tanto tiempo 🙂
“no dejaré perder lo que he ganado”, porque si fuera necesario estaré dispuesto a defender la felicidad de los míos con mi propia vida.
De entre todas las frases me quedo con esta, porque ante la perspectiva de que consiguieran quitarnos ‘lo que hemos ganado’, no se plantea otra alternativa que la lucha. Habría que ir planteando posibles estrategias de movilización para el caso en que el PP y la Iglesia se salgan con la suya, pero siempre de lucha, nada de agachar la cabeza.
Coincido con Flick, siempre es un placer leer cosas tan certeras, a ver si pronto podemos disfrutar de más cositas de El Joven Amaril.
Qué delicia, Jesús. Os deseo toda la felicidad del mundo, siempre 🙂
Qué gran idea lo de recuperar cartas como esta.
Pues un beso muy fuerte para Manolo y para ti.
Antes de nada dejar claro mi más absoluto respeto a la opcion individual de establecer el contrato matrimonial asi como el más absoluto respeto a todas las formas consentidas de entender una relacion afectivo-sexual.
Aun así, aunque de acuerdo con el analisis de contrato (parecido al contrato social rouseau) creo que el problema del matrimonio es su exclusivismo. Es un contrato con sancion legal, validado por la constitucion, basado en una concepcion de moral unica sobre las relaciones afectivo sexuales.
Todo el mundo ha de tener derecho a casarse, es decir a establecer un contrato social de mutuo apoyo. Pero porque este contrato ha de ser basado en el amor? porque solo entre dos personas? Acaso la constitucion nos esta diciendo que la forma normal (y legal) de convivencia es la de pareja afectiva estable? No deberia estar el amor fuera de la ley? respetado pero no sancionado?
Vuelvo a decir respeto completamente la opcion personal del matrimonio, y luchare con mis dientes para que no exclusivicen aun más una entidad de por si cerrada. Si los heteros pueden que tambien puedan lxs homos. Pero seguire criticando que exista eso y no una ley de proyecto de vida cooperativo en comun. en el que dos o mas personas unidas por cualquier tipo de relación cercana (amistad, familia, pareja, compañerismo) puedan establecerse con un contranto aceptado legalmente con los mismos derechos y obligaciones de las que gozan ahora lxs casadxs.
Yo no la leí en su momento, y ahora me ha encantado. Preciosa carta y muy buena iniciativa, la de rescatarla
jovenamaril… ¿ande andarás?
Muchas gracias por rescatar esa carta que casi había olvidado, y muchas gracias por vuestros amables comentarios. Aquí, junto al mar y el faro, a donde ahora mismo miro, portatil en mano, esas palabras reconfortan.
Por cierto, en breve celebraremos el quinto aniversario de la Ley de Matrimonio Homosexual, a ver si nos movilizamos y transmitimos a los demás lo que han sido estos cinco años de completa normalidad.
Por cierto, ¿recordáis aquéllo sobre la destrucción de las familias y esas cosas que ladraban algunos en los púlpitos?
A trabajar desde ahora mismo…