Y muchos, muchos aviones por coger
“Y muchos, muchos aviones por coger”. Así acaba El hijo del legionario (Edicions de Ponent). A veces uno se enamora de un libro, del libro en conjunto, como cuando de pequeños pasábamos horas contemplando las mismas imágenes una y otra vez, tan dentro de ellas que casi se detenía el tiempo. Me ha vuelto a pasar con El hijo del legionario, una obra maestra de Aitor Saraiba. Porque este libro no solo es un cómic (podría incluso pasar desapercibido entre los que, como yo, pasamos casi de puntillas por ese terreno). Pero la capacidad de emocionar de Aitor Saraiba, no solo poética y narrativa sino ya digo, artística en su conjunto, deja sin aliento al más insensible. Aitor cuenta su propia historia (¿por qué no?): la de un chico homosexual nacido cerca de Talavera de la Reina (en Patrocinio de San José) y cuya infancia quedará marcada por la figura de su padre casi siempre ausente.
Una historia muy triste (tristísima incluso) pero uno nota cómo el protagonista se va haciendo más fuerte con cada golpe, con cada tarde de soledad. Los brazos que se alargan hacia las personas y las estrellas, las miradas siempre al suelo de un niño solitario y raro, las lágrimas, los vómitos, el fuego y las noches encerrado en la habitación oyendo a Metallica en un cassette barato y soñando con el futuro hacen de El hijo del legionario un libro de lectura imprescindible. Luego viene el ilusionado viaje a Cuenca, el viaje al sombrío Manchester (Manchester, so much to answer for), Madrid, Tijuana y la luminosa Puebla, donde conocerá el amor (desafortunado amor, que nos deja temblando de nuevo: ¡ese mail!).
Aitor Saraiba acaba de publicar Pajarillo, la continuación de El hijo del legionario. Si es la mitad de buena que ésta, estamos ante uno de los acontecimientos literarios de la temporada.
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Hemos hablado mucho de Raúl Portero en nuestra web, no en vano es uno de los mejores escritores de su generación. Esta vez, él también coge un avión y nos lleva a Islandia en Reykjavík línea 11 Editorial Egales (libro cedido por Berkana), una ciudad casi desconocida y un país igualmente desconocido, pese a que últimamente parece haberse puesto de moda. Portero huye de la guía de viajes y nos sumerge en la historia de amor entre un español y un islandés ambos con un pasado que quieren dejar atrás. La escena de los clubs islandeses, los grupos musicales y los paisajes esplendorosos y aterradores acompañan a una historia que podría haber sucedido en cualquier otro sitio (es curiosa la sensación, durante toda la novela, pero eso pasa siempre en las novelas de Raúl, de estar asistiendo a algo que sucede “de verdad”: ni un solo detalle parece forzado, quizá algún diálogo que supongo es más fruto de que la comunicación entre los dos personajes se efectúa por “idioma interpuesto”). Curioso el final, que ocurre antes de la historia principal, prólogo/epílogo que explica mucho (no todo, nada explica todo nunca).
“No había nada más que rocas negras cubiertas de nieve y montañas cuyas cimas estaban coronadas por unas densas nubes de tormenta”.
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