Tarnation

Tarnation (Estados Unidos, 2003)
Jonathan Caouette

No tengo ni idea de si lo que circula por ahí respecto a esta película es verdad o no. Si es real, es abrumadoramente espantoso. Y si no es verdad, es incluso más impactante. Parece ser que Jonathan Caouette realizó esta película con recortes de cintas filmadas a lo largo de su vida, con diferentes tipos de cámara, VHS, Mini-DV, cortos underground, fotografías, escenas de películas y programas de televisión, grabaciones en cassettes de audio y mensajes de contestador telefónico, usando para su edición el programa iMovie (software de edición de video para películas caseras) y convirtiéndose en la primera película comercial estrenada con este sistema. El resultado es un collage psicodélico que pretende representar los procesos mentales del director. La película costó 218 dólares. Luego la descubrieron John Cameron Mitchell y Gus Van Sant y empezó su carrera comercial.

Todo esto es la teoría. Lo importante es el resultado. Y el resultado es una película durísima pero increíblemente optimista, que narra la proeza de un joven que tiene que construirse (deconstruirse) a sí mismo. Y una carta de amor a su madre. Capítulo aparte es la banda sonora: Low, Cocteau Twins, The Magnetic Fields… para flipar.

A los diez minutos de película uno siente que el corazón se le ha encogido y le ha desaparecido en el pecho. Caouette nos pone en antecedentes con la historia de su madre Renee, preciosa niña modelo publicitaria que a los doce años se cayó de un tejado y la psiquiatría convirtió en un despojo humano sin cerebro tras su paso por cientos de hospitales y sesiones de electroshock. A los veinticinco años, sus bellísimos ojos no daban muestra de la más mínima señal de inteligencia tras ellos. El informe final en su expediente médico decía: “en principio, no hay nada malo en ella”.

Y entonces empieza la reconstrucción del niño Jonathan. Cuando uno ve su vida convertida en granos de arena que resbalan por los dedos, cuando camina por un sendero entre árboles pelados y sombríos y mira hacia atrás y ve que no sólo el camino ha desaparecido, sino que sus propias huellas se han borrado, hace falta ser muy fuerte para enfrentarse al vacío. Caouette descubre un arma: la cámara de cine. Y con ella intenta explicarse a sí mismo: desde sus fotos de bebé con la madre, su paso por diversas familias de acogida, los abusos, su posterior adopción por los abuelos (aún más dementes que Renee), el descubrimiento de su homosexualidad, el travestismo (a los once años Caouette interpreta a mujeres maltratadas en la oscuridad de su habitación con una credibilidad deslumbrante), los intentos de suicidio semanales, sus primeros contactos con la subcultura gay, los bares, los amigos, el punk, las drogas, el cine underground, su primer novio…

Caouette no quiere ser como su madre y sus abuelos, quiere escapar de la familia tradicional (esa que tanto alaban algunos), de la locura, de los abusos, de la esquizofrenia. Se marcha a Nueva York y conoce a David. Es el momento de enfrentarse a su madre y de reencontrar al padre que les abandonó al nacer él. Caouette se ve fuerte, mucho más fuerte que ellos e indaga. Las escenas de la madre bailando con una calabaza son difícilmente soportables. Luego llega la sobredosis de litio.

“Y aún así, el mundo es maravilloso”.

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