Rien de rien

En el mundo hay historias que se cuentan y terminan de manera diferente a como se comienzan. Nadie en su sano juicio, o con una previsión de futuro más o menos razonable podría prever, por ejemplo, en el año 2003 que en el 2006 los matrimonios entre personas del mismo sexo o matrimonios igualitarios fueran una realidad en un país de raíces tan católicas como España. Eso, que ahora nos parece tan natural, o al menos parece que nos parece tan natural, fue todo un hito en su momento, por lo que conviene no olvidarlo.

Conviene no olvidarlo porque ese es el inicio de otra historia. Nadie en su sano juicio en 2009, por ejemplo, podría llegar a pensar que la abolición del matrimonio igualitario llegara a suceder en España. El caso es que puede llegar a suceder. Tampoco conviene olvidarlo, porque ciento ochenta y seis diputados del PP y una renovación del Tribunal Constitucional nos contemplan.

Todo este recordatorio, que a veces parece que no tenga yo otro tema, es porque ayer, escuchando la famosa canción de Edith Piaf, ‘Non, je ne regrette rien’  la vi bajo otra luz. La canción empieza por una declaración, diciendo que no lamenta nada de nada, ni el mal, ni el bien que le han hecho, y sigue diciendo que pone en una pira los recuerdos, los amores, los temores… y, en fin, qué te voy a contar yo que tú no sepas... Es una declaración que suena soberbia y perdonavidas, acompañada con la música que evoca una marcha militar, un avance de carga de un ejercito dispuesto a no pararse en nada. ‘Yo, frente al mundo, no tengo ni un ápice de rencor ni de remordimiento y todo me importa un bledo’. Rien de Rien, nada de nada, o nada de ná, que diría Café Quijano pero en otro contexto diferente.

De pronto esa canción de despecho casi, de estar a punto de mandarlo todo al garete casi, de reto escupido en forma de declaración de independencia  del mundo se convierte en todo lo contrario. En sólo dos versos –‘car ma vie, car me joies aujourd`hui ca commence avec toi‘ / porque mi vida, porque mis alegrías, hoy comienzan contigo-  todo cambia, en un giro final inesperado.

La esencia de una historia no es sólo como comienza, pero tampoco es sólo como termina. En realidad la historia, nuestra historia, la historia del reconocimiento, de la visibilidad, de la igualdad es como otra historia humana cualquiera, y la verdadera aventura está en como se desarrolla. El pobre lugar que nos vio partir, el país de nuestros miedos y nuestras inseguridades, de nuestras dudas y nuestros prejuicios, es posible que nos vea regresar, y es posible que los habitantes de ese país traten  o bien de invitarnos amablemente a que nos vayamos o bien de encerrarnos en amplios vestidores con todas las comodidades y sin muchos de los derechos. Quizá quieran apaciguarnos, para luego devorarnos como hizo Polifemo, o encantarnos para que luego olvidemos, como hicieron los lotófagos. O saciarnos para luego convertirnos en cerdos, como hizo Circe.

Nunca se sabe a que playas podemos volver a arribar, ese es nuestro sino y lo que nos ha hecho más resistentes a lo largo del tiempo. Hace 34 años la homosexualidad era un delito en el Codigo Penal en España, hoy hace 33 dejó de serlo. De todas maneras, da igual, volveremos a esa Ítaca más ricos de lo que partimos, porque en el camino hemos desalojado de nuestros corazones los miedos que nos atenazaban. Aunque nos quiten la igualdad sabemos que podemos ser iguales, y que lucharemos por ser iguales -y esa es nuestra fuerza y ese es su miedo- y seguramente, en ese mismo camino, hemos encontrado ese ‘contigo‘ que , tenga la forma que tenga,  hace que cada día abra un futuro nuevo, en dos versos finales. Suceda lo que suceda.

Feliz 2012

Enrique Olcina