Cartas a Yves
No es que sea yo mucho de moda y esas cosas (pese a que fui a muchos desfiles de mis paisanos Manuel Piña y Helena Barquilla, en lejanos tiempos). Pero el ambiente genetiano que se respiraba el día de la Fiesta Nacional (¿fiesta? ¿en qué momento la palabra fiesta se prostituyó de esa forma?), con los bares de la calle Atocha llenos de legionarios, guardia mora y marineros, gritándose de forma violenta unos a otros para sublimar sus más que evidentes impulsos homoeróticos, me hizo decantar por la visita a la exposición de Yves Saint Laurent, que podéis ver en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre en Madrid, hasta el 8 de enero. Que sí, que son vestiditos y eso, pero uno llega a imaginar que si él fue el primero en ponerle unos pantalones de vestir a una mujer sin que la llamaran lesbiana, debía ser un artista. Hasta entonces, mis únicas referencias del modisto eran los trajes que Catherine Deneuve lucía (espectacularmente) en Belle de jour, y que se pueden disfrutar en dicha exposición, y la visita a los (exquisitos) Jardines Majorelle en Marrakech, ciudad en la que Yves pasó los mejores momentos de su vida, si es que los tuvo.
Porque resulta que acaba de llegar a mis manos la publicación de las Cartas a Yves (Pierre Bergé) que la Editorial Elba (una de esas exquisitas editoriales especializadas en libros relacionados con el arte que uno siempre habría soñado con dirigir) ha publicado recientemente. Y es que, a través de las cartas que el viudo dirige a su marido ya difunto, uno descubre (como por otra parte, no podía ser de otra manera), que no todo el monte es orgasmo.
Nada más morir, el viudo de Yves siente la necesidad de empezar esta original relación epistolar post-mortem que durará un año. Durante sus viajes a Marrakech, a España (en el que conoceremos las peculiares opiniones sobre pintura española de Bergé), el viudo recuerda su vida en común durante cincuenta años, los amigos, los viajes que realizaron juntos, los primeros éxitos (y algunos fracasos), los altibajos sentimentales, en lo que parecería en un principio una elegante declaración de amor. Sin embargo, Bergé no pierde ocasión para soltar alguna que otra puñaladita trapera al difunto, que, no dudamos, seguramente merecía y que hace el libro mucho más entretenido, dónde va a parar, y lejanamente hagiográfico. Digamos que se debate entre “me casé con un genio” y “me casé con una bruja”: cincuenta años dan para mucho. La absoluta depresión de los últimos años de Yves, machacado por las drogas y el alcohol, y su desfile de despedida en el centro Pompidou (cuyo grabación se puede ver en la Fundación Mapfre), le dejaron convertido en un muerto viviente.
Salí de la exposición atado y amordazado de pies y manos por mi santo esposo: le había amenazado con robar una preciosa chaquetilla corta de piel de zorro verde que me apetecía lucir por los bares de Atocha, cual aguerrido soldado de operaciones especiales en altas montañas tropicales, pese a que la cabra de la Legión hubiera probablemente deseado darle un mordisco al abriguito, que no en vano parece una chaqueta de césped. Otra vez será.
La película es maravillosa y muy, muy emocionante; se abre con las imágenes del funeral, que fue la pera: el féretro cubierto con un diseño YSL y Pierre Bergé hablando de su amor delante de no sé cuántos jerifaltes de la iglesia. ¡JA! No como la entrevista que El País le hizo a Bergé hace dos semanas donde se podían sacar todas las conclusiones del mundo, salvo que fueran pareja durante 40 largos años. Desde «compañero vital» hasta «socio» pasando por muchos otros, parecían desconocer palabras como «amante», «viudo» o «pareja sentimental».
Ains Puto, lo de la chaquetilla ha sido simplemente genial. Reverencias varias te mereces. Sigue así, un saludo norteño.