Federico García Lorca y Emilio Aladrén. Los senderos que se bifurcan
Lorca (se lo oí al gran letrista Rafael de León) amó mucho, pero tuvo la desdicha de que esos amores no fueran correspondidos o lo fueran de una manera irregular, atípica, muy propia de una homosexualidad tabuada y reprimida, en la época. Y hablando de Lorca, nunca puedo dejar de acordarme de Vicente Aleixandre, que fue uno de sus mejores amigos, y que pese a los años transcurridos siempre se refería a él, entrañablemente, como a Federico…
Recuerdo una tarde en que hablando del poeta granadino, Aleixandre me dijo: Tú habrás oído eso de que Federico se marchó a Nueva York, en 1929, para aprender inglés… Mentira. A Federico le hicieron casi ir allí (y él lo aceptó, porque estaba destrozado) para poner tierra por medio. Necesitaba huir de un gran amor, quizá del mayor amor de su vida, un escultor joven y guapo que se llamó Emilio Aladrén y a quien Federico dedicó un poema en su “Romancero gitano”, uno que se titula “El emplazado” y que comienza: “¡Mi soledad sin descanso!”, y que tiene después un fragmento muy “epéntico”: “Los densos bueyes del agua/ embisten a los muchachos/ que se bañan en las lunas/ de sus cuernos ondulados…” (Decía Aleixandre que Lorca había inventado la voz “epéntico” para referirse en público a la homosexualidad sin ser comprendidos de otros, como hasta no hace mucho se decía “fulanito entiende”).
Nacido en Madrid en 1906 –cuenta Ian Gibson– Emilio Aladrén, hijo de una madre vienesa oriunda de San Petersburgo (lo que le daba un aire levemente oriental a la belleza morena del chico) había ingresado en la escuela de Bellas Artes en 1922. Allí se hizo amigo y amante de la extravagante pintora Maruja Mallo, quien lo recordaba como a “un efebo griego”. Conoció a Lorca en 1925 y un año después, como la propia Maruja reconocía, “Federico me lo quitó”. La cosa no debía ser muy seria, porque la propia Maruja no le daba al hecho de ser “dejada” demasiada importancia. Maruja era surrealista y divertida y creía en el amor libre. En 1927, cuando la relación está en su apogeo, Federico tiene 29 años y Emilio 21.
García Lorca presentó a Aladrén a todos sus amigos y trató de convencerlos (al parecer con menguado éxito) de que estaban ante un escultor genial. Emilio Aladrén pertenecía sin duda a esa clase de jóvenes –más frecuente entre los guapos- que aunque básicamente heterosexuales, no dudan, en alas de la seducción y del agasajo, de utilizar ocasionalmente su bisexualidad. Lo que suele ser tan maravilloso como –eventualmente- dramático.
Otra vez Aleixandre. Yo le pregunté: Debía ser un amor difícil, pero ¿se acostaban? A lo que Vicente me contestó muy picarón: Pues, claro. Menos de lo que Federico deseaba, porque él estaba enamoradísimo, pero se acostaban. Una mañana (de Domingo, creo) recibí una llamada telefónica desde un hotel de Ávila, era Federico. Recuerdo muy bien que me dijo: Estoy aquí con Emilio, todavía no nos hemos levantado… Me parece que fue la primera vez que lo hicieron.
Sin embargo, es obvio que vivir un amor en el que uno se desvive de ardor, mientras que el otro sólo se deja querer, hace el Narciso, y coquetea esplendente, es tarea harto improbable. Lorca venía del frustrado amor con Dalí, y se topó con el frustrante amor por Aladrén. No es de extrañar así que en el currículum erótico de Lorca abunden los sólitos amores venales, como sus amigos también conocían. A mediados de 1928 (cuando el “Romancero gitano” es un éxito resonante, que consagra a Lorca como el primer poeta de su generación) Emilio Aladrén entra en una relación más seria, que pone a prueba la frágil estabilidad de Federico. Conoce a una chica inglesa, Eleanor Dove, que ha venido a Madrid como representante de la casa de cosméticos Elizabeth Arden. Emilio no puede resistirse y unos años después la hará su mujer. Federico escribe, deprimido, a otro de sus íntimos amigos, Rafael Martínez Nadal: “Estoy convaleciente de una gran batalla y necesito poner en orden mi corazón”. En esas fechas Emilio acaba de terminar una cabeza en escayola que hizo de Federico, y que aparentemente no se conserva, auque consta que al retratado le gustó.
La situación era tensa y no parecía apaciguarse. De un lado, García Lorca aclamado como gran poeta por amigos y lectores (su primera fama verdaderamente pública) y de otro una situación sentimental calamitosa, opresiva, maníaca, de la que Federico no logra recobrarse. Tanto fue así que su familia, alarmada, decidió –o instó al poeta- para que se matriculara un curso en la Columbia University de Nueva York, para –según las palabras de Vicente Aleixandre- poner tierra por medio. Los amores que no andaban la misma ruta, al fin, no habían podido encontrarse. Y la alarma del deseo insatisfecho (o más, del desamor) era tremenda. Federico tardó en curarse de la relación con Aladrén. Cierto que Nueva York sería la ciudad de los negros, un nuevo descubrimiento, también en parte erótico, pero eso es evidentemente otro capítulo. Cuando regresó a Madrid, a fines de 1929, con nuevos y bullentes proyectos iniciados –poemas de ígnea armonía surrealista- Federico se vio todavía, alguna vez, con Emilio Aladrén, para continuar como amigos. Pero todo pasó y todo se fue alejando. Vicente Aleixandre me contaba todavía: Entonces Federico venía a casa y me decía, nos hemos equivocado, creíamos que Emilio era un gran artista y resulta que no lo es. A lo que yo le replicaba de inmediato: No, querido Federico, no nos hemos equivocado. El único que se había equivocado eras tú. Y Federico se reía…
Federico García Lorca (hasta su trágica muerte, en agosto de 1936, con 38 años) no llegó a conocer el profundo, casi telúrico amor que buscaba, y del que sus obras, desesperadas y magníficas, dan buena cuenta. Un joven actor gallego para el que escribió poemas en esa lengua y (se ha dicho, pero no importa repetirlo) no pocos amores mercenarios –quizás amores no sea la palabra- entre los que alguna carta menciona a un torerillo… En cuanto a Emilio Aladrén, efectivamente, fue escultor y parece que tuvo algún éxito, poco después de la Guerra Civil, haciendo bustos en bronce de prohombres franquistas. ¡Menuda paradoja! Aleixandre me narró (una vez más) que Aladrén iba muy de cuando en cuando a verle, en los años 40. Finalizando esa década murió prematuramente. Iba a casa de Aleixandre a buscar una parte de su pasado. Pero todo –como para tantos- se había desvanecido. Vicente me contaba que tenían poco de qué hablar. Y que a veces, cariñosamente, rezongaba él para si mismo: ¡Vaya herencia que me ha dejado Federico! Pues el famoso amigo muerto era la única excusa para verse.
El amor (diría una novela policíaca) no fue tampoco posible.
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Quizá sin tanto infortunio en el amor, Federico no habría descrito de esa forma tan precisa y profunda el alma femenina en sus obras. En esta vida, desgraciadamente o afortunadamente, suceden cosas hirientes que dan frutos valiosos como herencia para la posteridad; generalmente en forma de producción literaria, artística etc
Hoy en día, parece que ya nadie es capaz de amar con la intensidad de personas como Lorca. Es todo tan frío, impersonal…. los «amores» como si se tratase de un objeto más, son de usar y tirar.
Aún así no puedo evitar compadecerme, porque es terrible amar en vano.
¡Cuánto amor arrojado a las alcantarillas!
Podernos asomar así, una mañana de domingo, a la vida y obra de Federico García Lorca, y además de la mano de Luis Antonio de Villena y, a través suyo, de Vicente Aleixandre es, permitidme que lo diga, un regalazo. Gracias.
Un estupendo artículo que nos sirve no sólo para conocer un poco más a Lorca, sino también para recordar al gran Vicente Aleixandre. Aún recuerdo la frase que nos soltó nuestro profesor de literatura, allá por 1991: «A Aleixandre le dieron el Nobel porque ese año (1977) le tocaba a un español». Luego, nos mandó leer un par de poemas (probablemente, los más áridos e incomprensibles de toda su producción), y eso fue todo. De su enorme calidad, poco; de su calidad humana, menos; de su homosexualidad, ni palabra.
Gracias por el texto. Historias como ésta dejan siempre un regusto amargo por el tiempo que les tocó vivir. Es la mejor manera de apreciar lo afortunados que somos de vivir ahora, a pesar de que nos quede mucho por conseguir.
Saludos
Excelente artículo.
Interesantísimo, como siempre. Y en este caso, un poco triste también. Me ha gustado lo que ha dicho Carrington, debe servirnos para valorar lo que tenemos.
Muchas gracias a Luis Antonio de Villena por acercarnos hoy estas confidencias ajenas, dolorosas, humanas, ajadas en el tiempo y vivas o revividas siempre en algún que otro corazón enamorado.
Lorca -parece ser- tuvo algún conflicto íntimo con su homosexualidad (basta leer la «Oda a Walt Whitman») pero a ello contribuía también, cómo no, familia y sociedad… Pese a todo vivió su deseo plenamente, aunque no le saliera bien del todo…
qué maravilla de texto. un absoluto lujazo
Esta preciosa carta me ha recordado la serie de televisión «Lorca, muerte de un poeta» de Juan Antonio Bardem en la que se cuenta esta relación.
Me sumo a los agradecimientos y parabienes.
Un granito de arena más para adentrarnos en el corazón atormentado de Federico, el que volcó el amor como el mas puro y brutal de los sentimientos, sin ni siquiera poder rozar el filo de ser correspondido… no hay mayor aliento para un poeta que el desamor. normal que Federico dijese lo que hoy se ha convertido en una celebérrima frase. «Mira a la derecha y a la izquierda del tiempo, y que tu corazón aprenda a estar tranquilo»… siento mucho los fracasos del amor en Lorca, pero quizá fueron esos fracasos el germen de su genial poesía y su tremenda dramaturgia…gracias Villena por recordar que Federico, además de un mito, fue un amante, que es a día de hoy, harto correspondido.
Annais P.
«Yo te quería y era suficiente para mí, viviendo en esta oscuridad en esta prisión, pero no para ti, por eso te marchaste, no fue sólo la guerra»