La tumba del chicle Bazooka, gratis

Desde hoy y durante todo el fin de semana, podéis descargar gratis mi nuevo libro La tumba del chicle Bazooka, en versión digital para kindle. Si no tenéis kindle (yo tampoco tengo), hay aplicaciones gratuitas que permiten leerlo en cualquier ordenador e incluso en aparatejos de esos cuya funcionalidad se me escapa.

La tumba del chicle Bazooka es una recopilación de cuentos (en general, de temática homo y algo lésbica), muchos de ellos inéditos y otros que ya habían sido publicados previamente. Además, una serie de escritos sobre homofobia (los lectores de dosmanzanas ya los conocéis, ninguna novedad en eso) y un par de relatos de viajes a La India y Uzbekistán.

Aun así, el precio fuera del periodo de promoción es de 0,89 céntimos de euro, el mínimo que me permite la web, pero puesto que este fin de semana es gratuito pues aprovechad ¿no? Además, me haríais un tremendo favor si lo difundierais en redes sociales, círculos de amigos o sms’s a Intereconomía. Por otro lado, también sería de gran ayuda que hicieseis comentarios en la página de amazon dando vuestra impresión sobre el libro, aunque sea en una línea.

He de advertir que pese a que el periodo de promoción es del 22 de junio al 24 de junio ambos incluidos, las horas de comienzo y final son las del Pacífico, y no tengo yo la cabeza como para hacer cuentas así que un poco de paciencia si veis que aun no ha empezado y no lo dejéis para última hora del domingo, no vaya a ser que se haya terminado.

Os dejo con el inicio del cuento que abre el libro y al que da título:

Nunca me ha gustado la flauta, salvo en casos excepcionales. Pero Errol era profesor de flauta y tenía veinte años y un bigote amarillo oro. No se llamaba Errol, pero yo le llamaba así por Errol Flynn, obviamente ¿o conoce usted algún otro Errol? La verdad es que no recuerdo cómo se llamaba. Solo que era el hijo de otro profesor cuyo nombre sí recuerdo para mi desgracia (me suspendió el Cálculo un par de veces). Los jueves por la tarde, de cuatro a cinco, su padre abandonaba el aula y Errol nos enseñaba a tocar. Yo tenía trece años y no me gustaba nada la flauta, pero Errol sí. Sobre todo aquel día en que hicimos el amor delante de todos, en clase.

Debería empezar contando que una tarde de octubre, de esas en las que uno presiente que pronto anochecerá pronto, su padre nos dijo que íbamos a tener un profesor nuevo en la hora de música, y que como él no era un gran experto, su hijo, que estudiaba para maestro en la especialidad de música, nos enseñaría a tocar la flauta, que era un instrumento, barato, pequeño y ligero que casi todos podíamos permitirnos. El jueves siguiente apareció Errol y yo me enamoré: rubio, tan rubio como yo nunca había visto antes, con un bigotillo fino sobre el labio y unos ojos chispeantes y alegres (ahora pienso que quizá se pareciera más a Cary Elwes), y los brazos pálidos y delgados llenos de lunares. Con una vocecita suave pero profunda, consiguió hipnotizarnos a todos durante unos minutos, contándonos su vida, sus sueños. Entonces sacó la flauta y se puso a tocar. Aquel día me creí esa historia sobre Hamelin, los niños y las ratas.

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