Paul Verlaine y Arthur Rimbaud. Días célebres e infernales
Ambos son considerados como dos de los más decisivos y notorios poetas del XIX francés, lo que equivale a decir, en la época, dos de los poetas más importantes de Europa y de América. Para muchos, además, Rimbaud es uno de los padres de la poesía moderna, un revolucionario (o un rebelde) en su vida y en su obra. Si con alguien empieza el mito del adolescente moderno, arriscado, inquieto, insatisfecho y narcisista en su básico desarreglo, ese alguien fue, sin lugar a dudas, Arthur Rimbaud, el muchachito de Charleville.
Paul Verlaine (1844-1896) fue, si pudiera así decirse, el gran discípulo de Baudelaire, tan gran discípulo, que llega a formar su propia órbita y estela a partir del maestro, desde que en 1866 publica su primer libro, “Poemas saturnianos”. Inconforme, bohemio (jamás dejó de serlo), contradictorio en su fe y en sus deseos, su aire de fauno y su sentido desesperado del vivir –este mundo no es el del poeta- su alcoholismo también y su afición a la absenta, le convirtieron muy pronto (muerto Baudelaire) en el mito de los más jóvenes y nuevos poetas franceses, aquellos que como querrían después los surrealistas, pretendían encarnar la poesía en la vida. Católico sólo a rachas y a rachas también tentado por el orden, que enseguida le ahogaba, Verlaine se casó en 1870, con una mujer de estatus absolutamente burgués, Mathilde Mauté, de familia adinerada. Tras unos meses de idilio tradicional, Verlaine recibe una carta de un muy joven poeta de provincias, que se dice admirador suyo y que quiere conocerlo. Le adjunta unos poemas que a Verlaine le asombran, pues el muchachito Arthur Rimbaud sólo tiene 17 años. El poeta fauno y anticonvencional no lo duda y le contesta al chico, llamándolo a París, y diciéndole que lo visite en su casa. Estamos a finales de agosto de 1871, y Rimbaud se presentará con su poema más reciente, “Le Bateau ivre” (El barco ebrio). Se aloja inicialmente en casa de Verlaine, pero ni la mujer ni el suegro pueden soportar al chico. Un muchacho que blasfema y fuma, saca los pies del tiesto y juega a la ambigüedad sexual, cosa que atrae evidentemente a Verlaine, que fue un hombre ardientemente bisexual, pero al que nunca pudo faltarle un chico al lado. Ambos deciden abandonar el hogar. Rimbaud huye de su madre y del retorno al pueblo, y Verlaine de una mujer embarazada y típica a la que no soporta. Se abre el telón de uno de los episodios más claramente malditos de la literatura maldita, con los restos de la Comuna al lado…
Tras unos meses de bohemia parisina (sexo, alcohol, peleas) y ayudados por los amigos de Verlaine – Banville, Charles Cros- que consideran a Rimbaud un buen poeta, un talento firmemente dotado, pero al que tampoco soportan, cada uno vuelve a su punto de partida. Rimbaud con su madre y Verlaine a congraciarse con su esposa. Pero a fines de mayo de 1872, Rimbaud está de nuevo en París reclamado por Verlaine. El joven había dicho en carta a un profesor que el poeta debía hacerse vidente, a través de un razonado desarreglo de los sentidos. Ese desarreglo de unión tumultuosa empezará cuando –rompiendo cualquier amarra- partan juntos en septiembre hacia Inglaterra, donde vivirán –en Londres- el desarreglo total del gozo sin límites y la tortura, al chocar, de dos espíritus magníficos e insumisos. Es la etapa terriblemente bohemia y salvaje que Luis Cernuda, en el poema que les dedicó, “Birds in the night”, celebrará riéndose de las autoridades: “Camden Town, Londres/ adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,/ vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,/ durante algunas breves semanas tormentosas…”. Rimbaud huye y vuelve, se supone que está empezando a escribir el que será uno de sus libros capitales, “Las Iluminaciones”. Verlaine lucha, imposiblemente, con el anhelo de retornar con su familia. Entre enero y abril de 1873 (Rimbaud no tiene aún los 19 años) vuelven a estar juntos en Londres. Pero toda esta serie de arrebatos, torturas y éxtasis se cerrará –tras más disputas y más alborozos- en un hotel de Bruselas, en el mes de julio. Rimbaud necesita huir y a Verlaine lo persigue feroz y solicita su mujer. Desesperado, como en una gran escena de melodrama, Verlaine le pega un par de tiros de revolver a Rimbaud, que quedará en el suelo, sangrando de un brazo.
Las autoridades ven la puerta abierta para parar el escándalo literario-sexual. Verlaine será condenado a dos años de prisión, por el tiro. Y Rimbaud (que nunca interpuso demanda contra su amigo, maestro y diablo) se marchará a su casa a concluir (entre sus 19 y 20 años) los dos libros que –muy adelante- le harán mundialmente famoso y ayudarán a cambiar el rumbo de la poesía en Occidente: “Las Iluminaciones” y “Una temporada en el Infierno”. Una obra completa tan breve como fundamental. Desde ese momento y hasta su muerte –por cáncer- en un hospital de Marsella, en noviembre de 1891, con 37 años recién cumplidos, nace el mito Rimbaud: el poeta que a los veinte años se despidió para siempre de la poesía, perdiéndose de si mismo en viajes, y lugares inhóspitos y exóticos, siendo por ejemplo traficante de armas en Aden. ¿Eso eran la rebeldía y la revolución? ¿El desasosiego total ante un mundo que no es posible cambiar?
La suerte de Paul Verlaine (que muere a los 52 años, glorioso y borracho, entre los cafetines del Barrio Latino) no por más accesible es menos misteriosa. Escribió libros de vuelta al orden como “Cordura”, pero también otros queridamente púrpura y lúbricos, como “Paralelamente”. Nunca se olvidó de Rimbaud y lo puso en la nómina de sus “Poetas malditos”, y tampoco se olvidó de algún otro amor juvenil, como el muchacho Lucien Létinois, con quien afirma reemplazar al “más hermoso entre los malvados ángeles”. Verlaine llegó a publicar anónimos (tras su muerte salieron con nombre) un libro sobre lesbianas, “Femmes” y otro sobre amores masculinos titulado en español “Hombres”, en el que dicen un par de versos: “Mis amantes no pertenecen a las clases ricas/ son obreros del campo o de las fábricas…” Y en ese mismo volumen suele incluirse el soneto que, como parodia y a dúo, hicieron Rimbaud y Verlaine en sus días libérrimos de bohemia parisina: “Le sonnet du trou du cul” (El soneto al ojo del culo)
Ninguno de los dos manifestó jamás el menor desdén o arrepentimiento por lo que había sido su vida. Como tantos, quisieron un mundo nuevo y más libre, que no llegó. Pero echaron su cuarto a espadas. No se quedaron calladitos ni bobos, en la esquina. Y supieron que la poesía (de algún modo más secreto de lo que parece) siempre debe ser revolucionaria, como el poeta. Además Rimbaud escribió para el futuro (para nosotros): “Hay que reinventar el amor”. ¿Qué más puede pedirse?
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«Un muchacho que blasfema y fuma, saca los pies del tiesto y juega a la ambigüedad sexual,» creo que yo tb me habría enamorado de él, jajaja, bonita historia de valentía y amor-odio-dependencia, me impresiona la precocidad de Rimbaud y que abandonara la poesía con sólo 20 años, sin duda, un personaje por descubrir,sin duda, ambos vivieron como quisieron,
siempre espero al lunes por la mañana para leer estas maravillas y empezar la semana con buen pie
gracias, Luis Antonio
Estos textos de ‘Nuestra literatura’ son un lujazo. Leer así, sin medias tintas y sin esconder su homosexualidad, sobre algunos de los grandes escritores que han formado nuestro pensamiento y nuestra cultura, es muy refrescante.
Estoy intrigado por ver lo que nos traerán las próximas semanas.