Cine (y teatro) de verano
Aunque todavía estoy sin habla después de haberme encontrado con Joe Manganiello (el hombre lobo de True Blood) en la manifestación del 25S, se hará lo que se pueda. Poco cine LGTB he visto este verano, pero alguna cosilla sí ha habido. Entre otras cosas, El exótico hotel Marigold (Reino Unido, 2011), cuya reseña en esta web se hace especialmente dificultosa sin descubrir parte del pastel. Así que tendréis que confiar en mí: una de las historias principales (la más bonita, quizá) está relacionada con el mundo LGTB. Por lo demás, la película es agradable sin más, con todos los defectos del cine hecho para esas reducidas salas (¿queda alguna?) que ofrecen cine en versión original para adultos. Buen rollo y exotismo etnocentrista (indios graciosillos y tal), pero vamos, lo normal.
Muy recomendable es esa exquisitez absoluta de Bavo Defurne, que nos tenía locos desde hace años a pesar de los escasos minutos que nos había ofrecido hasta ahora. Diez años después de su último corto, dirigió por fin su primer largo, Nordzee, Texas (Bélgica, 2011), sobre la vida de un niño belga que vive junto al mar del Norte, cerca de la frontera francesa.
Un niño recita el abecedario mientras ejecuta un complicado ritual que le acaba convirtiendo en la reina de Inglaterra, saludando a los súbditos desde la ventana de su dormitorio. Pronto se enamora de su amigo Gino, algo mayor que él, que, sin embargo, encontrará pronto una novia francesa. Aparecerá por la casa de Pim un gitano de esos que te roban el alma. Por fin, Pim conseguirá recitar el alfabeto completo hasta llegar a la zeta y comprenderá (eso creo, porque de neerlandés no ando muy bien) que hay que llegar a la última letra para encontrarse con el mar (“zee”).
Con una estética muy setentera en la que los de mi generación nos sentimos tremendamente a gusto, las cercanías temáticas y artísticas a Ozon, Almodóvar u Ozpetek le sitúan por derecho propio entre los grandes directores europeos. La película acaba con un “dedicado a todos los niños cuyos padres no les habrían permitido participar en ella: todo va a mejorar”. Y un casamiento simbólico que pasa a formar parte de la historia del cine LGTB.
Y una de esas deliciosas sorpresas culturales del verano madrileño ha sido La noche de Massiel de Marcelo Soto, en Microteatro de Madrid: quince minutos, cuatro euros, dos actores, seis espectadores (en mi caso), seis metros cuadros y una cama que los ocupa casi en su totalidad. Dos jóvenes (el señorito y el hijo de los criados) aprovechan el momento eurovisivo por excelencia para una cita secreta en el desván. Puro teatro, tan cercano que permite contemplar embobado y como un imbécil la emoción ilusionada en los ojos brillantes, duros y negros de Nico Romero y la angustia del deseo y de la muerte en la gigantesca nuez de Mariano Estudillo, que se diría a punto de reventar, el susurro, el roce (¡sí, el roce!), el suave olor a axila y a tabaco, a pies, a pepino, a colonia de los sesenta, a calzoncillos blancos. Una obra valiente, romántica, conmovedora, emocionante y reivindicativa. Y uno piensa al final que García Lorca escribió El Público porque no pudo escribir La noche de Massiel. Al final, España gana Eurovisión.
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Aquí se puede ver la película xd
http://pgpa.blogspot.com.es/2012/05/noorde-texas.html
gracias 🙂