"Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas. Y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas, porque es que son componentes distintos. Hombre y mujer es una cosa, que es el matrimonio, y dos hombres o dos mujeres serán otra cosa distinta" - Ana Botella

El Orgullo antes de Navidad

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En la deliciosa película The nightmare before Christmas aprendimos que existen ciudades dedicadas exclusivamente a preparar cada celebración. «¡Sólo faltan 364 días para el próximo Halloween!», exclamaba preocupado el alcalde de Halloween Town mientras se ponía manos a la obra. Me divierte imaginar que existe una ciudad del Orgullo Gay, en la que entre el frío y los turrones hay ya voluntarios y activistas pensando y trabajando para que todo salga bien en ese lejano día de verano. Y por eso, en lugar de dirigir mi carta a los Reyes de Oriente, se la mando este año a esos incansables y admirables habitantes de Pride Town.

El debate que me gustaría proponer no es desfile del orgullo gay «sí» o desfile «no»: más bien es desfile sí, pero ¿cómo?. Porque una norma no escrita dice que si algo funciona, no lo toques. Y el orgullo, tal como es, funciona sorprendentemente bien: cada año más y más gente se agolpa en el centro de Madrid, y su fama crece en la comunidad internacional. Por eso no tiene sentido, como propone alguna asociación LGTB, desterrar el derroche de plumas para que sólo vaya gente «normal». Además de poco práctico, sería indigno: porque en la revuelta de Stonewall participaron travestis, hombres maquillados, drags… No sólo gente normal. Y ahora, en ese homenaje al inicio de la lucha contemporánea, ¿vamos a silenciar a las personas que la iniciaron? Sería como pedirle amablemente al Rey negro de Oriente que se retire y ceda su lugar a un blanco, por ser más correcto para algunos. Pero lo más triste es pensar qué sentirá un chaval con mucha pluma (por ejemplo) al verse censurado por su propio colectivo…

En cualquier caso, ¿es cierto que la celebración del orgullo dé una imagen tan frívola, carnavalesca, excesiva y poco representativa de la realidad gay? Los que asistimos al evento vemos un amplísimo abanico de personas: niños, ancianos, inmigrantes, familias al completo… Encontrar a tanta y tan diversa gente pasándolo bien en esa fiesta es un placer y una refrescante recarga de pilas para hacer frente a la invisibilidad y los problemas del resto del año. Y sí, es cierto que muchos jóvenes heterosexuales acuden allí sólo por la bebida, o por la dudosa promesa de ligar… Pues bienvenido sea ese mito que describe los ambientes gays como reservas naturales de confiadas y hermosas mujeres heterosexuales: porque es la excusa que permite incluso al joven más macho unirse a nuestra fiesta. En el fondo, ¿qué más da el motivo por el cual acudan? Lo importante es que estén allí, y que respiren por un día diversidad y apertura; ya tendrán el resto del año para respirar homofobia.

Los problemas del Orgullo, a mi juicio, llegan al día siguiente: los reportajes en prensa escrita y en las televisiones sólo muestran los disfraces más llamativos, las escenas más irreverentes, los bailes más explícitos, los cuerpos semidesnudos… Y dada la sorprendente ignorancia de la población española, el efecto de la cobertura mediática del desfile tiene como consecuencia la perpetuación del estereotipo. La masa de personas anónimas no tiene demasiada representación, ni tampoco las decenas de asociaciones LGTB que marchan en cabeza con sus pancartas. Apenas una escena o una fotografía nos mostrará la pancarta de cabecera, debido a la presencia de algunos políticos y representantes sociales de renombre.

Muchos echan balones fuera argumentando que la culpa de esta representación sesgada es exclusivamente de los medios, pero esa es una visión autocomplaciente. Porque si yo organizo hoy una charla y, mientras hablo, hago que un vistoso Papá Noel ejecute su show a mi lado, ¿puedo quejarme después de que la única foto que se publique al día siguiente sea para él, y no para mí? Es evidente que no: y lo peligroso es que el Orgullo es una de las pocas manifestaciones sociales (si no la única) cuyo motivo y forma de ejecución son incomprendidos para millones de personas. Me atrevería a decir que en cierto modo es una fiesta privada, un guiño que sólo los LGTB (mejor dicho, algunos LGTB) entendemos. Así que sin más dilación, mi carta de deseos para el Orgullo de este año es esta:

-Primero: el origen de la fiesta debe explicarse. ¿Tan difícil es? Parece más complicado entender que una mujer se quedó embarazada de una especie de paloma invisible, dando a luz a un niño mientras se congregaban pastores y reyes a su alrededor: y no convocados por una cadena de SMS o un evento de Facebook, sino por unos alados angelitos… Pero a base de explicarlo con machacona insistencia, hasta los niños lo entienden y conocen la historia perfectamente.

-Segundo: junto a la (necesaria) fiesta, debe darse muchísimo más peso a la parte cultural. Porque la fiesta pasará, pero el descubrimiento o redescubrimiento de historia, política, música, cine y literatura LGTB perdurará durante todo el año. Y sí, ya sé que existe el festival «Visible», pero no nos engañemos: su oferta no es ni demasiado amplia ni demasiado llamativa, y su publicidad es prácticamente inexistente si la comparamos, por ejemplo, con la (presumiblemente) lucrativa fiesta «Infinitamente gay», cuyos carteles inundan la ciudad.

-Tercero: la parte reivindicativa debe tener más visibilidad. Muchas personas desconocen incluso que tal parte existe, porque nunca la han visto… No entro en el tema de la presencia de poderes políticos, pero sí creo que las sufridas e imprescindibles asociaciones LGTB regionales deberían tener un mayor protagonismo más allá de ser los teloneros de las carrozas. Unas carrozas que (dicho sea de paso) resultan monótonas al ser todas prácticamente iguales, limitándose a albergar chulazos bailando prácticamente la misma música.

En resumen, hay que dar a los medios y al público más cosas que mirar, para que el conjunto resulte más enriquecedor sin dejar de ser divertido. ¿Y cómo podría cumplirse todo esto? Para empezar nuestros LGTB más conocidos deberían implicarse y hacerse visibles: ¿dónde están los escritores, los directores de cine, los actores? Puedo entender que no quieran subirse a las carrozas, pero sí podrían participar solidariamente en las actividades culturales paralelas (ofreciendo charlas, retrospectivas, conciertos, ciclos de cine) o, incluso, en la cabecera de la manifestación. Es cierto que eso depende de ellos y no de nosotros, pero sí se puede crear al menos el marco para que sus colaboraciones puedan realizarse y generar expectación. En cuanto al sentido del desfile, todos los pregones deberían recordar los orígenes de esa celebración, y podría generarse material gráfico (comics, concursos de relatos, cortometrajes…) para mantener vivo el sentido de la fiesta.

Y sobre las carrozas: cualquier bar o empresa puede tener su propia carroza, pero sería interesante obligar a que cada una albergue (a modo de polizontes) a los miembros de una asociación regional LGTB, los cuáles podrían aprovechar para expresarse no sólo mediante pancartas, sino mediante estimulantes performances. No dudo de la creatividad de estas asociaciones que, a buen seguro, aprovecharían mejor su viaje a Madrid. Es más, podrían coordinarse y ofrecer al espectador actuaciones o representaciones con un motivo como la situación LGTB en diversos países, o la historia LGTB: cada carroza escenificaría una época, con las canciones y los chulazos adecuadamente caracterizados para la ocasión: Grecia, Roma, San Francisco…). Diversión podría así ir de la mano con información, y el exceso podría dar soporte a la denuncia…

Quizá estas no sean grandes ideas, y a buen seguro vosotros alumbraréis otras mejores. Con esta carta quiero decir que es necesario cerrar el estéril y agrio debate sobre la conveniencia del desfile del orgullo… Pero también procede avivar el debate sobre cómo realizarlo: no debemos anquilosar la celebración, ni pensar que deba ser algo estático que no pueda actualizarse. De hecho es un gran momento para hacerlo: el orgullo de Madrid está en boca de todos. Su reciente designación como el evento LGTB más importante del mundo nos sitúa en una posición privilegiada para marcar tendencia, innovar, adaptar el Orgullo al siglo XXI y canalizar su fuerza mostrando al mundo todas las caras de nuestra diversidad.

Me despido ya deseando un feliz Orgullo 2010 para todos, y mostrando de antemano mi admiración y enhorabuena a quienes lo harán posible.

Al

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