Los siglos de China (y 5)
En octubre pasado, durante los días de fiesta nacional por el 60 aniversario de la República Popular, el centro de Pequín estaba inundado de visitantes, la mayoría procedentes de todos los rincones de China, aunque tampoco faltaban los extranjeros. Muchos de los chinos portaban banderitas de su país, o gorras con el logo del 60 aniversario, y se hacían patrióticas fotos con ellas delante de los monumentos. O delante de otros objetos extraordinarios como, por ejemplo, los propios turistas occidentales: una familia china debió de encontrarme tan exótico que me abordó muy amablemente delante de la puerta de Tiān’ānmén para pedirme fotografiarse a mi lado, como si yo fuera una celebridad.
Un río de gente, al que me uní después, entraba sin cesar por dicha puerta, pasando bajo el retrato orondo y sonriente de Máo que todavía la preside, a la antigua Ciudad Prohibida. Dos lugares emblemáticos de la historia moderna de China: la Ciudad Prohibida, el complejo palaciego de los emperadores de las dinastías Míng y Qīng, fue el escenario, a principios de la década de 1910, del patético último acto de más de dos milenios de monarquía imperial china, retratado de manera impactante por Bernardo Bertolucci en El último emperador. Por su parte, la puerta de la Paz Celestial, o de Tiān’ānmén en mandarín, fue el lugar desde donde Máo proclamó en 1949 el nacimiento de una nueva China.
Entre uno y otro acontecimiento, varios intentos frustrados de traer a China la modernidad y la democracia, y casi cuatro décadas de revolución interminable, de descomposición política, de señores de la guerra, de guerra civil entre nacionalistas y comunistas, de invasión japonesa, de nueva guerra civil y de triunfo final de los comunistas, que contaban con el apoyo del inmenso campesinado chino. De modo que, cuando el líder comunista Máo Zédōng subió finalmente a la puerta de Tiān’ānmén a hacer su proclamación, el país exhausto que le escuchaba albergaba la esperanza de asistir al comienzo de una nueva era, en la que la paz y cierta prosperidad fueran de nuevo posibles.
Los comunistas se presentaban como la culminación del programa reformista y modernizador que había puesto en marcha originalmente aquel proceso revolucionario; en consonancia con ello, mostraron un severo rechazo hacia lo que denominaban la vieja sociedad y hacia todas las formas culturales que estaban vinculadas a ésta, como la tradición confucianista. Pero, si dicha tradición se había caracterizado –como hemos visto en otros artículos de esta serie– por su escasa disposición a reconocer derechos a los individuos (mientras los cargaba en cambio de obligaciones), los seguidores de Máo iban a sustituirla por una nueva religión política, centrada en el culto a su líder, que no diferiría demasiado del confucianismo imperial en ese aspecto.
La religión política del maoísmo tenía sus escrituras sagradas (el librito rojo de Citas del presidente Máo, que todo buen chino debía poseer, leer y llevar consigo en todo momento; de ahí que se convirtiera en el libro más imprimido en el mundo en el siglo XX), sus capillas e imágenes de culto (las habitaciones de la lealtad, donde se rendía homenaje a las fotografías del Gran Timonel Máo un par de veces al día, por la mañana y por la noche), sus liturgias (como por ejemplo el baile de la lealtad, que todos, niños y ancianos incluidos, tenían que estar dispuestos a ejecutar en público como muestra de su devoción al gran líder)… y, por supuesto, sus herejes y sus pecadores. Entre estos últimos se contaban los homosexuales; como sucedía en otros países comunistas (como Cuba), éstos eran perseguidos legalmente bajo la acusación de comportamiento antisocial, y en el caso chino, concretamente bajo la figura de gamberrismo. En China, además, los homosexuales eran –como también los disidentes y otros individuos que el régimen rechazaba– humillados en público de manera tan cruel como sistemática.
Tras la muerte de Máo en 1976, sus sucesores en la dirección del Partido Comunista Chino comprendieron al cabo de un tiempo –y demostraron con ello ser más sagaces que sus homólogos del bloque soviético– que para mantener el control de la sociedad china era necesario ofrecerle realmente algo de esa prosperidad que se le había venido prometiendo durante tres décadas sin que apenas hubiera llegado a materializarse nunca, y que el camino para lograrlo pasaba por imitar a Hong Kong o Japón e introducir progresivamente en la República Popular una economía de mercado. El resultado de dicha política es que en las últimas tres décadas China ha sido el país del mundo que más rápidamente ha crecido, y en estos momentos está a punto de convertirse en la segunda economía del planeta. Un desarrollo verdaderamente espectacular que tiene en el muy dinámico skyline de Shanghái (frente al cual, por cierto, también hube de fotografiarme, esta vez con mi marido, al lado de otra familia china) uno de sus símbolos más célebres.
Para la vida de los LGTB chinos de nuestro tiempo –que, no sin ironía, se denominan a sí mismos tóngzhì, ‘camaradas’, la misma palabra que usan tradicionalmente los miembros del PC Chino para referirse unos a otros– las consecuencias de las reformas económicas de los últimos 30 años han sido significativas, especialmente en los grandes núcleos urbanos. Mientras que en la China de Máo se esperaba de todo individuo que estuviera dispuesto a sacrificar sus deseos al objetivo común de construir una sociedad nueva y utópica, la China mercadizada de hoy incita a cada persona a perseguir sus propios deseos, confiando en que de este modo contribuirá, aun sin pretenderlo, a la prosperidad general; así lo explica la antropóloga estadounidense Lisa Rofel en el documental Queer China, ‘Comrade’ China (China, 2008). Una de las voces LGTB chinas que pueden oírse también en dicho filme asegura que en aquel país hoy se tolera lo que no hace mucho resultaba intolerable. Sin embargo, en una sociedad sometida todavía a un régimen de partido único, y por lo tanto a la tutela del PC (los otros camaradas), lo cierto es que la tolerancia no es sólo limitada, sino insegura y hasta precaria. Buena prueba de ello son los muchos episodios de censura y cancelación por orden gubernativa de intentos de la comunidad tóngzhì de expresarse abierta y públicamente a lo largo de la pasada década que recoge el mismo documental.
¿Qué temen las autoridades chinas del movimiento LGTB? Yo diría que, ante todo, temen el ejemplo de libertad que gais, lesbianas, bisexuales y trans chinos pueden dar a sus compatriotas: no puede sorprender demasiado que un régimen que trata a sus propios ciudadanos como perpetuos menores de edad mire con desconfianza a unas personas que, a pesar de toda la presión social que se ha acumulado históricamente en su contra, demuestran hoy, cada día un poco más, que son capaces de tomar con decisión el timón de sus propias vidas. Así pues, la cuestión de los derechos LGTB no constituye únicamente (ni en China ni en ninguna parte) el problema de una minoría, pues está íntimamente relacionada con algo mucho más general: el estatus que la sociedad y sus instituciones conceden a los derechos individuales.
El movimiento LGTB es una de las fuerzas que en la China de hoy apuestan decididamente por situar los derechos del individuo en el centro del sistema social y político; en contra de dichas fuerzas se alinean otras que pretenden que las personas sigan sometidas a un dogma u otro: si el dogma marxista-maoísta ha quedado hoy obsoleto, siempre se puede resucitar –como parece que pretenden algunos sectores del régimen– la tradición china, y dar por ejemplo al confucianismo una nueva formulación que permita justificar el mantenimiento de un sistema autoritario en el siglo XXI. Del resultado de esta confrontación dependerá la suerte no sólo de la población china, sino probablemente –en buena parte al menos– la de todos los habitantes del planeta, en un siglo que quizá sea, más que cualquiera de los anteriores, el de China.
Los siglos de China (1) aquí.
Los siglos de China (2) aquí.
Los siglos de China (3) aquí.
Los siglos de China (4) aquí.
fantástico Nemo, fantástico…
Ayer alguien (no recuerdo quién) decía en un comentario en otro hilo que los lgtb conseguimos unir en un mismo frente homófobo a distintas religiones que, por lo demás, han llegado a saldar sus diferencias incluso con la guerra. En ese mismo frente homófobo habría que unir a los regímenes del llamado comunismo real.
Supongo que tiene mucho que ver con lo que señalas en tu artículo. Todo sistema de ideas (ya sean religiosas o políticas) que limite la libertad de la persona, en uno de los primeros aspectos que va a incidir es en su libertad afectivo-sexual. Ven a los lgtb, no como simples personas con una orientación afectivo-sexual distinta de la de la mayoría, sino con una carga de individualismo, de conducta que se separa de la norma, intolerable para cualquier esquema totalitario de la sociedad.
P.D: Felicidades, Nemo, por estos estupendos cinco artículos sobre China. Estaba esperando a que completaras la serie para juntarlos todos en un mismo texto y leerlos seguidos. Merece la pena. Un beso.
Anda otra razon para llevar con orgullo la camiseta de Gamberros,jajaja. Como Europa no se una rapido y lo haga bien, tendremos un gran problema. Salud!!
Excelente palo a la dictadura china, Nemo. Como tengo poco tiempo para comentar solo diré que esto me recuerda que muchos de los más intolerantes conservadores actuales como Pilar del Castillo o Jiménez Losantos fueron maoístas en su juventud. En los años de la transición ser maoísta era lo más de lo más y miraban por encima del hombro al resto de la izquierda. Se ve que lo único que se les pegó fue la intolerancia.
Muchas gracias a los cuatro por vuestros comentarios. Lo he dicho ya varias veces, pero lo vuelvo a repetir: de verdad que da mucho ánimo ver que algo que uno escribe interesa lo bastante a los demás como para que se animen a dejar un comentario al pie del escrito.
Crasamet: dices que
Tienes razón, y además lo has expresado muy bien. Y es verdad que las religiones muy a menudo generan, al pretender que sus creencias y normas morales tienen un valor universal, “esquemas totalitarios” que intentan imponer al conjunto de la sociedad, sin ningún respeto hacia quienes no compartimos dichas creencias y dicha moral.
Turbio: has escrito:
Supongo que debe de resultar más fácil sustituir un dogma por otro (el maoísta por el neocón, por ejemplo) que superar la adicción a los dogmas para convertise en un individuo con criterio propio; además, hacerse traficante del dogma de moda puede resultar muy rentable. A los que citas desde luego no les ido mal -económicamente al menos- con el cambio.