Adiós a Adrienne, con un verso
Adrienne Rich ha sido una de las figuras intelectuales más importantes de nuestro tiempo. Musa del feminismo de los cincuenta y sesenta, poetisa incansable, ensayista y filosofa, se ocupó de temas como la autonomía personal, social y económica de las mujeres, la heterosexualidad obligatoria, la maternidad como institución o las diferencias raciales compartiendo su premio Nacional de las Letras de EE UU con la feminista negra, también madre y poeta, Audre Lorde. Sus ensayos (“Sobre mentiras, secretos y silencios”, “Nacemos de mujer” o “Sangre, pan y poesía”) siguen siendo reeditados por la vigencia de los temas que trata: la explotación de la mujer en la sociedad capitalista, la doble discriminación de las lesbianas negras, la memoria de las poetisas suicidas (Woolf, Plath) o mal conocidas y la lucha por una universidad centrada en las mujeres. Hoy su pensamiento iconoclasta -tachado erróneamente de esencialista por su metáfora del “continuum lesbiano”- puede parecer discutible, e incluso superado, pero algunos de sus ensayos y poemas reflejan su brillo sobre nuestras conciencias e iluminan nuestras bibliotecas dotándolas de un espíritu de lucha, entrega y compromiso poco habitual en gran parte de los intelectuales estadounidenses. Mujeres de varias generaciones, el derecho al propio cuerpo y a la libre sexualidad, la larga lucha contra el racismo, la violencia y el clasismo en EEUU, el compromiso con Latinoamérica y con la herencia cultural de “nuestras madres” fueron algunos de los senderos que surcó la prosa poética y la poesía comprometida de esta mujer excepcional que nos ha dejado hace días. Su legado no es solo vigente, sino también de sangrante y acuciante actualidad. Sus veintiún poemas de amor nos hablan, como toda su obra, del cuerpo, el amor y la historia que vivimos.
Fuimos dos amantes de un mismo sexo, fuimos dos mujeres de una misma generación
Eduardo Nabal