Sobre la creación

Con un poco de retraso, hemos tenido la ocasión de ver En la casa (Francia, 2012), la película de François Ozon de la que nos habían hablado maravillas: y no nos ha defraudado en absoluto. Es más: quizá sea su mejor película, entre Hitchcock y Chabrol, pero con el obligado toque Ozon.

Basada (libremente) en una obra de Juan Mayorga (El chico de la última fila), Ozon es capaz de trazar con absoluta maestría y sin que el espectador se dé cuenta de la complejidad casi demencial de la estructura, una historia que nos atrapa desde el minuto número dos, igual que el matrimonio protagonista se siente inmediatamente atrapado por las redacciones de un alumno con una facilidad tremenda para contar una historia. Lo mágico del asunto es que el espectador pasa por las mismas dudas éticas, los mismos sobresaltos, la misma ansia de saber más.

El adolecente narra cómo se introduce en la vida de una familia de clase media formada por un matrimonio y su hijo, compañero de clase, y cómo observa su vida con la precisión y la frialdad de un entomólogo. Pero además influye en ellos, y ahí viene la duda.

En la casa no deja de ser la vieja historia de Las mil y una noches, de las narraciones orales, de los cuentacuentos: cómo es posible mantener la atención casi mística sobre un relato. La magia de la creación: de eso se trata. Hay parte LGTB, pero no puedo hablar de ella sin reventar parte de la trama.

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Luis Antonio de Villena nos vuelve a hipnotizar con Majestad caída (Alianza Editorial), con ese su universo tan particular (y que tanta envidia nos da en estos tiempos de compartimentaciones) en el que se mezcla lo exquisito y lo canalla, lo literario y lo sexual. Esta vez se trata de la biografía (inventada, pero ¿no es todo, siempre, inventado?) de Anibal Turena, un poeta y pintor de origen francés que emigra a Argentina antes de que estalle la guerra civil española, y sus relaciones con toda una pléyade de personajes a cual más fascinante que esta vez, no son ficción, o no son ficción del todo (o al menos, no la mayoría): Hoyos y Vinent, Tórtola Valencia, José Zamora, Melchor Almagro, Amelina Correa, Silvina Ocampo, Victoria Ocampo, José Bianco… entre los que el lector curioso se sumerge con el deleite del buceador en las aguas del mar Rojo.

A través de cartas, conversaciones, hallazgos, poemas y otros escritos, fragmentos de una novela japonesa, iremos descubriendo el mundo fascinante de Anibal Turena, y su relación con los muchachos que le atraían: boxeadores, gitanos, esgrimistas…

Nuestra patria, Melchor, sólo se ha salvado, siglo tras siglo, por el arte y por la literatura. Casi todo lo demás -y perdóname la expresión- es bazofia pura.

No seremos sin embargo capaces de llegar nunca a Anibal Turena, solo a su rastro a veces tan esquivo y casi imperceptible, un rastro que se diluye, que se contradice, al final, pero ¿no pasa eso siempre con cualquiera, con cualquiera que ya no está?

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