Mi abuela
En la Sierra de Gredos, hace mucho frío. Mi madre todavía recuerda los inviernos de su niñez alrededor del fuego y el frío mañanero con las agujas de hielo colgando del tejado de su casa del pueblo. A mi madre, su pueblo le trae recuerdos contradictorios: una infancia relativamente feliz, la muerte de un padre cuando tenía 8 años y sobre todo, mucha pobreza. Ella y mi abuela emigraron a una ciudad del norte a mediados de la década de los sesenta, como tantos y tantos otros españoles (extremeños, gallegos, andaluces, manchegos) que abandonaron su tierra, a su familia y amigos, para ganarse el pan en tierras donde se les daba la bienvenida como el ganado obrero que eran. En Alemania, en Suiza, en Francia, en Noruega, en el norte de España. La vida del emigrante se resumía en tres palabras: trabajar, trabajar y trabajar. A cambio, tenían que escuchar todo tipo de acusaciones: los inmigrantes son sucios (aunque el sucio y el guarro fuera el casero que tenía la desvergüenza de alquilar habitáculos a familias enteras en condiciones penosas); los inmigrantes son analfabetos; los inmigrantes no respetan nuestras costumbres; los inmigrantes “no se adaptan”. Una historia común a mucha gente. Mi abuela trabajó de cocinera, limpiadora, cuidando niños… Los pequeños ahorros familiares dieron a mi abuela su primer “lujo” en la vida: una lavadora que la liberaría de las tareas más pesadas de la casa, con dos hijos adultos que trabajaban de camioneros. Con el paso de los años, mi abuela pudo comprar un piso de 50 metros en el barrio más pobre de la ciudad a la que había emigrado, y poco antes de jubilarse volvió a su pueblo en la sierra para cuidar de su madre enferma y sus dos hermanos sordomudos.
Hace poco, mi pareja y yo visitamos a mi abuela, que resiste aferrada a la tierra que la vio crecer y que ahora la ve acercarse sin miedo al ocaso de su vida. Subimos con ella a los chozos, unas extrañas construcciones de piedra y piorno donde ella pasaba el verano con su familia, cuidando de los cultivos y las cabras que allí guardaban. A mí me gusta escuchar a mi abuela, sus historias sobre nuestra familia, los años de posguerra, la tristeza de la emigración subida en aquella camioneta donde llevaba un armario y una cabra, la vuelta a sus raíces. Mi abuela cuenta que la gente para la que trabajó nunca la trató mal, pero ella (y nosotros) siempre fuimos conscientes de las diferencias que había entre “ellos” (los que nunca habían tenido que dejar nada atrás, los que vivían permanentemente asentados porque la vida les había tratado mejor) y “nosotros” (los que sabíamos que no éramos del todo ni de aquí ni de allí, los que nos sentíamos parte de dos sitios y de ninguno a la vez). A mi abuela le parece “muy bien” que yo comparta mi vida con una mujer. “Así estás más acompañada, hija, y si ella te quiere….” me dice siempre. Y la última vez que la vi, me dijo que le parecería muy bien tener bisnietos… “aunque claro, hijas, ¿cómo lo vais a hacer? Porque digo yo que necesitaréis algo además del huevo… vamos, ¡a ver si me entiendes!” Y cuando a modo de chanza le preguntamos si ella se echaría novia, siempre nos responde lo mismo: “Ay hija, pues ¿sabes qué te digo? ¡¡Que más acompañada estaría que con un hombre!!” Yo he visto llorar a mi abuela cuando salen en el telediario noticias sobre los naufragios de pateras en el Estrecho. Me mira con un dolor inexplicable en el rostro y me dice “pobres gentes, hija, pobres gentes. Que no nos venga una guerra o una desgracia a nosotros como a ellos”. Y llora.
Ahora, el mismo discurso que se utilizó hace tantos años contra mi abuela y los míos se utiliza contra otras gentes de otras tierras que tampoco “se adaptan”, a los que también se considera “sucios”, “intolerantes” y “analfabetos”. Y algunos LGBT, muchos de ellos con educación universitaria y urbanitas moderno, se apuntan al carro. Pues dejadme deciros una cosa: os creeréis más modernos, progres, urbanitas y liberados que nadie. Pensaréis que podéis despreciar a quien ha tenido la desgracia de tener que abandonar su tierra y dejar atrás a su familia y amigos para poder ganarse el pan. Y lo haréis pontificando desde allá arriba sobre la supuesta superioridad de una civilización sobre otra, o utilizando cualquier otro argumento ya manido y utilizado hasta la saciedad por otros que vinieron antes que vosotros. Equiparáis pobreza y emigración con homofobia como quien no quiere la cosa, y no os dais cuenta de que al hacerlo, insultáis a miles y miles de españoles cuyos padres y abuelos también tuvieron en algún momento que enfrentarse a otros como vosotros. Mi abuela tiene casi 84 años. No es moderna, ni es una mujer educada, y tampoco ha leído a los clásicos. Probablemente, no entendería ni la mitad de las conversaciones que se tratan en Dos Manzanas. Pero me quiere y me acepta tal como soy. Y dejadme que os diga que más allá de cualquier discurso grandilocuente o pronunciamiento teórico contra la homofobia, no hay mejor lección de amor, aceptación y dignidad que la que esa mujer, ochentona, emigrante castellana y campesina, me ha transmitido en este tramo final de su vida.
Ave
precioso
Cuanta razón
Quién tuviera una abuela como la tuya… Tan orgullosa como estás tú de ella lo estará ella de ti.
Emocionante y precioso.
Millones de gracias por regalarnos «un trocito» de tu abuela a los que ya hace muchos años que no tenemos.
He llorado al leerlo: es bellísimo y tremendamente cierto.
Un abrazote inmenso de oso/lobo inmigrante y gay a las tres. Pero sobre todo a tu abuela.
Gracias.
Gracias por compartir a tu abuela con nosotros, a pesar de que me temo que por este norte al que vino los míos andaban entre el «ellos».
Y sobre todo gracias por sus sabias reflexiones que explican también tantas veces las tuyas.
Muchas gracias
un placer leerte
Gracias Ave. Yo también soy hijo de inmigrantes, dejaron atrás la dura tierra leonesa para mejorar en las siderurgias asturianas. Y mi padre a pesar de haberse criado en un hospicio y ver a los pederastas en acción, cuando se le pasó el disgusto de mi homosexualidad y me comprendió, no hubo padre más orgulloso que él.
A toda esta gentecilla que ahora van de «arios de todo a cien» les digo siempre lo mismo: ignorante, tu abuelo también fue inmigrante.
Y no todo el mundo iba entonces con contrato de trabajo (que es lo que me suelen contestar). Ahora vienen en patera por el estrecho, antes muchos cruzaban el Pirineo como podían.
Vaya lujo de texto y vaya lujo de abuela. Gracias, Ave.
Gracias a todos por vuestras amables palabras. Es un poco visceral lo que escribí pero salió así 🙂
Pues mi abuele era emigrante y para nada se adoptó a Cataluña, aunque fue muy meritoria su vida como emigrante. Por suerte, como nieto suyo, me siento totalmente desligado de Salamanca y me alegro de que mi padre se «adaptase» para dejar de ser esas supuestas víctimas que no son ni de aquí ni de allá, a menudo, porque no se propusieron enraizarse en ninguna parte, viviendo más de 60 años en su globo, añorando «su tierra» sin esforzarse a parender una sola palabra en la lengua del lugar, como mi abuelo, con quien sus nietos teníamos que hablar castellano. Sin comentarios.
«viviendo más de 60 años en su globo, añorando “su tierra” sin esforzarse a parender una sola palabra en la lengua del lugar, como mi abuelo, con quien sus nietos teníamos que hablar castellano.»
Te cuento otra historia, esta vez de mi abuelo paterno. Mi abuelo paterno era catalán; mi apellido no sólo es catalán, sino muy catalán. Y también mi abuelo tuvo que marcharse de Barcelona, la ciudad en la que nació, pero no por razones económicas sino políticas tras la guerra. La misma burguesía catalana que ahora presume de pureza catalanista fue la que, durante el franquismo, se alió con el régimen y negó a mi abuelo el empleo en sus fábricas, donde quedó marcado como «anarquista» y «rojo». Mi abuelo nunca olvidó la Catalunya de sus amores; era catalanista, independentista, y afiliado a la CNT desde 1916 (reafiliado en 1977, según reza en su carnet que todavía conservo). La catalanofobia de sus convecinos cántabros hizo que mi abuelo nunca hablara catalán en público (de hecho mi padre y mis tíos no aprendieron catalán por esta razón). Mi avi, como siempre lo llamé, nunca pudo integrarse perfectamente en la tierra que lo acogió a regañadientes, porque nunca quiso renunciar a su identidad. Murió en el año 83, tan catalanista, tan rojo y tan anarquista como siempre había sido. Yo hablaba con mi abuelo en catalán, lo mismo que tú hablabas con tu abuelo en castellano.
Moraleja: lecciones de adaptación y pureza catalanista, precisamente a mí… pocas. Muy pocas. 😉
hermosa historia, qué suerte tenés de poder disfrutar de una abuela como esa
suscribo tus palabras 100%, una vez más
saludos AVE
O dicho de otro modo: ¿quiénes somos nosotros, desde la comodidad de nuestras vidas modernas, para exigir a quien tuvo que pasar por el enorme dolor de dejarlo todo atrás dosis heroicas de adaptabilidad que posiblemente no podríamos alcanzar nosotros mismos? ¿Has tenido que salir tú alguna vez de tu tierra por obligación, Seraller? Si no lo has hecho, poca autoridad moral creo que tienes para juzgar con tanta dureza la vida de los demás.
Muchos inmigrantes en Cataluña aprendieron catalán (conozco a muchas familias que lo hablan); otros muchos nunca tuvieron que aprenderlo porque nunca lo neecesitaron (entre otras cosas, la burguesía catalana se cuidó muy mucho de que los inmigrantes supieran siempre cuál era su lugar).
Creo que el discurso políticamente correcto peca de victimizar y justificar sistemáticamente al emigrante en cuanto que «parte débil». Pues no, hoy emigrantes hijos de puta y emigrantes buenísimas personas, igual que en los países de acogida entre los autóctonos hay racistas prejuiciosos y gente abierta y de buena fe.
El mismo prejuicio racista es desconfiar sistemáticamente del emigrante que confiar sistemáticamente en él. El mismo prejuicio racista es pensar que el emigrante es siempre el malo-culpable que pensar sistemáticamente que el emigrante tiene una especie de «superioridad moral» o que es siempre la víctima-inocente-débil. Pues no, no y no. Como en la viña del señor hay de todo en todas partes y «en todas partes cuecen habas».
Por otro lado no tiene mucho sentido comparar la emigración de los años 60 con la actual. De entrada porque eran momentos históricos distintos y han habido muchos cambios sociales en los últimos 50 años. Por ejemplo, con el tema del machismo/homofobia: los españoles en los 60 emigraban de un país homófobo y machista a otros países que también eran bastante homófobos y machistas para los estándares actuales (en UK se encarcelaba a los gays hasta finales de los 60 sin ir más lejos y aún hoy día sigue siendo una sociedad machista, para empezar aún hoy la mujer pierde su apellido al casarse). Él único choque cultural era más bien una cuestión de clase social y probablemente de ciertas diferencias bastante «epidérmicas», amén de las diferencias lingüisticas que hacían que el emigrante viviera aislado en una burbuja (en las cuales los españoles ciertamente estamos en desventaja: en suiza, alemania o francia en los 60-70 un italiano, un yugoslavo o un portugués aprendían más rápidamente el idioma local que un español, y es que no nos engañemos en españa ha habido históricamente una cerrazón con todo lo que sea aprender idiomas: hoy día aún tenemos el nivel de inglés más bajo de toda europa occidental, hasta los portugueses, teóricamente más «atrasados» económicamente nos superan por goleada en ese aspecto).
Nada que ver con el choque actual entre sociedades laicas que asumen mayoritariamente la homosexualidad o la libertad e independencia total y absoluta de la mujer como algo habitual versus personas que vienen de países ultrareligiosos, ultrahomófobos y ultramachistas. Podéis abrir los ojos o no, pero hoy en día hay un choque cultural que en los movimientos migratorios de hace 50 años no era tan grande.
En Amsterdam los gays son habitualmente apalizados por jóvenes musulmanes. Y en Barcelona sin ir más lejos ha habido palizas a transexuales por parte de emigrantes de países musulmanes.
Los emigrantes de los 60 no eran ni buenos ni malos ni mejores ni peores que los autóctonos o los emigrantes actuales así calificados en grupo, pero es un hecho que los emigrantes italianos y españoles en el norte de europa de los años 60 no se dedicaban a apalizar maricas y trans, de entrada porque los maricas y trans de estos países de acogida no eran visibles sino que vivían en el armario. Así que en este aspecto no había demasiado «choque cultural».
Hoy en día por lo que respecta a las libertades de mujeres y GLBT sí hay un choque cultural y quien no quiera verlo pues que no lo vea. De entrada mis conocidos gays marroquíes, ecuatorianos o del este de europa son los primeros que reconocen este choque y los primeros que para vivir su sexoafectividad libremente no han tenido más remedio que aislarse de los otros miembros de sus comunidades de origen y mezclarse con autóctonos para «pasar más desparecibidos» y no recibir la discriminación y la violencia de sus compatriotas. Los gays iranís que viven en españa, ¿te crees tu que se relacionan mucho con otros iranís?
Que sí, que no todo es negro ni es blanco. Pero no se puede cerrar los ojos a la realidad de que en países pioneros como Holanda se ha retrocedido en visibilidad y espacios ciudadanos de libre expresión sexoafectiva en los últimos 10 años.
Yo mismo en Barcelona ya no tengo la misma actitud cuando paseo con amigos o en pareja por ciertas zonas del Raval que hace 8-10 años. Y sí, es por miedo a que me apalicen. Evidentemente también tengo miedo a que me apalicen autóctonos cuando voy por según que barrios o ambientes. Los extremos se tocan, el joven de estrarradio de estética skinhead que agrede y amenaza a una trans «porque no le gusta» está muy cerca del joven paquistaní que agrede y amenazana a una trans «porque no le gusta». En ese sentido hemos ido de guatemala (ya teníamos muchos homófobos autóctonos que nos agredían por motivos ideológicos) a guatepeor (ahora además sufrimos también agresiones de elementos homófobos extranjeros).
La emigración en sí ni es buena ni es mala. Eso sí si se gestiona mal es un cóctel explosivo. Y lo es más si se tiene el absurdo , racista y excluyente prejuicio del «emigrante bueno», tan pérfido como el absurdo , racista y excluyente prejuicio del «emigrante malo».
Y que alguien me explique qué tiene/tenía de intrínsicamente malvado la «burguesía catalana» que no tenga/tuviera la burguesía madrileña, la burguesía malagueña, la cántabra, la alemana, la sueca o la gallega. Noto cierto tufo de catalanofobia, ¿es que la burguesía madrileña o de cualquier otro sitio no era (y sigue siendo) clasista?
Por no hablar de que el concepto «burguesía catalana» ligado a unos apellidos o estirpes o a unos usos y costumbres determinados es algo que vive más en el recuerdo que en la realidad social catalana del siglo XXI. La realidad social que retrataban Marsé o Eduardo Mendoza ya no existe, para bien o para mal. En 50 años Barcelona se ha vuelto tan irreconocible como cualquier otra ciudad en el mismo lapso de tiempo. Es lo que tiene vivir en una sociedad moderna donde las fortunas se mueven, crecen y decrecen y, sobretodo, las familias se mezclan y pasan multitud de avatares. La «burguesía catalana» que hizo las casas modernistas del Eixample ya no existe: para empezar gran parte de sus descendientes ya no viven en la ciudad o han invertido sus fortunas en otros lugares mientras otras fortunas e inversores han ido a parar a la ciudad. En definitiva, de los tiempos de nuestros abuelos queda un pálido recuerdo, porque en los últimos 50 años el reloj del tiempo y del cambio se ha acelerado.
En todo caso a mí me interesa hablar de los problemas que tenemos hoy y de cómo solucionarlos. La experiencia de nuestros abuelos, bueno hay que considerarla, pero viendo la radical diferencia de las circunstancias actuales…
Hola Rafa, muchas gracias lo primero por haberte tomado la molestia de escribir una respuesta tan larga y meditada. Si te parece te voy respondiendo por partes, pero antes aclaro. Mi texto es una respuesta concreta a las respuestas xenófobas que recibió el texto de Elputojacktwist titulado “Said es el chico más guapo de Tánger”. En esas respuestas, se llegaban a decir cosas como las siguientes: “como español o europeo no me tengo que sentir responsable ni tener cargo de conciencia por las pateras etc puesto que aquí nadie les obliga a que vengan”, o “Otro punto del que difiero es acerca de la supuesta inocencia de la gente de allí; pues no, hay de todo y si no que se lo pregunten a los turistas cuando lo único que quieren de ellos es su dinero”, para terminar haciendo comentarios tan desagradables, xenófobos y racistas como “Lástima que cuando la meten no duran ni un minuto, y todos activos. Malos amantes, cuerpos sensuales.” Que una persona LGBT justifique una postura tan racista “disfrazada” de una supuesta lucha contra la homofobia me parece inaceptable, y es contra esa postura específicamente contra la que va esta carta.
No pretendo, en ninguna parte del texto, mitificar la figura del “buen inmigrante” como una especie de “buen salvaje” libre de culpa, ni de vilificar a las sociedades de acogida. Pero permíteme que disienta radicalmente de tu primera afirmación: “El mismo prejuicio racista es desconfiar sistemáticamente del emigrante que confiar sistemáticamente en él”. Yo no “confío sistemáticamente” en los inmigrantes: confío sistemáticamente en las personas, que es distinto, independientemente de su origen. Y no es lo mismo, claro que no es lo mismo, como tampoco es lo mismo el racismo que el antirracismo, el nazismo que el antifascismo. El inmigrante no es “siempre la víctima-inocente-débil”, pero no está de más reconocer que una persona que deja atrás su casa y su mundo está en una posición de inferioridad en la sociedad de acogida, por mútliples motivos. No conozco ninguna sociedad en la que los inmigrantes de primera generación ocupen posiciones de privilegio. ¿Tú sí? Los inmigrantes económicos, en los años 60 y ahora, ocupaban y ocupan los escalafones más precarios de la sociedad, y esto es un hecho incontrovertible y fácilmente demostrable: son más susceptibles de que se violen sus derechos básicos (trabajar sin contrato, etc.); realizan trabajos que las poblaciones locales han dejado de realizar (generalmente los más desagradables: limpieza, cuidado de ancianos, hostelería); tienen muchas más dificultades en el acceso a las comodidades básicas (fundamentalmente la vivienda, donde tienen que enfrentarse a posturas racistas lo mismo que nuestros abuelos tuvieron que enfrentarse a ellas en Alemania, donde se les “almacenaba” en barracones y muchos alemanes se negaban a alquilarles viviendas decentes). Así pues, existen coincidencias notables entre todos los fenómenos migratorios independientemente de cuál sea la época que tratemos.
Decir como dices que “el único choque cultural era más bien una cuestión de clase social y probablemente de ciertas diferencias bastante “epidérmicas”,”, contradice manifiestamente la experiencia de todas las comunidades migrantes con las que yo he tenido contacto, ya hayan sido españoles en el extranjero o marroquíes en España. En Alemania, en Inglaterra y en Noruega, los españoles y otros emigrantes mediterráneos eran considerados gentes atrasadas, incultas, amantes del ruido y la suciedad, “sureñas”. Y también se les consideraba atrasados precisamente porque eran católicos. Así que no estoy en absoluto de acuerdo cuando dices que “hoy en día hay un choque cultural que en los movimientos migratorios de hace 50 años no era tan grande”, porque estás hablando desde otra perspectiva. Créeme, que para la gente que emigró en los años 50 o 60, el choque cultural fue absolutamente brutal y desestabilizador, como tan bien se muestra en el documental “El tren de la memoria”.
En cuanto a la cuestión específica de la homofobia: nadie (mucho menos yo) niega el hecho de que los homosexuales reciben palizas de jóvenes inmigrantes en Amsterdam y otras ciudades europeas. Pero voy a tomar uno de tus argumentos para explicar por qué mi texto no pretende idealizar la experiencia inmigrante, sino simplemente limitarse a pone coto a expresiones que asocien automáticamente emigración con homofobia. Tü dices: “De entrada mis conocidos gays marroquíes, ecuatorianos o del este de europa son los primeros que reconocen este choque y los primeros que para vivir su sexoafectividad libremente no han tenido más remedio que aislarse de los otros miembros de sus comunidades de origen y mezclarse con autóctonos para “pasar más desapercibidos” y no recibir la discriminación y la violencia de sus compatriotas”.
Creo que muchos lo sabéis, pero mi ex pareja era de origen turco. Una de nuestras amigas era una chica turca que había conseguido, después de mucho pelear, llegar a Holanda con su familia. En Turquía no se sentía a gusto por lesbiana; en Holanda no se sentía a gusto por turca. El problema con tu argumento es precisamente que no deja ningún resquicio para los más débiles del eslabón: los inmigrantes LGBT. Ellos son los más débiles porque no tienen sitio ni entre “los suyos” (la comunidad inmigrante en general, mucho más cerrada y opresiva que en sus países de origen) ni entre “nosotros”. Son dobles víctimas: de la homotransfobia de sus comunidades de origen por un lado, y del racismo y la xenofobia de las sociedades de origen por otro (que no distinguen entre inmigrantes “buenos” y “malos”: cuando eres inmigrante, eres inmigrante y punto). Y precisamente por esto escribo lo que escribo: porque que un LGBT hable de luchar contra la homofobia utilizando argumentos xenófobos que generalizan y tratan a TODOS los inmigrantes como homófobos criminales en potencia me resulta espeluznante. Precisamente porque, como tú bien dices, no todo el monte es orégano, creo que es imprescindible saber distinguir el grano de la paja y no meter a todo el mundo en el mismo saco: ni todos los inmigrantes son homófobos, ni inmigración es sinónimo de homofobia. Tú dices: “hoy emigrantes hijos de puta y emigrantes buenísimas personas, igual que en los países de acogida entre los autóctonos hay racistas prejuiciosos y gente abierta y de buena fe”. Exacto. Y ahí va mi carta: no son los inmigrantes marroquíes en España quienes tienen recurrido nuestro derecho a contraer matrimonio ante el Constitucional. Son, todos ellos, “españoles de bien”. Y yo, al menos, tengo claro que mis enemigos en la lucha por la igualdad no son la señora de la limpieza rumana o la ecuatoriana que cuida a los abuelos de la residencia del pueblo, como tampoco lo es la joven adolescente de origen marroquí que ahora vive en Parla y que ya no sabe qué es peor: si ser lesbiana, ser marroquí, o las dos cosas a la vez.
Para luchar contra la homofobia no podemos utilizar argumentos xenófobos, al igual que como tú muy bien apuntas tampoco podemos caer en el buenismo porque sí. Pero en el momento en el que un argumento xenófobo tan brutal como el que apareció en aquellos comentarios comienza a abrirse paso entre los círculos LGBT “nativos”, estamos cargándonos más de 40 años de activismo inclusivo y abierto. Y yo eso no lo quiero.
El ejemplo de la burguesía catalana, Rafa, era para responder a Seraller sobre las supuestas bondades de la «adaptación», un valor que ahora sí se defiende en Cataluña, pero que hace 50 o 60 años en pleno franquismo era otra cosa. Más catalán (y catalanista) que mi abuelo dudo que hubiera nadie: sin embargo, en su caso fueron condicionantes ideológicos los que lo obligaron a marcharse de allí. Porque los muy catalanistas señores que lo empleaban se negaron a dar trabajo a un «alborotador anarquista» tras el fin de la guerra civil.
Si me permitís otra cosa más: los LGBT españoles tenemos la obligación moral, creo, de luchar con especial denuedo por los derechos de los LGBT más indefensos de todos. Porque esos LGBT migrantes son los que más palos reciben, tanto de un lado como de otro. Y ya me dirás tú cómo luchar contra la homofobia que asedia a esos otros LGBT con argumentos como «como español o europeo no me tengo que sentir responsable ni tener cargo de conciencia por las pateras».
brillantísima querida amiga Ave, brillantísima
Rafa: respecto al supuesto «tufo de catalanofobia» de mis palabras… ¡hombre, eso sí que no! :-O Hemos vivido siempre fuera de Cataluña, pero en mi casa siempre se celebró la Diada y Sant Jordi, la salita estaba presidida por una moreneta en miniatura y un timbaler del Bruc en pequeñito de mi abuelo, y que yo sepa nuestra única religión es el Barça 🙂 Y ni te cuento la de veces que tanto mi padre como yo hemos tenido que saltar cada vez que alguien saltaba con aquello de «catalanes hijop….». Casualidades de la vida, mi padre murió en Barcelona y allí descansa porque así lo habría querido él. Y aquí en DM no me habrás visto hacer otra cosa que defender argumentos que no son precisamente populares sobre este tema.
Bravo, Ave. Me ha gustado mucho tu carta, pero según te has ido explicando, más todavía tu postura. En cierto modo me recuerda un poco lo que decía Paco Vidarte en Ética Marica al respecto del posicionamiento de los LGTB con respecto a otras discriminaciones además de la propia.
Beso gordo
Una carta preciosa.
Felicidades Ave. Estas cartas tan personales me emocionan mucho.
Si alguno está en contra de que entren inmigrantes en España, está en su derecho de expresarlo (aunque recordad que quienes deciden en este tema son los empresarios, no nosotros, no los sindicatos, no el gobierno) sin embargo no tienes ningún derecho a generalizar ni a insultar ni a discriminar. Los xenófobos no han sido ni serán amigos de la igualdad, de ninguna.
No es Off-Topic, aunque sí es un toque frívolo. Esta carta me ha recordado esta canción:
Tonino Carotone
Ave: es un placer ver que tus ideas en este caso son las mías y que las sabes exponer de manera tan contundente
Todas las exclusiones son la misma
Mi abuela fue la que mejor lo llevó siempre. Afortunadamente yo no tuve problemas de visibilidad en mi familia, que es bastante abierta, pero si que es cierto que la respuesta de mi abuelita me sorprendió mucho. Porque ya quisieran muchos «modernísimos» ser tan tolerantes como algunas personas mayores.
Felicidades por el escrito Ave.
Estoy totalmente de acuerdo con la carta. Voy a contar una anécdota que viví hace años y que me encogió el corazón:
Cuando apenas tenía 17 años comencé a trabajar de camarero en un Restaurante. En la cocina trabajaban varias señoras, de entre ellas una inmigrante de Rumanía (un encanto de señora, lástima que no la haya vuelto a ver) y una señora española, de mi pueblo, que de joven fue emigrante a Francia.
Pues bien la teoría de la señora era que todos los extranjeros venían a España a robar y que ella había ido a Francia con papeles y que les trataban como perros (cosa que muchos españoles hacen con los extranjeros) y eso no le importaba decirlo de forma reiterada delante de la extranjera.
La cuestión es que un día entré en la cocina y vi a la rumana buscando en la basura. Avergonzada, porque sentía que estaba robando, me dijo que era para su marido; que el pobre no quería comer si ese día no trabajaba. Yo le dije: -No deberías buscar en la basura, cógelo antes de tirarlo. Pero me dijo que no, supongo porque para ella sería un poco vergonzoso tener que pedírslo a los jefes.
Esta situación me rompió el corazón y sobre todo porque ella sintiese vergüenza porque pensaba que estaba robando. Pero lo más increible es, que la señora española que decía que los inmigrantes robaban; todos los días se cortaba fiambre y se lo llevaba a casa para hacerle el bocadillo a su hijo.
Eso demuestra, que las personas pueden ser o no honradas, pero no depende la nacionalidad de la que son. Desde luego, para mi fue una muestra de honradez por su parte. PD. me enteré que cuando consiguió los papeles, los jefes la hecharon para no pagarle la seguridad social. ¡Que lamentable!.