Por qué he votado a Grillo
En lugar de informar sobre lo que realmente pasaba en Italia, la prensa internacional ha preferido vivir estos últimos meses su particular Show de Truman. Seguramente mal asesorados por sus compañeros de la prensa oficialista italiana, retrataban una Italia ficticia, inexistente. Monti era un político serio y respaldado, Berlusconi era historia, Grillo un payaso que apenas si recogería cierto voto de protesta y el centro-izquierda era por fin esa fuerza renovada que ganaría con comodidad las elecciones. El colapso del régimen se barruntaba mientras lo medios glosaban aquel grotesco espectáculo que fueron las primarias como un “ejemplo de democracia” del que el centro-izquierda salía, eso decían, rejuvenecido. No faltaron los elogios al Partido Democrático por su [inexistente] apoyo a los derechos LGTB. Los menos enterados afirmaban incluso que Bersani [apoyado por el sector más reaccionario de su partido] estaba a favor del matrimonio igualitario. Empeñados en ignorar la Italia real, esta fantasiosa narración se estrelló espectacularmente contra el muro de la realidad.
El resultado de las elecciones italianas puede calificarse de todo menos de sorprendente. Dosmanzanas, este humilde blog de noticias, lo había anticipado en buena parte. Los grandes medios reaccionaron sin embargo con sorpresa. Y en lugar de hacer un esfuerzo por entenderlo, prefirieron tachar a los italianos de irresponsables, o en el mejor de los casos señalarlos como pobres tontos engañados por los populistas Grillo y Berlusconi. España no ha sido una excepción: la mayoría de las reacciones fueron negativas, desde la derecha hasta la izquierda. Y aunque poco a poco parece que otra versión de las cosas parece abrirse camino, opinadores progresistas no han dudado tildar al Movimiento 5 Estrellas (M5S) de Beppe Grillo de populista, demagogo y hasta fascista, dejando al descubierto su incapacidad de analizar la realidad más allá de ignorantes prejuicios.
La casta
Italia ha sido ahogada por la casta, por un sistema corrupto, ineficiente, absurdo y derrochador, que explica su larga decadencia como país. Aquí no hablamos solo de trajes, bolsos de Vuitton o Jaguars en el garaje, ni siquiera de 38 millones en Suiza. Hablamos de la destrucción de un país. Hablamos de una clase dirigente que ya desde mucho antes del inicio de la crisis financiera internacional ha empobrecido a las clases medias, haciendo crecer brutalmente las desigualdades, llevando la economía a 15 años de estancamiento económico y a 5 de recesión brutal. El instituto Eurispes lleva años denunciando esta situación. “Italia es un país secuestrado y prisionero de su clase política, por una red cuya trama es cada vez más estrecha e impide cualquier movimiento, cualquier posibilidad de acción, cualquier deseo de cambio y de modernidad, asfixia progresivamente los espacios de la democracia y mortifica la vocación, el talento, el mérito y las aspiraciones de los ciudadanos… Estamos frente a una clase política que aumenta su propio poder y su propia capacidad de control de la sociedad en términos inversamente proporcionales a su autoridad, credibilidad y consenso: cuanto más pierde la consideración de los ciudadanos, más extiende su poder”, afirmaba su presidente, Gian Maria Fara, allá por 2008.
Sí, esa es la realidad que viven a diario millones de italianos. No idealizo en absoluto a la Primera República (no voy a aconsejar libros… Nadie lee hoy en día. A los que quieran hacerse una idea de lo que fue la I República Italiana les aconsejo la película Il Divo, de Paolo Sorrentino) pero pese a su historia los italianos habían logrado construir algo que merecía la pena. Cuando la I República cayó, en 1992, Italia tenía, según la OMS, uno de los mejores sistemas sanitarios; la escuela primaria (a la que mi padre ha dedicado su vida) era una de las mejores al mundo; en el norte, en las llamadas «regiones rojas», el Partido Comunista había logrado crear un sistema de bienestar social único al mundo, y la Universidad italiana era una extraña mezcla de horror y excelencia.
Se lo han cargado todo.
A lo largo de los últimos 20 años esta pandilla de mediocres se ha cargado todo lo que los italianos habíamos construido a lo largo de cuatro décadas. Es cierto que Italia necesitaba cambios (el sistema de salud, pese a su calidad, acumulaba por ejemplo enormes problemas. El gran Alberto Sordi los mostró en una genial comedia de finales de los sesenta). Pero aquí no ha habido reformas. Aquí lo único que ha habido es despilfarro, corrupción, regalos a los amiguitos del alma y privatizaciones salvajes, más o menos encubiertas. En lugar de construir sobre los logros alcanzados en décadas anteriores, la casta ha dilapidado todo en una orgía de Bunga-Bunga y ha acabado por dejarnos un país monstruoso. Horrible.
En otra carta en dosmanzanas decía que “Italia es hoy un país en ruinas, sin rumbo ni gobierno, a la deriva política, social y económica. Un país sin memoria ni futuro, con medios de ‘comunicación‘ semi-libres (el periodista Michele Santoro ha afirmado que hasta la misma palabra censura ha sido censurada), intentos incensantes de limitar las libertades de asociación y de reunión, una red sitiada y bajo la amenaza continua de nuevas leyes ‘bavaglio‘ (mordaza), mafiosos aclamados como héroes o una ministra de Ciencia y Educación que cree que los famosos neutrinos que viajaron desde Suiza a los Abruzos lo hicieron a través de un túnel real de más de setecientos kilómetros”. Así es, por desgracia.
Italia sería un país mejor sin políticos que alaban a Mussolini, promueven la difusión del neofascismo, alientan el odio hacia los homosexuales, “instrumentalizan peligrosamente la ley mordaza» para limitar la libertad de expresión (así lo subrayó Reporteros sin Fronteras en su último informe), nombran ultracatólicos al frente de las direcciones generales de los ministerios, de las administraciones y de los organismos públicos y conceden enormes privilegios fiscales y financieros a la iglesia católica.
Agonía y muerte de la izquierda italiana
Muchos siguen hablando de la “izquierda italiana”. ¿Izquierda? ¿de qué izquierda hablan? Aquí no hay ninguna izquierda. La izquierda italiana, mi izquierda, entró en una larga agonía a las 12:45 del 11 de junio de 1984, con la muerte de Enrico Berlinguer. Una agonía que acabó en muerte diez años después, con la llegada al poder de la actual nomenklatura. En 2002 Nanni Moretti lanzó su famoso “grito de la Plaza Navona” diciendo que con “estos dirigentes no ganaremos nunca”. Y tenía razón. Estos genios han llevado a su campo de derrota en derrota hasta el desastre de la semana pasada. Esta nomenklatura tiene una responsabilidad histórica enorme.
El ascenso al poder de Berlusconi no fue inevitable. El berlusconismo pudo haber sido un breve paréntesis en la historia de Italia. Si no lo fue, si Berlusconi ha podido permanecer en el centro de la vida pública y política italiana hasta hoy, es sobre todo culpa de esta izquierda. Yo fui uno de los millones de italianos que en 1996, como cuenta Nanni Moretti en Abril, celebraron entusiasmados la derrota de Berlusconi y la victoria del Olivo, la coalición entonces liderada por Romano Prodi. Aquello tenía que haber sido el fin del berlusconismo. Tras su derrota Berlusconi estaba políticamente muerto, incluso sus aliados más cercanos lo abandonaron. El berlusconismo agonizaba. Durante la campaña electoral, la izquierda se había comprometido a aprobar leyes de higiene democrática, antimonopolio y de incompatibilidades, que le hubieran impedido volver a presentarse, y que probablemente hubieran ayudado a desmontar su imperio mediático y sus canales de televisión. Pasó exactamente lo contrario. La izquierda olvidó sus promesas y no movió un dedo contra la posición dominante de Berlusconi. Pero no solo eso… En lugar de defender la vieja Constitución republicana y antifascista, mi Constitución, se ofreció a “reformarla” junto a Berlusconi. En lugar de enfrentarse al berlusconismo, le devolvió (sin quererlo) todo el protagonismo a Berlusconi, convertido en «padre de la patria». Muchos afirman incluso que la izquierda pactó con Berlusconi crear un nuevo sistema político.
Es cierto que en estas dos décadas la llamada izquierda italiana se ha caracterizado por tres cosas: su aceptación de un bipartidismo ficticio en el que Berlusconi era un político legitimo, líder del “centro-derecha” y de los “moderados”; su liberalismo económico y su alianza con la iglesia católica. La izquierda italiana ha buscado constantemente el apoyo de la iglesia, sacrificando cualquier demanda de avance de los derechos civiles e incluyendo en sus listas a los que muchos en el movimiento LGTB llaman «supercatólicos», bien caracterizados, entre otra cosa, por su homofobia y su transfobia. El resultado ha sido el triunfo del berlusconismo y la desaparición de la izquierda como tal en Italia. Una realidad de la que la comunidad LGTB italiana ha sido la primera victima.
Durante los años en los que gobernó Italia esta izquierda no hizo nada por la comunidad LGTB. Cuando varios países europeos, entre ellos y de forma muy destacada España, reconocían los derechos de las parejas del mismo sexo, la respuesta del entonces Gobierno «de izquierda» presidido por Romano Prodi (por segunda vez primer ministro de Italia entre 2006 y 2008) fue apresurarse a emitir la circular 55 del 18 de octubre de 2007, la llamada «circular Amato», que prohíbe el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo contraídas por italianos en el extranjero. Esa fue la respuesta de la izquierda italiana a los vientos de igualdad que llegaban de otros países.
Y también en estas últimas elecciones el Partido Democratico ha incluido a «supercatólicos» en sus listas, negándose hasta el final a respaldar la igualdad LGTB. En palabras del activista del círculo Mario Mieli de Roma, Dario Accola, la izquierda dejaba el destino de las parejas y familias LGTB en las manos “de quienes piensan que el amor entre personas del mismo sexo es una patología y nuestro legítimo deseo de criar hijos un acto de egoísmo y una fábrica de inadaptados”.
Yo me he hartado. Me he hartado de esta gente. Y somos muchos los que nos hemos hartado. La llamada izquierda no lo ha entendido y lo ha pagado muy caro en las urnas.
Mi voto
Las descripciones que los medios internacionales han hecho de los electores del M5S nada tienen que ver con mi realidad, con las razones por la cuales yo he votado a Grillo. Todos en mi familia somos de izquierdas, y todos hemos votado al M5S. También mi panadero, mi boticario, mi peluquero, muchos de mis amigos LGTB y muchos de mis vecinos. Y no, no somos tontos ni populistas. Evidentemente, solo puedo hablar por mí y los míos. Ni mi voto ni el suyo ha sido simplemente un voto de “protesta”. Queremos un cambio de régimen.
No voy a contestar a las críticas que han sido lanzadas contra el M5S. No me interesa. Lamento, eso sí, que no se haya ni siquiera intentado comprender la importancia de lo que ha ocurrido en Italia. El M5S es el primer movimiento ciudadano de indignados que logra asentarse, estructurarse y ganar unas elecciones en un país europeo. ¿Acaso no es esta es una novedad política con mayúsculas?
En un país devastado, conformista, anestesiado por 30 años de telebasura y prensa oficialista, un grupo de ciudadanos ha logrado organizarse, desafiar a los medios que han intentado (y siguen intentando) desprestigiarlos, y han ganado las elecciones, convirtiéndose en el partido más votado. Y lo han hecho, además, sin acudir nunca a la televisión. Antes que despachado con burla o irreflexión, esto merecería ser subrayado, analizado, debatido, sobre todo por la izquierda y los que se oponen al sistema liberal que nos ahoga en recortes.
En España tuvistéis las acampadas de Sol. El M5S tiene mucho en común con aquella experiencia. Es en cierto sentido una versión italiana de aquellas acampadas: surgió en la red, construyéndose en torno a un simple blog que era uno de los pocos medios en Italia que denunciaba los desastres ecológicos y sociales que ocurrían en el país. El M5S es una experiencia de democracia real. Por el momento es un movimiento sin ducetti (esta terrible lacra italiana) y sin burocracia, sumergido en debates y discusiones continuas, formado por gente que rechaza las formas tradicionales de hacer política. Sí, es cierto que [al igual que el movimiento de los indignados español] dice de no ser de izquierdas ni de derechas. Sin embargo, la realidad es que se nutre, en muy buena parte, de personas de izquierda. Es la fuerza política más joven y que cuenta con más mujeres y más diplomados universitarios del nuevo Parlamento. Hay muchas cosas que no me gustan en este movimiento ciudadano, como no puede ser de otra manera, y si mañana se convierte en algo que no me gusta lo combatiré, pero a día de hoy es el único rayo de esperanza que existe en Italia.
Yo lo he votado, aunque no formo parte del M5S. No soy un grillino. Agradezco a Grillo haber pasado las últimas dos décadas denunciando los abusos del sistema, su lucha por el agua como bien público, su defensa de los servicios públicos y contra el ladrillo, las mafias y los incineradores. Es uno de los pocos que no se ha resignado. Y se ha ganado mi simpatía por ser el hombre más odiado por la casta y los medios oficialistas.
Pero si le he votado ha sido además para contribuir a la derrota de esta «izquierda» y porque quiero hacer tabula rasa de un régimen que me horroriza y que no reconozco como legítimo. Uno de los últimos padres vivos de la izquierda intelectual italiana, el Premio Nobel Dario Fo, pidió junto a Grillo que no nos detuviéramos, que siguiéramos luchando. Y yo no me voy a detener.
¿Y ahora qué?
Son muchos los que me preguntan mi opinión sobre lo que puede suceder. Nadie lo sabe. No será fácil acabar con el berlusconismo. La derecha italiana, el Vaticano, las mafias no desaparecerán. Los monstruos que han creado las televisiones del caudillo tampoco desaparecerán. “Lo más probable es que Italia sigua hundiéndose cada vez más en la pobreza, el clericalismo, el fascismo, el ecocidio, la desculturalización y el olvido”, decía en mi carta de octubre de 2011. Este sigue siendo el escenario más probable.
Sea como sea una cosa es cierta. Italia será lo que los italianos elijan. Los italianos tienen que tomarse en serio sus responsabilidades. Muchos intentamos hacer posible un país mejor. Pero serán los italianos en su conjunto los que decidirán si aprovechan esta oportunidad o prefieren construir un régimen aún más podrido que el actual.
Per chi viaggia in direzione ostinata e contraria
Nicola
Licenciado en Historia y Relaciones Internacionales
cursando máster en Periodismo y Nuevos Medios
colaborador de dosmanzanas.com
La sinistra más falopa del mundo…ya lo decía yo.
Pues aquí no le vamos a la zaga. Nos tienen como a los toros de mihura, plagados de banderillas y sangrando por todos lados. Lo malo es que aún nos quedan 2 años y medio más de «padecer» este desgobierno. Pueden dejar un erial también.
Leí la carta entera. Claro que sí, el gobierno lo tiene el pueblo. El caso de Italia es el mejor ejemplo de ello. La gente en España tiene que ser más responsable al votar. Se puede.
A ver si se aprovecha esta oportunidad…